Nota
del Blog: Sin dudas este gran trabajo del P. Ramos García fue para nosotros un
feliz hallazgo. Cuando publicamos hacia fines de 2013 su estudio sobre La Restauración de Israel (ver AQUI
la I Parte) desconocíamos por completo este estudio.
En aquel entonces
ya le habíamos criticado su teoría (bastante extraña, por cierto) donde
distinguía entre el mero Advenimiento
de Nuestro Señor, en contraposición a su Presencia
o Parusía.
Para nuestra
sorpresa (y alegría, por supuesto) hemos visto que el autor modificó, varios
años después, su posición anterior en consonancia con lo que criticábamos y en
plena conformidad con Lacunza, a
quien sin dudas ha leído y estudiado.
En este nuevo
estudio deja de lado su distinción entre el mero “Advenimiento” y “Presencia”,
y simplemente distingue entre una doble presencia: la Visible y la Invisible.
Rechazando con muy
sólidos argumentos escriturísticos (y en particular con un texto delicioso de Isaías) la presencia visible de Cristo (en consonancia con el
famoso decreto del ´44 y con el mismo Lacunza),
el P. Ramos García va más lejos aún y
nos da como cierta la presencia
física pero invisible de Cristo y sus
Santos durante el Milenio.
De más está decir
que seguir criticando el Milenarismo (sin hacer ningún tipo de distinciones)
basado en el decreto del ´44 arguye un desconocimiento absoluto del tema, y
trabajos como éste son una refutación al respecto.
Autor: José Ramos García,
C.M.F.
Fuente: XVI Semana Bíblica
Española, (Sept. 1955), publicado el año 1956, pp. 228-272 ss.
SUMARIO
Introducción. I. — Estampa
del reino mesiánico. 1. El sistema teológico y el bíblico. 2. Los dos aspectos
del juicio universal. 3. El carácter social del juicio universal. 4. El misterio
de la iniquidad. 5. El aherrojamiento de Satán. 6. El reinado de Cristo con sus
santos. 7. Las dos resurrecciones. 8. Presencia de los resucitados en el reino.
Conclusión.
II. — La presencia de
Israel en el reino mesiánico. 1. La solución histórica. 2. La solución
alegórica. 3. La solución homológica. 4. La solución sincrética, 5. La solución
escatológica. 6. La teoría antioquena. 7. Los artífices de la restauración. 8.
El tsémah y el pontífice. 9. La gesta del tsémah en las profecías. 10. Los
testigos de Cristo contra el Anticristo. 11. La misión particular de Elías en
la Escritura.
Conclusión.
INTRODUCCION
El objeto universal de las profecías del Antiguo y del Nuevo Testamento es
el Mesías y su obra, donde podemos distinguir dos clases de profecías, unas que
llamaremos, siquiera provisionalmente, históricas, y otras escatológicas.
Llamamos profecía histórica a la que
gira en torno a la primera venida del Mesías, y en Él y en su obra, la Iglesia
histórica, se cumplió ya, o se va cumpliendo. Llamamos, en cambio, profecía escatológica, a la que está
abocada a su segunda venida, antecedentes inmediatos, y obras que la acompañan
y siguen en maravillosa perspectiva.
Esta distinción es poco
más o menos la que hace San Pedro en
su primera canónica, cuando hablando de la salud mesiana, dice así[1]:
“Sobre esta salvación inquirieron y escudriñaron los profetas, cuando
vaticinaron acerca de la gracia reservada a vosotros, averiguando a qué época o
cuáles circunstancias se refería el Espíritu de Cristo que profetizaba en
ellos, al dar anticipado testimonio de los
padecimientos de Cristo y de sus glorias posteriores. A ellos fue revelado
que no para sí mismos sino para vosotros, administraban estas cosas que ahora
os han sido anunciadas…” (I Ped. I, 10
ss).
Es precioso este texto del
Apóstol, porque nos da una indicación neta del doble objeto de las profecías paleotestamentarias. Son por un lado
los padecimientos de Cristo, y
consiguientemente los de su Iglesia, que es su prolongación y complemento (τὰ εἰς Χριστὸν παθήματα), y por otro
lado las glorias postrimeras (τὰς μετὰ ταῦτα δόξα), es decir,
escatológicas.
Concretando un poco más la
distinción, aun a riesgo de adelantar conceptos, esas profecías hablarían del
Mesías y de sus gestas, referentes de una parte a la primera venida en humildad, y de otra a la segunda venida en majestad y gloria; primero en atuendo de
sacerdote y víctima, y luego en atuendo de rey, como le aguardan los judíos, o
de juez, como le esperan los cristianos, dos palabras que encierran un mismo
concepto.
A propósito de este texto
son bien de notar dos cosas:
1. La afirmación general de que todas las profecías miran a Cristo,
contra lo que se dan fácilmente por satisfechos del cumplimiento de ciertos
vaticinios en la historia de Israel, sin preocuparse más de su ulterior
cumplimiento mesiano.
