lunes, 27 de abril de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (VI de XIV)

8. PRESENCIA DE LOS RESUCITADOS EN EL REINO

Es evidente que si Cristo ha de venir a juzgar y reinar entre los vivos, que ha de estar entre los hombres con una presencia diferente de la que antes tenía. Esa será la parusía.
Pero una cosa es la presencia, todo lo real y eficaz que se quiera y otra la visibilidad[1]. Según la respuesta del S. O. del 12 de julio de 1944, ésta no se puede enseñar seguramente: "vendrá visiblemente a esta tierra para reinar… no puede enseñarse sin peligro", al menos por lo que atañe al reinado de los mil años, que es el objeto directo del decreto.
Y nosotros, algunos años antes en nuestra Summa isagogico-exegetica in libros [N.T.][2], Romae, 1940, pág. 280/281, haciendo extensiva la doctrina a los santos correinantes, escribíamos:

Cristo y los santos que han de resucitar, que serán dignos de aquel siglo y de la resurrección, no permanecerán en la tierra como sostuvieron los quiliastas insanos (Cerinto, Montano, Nepos, Apolinario), y tal vez también los sanos (Justino, Ireneo, Hipólito, Tertuliano, Lactancio y otros), sino más bien invisibles, como corresponde a los cuerpos incorruptibles. En efecto, el descenso [del Señor] destruirá el efecto de la Ascensión; por lo cual Cristo y los santos estarán en el reino futuro de los mil años entre los hombres [viadores], pero casi en el mismo estado en el que estaba Cristo resucitado durante los 40 días antes de su Ascensión[3].

En sustitución de dos llamadas, no tan acertadas según nuestro modo de ver actual, se han entreverado esas dos palabras, que van entre corchetes. Lo demás está como en la Summa, que puede así considerarse como un feliz antecedente del decreto del S.O.

Hoy nos atreveríamos a precisar más la doctrina invisibilista tomándola no sólo por más segura, sino por cierta[4]. El Señor tras su espectacular Descenso (Script. pass.), bien diferente de su primera aparición y la de su obra entre los hombres (cf. Lc. XVII, 20), se hace "el Dios escondido", de que nos habla Is. XLV, 15. Lugar de su escondimiento, desde donde hará sentir fuertemente su presencia invisible, el novísimo Templo de Jerusalén, dedicado al culto cristiano, y no al mosaico pese a ciertas apariencias y de cuya futura existencia apenas es posible dudar, dado que el último anticristo se lo disputará temerariamente al mismo Cristo, según II Thes. II, 4; Ap. XI, 1 ss.; XIII, 6; cf. Ez. XLIII, 7; Ag. II, 7-10; Mal. III, 1 etc. etc.[5]

El nombre que al tenor se le dará en ese nuevo estado es el de “Señor de toda la tierra", como es de ver en Miq. IV, 13; Zac. IV, 14; Ap. XI, 4, etc., con relación manifiesta al novísimo templo. La nueva denominación rima bien con la doctrina de San Pablo sobre la sujeción a Cristo Jesús del futuro orbe de la tierra, sujeción que todavía no es un hecho, pero que lo será algún día (Hebr. II, 5 ss.; cf. X, 13). Ni son estos los únicos textos que ilustran tales atisbos.
La misma invisibilidad que a Cristo Rey hay que atribuir a los santos correinantes. Aun suponiendo que su resurrección es corporal, los santos han de estar en estado de invisibilidad respecto a los hombres viadores lo mismo que Cristo, de cuya gloria y poder participan, y al parecer ni si quiera se establecerán en nuestro suelo sino que quedarán con Cristo en la región del aire, a donde subirán a encontrarle en su venida. A ellos se unirán no pocos de los que aún vivan, pasando de un vuelo de la vida mortal a la inmortal:

“Porque el mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitaran primero. Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados juntamente con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor. (I Tes. IV, 16-17)”.

Es bien de notar esa asunción a la vida inmortal de los que aún viven la vida terrestre, tan en conformidad con estas palabras del Maestro: "Entonces, estarán dos en el campo, el uno será tomado y el otro dejado; dos estarán moliendo en el molino, la una será tomada y la otra dejada”. (Mateo XXIV, 40 s. y par). Los que quedan aquí, naturalmente continúan su vida de viadores. Los que son arrebatados, comienzan a vivir su vida inmortal con Cristo, y con El juzgan a los sobrevivientes, y reinan sobre los hombres por mil años.

