viernes, 6 de julio de 2018

La Parábola del Ladrón, Interpretación de Mt. XXIV, 43; Lc. XII, 39, por R. Thibaut, S.J.

Nota del Blog: El siguiente artículo fue publicado por la Nouvelle Revue Théologique, Tomo 54 (1927), p. 688-692, y escrito por el P. R. Thibaut S.J.


***

El Texto.

La doble transmisión griega de esta parábola (Mt. XXIV, 43; Lc. XII, 39) no ofrece divergencia notable, salvo en San Lucas la omisión de διὰ τοῦτο (por esoa causa de ésto) entre el aspecto parabólico y la aplicación moral. La versión latina zanja la ambigüedad del texto original. Unimos al equivalente español de la Vulgata el sentido del griego que no ha pasado al latín:

“Comprended (vosotros comprended) que, si el padre de familia (amo de casa) supiera (hubiera sabido) a qué hora el ladrón vendría (viene), velaría (hubiera velado) y no dejaría (no hubiera dejado) horadar su casa. Por eso, vosotros también, estad prontos, porque el Hijo del hombre vendrá (viene) a la hora en que no pensáis”.


La dificultad del texto.

El P. Buzy coloca la parábola del Ladrón al igual que la de la higuera (Mt. XXIV, 32; Mc. XIII, 28; Lc. XXI, 29) en la clase de simples comparaciones (Introduction aux Paraboles, Gabalda, 1912, p. 187). La parábola de la Higuera se cierra con la comparación más fácil del mundo:

“Cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y sus hojas brotan, conocéis que está cerca el verano. Así también vosotros cuando veáis todo esto, sabed que está cerca, a las puertas”.

El equilibrio de los dos términos es impecable. No se puede decir lo mismo sobre la comparación del Ladrón:

“Así como un padre de familia no dejaría de velar para defender su casa, si, por un imposible, supiera la hora en que debe venir el ladrón; así, vosotros también estad prontos, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora en que no pensáis”.

Nada subraya más la falta de equilibrio que los esfuerzos de los comentadores para simplificarla un poco. Por ejemplo, Lacouture elimina prácticamente del texto la presciencia de la hora:

“Si el padre de familia sabía que debía venir un ladrón, seguramente estaría despierto. Pero, ese es precisamente nuestro caso. Sabemos que la muerte vendrá a despojarnos, pero ignoramos la hora de su venida” (Paraboles évangéliques, I, p. 394, Paris, Retaux, 1906).

Knabenbauer, cuidadoso de no mutilar el texto, deja al padre de familia la advertencia completa y se esfuerza únicamente por analizar la incertitud de los discípulos:

“Que, en efecto, han sido amonestados: saben que Cristo ha de venir; y también han sido adoctrinados sobre los signos previos” (in Mt. II, p. 352, Lethielleux, 1893).

Un poco más y el Hijo del hombre vendrá como ladrón que anuncia su llegada, lo cual no mejora la similitud, dado que el padre de familia es advertido no sólo de la venida del ladrón sino también de la hora en que vendrá. Lucas de Brujas no intenta restablecer el equilibrio de los términos expresados, sino para cargarlos con un ingenioso sobreentendido y así igualar la balanza:

“Si el padre de familia supiera la hora, velaría: no sabiéndola, debe estar preparado para todo; así también vosotros, velaríais si supierais la hora: estad siempre preparados, porque no la sabéis” (Cf. Comment. in Evang. I, p. 408. Antverpiae MDCVI).

¿No sería más simple reconocer buenamente la falta de equilibrio?

“La lógica oriental es más libre que la nuestra”. Así, “puede suceder que la analogía entre los dos términos de la comparación no sea de entrada muy clara, que no sea más que indirecta y, por así decirlo, lateral” (Buzy, Pour commenter les Paraboles, Revue Biblique, 1916, p. 415).

La dificultad no está completamente resuelta tan fácilmente: la presciencia de la hora no rompe solamente la analogía entre los dos términos de la comparación, sino que compromete singularmente la verosimilitud del primer término tomado aisladamente. “Si el padre de familia supiera la hora…”. ¿Cómo la sabría y por qué queremos que la sepa? ¿No era suficiente para que tuviera miedo del ataque nocturno de un ladrón, por ejemplo, con haber visto rondar un vagabundo por la noche alrededor de la casa? Al ceñirse a eso la parábola hubiera respetado la verosimilitud y, al mismo tiempo, hubiera hecho del padre de familia un verdadero modelo de vigilancia. ¿Sería únicamente por el pacer de romper la similitud que se imaginó una alerta tan inútil como inverosímil?

