II.- Lugar desde
el cual sale o terminus a quo.
Vamos de a poco.
Hasta aquí sabemos que se trata de un número no
despreciable de judíos conversos.
Por otra parte, si este grupo ha de huir todo junto
hacia el desierto, lo más natural es que salgan todos de un mismo lugar y no
que se encuentren en el camino. Por lo demás, es lo que parece suponer el
relato del Apocalipsis y no hay razones para pensar otra cosa.
Sabemos, además, que esta huída es anterior a la aparición del Anticristo tal como se puede apreciar
fácilmente por la mera lectura del resto del capítulo XII, con lo cual estamos en la primera mitad de la
Septuagésima Semana, vale decir, durante los tres años y medio de la prédica de
Elías a la cual deberíamos sumar la
existencia de Eliaquím, el Caudillo
de Israel, aquel rey que ha de recibir de manos de Jesucristo la llave de la casa de David (cfr. Is. XXII, 15-25 citado en
la Iglesia de Filadelfia, Apoc. III, 7).
Por último, no debemos olvidar que la Mujer huye al
desierto en medio de una feroz persecución que la Escritura ha dado en llamar
con el expresivo término “la Angustia de Jacob” (ver AQUI
las citas del Antiguo Testamento).
Con estos datos presentes es fácil rechazar a
Jerusalén como punto de partida de la huída, pues la ciudad será tomada (y
consiguientemente serán muertos Elías
y Eliaquím) recién con el Anticristo y no antes. Habrá que
buscar, pues, otro lugar.
¿Por qué no
pensar en Babilonia?
Jerusalén - Babilonia |
Existe en Miqueas
(IV, 9-13), un pasaje en extremo
interesante que parece coincidir por completo con el capítulo XII del Apocalipsis.
Dice así:
¿Por
qué, pues, gritas ahora tan fuerte?
¿No hay acaso rey en tí[1]?
¿Ha perecido tu consejero[2]?
¿Por qué te han atacado dolores
como de mujer que está de parto?
¡Retuércete y gime, hija de Sion, cual parturienta!
pues ahora saldrás de la ciudad
y habitarás en el campo,
y llegarás hasta Babilonia;
pero allí serás libertada;
allí te rescatará Yahvé del poder de tus enemigos.
Ahora
se juntan contra tí muchas naciones,
que
dicen: ¡Sea profanada,
y
vean nuestros ojos (la ruina de)
Sion!
Pero
ellos ignoran los pensamientos de Yahvé
y
no entienden sus designios;
pues
Él los junta como gavillas de la era.
¡Levántate
y trilla, hija de Sion!
porque
haré que tu cuerno sea de hierro
y
tus pezuñas de bronce;
aplastarás
a muchos pueblos,
y
consagrarás a Yahvé sus bienes,
y
sus riquezas al Señor de toda la tierra”.
Notemos antes que nada que los
tiempos de esta profecía se extienden mucho más allá no sólo del cautiverio de Nabucodonosor sino incluso de la
primera Venida. Sin salirnos del mismo capítulo
IV, vemos que se habla de “el fin de los días” (v. 1), se dice que el monte Sión será el más alto de todos (v. 1; ver Is. II, 2 s.), que muchas naciones adorarán al Dios verdadero y que
Él reinará sobre ellas (vv. 2-3), que
será un tiempo de paz (v. 3-4), y
que “en aquel día” Dios pondrá fin al cautiverio de “la que cojea” (vv. 6-8).
Tras esta profecía, todavía
futura para nosotros, sigue el texto que acabamos de citar.
Avancemos un poco más.
Se habla, por si fuera poco, de
los dolores de parto, al igual que en el Apocalipsis y el Discurso Parusíaco.
Bastará dar las citas para, al menos, sospechar la identidad de los pasajes:
Miq. IV, 9-10: “¿Por
qué te han atacado dolores como de mujer
que está de parto? ¡Retuércete y
gime, hija de Sion, cual parturienta!”.
Mc. XIII, 6-8: Muchos vendrán en mi nombre diciendo: "Yo soy (el Cristo)", y a
muchos engañarán. Cuando además oigáis guerras y oídas de guerras, no os turbéis. Esto debe suceder, pero no (es) todavía el fin. Se levantará, pues,
nación contra nación y reino contra reino. Habrá terremotos en diversos
lugares, habrá hambres. Comienzo de los dolores (de parto)
ésto”.
Apoc. XII, 1-2: “Y un signo grande fue visto en el cielo: una mujer
vestida con el sol y la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce
estrellas, y está encinta y clama con
dolores de parto y atormentada por dar a luz”.