2. El cumplimiento tan literal de los vaticinios referentes a las
humillaciones del Mesías, contra los que no ven nada concreto en lo referente a
sus glorias posteriores para afirmarse su sentir, invocan tal vez los géneros
literarios, y nos dicen de los profetas, que además de profetas son poetas, poetas
orientales que es cuanto decir exagerados e idealistas, como si los profetas de
Israel fueran poetas orientales sólo en la descripción de las glorias del
Mesías y no en la de sus dolores.
Una exégesis que no quiera ser arbitraria, ha de
comenzar por tener sumo respeto a la letra, dejándola hablar libremente en
cualquier género literario, tomando las palabras, ahora en sentido propio, ahora
en el metafórico o figurado, según las exigencias del contexto, sin otras
restricciones extrínsecas, y menos, prejudiciales.
Es la lógica viril de la hermenéutica.
Dando de mano a las
profecías referentes a la primera venida del Mesías, aquí nos ceñiremos a las
que nos hablan de su segunda venida "a juzgar a los vivos y a los
muertos", fórmula dogmática, cuyo complejo contenido coincide con el de
"las glorias postrimeras". A las pasiones del Mesías no nos vamos a
referir, si no es tal vez incidentalmente como introducción a sus gloriosas
gestas, cuya cronología, u orden de sucesión en el tiempo, quisiéramos
determinar posiblemente.
Determinado en líneas
generales el campo escatológico, había que descender seguidamente a señalar los
particulares acontecimientos y después de ordenarlos pacientemente con orden de
sucesión, tratar de investigar la naturaleza íntima de cada uno. Lo que aquí
más nos interesa es la existencia futura de tales acontecimientos, y el orden
en que se producirán. La investigación de su naturaleza íntima no cabe en los
lindes de un artículo y está preñada de dificultades. Estas se irán disipando
paulatinamente, una vez conseguida la disposición orgánica de hechos tan
complejos, pues ordenados como en un esquema por sus coyunturas naturales,
mutuamente se han de iluminar y esclarecer, como acontece con los hechos de la
historia, una vez establecida su cronología.
Como base previa,
indispensable, para poner un poco de orden en el caos de tantas visiones y
descripciones proféticas del último porvenir, hemos tenido que hacer un minucioso
estudio comparativo de todos los vaticinios de asunto escatológico, tanto del
Viejo como del Nuevo Testamento, recorriendo muchas veces un campo tan extenso
y tan poco cultivado. Mas pronto nos
dimos cuenta que era imposible poner orden en ese caos sin la ayuda de San
Juan, que nos dió la clave en el Apocalipsis, recogiendo, completando y
ordenando los vaticinios anteriores sobre la gloriosa vuelta del Mesías, en una
obra de sistematización, semejante a la que hará luego en su Evangelio con
respecto a los Sinópticos. Sin el IV Evangelio es imposible cronizar los
Sinópticos y sin el Apocalipsis, imposible cronizar las profecías.
No se ha reparado lo bastante en el esfuerzo
consciente de San Juan, el último de los autores inspirados, para completar y
poner orden, no sólo en el campo de la historia evangélica, sino primero y
principalmente en el de la profecía escatológica.
De ahí el trato tan desigual que se ha dado al genial autor del Apocalipsis.
Como resultado del
esfuerzo personal, sostenido con tales adminículos, damos en nuestro trabajo un
esquema razonado de los acontecimientos que señalan el desenlace final de la
historia humana, bajo la acción poderosa del Mesías redivivo, puesto al servicio
de sus escogidos. Si logramos asentar bien la futuridad y sucesión de tales acontecimientos,
nos daremos por muy satisfechos, sin meternos en muchas honduras acerca de su
naturaleza, que puede ser el objeto de una investigación ulterior hecha sobre
el esquema.
No citamos autores. Ni
aludimos a nadie determinadamente. Nos mantenemos en el orden de las ideas, que
pueden ser, y serán muchas veces históricas, pero las presentamos
deliberadamente en una abstracción casi absoluta de sus patrocinadores, lo
mismo cuando las admitimos que cuando las rechazamos. No queremos hacer un status quaestionis detallado, aunque
habrá algo de eso en nuestro estudio. El intento es dar, analizar, clasificar
ideas, vengan de donde vinieren, en orden a una inteligencia más cumplida de
los vaticinios sobre el reino mesiano, superando dos tendencias extremas, la de
los que todo lo quieren ver cumplido en Israel sin la Iglesia, o todo en la
Iglesia sin Israel, que es a quien directamente se hacen las promesas.
Creemos sinceramente, que
la plena inteligencia está en verlas cumplidas a la vez en Israel y en la
Iglesia, cuando aquel se incorpore a ésta según la perspectiva de San Pablo en Rom. XI[2]. Como a tenor de la
sentencia del Apóstol, ellos no habían de llegar a la consumación sin nosotros
(Heb. XI, 40), así nosotros no
llegaremos a la consumación sin ellos. Y eso no se puede realizar si no es en
un reino mesiano, por fuerza escatológico, como veremos oportunamente.
Establecer y dibujar ese reino es el asunto de la primera parte, y explicar la
presencia de Israel en ese reino es el asunto de la segunda.
[1] El autor cita casi siempre el texto latino de la Vulgata. Por comodidad
del lector damos, por lo general, la traducción de Straubinger.
[2] ¿Realmente dice San Pablo en
Rom. XI que Israel va a entrar en la Iglesia?