Ensayo de solución.

Esta historia del ladrón aparece pues tan poco real, que no ha podido ser presentada más que como irreal; pero, presentada así, ¿no pasa a ser completamente real? En efecto, hay una forma de entender la frase irreal que opera este milagro y disipa todas las dificultades de una sola vez. Es el irreal que funciona como un argumento ab absurdo, frecuentemente empleado en la lengua del Nuevo Testamento[1]. Notemos que la parábola del Ladrón no es seguida de οὕτως (así) (Mt. XXIV, 33) como la de la Higuera, sino de διὰ τοῦτο (por eso); ¿no es un indicio que debemos buscar en ella no un modelo sino un motivo de vigilancia? ¿Y cuál puede ser este motivo sino la ignorancia de la hora? La parábola, sin dudas, supone que la hora es conocida, pero por imposible o, más exactamente, ab absurdo. Admitamos, dice, que el padre de familia hubiera sabido la hora en que vendría el ladrón; evidentemente, hubiera vigilado y no hubiera dejado perforar su casa. Pero vosotros veis claramente que la casa ha sido perforada. Por lo tanto, el padre de familia no supo la hora.

Traduzcamos fielmente el texto griego:

“Comprended bien que, si el propietario hubiera sabido la hora de la venida del ladrón, hubiera velado y no hubiera dejado horadar su casa”.

Nuestro Señor da a sus discípulos una lección moral. Viendo una casa cuya pared principal acusa la hazaña nocturna del ladrón, toma ocasión para ilustrar sobre la comparación que encontramos en otra parte: el Hijo del hombre vendrá como ladrón (I Tes. V, 2; II Ped. III, 10; Apoc. III, 10; XVI, 15). Mostrando la brecha con el dedo: he aquí la prueba, dice, que el propietario ha sido sorprendido. Por eso, vosotros también, estad prestos (sí, vosotros también), porque el hijo del Hombre vendrá a la hora en que no pensáis”. Por eso, oíd: dado que el ladrón vino a la hora desconocida por el propietario, motivo rigurosamente paralelo al que Nuestro Señor agrega inmediatamente: porque el Hijo del hombre, etc.[2] En el fondo, ambos motivos no hacen más que uno: el primero no vale sino transpuesto y el segundo formula solamente la transposición necesariamente. El καὶ ὑμεῖς (también vosotros) anuncia simplemente esta transposición, sin la cual la recomendación de estar preparados podría parecer extraña. Los propietarios sorprendidos serán robados, por más dispuestos que estén a velar, pero los discípulos serán impunemente sorprendidos, con tal que estén preparados. El καὶ ὑμεῖς no significa, pues, como parece haberse creído generalmente, que los discípulos deban imitar la actitud del padre de familia. Es en vano que los comentadores lo han calificado de bueno y vigilante; imaginaria o real, su vigilancia no puede proporcionar un modelo, que en el primer caso es algo forzado y en el segundo inexistente. Pero en este último caso, la aventura de la que es víctima servirá como lección: he aquí lo que os espera, a vosotros también, a menos que estéis siempre preparados.

¿Por qué dice Loisy: “El objeto primitivo de la comparación era más bien la analogía de la sorpresa? (Evangiles synoptiques, II, p. 449). Es precisamente el objeto actual: no se trata de corregir el texto sino la interpretación recibida.





[1] He aquí, salvo mejor opinión, la clasificación de los irreales del Nuevo Testamento (griego).

Irreales vulgares: Mt. XI, 21.23; Lc. X, 13; Mt. XXIII, 30; XXIV, 22; Mc. XIII, 20; Mt. XXV, 27; Lc. XIX, 23; Jn. IX, 41; XI, 21.32; XV, 19.22.24; XIX, 11; Hech. XVII, 14; XXVI, 32; Rom. IX, 29; Gal. IV, 15.

Arrepentimientos: Mt. XXVI, 24; Mc. XIV, 21; Lc. XIX, 42; II Cor. XI, 1; Gal. IV, 20; III, Jn. 9.

Argumentos ab absurdo: Mt. XII, 7; XXIV, 43; Lc. XII, 39; VII, 39; Jn. IV, 10; V, 46; VIII, 19.42; IX, 33; XIV, 2.7.28; XVIII, 30.36; I Cor. II, 8; V, 10; XI, 31; Gal. I, 10; III, 21; Heb. IV, 8; VIII, 4.7; X, 2; XI, 5; I Jn. II, 19.

[2] Nota del Blog: Ver AQUI otro texto del Autor donde había tratado el mismo tema.