4. Juan a las siete Iglesias que están en
el Asia: gracia a vosotras y paz de parte de “el que es y el que era y el que
viene”, y de parte de los siete espíritus que están delante de su trono,
V) y de parte de los siete espíritus que están delante de su trono,
Comentario:
Los Siete Espíritus son los mismos que aparecen en III,
1; IV, 5, V, 6 y VIII, 2.
Las opiniones de los autores están divididas, pues hay
quienes los aplican a los siete Arcángeles de la tradición judía y quienes al
Espíritu Santo.
Sin embargo somos de la opinión que los siete espíritus son los siete Arcángeles
de la tradición judía. Además de los argumentos que traen los autores y que
daremos más abajo, creemos que hay otro tomado del uso de la palabra en el
Apocalipsis, ya que el sustantivo es usado en plural siempre para designar a
los ángeles, sean éstos buenos o malos, mientras que el singular está reservado
al Espíritu Santo.
En Plural[1]:
XVI, 13-14: “Y ví de la boca del
Dragón y de la boca de la Bestia y de la boca del Falso Profeta (salir) tres espíritus inmundos como ranas. Son espíritus de demonios que obran
signos (prodigiosos) y van a los reyes de todo el orbe a fin de congregarlos
para la guerra del gran día del Dios Todopoderoso”.
XXII, 6:
“Y me dijo: “Estas palabras son fieles y veras, y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas,
envió su ángel para mostrar a sus siervos lo que debe suceder pronto”.
En Singular[2]:
II,
7: “Quien tiene oído oiga lo
que el Espíritu dice a las Iglesias…
etc”.
Mismo giro en II, 11.17.29; III, 6. 13.22.
XIV, 13: “Y oí una voz del cielo que decía: “Escribe:
¡Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor desde ahora! Sí, dice el
Espíritu, que descansen de sus trabajos, pues sus obras siguen con ellos”.
XIX, 10: “Y
caí a sus pies para postrarme ante
él, y me dice: “Guárdate de hacerlo. Yo soy consiervo tuyo y de tus
hermanos, los que tienen el testimonio de Jesús. Póstrate ante Dios. Pues el testimonio
de Jesús es el Espíritu de profecía”.
XXII, 17:
“Y el Espíritu
y la Novia dicen “Ven”, y el que oye, diga “Ven” y el que tenga sed, venga, el
que quiera, tome agua de vida gratis”.
Wouters,
después de citar un par de autores que afirmaban que estos siete espíritus era
el Espíritu Santo dice con gran precisión: “En verdad esta exposición no puede
sostenerse; pues de ninguna manera puede
decirse del Espíritu Santo que está delante
del trono de Dios, pues más bien hay que decir que está en el trono, como
Señor Dios, y no delante del trono, lo cual la Escritura aplica a los que
sirven a Dios[3].
Respondo y digo: “Por
los siete espíritus se entienden los siete ángeles principales que asisten a
Dios, como acompañantes y principales de Dios, listos para cumplir todo mandato
divino, o por sí o por otros ángeles inferiores, sobre todo en el cuidado y
administración de los hombres.
Prueba.
1)
Del cap. V, 6 donde San Juan, haciendo mención de los
mismos siete espíritus, dice: “Y vi
en medio del trono y de los cuatro Vivientes y en medio de los ancianos un
Cordero de pie, como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son
los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra”. Ergo, los espíritus nombrados son ángeles,
pues estos suelen ser enviados por Dios. Además ángel significa enviado, nuncio o legado. De aquí que en Zacarías
IV, 10 estos siete espíritus sean llamados: “siete ojos del Señor que recorren toda la tierra”.
2) Del cap. VIII, 2 donde estos siete espíritus, que aquí se dicen estar delante del trono,
expresamente son llamados ángeles; dice, pues, allí San Juan: “Y vi los siete
ángeles que están en pie ante Dios y les fueron dadas siete tubas”.
3) En Tob. XII, 15 el
ángel dice: “Yo soy uno de los siete que
asistimos delante del Señor”, a
saber próximos, como si fueran los primeros del Rey y sumo Gobernador del mundo;
pues además otros miles de millones asisten a Dios, como dice Daniel VII, 10”.
