a) Mi Maestro se demora en venir…
En las Parábolas de la demora, Jesús opone dos actitudes contradictorias: la de la fidelidad en la vigilancia y la de la ruindad en la negligencia.
“Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas. Y sed semejantes a hombres que aguardan a su amo (o su señor) a su regreso de las bodas, a fin de que, cuando Él llegue y golpee, le abran en seguida. ¡Felices esos servidores, que el amo, cuando llegue, hallará velando! En verdad, os lo digo, él se ceñirá, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirles. Y si llega a la segunda vela, o a la tercera, y así los hallare, ¡felices de ellos!...
Pero si ese servidor se dice a sí mismo: “Mi amo tarda en regresar”, y se pone a maltratar a los servidores y a las sirvientas, a comer, a beber, y a embriagarse, el amo de este servidor vendrá en día que no espera y en hora que no sabe, lo partirá por medio, y le asignará su suerte con los que no creyeron” (Lc. XII, 35-38; 45-46).
En san Marcos, Jesús insiste aún más sobre la incertidumbre del tiempo de su retorno:
“Velad, pues, porque no sabéis cuándo volverá el señor de la casa, si en la tarde, o a la medianoche, o al canto del gallo, o en la mañana, no sea que, volviendo de improviso, os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!” (Mc. XII, 35-37).
Dejar de esperar, dormirse, abandonar las vigilias, golpear a los humildes siervos, merece el castigo al mal siervo, el rechazo e incluso la muerte terrible:
“Lo partirá en dos”.
Creemos que el cuidado por ser hallado en vela, al Retorno del Maestro que “tarda en venir”, es, al menos en gran medida, el origen de la santificación por medio de la oración nocturna, de los “nocturnos” o “vigilias” que en la Iglesia Romana llamamos “Maitines”. Los monasterios perpetúan esta tradición.
La noche romana estaba formada por cuatro vigilias de tres horas; de ellas habló el Señor.
El Maestro puede venir:
o a la noche: de 18 hs. a 21
hs.;
o a medianoche: de 21 hs. a
24 hs.;
o al canto del gallo: de 24
hs a 3 hs.;
o a la mañana: de 3 hs a 6 hs.
Cualquiera sea el tiempo, la orden es absoluta: ¡Vigilad!
b) Como el Esposo tardaba…
La demora del Esposo forma parte de las parábolas “del Reino de los Cielos”, es decir, del tiempo que debe transcurrir hasta la venida de su Reino. Jesús compara a los que esperan el Reino con las diez vírgenes que tienen sus lámparas encendidas y que salen al encuentro del esposo; ahora bien, las vírgenes son diferentes, no por el porte exterior, sino por las disposiciones interiores del corazón. Cinco son sabias o prudentes; cinco son necias o indiferentes. Cinco tienen provisión de aceite; cinco se contentaron con rellenar sus lámparas sin tener reserva.
“Como el esposo tardaba, todas sintieron sueño y se durmieron” (Mt. XXV, 5).
Nuestro Señor, al relatar esta parábola, evoca la costumbre oriental de la ceremonia nupcial. La joven novia, que va a contraer matrimonio, debe dejar su casa y ser conducida por un cortejo de damas de compañía al encuentro del esposo, que viene generalmente sin demora. El encuentro se hace durante la noche, y de ahí la costumbre de proveerse de lámparas, de esas pequeñas lámparas de tierra o bronce cuya pequeña capacidad necesita el auxilio –si uno es sabio– de un frasco de aceite como reserva.
Pero he aquí que la espera es larga… y luego, de repente, en medio de la noche, se oye un grito:
“¡He aquí al esposo! ¡Salid a su encuentro!”. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Mas las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan”. Replicaron las prudentes y dijeron: “No sea que no alcance para nosotras y para vosotras; id más bien a los vendedores y comprad para vosotras”. Mientras ellas iban a comprar, llegó el esposo; y las que estaban prontas, entraron con él a las bodas, y se cerró la puerta. Después llegaron las otras vírgenes y dijeron: “¡Señor, señor, ábrenos!”. Pero él respondió y dijo: “En verdad, os digo, no os conozco”. Y de nuevo Jesús agrega: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mt. XXV, 6-13).
En esa hora solemne de
la Segunda Venida se indica una separación radical entre las diez Vírgenes,
como en tiempo del diluvio entre la familia de Noé y los que fueron sumergidos
bajo las aguas.
Ahora bien, esa separación se repetirá.
“En aquella noche, dos hombres estarán reclinados a una misma mesa: el uno será tomado, el otro dejado. Dos mujeres estarán moliendo juntas: la una será tomada, la otra dejada. Estarán dos en el campo: el uno será tomado, el otro dejado” (Lc. XVII, 34-36).
Aparentemente, nada distingue a las vírgenes que duermen, a los dos que están en el mismo lecho, a las mujeres que muelen, a los hombres en el campo. ¡Pero de repente se oye un gran clamor y todo cambia! Unos son tomados y los otros dejados o incluso rechazados. La diferencia entre ellos no era exterior sino interior. He ahí lo que es profundamente grave.
No bastaba que las lámparas hayan estado encendidas: es preciso que ardan todavía cuando Cristo viene. La debilidad humana puede adormecer nuestros cuerpos, pero el corazón debe velar, la lámpara de la fe, de la espera del Retorno de Cristo, deberá ser siempre alimentada por una esperanza viva.
Ciertamente, muchos cristianos oyen hablar del Retorno y del Reino de Cristo. Algunos creen con alegría, y luego que viene la contradicción, la llama disminuye; y luego es el desprecio, la burla y la lámpara humea; y luego, el temor de los hombres, el temor de la “herejía”: ¡la lámpara se apaga!
Como la semilla arrojada sobre el camino es devorada por las aves del cielo, removida por Satanás, así la esperanza que no ha echado sus raíces, no es viva. El diablo la arranca del corazón.
Ahora bien, lo que decimos
del Retorno de Cristo, se aplica a toda Palabra de Dios. Si no es para nosotros
una revelación, una fuente de vida, sino una lectura que uno emprende y
abandona, que uno juzga y critica, sepamos que será tinieblas y no luz.