Parecería, por lo
tanto, que la Mujer sale[3]
(desde Jerusalén, seguramente) hacia Babilonia, en donde encontrará resistencia
para dar a luz a su Hijo varón, y desde donde será librada de sus enemigos.
Citemos, por último, dos
testimonios que, sin ser contundentes ni muchos menos, van, con todo, en el
mismo sentido.
1) Por
un lado tenemos una alusión, implícita pero no menos clara, en uno de los
Salmos.
Allí leemos:
Sal. LIV, 10:
“Piérdelos, Señor, divide sus lenguas,
pues en la ciudad veo la violencia y la discordia”.
Para que la exégesis que damos
tenga algún viso de verosimilitud, antes debemos tener en cuenta un par de
cosas a la hora de interpretar los Salmos.
a) En
primer lugar es preciso tener presente que todos los Salmos son proféticos y hablan
de los últimos tiempos. Basta
poner en boca de la Mujer que huye al desierto lo que se lee en muchos de ellos
para ver, sin ningún esfuerzo, que se está hablando délla.
b)
En muchos expresamente y en otros en forma un tanto
velada se dice claramente que no es David
quien habla sino Israel, o si se quiere, David
como tipo de Israel. Pero lo cierto
es que en varios Salmos, al menos, no
hay dudas que quien habla es Israel.
Y así, sin salirnos del Salmo que
acabamos de citar, vemos que el Salmista pide ayuda contra el enemigo (Satanás)
(v. 4. Ver Apoc. XII, 4), y luego en su angustiosa oración exclama (v. 7):
“¡Oh
si tuviera yo alas como la paloma
para volar en busca de reposo!” Me
iría bien lejos a morar en el desierto…”.
Esto es un eco de lo que leemos
en el capítulo XII del Apocalipsis.
Los comentarios sobran.
Teniendo esto presente, se
entiende al punto nuestra opinión cuando cotejamos lo que dice Straubinger al comentar el v. 10.
“Divide sus lenguas: Evidente alusión a Babel (Gen.
XI, 7-9)”.
2) Y
por el otro lado existe un pasaje interesante en Zacarías.
II, 7: “¡Sálvate, oh Sión, tú que habitas en Babilonia!”.
El texto es curioso porque Zacarías escribe después de la vuelta de los judíos desde Babilonia.
Straubinger
parece[4] aplicarlo
a los judíos que no habían vuelto del cautiverio de Nabucodonosor, pero creemos que hay por lo menos dos razones que se
oponen a esta interpretación:
a)
El pasaje habla de un peligro para
los judíos que habitan en Babilonia (¡Sálvate!
Ver también el v. 6), y los judíos que prefirieron quedarse en
Babilonia tras el edicto de Ciro, gozaron de una perfecta paz y tranquilidad.
b)
El contexto mismo se opone a semejante exégesis. El mismo capítulo II habla de Jerusalén
habitada “sin muros” (lo cual contrasta admirablemente con lo que sucedía
en aquel entonces e incluso con lo que ven nuestros ojos hoy en día) “a causa
de la multitud de hombres y animales” (v.
4), Dios mismo la circundará con
fuego y será glorificado en ella (v.
5), y por último los vv. 10-13 son
una bella descripción del Milenio.
Con todo, es posible que este
pasaje no se aplique a la Mujer del capítulo
XII del Apocalipsis sino a los judíos que vivirán en Babilonia inmediatamente antes de su destrucción y que serán llamados por Dios para no
perecer junto con la ciudad (Apoc.
XVIII, 4).
Lo que sí parece ser cierto es
que se trata de una profecía para nosotros.
[1] ¿Eliaquím?
[2] ¿Elías?
[3] Este verbo parece confirmar nuestras sospechas
de que Miqueas no habla aquí del
Cautiverio de Nabucodonosor sino de otra cosa bien diversa, pues el profeta no
dice que Sión “será llevada” o algo semejante, sino que saldrá, casi como por propia iniciativa, y que llegará a Babilonia
después de un tiempo.
[4] Decimos parece
porque en la nota cita Is. XLVIII, 20,
Jer. LI, 6 y Apoc. XVIII, 4, a
las que podría agregarse Is. LII, 11;
Jer. L, 8 y LI, 45. Pasajes paralelos que se refieren a la huída desde
Babilonia inmediatamente previa a su caída. Caída que la historia todavía no ha presenciado y que deberá hacerlo
algún día.