Contra la objeción de que los ángeles no pueden causar la gracia y la
paz que el vidente implora para las siete Iglesias, dice:
“Resp. Distingo la mayor: no se puede pedir o esperar de los
espíritus creados, como autores o dadores de la gracia y la paz, conc.; no se
les puede pedir como nuestros intercesores y ministros de Dios, niego, pues
quien tiene en la corte del rey el favor de los íntimos del rey, tiene también
la gracia del rey”.
Y contra la objeción de que si los siete espíritus fueran ángeles
entonces Jesucristo sería nombrado después que estos, dice:
“Resp. Antes había hablado de
Cristo en cuanto Dios, con estas palabras: “el
que es y el que era y el que viene”[4],
y luego habla del mismo en cuanto hombre; y así lo pone después de los ángeles,
ya que según la natura humana pasible, es inferior a los ángeles, según el Salmo VIII, citado por San Pablo en Heb. II, 7; además como pretendía
escribir en los siguientes versículos muchas cosas de Cristo, a fin de no repetir,
prefirió más bien mencionar a los ángeles, para así poder hablar de Él sin
interrupción”.
Idem Alápide y Caballero Sánchez.
Gelin: “…más probablemente se trata
de los siete ángeles de la tradición judía, que sirven a Yahvé; cfr el Targum
de Jonathan en Gen. XI, 7: “Dixit Deus VII angelis qui
stant coram illo”.
Si Jesucristo viene después
déllos es porque Juan describe
su posición más cerca del trono y no establece una jerarquía, que por otra
parte está suficientemente marcada en III,1 (Calmes
p. 114; Joüon, Rech. de sc. Relig.
1931, pag. 486). Tal vez Jesucristo está en último lugar a fin
de facilitar el encadenamiento del discurso, ya que los dos versículos
siguientes van a hablar de Él (Bossuet)”.
Ramos García[5]: "Priva hoy en Teología el ver a
estos siete espíritus a la tercera persona de la Santísima Trinidad, al
Espíritu septiforme, cuya plenitud está en Cristo, e invocan a propósito el
texto de Isaías XI, 2 s.: et requiescet
super eum spiritus Domini spiritus sapientiae et intellectus spiritus consilii
et fortitudinis spiritus scientiae et pietatis et replebit eum spiritus timoris
Domini.
Si he de decir lo que siento, no se me asentó nunca
esa identificación del Espíritu septiforme con los siete espíritus
apocalípticos, qui in conspectu throni eius sunt
(Apoc.
I, 4), por parecerme forzada y contrahecha. Y es que no se deja hablar a los
textos sino que se los solicita para que encajen de buen o de mal grado en una
concepción premeditada.
Isaías no habla, como el Apocalipsis, de siete
espíritus, ni aun siquiera en la expresión material de las palabras, la cual se
repite sólo cinco veces, la una para indicar el origen del Espíritu (spiritus
Domini), y las otras cuatro para significar los efectos varios de ese único
Espíritu en el alma, acoplados de dos en dos, menos el último (spiritus
sapientiae el intellectus, etc.). Ese modo de hablar del profeta no es más
que una manera de amplificación, aptísima para dar una grande idea de lo que
con tanta ponderación se nos presenta,
semejante a aquella de que usa Homero, hablando de Nireo:
“Nireus ab Syme, Nireus Aglaiae, Nireus qui
formosissimus” (Il. B, 671-673),
que Aristóteles, en su Retórica, pone como ejemplo insigne de
amplificación: “Nam cum de aliquo multa dicuntur, necesse est
etiam multoties dici: quare si multoties, multa qui que viclentur” Art. Rhet.,
10, L. III, cap. 12 med.). Como el Nereo del
poeta Homero, así el Espíritu del profeta Isaías parece ser muchas cosas, pero
es una nada más, mientras los siete espíritus que están ante el trono del Señor
y saludan a las iglesias del Asia en el sentido obvio y natural de la expresión
textual y de los varios lugares paralelos, no parecen solamente muchas cosas,
sino que lo son en realidad.