Si tras todo lo alegado, y serenamente expuesto, alguno exclamara todavía, como los cafarnaítas: "Dura es esta doctrina: ¿Quién puede escucharla?” (Jn. VI, 60), sin quitar una jota ni una tilde de lo dicho les podríamos responder con el Maestro: "Las palabras que Yo os he dicho, son espíritu y son vida" (Jn. VI, 63). Quitad de una vez para siempre de la imaginativa el espectro milenarista del visibilismo condenado. Trasformad, si os place, ese reinado de Cristo con sus santos en una peculiar protección y mimo (cf. Is. LXVI, 12 ss.; al. pass.) de Cristo y de los santos para con su Iglesia, la dulce esposa y madre dolorida. ¿Es que no ha de tener también ella su respiro en este suelo? ¿No lo tuvo Cristo su Maestro durante los 40 días que permaneció con sus discípulos, hablándoles cabalmente del reino de Dios?
Lo de que la iglesia, es y será siempre militante en este suelo, tiene su más y su menos. Así lo pensaba el profeta Isaías, cuando cantaba alborozado: "Loquimini ad cor Jerusalem et advocate eam, quoniam completa est militia ejus" (Is. XL, 2). Dice que ha dejado de ser militante, completa est militia ejus, que así hay que leer con el hebr. tsabá, y no malitia que se introdujo en la Vulgata. La razón de esa afirmación es clara. No hay militia, sin enemigos que vencer, normalmente externos, y los dos grandes enemigos que la Iglesia tenía, el mundo y el demonio, están o van a estar muy pronto fuera de combate. He ahí la razón de las albricias del profeta cien veces repetidas en esta segunda parte de su profecía que es la consolatoria[6].
Queda, es verdad, el enemigo doméstico del fomes peccati, que seguirá moviendo guerra al hombre hasta su muerte, mas por ser de carácter personal, no afecta directamente a la sociedad, ni aun casi indirectamente, sin los otros dos. Dadme una sociedad donde se repriman eficazmente los escándalos públicos y no se dejen aflorar las sugestiones infernales, y yo os la doy pacífica y sosegada, no sólo con esa paz y seguridad interna, que siempre tuvo y tendrá la Iglesia, sino con esotra externa y social, que le hacía falta, y de que hablan en primer término con profusión de figuras, los profetas.
¿Garantía de todo este orden de cosas? Cristo y los santos entre bastidores, en plan de protección perenne.






[1] Este ha sido un feliz cambio en la exégesis del gran sacerdote español. Antes de haber podido leer este artículo, ya le habíamos criticado su distinción entre el mero “advenimiento” de Cristo y su “presencia” o Parusía. Aquí el autor modifica su postura anterior y simplemente distingue entre Presencia “visible” e “invisible”, ni más ni menos que lo que hicimos nosotros, siguiendo la huella del famoso decreto del ´44 y al mismísimo Lacunza. Ver AQUI.

[2] Libro inhallable. Si el lector amable nos podría ayudar a conseguirlo, se lo agradeceríamos eternamente.

[3]Christus vero et sancti suscitandi, qui digni habebuntur saeculo illo et resurrectione, non remanebunt in terra ut tenuerunt chiliastae insani (Cerinthus, Montanus, Nepos, Apolinaris), forsitan et chiliastae sani (Justin., Iren., Hipol., Tertull., Lactant., alii), sed potius invisibiles, ut decet corpora incorruptibilia. Nimirum Descensio [Domini] destruet effectum Ascensionis; quare Christus et sancti in futuro regno mille annorum, erunt quidem inter homines [viatores], sed in eo ferme statu, in quo erat Christus suscitatus per 40 dies ante Ascensionem suam."

[4] Como se vé, el cambio ha sido bastante radical, pero para quien sigue la letra de las Escrituras la certeza de un reino presente, aunque invisible, de Cristo con sus Santos se impone necesariamente.

[5] Muchísimas cosas para decir en este párrafo que, junto con los siguientes, nos parecen lo mejor de todo este trabajo y nos recuerdan por momentos a Lacunza.

Digamos aunque más no sean tres palabras:

a) La exégesis de Isaías sobre el “Dios escondido” es simplemente sublime. No la habíamos visto en ningún otro autor y nos parece un hallazgo felicísimo de Ramos García. El contexto muestra a las claras que la referencia es posterior a la liberación y fin del cautiverio de Israel y que coincide con la conversión de las Naciones.

b) El autor afirma claramente que el Anticristo profanará el Templo de Salomón reconstruído. Esto nos parece bastante obvio pero lamentablemente son muchos, y entre ellos algunos milenaristas, los que alegorizan todos esos pasajes.

c) El tema de los sacrificios judíos en el Templo es demasiado complejo como para decir algo definitivo al respecto. Nosotros seguimos a Lacunza en este escabroso tema pero aquí, sin entrar en disputas, nos basta con que el autor reconozca que “en apariencia”, léase: “según la letra del Texto”, el nuevo Templo va a ser consagrado al culto mosaico.

A la afirmación del autor nos parece que le faltan dos pequeñas precisiones: por un lado que el culto mosaico no solo que no sería exclusivo sino que será totalmente secundario del culto Cristiano, es decir de la Misa; y por otro lado no volverían todos los ritos, ceremonias y sacrificios sino sólamente algunos.

[6] Independientemente de la traducción que corresponda, creemos que yerra aquí el autor, y por las siguientes razones:

1) Isaías no está hablando de la Iglesia sino de Israel:

a) El misterio del Cuerpo Místico es una revelación del Nuevo Testamento (Ef. III, 8 s; Col. I, 25 s.).

b) Sin salirnos del capítulo XL, vemos que le habla a Jerusalén (v. 1), a Sión-Jerusalén-ciudades de Judá (v. 9) y a Jacob-Israel (v. 27).

c) Al pueblo de Dios se le consuela porque ha sido expiada su culpa y porque ha recibido el doble por sus pecados. Nada de ésto se puede decir de la Iglesia.

2) Comparemos el texto de Isaías con el del Eclesiástico y veremos que son como un eco el uno del otro:

Is. XL, 1: “Consolad, consolad a mi pueblo dice Dios, etc.”.

Eccli. XLVIII, 27: “Isaías vio la gloria de Dios y consoló a los que lloraban en Sión, etc.”.