IV
OJOS PARA NO VER
Is. VI, 9-10
El alma que inundó una potente luz vuelve como
impelida a cruzar la huella luminosa. Entonces es cuando se inclina a desear
para otros la llama, a propagar una idea motriz, a conquistar adeptos. Tuve
esos deseos. Hablé a algunos amigos del poder que nos comunica "la esperanza viva" de la Vuelta de
Cristo; y un día con audacia, pregunté a un sacerdote: "¿Cree Ud. en la Vuelta del Señor Jesús?".
Una sonrisa un poco burlesca, un poco irónica, un poco
escéptica fué primero la única respuesta.
— "Pero, señor cura, Ud. leerá en la Ascensión,
cuya fiesta está próxima: "El volverá
de la misma manera que vosotros le habéis visto subir a los cielos".
—"¿Y qué es
lo que os puede significar que El vuelva?", contestó el venerable eclesiástico.
"¡Ud. no estará ahí!"[1].
— ¡Qué es lo
que me significa!... pero esto es toda mi esperanza, "la feliz esperanza", de la cual habla San Pablo. Ya el apóstol
evocaba estos "burlescos" que dirían: "¿Dónde está la promesa de su venida? Ahora, señor cura, ¿no os
parece que los Patriarcas supieron esperar sin ver y, más aún, por esto mismo
recibieron "el efecto de la promesa", que dependía de la primera
venida de nuestro Salvador?
¡Leyendo
asiduamente el Evangelio y las Epístolas, estamos obligados a creer en la
vuelta de Cristo, obligados a esperar su Reino!... Que este día sea próximo o
lejano, que lo vea o no lo durante mi peregrinación terrenal, esta esperanza es
una fuerza que transformó mi vida espiritual. Espero a Jesús por causa de su Gloria.
— "Yo
también, yo también espero..." contestó el sacerdote, "pero no tenemos
tiempo de pensar en ésto!... Nosotros estamos demasiados ocupados en probar
primero la existencia de Dios".
Tuve a menudo la curiosidad de plantear la misma
pregunta a católicos, de aquéllos que se llaman "practicantes":
- ¿Cree Ud. en
la Vuelta de Jesús?
Nunca se me ha dado una respuesta claramente
afirmativa. La idea de la Parusía se
confunde, aún para católicos instruídos, con las estrellas que caen del cielo,
con el Anticristo, el juicio, con espantosos cataclismos. No conciben la
alegría que produce el pensamiento de la gloriosa aparición del Señor Jesús con
sus Santos.
En cuanto a los
demás, menos instruidos, dilatan sus pupilas y os dicen: ¡Cómo! ¿Jesús ha de
volver?
Si se me hubiera propuesto la pregunta hace tres años,
no hubiera estado en el campo de los ignorantes ni de los escépticos, pero sí
en el de aquellos que descuidan sistemáticamente el estudio de estas cuestiones
del "Fin de los tiempos"
como demasiado difíciles de penetrar y como si careciesen de toda razón de ser
en la vida espiritual. Pero pensar así,
dejando a un lado toda la esperanza del Cristianismo, es como tener "ojos
para no ver". Parecióme oír dentro de mí la gran queja de Cristo acerca
del misterio de su Vuelta y de su Reino; y la palabra del profeta Isaías
repetida por San Mateo y por San Juan penetró en mi alma con una fuerza desconocida;
comprendí cuál había sido mi ceguera culpable durante tan largos años:
“Embota el corazón de este pueblo, y haz que sean
sordos sus oídos y ciegos sus ojos; no sea que vea con sus ojos, y oiga con sus
oídos, y con su corazón entienda, y se convierta y encuentre salud.” (Is. VI,
10).
"Respondióles y dijo: "Porque a vosotros os
ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no se
les ha dado (…) En cuanto a vosotros, ¡bienaventurados vuestros ojos porque ven
y vuestros oídos porque oyen!” (Mt. XIII, 11.16).
"Ellos no
podían creer, porque Isaías también dijo: “Él ha cegado sus ojos y endurecido
sus corazones, para que no vean con sus ojos, ni entiendan con su corazón, ni
se conviertan, ni Yo los sane”. (Jn. XII, 39-40).
Tal es, creemos, la explicación de este hecho
misterioso: ignorancia e indiferencia de
los católicos respecto de la Aparición y del Reino final de Cristo. Pues es
verdaderamente sorprendente esta ignorancia, esta indiferencia frente al
"acontecimiento supremo" sin el cual todo lo demás se "derrumba y desaparece".
Con una ceguera
inconcebible, hay quienes quieren hacer decir a la Escritura exactamente lo contrario
de lo que ella afirma con tanta fuerza.
En obras provistas del "Imprimatur" nosotros
podemos leer:
"La
Parusía ha preocupado mucho a los primeros cristianos, es verdad, pero hace
largo tiempo que nosotros no la esperamos"[2].
Y el hecho lo registra el autor sin protesta alguna de
su parte.
En otro libro se lee acerca de la Ascensión:
"Un ángel se les acercó y les anunció que esta
vez, Jesús de Nazaret no volvería más. Se les decía haber partido para no
volver"[3].
¿No vemos aquí el impresionante cumplimiento de la
profecía: "Ojos para no ver"? Esta
profecía se realizó ya una vez para los judíos. No reconocieron a Cristo porque
no estaban preparados para su primera venida.
¿Estamos nosotros
preparados para la segunda?
¿No están nuestros ojos obscurecidos?
¿No están nuestros oídos sordos?
¿No está nuestro corazón helado, y cerrado?
La BIBLIA nos habla sin cesar de esta esperanza del
mundo — 320 veces sólo en el Nuevo Testamento — pero nosotros no la leemos o la
leemos sin comprender.
La IGLESIA comenta el misterio de la Parusía por su
riquísima liturgia, pero nosotros oramos y no
abrimos nuestro corazón.
El ARTE ha representado en la escultura y en la
pintura la Vuelta de Cristo, pero nosotros miramos
y no vemos.
¡Sí! ¡Ojos cerrados para no ver!
¡Nosotros no sabemos!... Jacob al pie de la escala
misteriosa, no sabía que ahí estaba la casa de Dios y la puerta del cielo.
Es preciso que el mismo Dios abra nuestro corazón como
El lo hizo para Lydia, la que vendía púrpura en Ciatura:
"El Señor le abrió el corazón y la hizo atenta a las
cosas dichas por Pablo" (Hech. XVI, 14).
No estamos atentos, no gritamos como los ciegos del
camino de Jericó; sin embargo, Dios espera gritos para decir a los ojos, a los
oídos, al corazón: "¡Effeta!". "¡Por fin, abríos!" y
entonces creeremos en el misterio de la Vuelta anunciada y del Reino de Cristo.
VOLVERA!
¡REINARA!
[1] Nota del Blog: ¡horribles palabras que hielan el alma!
[2] Abbé P. Girodon: "Comentaire sur l'Evangile selon
Saint Luc". París, Plon, p. 354.
Nota
del Blog: la situación no ha
cambiado en absoluto desde entonces, al contrario.
[3] M. Marras: "Quel est donc cet homme?",
París, Perrin, p. 359. ¿Cómo ha podido introducirse una contradicción
tan flagrante del texto de los Hechos de los Apóstoles (I, 11), que acabamos de
citar, en una obra que tiene tan gran cuidado de la exactitud histórica?