Hay, en efecto, gran diferencia, considerada la manera
de expresión, entre ese único Espíritu del Señor que es a la vez espíritu de
sabiduría e inteligencia, etc., y esos siete espíritus del Apocalipsis
representados no sólo como distintos entre sí, sino de Dios pues ni aun
siquiera están comprendidos en Él, sino asistiendo delante del trono en que el
Señor se asienta más distantes aun de Él que los cuatro misteriosos animales en
que el trono se apoya y los 24 ancianos que forman su cortejo (Apoc. IV, 4 ss).
Es verdad que una vez se dicen estar aposentados en la cabeza del Cordero, pero
lo están, como sus cuernos y sus ojos, a la manera de siete instrumentos
iguales con que ejecutar sabiamente los designios de su bondad con esa perfecta
uniformidad orgánica y funcional, cual puede existir en los cuernos y en los
ojos mas no en el Espíritu septiforme como tal, pues lo que cabalmente
caracteriza al Espíritu Santo es el ser uno y único en el ser y multiforme sólo
en el obrar, es decir, en sus múltiples manifestaciones.
La aplicación de semejantes expresiones y figuras
simbólicas al Espíritu Santo es, pues, improcedente por rebuscada y
contrahecha, y en cambio es apropiadísima y natural al supuesto de los siete
espíritus celestiales, personalmente distintos, y que como tales asisten
delante del trono del Señor, a modo de siete lámparas dedicadas a su culto o
como siete servidores prontos y dispuestos para recibir y ejecutar las varias
órdenes divinas que del trono proceden bajo la figura de rayos, voces y truenos
(Apoc. IV, 5) y por ministerio de ellos repercuten en la tierra (Apoc. VIII,
2). Para comunicar con su propio Espíritu, Dios no usa, ni puede usar, de tales
intermedios, es decir, de esos decretos fulgurantes y tonantes.
Insisto una vez más en lo improcedente de tal
explicación. Cuando el texto no se presentara tan reacio a la identificación de
los siete espíritus apocalípticos con el Espíritu de los siete dones, está el
desarrollo de la idea de los siete espíritus servidores por todo el
Apocalipsis, en conformidad con una antigua tradición expresada en los
Apócrifos (Enokh, Esdras) y reflejada ya en otras partes de la Biblia (Tobías,
etc.) y en la misma historia. Alguien ha pensado ya seguramente en los siete
eunucos de la corte de Asuero, servidores inmediatos del gran Rey (Est. I, 10)
y ha comparado con ellos y con los siete arcángeles a los siete diáconos de la
primera institución que por tanto tiempo se conservó en ciertas iglesias. La
analogía entre la corte terrestre y la celeste, entre la jerarquía eclesiástica
y la angélica bien parece intencionada y no casual. Ya apuraremos después más la analogía: continuemos ahora apurando el
fundamento.
Cada uno de los siete grandes ejecutores de los
divinos decretos tiene sumisos a sus órdenes todo un ejército de ángeles. Son
las dichas Virtudes o fuerzas militantes, que por eso a los siete se les llama
(Enokh, cap. 20) “angeli virtutum”, los ángeles de las Virtudes y
de ahí les viene el nombre de ἀρχαὶ en abstracto o ἀρχάγγελοι en concreto, como
ángeles príncipes, que tienen a sus órdenes inmediatas sendos ejércitos
celestiales. Aunque, hablando con más propiedad, el nombre de ἀρχὴ“principado”, más que
abstracto sería colectivo, y así más que al arcángel aislado significaría al
arcángel junto con su fuerza o Virtud respectiva, pues que un ángel príncipe
con el ejército de ángeles a sus órdenes forma, naturalmente, un Principado".
[1] Omitimos III,
1; IV, 5, V, 6 y
VIII, 2 porque se trata de los
mismos espíritus que los de I, 4.
[2] En XI, 11 y XIII, 15 el significado de πνεῦμα
parece
ser espíritu de vida, como si dijéramos
“alma” y de ahí la falta del artículo determinado “el”.
[3] Sean Ángeles: IV, 5, 6, 10; V, 8; VII, 11; VIII, 2; IX,
13; XI, 16; almas humanas: VII, 9.15; XIV, 3; XX, 12 o incluso Satanás: XII, 10.
[4] Cfr. lo dicho más arriba sobre estas palabras.
[5] Estudios
Bíblicos IV
(1945), pag. 379 ss.