viernes, 22 de noviembre de 2019

La Restauración del Reino de Israel a la Luz de la Sagrada Escritura, por Mons. Straubinger (II de IV)


II

Gran luz arrojan sobre nuestro problema las profecías del Antiguo Testamento. Sean ellas la antorcha que nos ilumine en el estudio de tan oscura y compleja materia.

¿Quién no conoce los grandiosos cuadros proféticos en que los vates de Israel pintan el regreso de su pueblo al país de sus padres? Cuadros que a primera vista parecen haberse cumplido y realizado en la repatriación de los cautivos después del regreso de Babilonia; pero sin negar que algunas profecías se refieren solamente a aquel acontecimiento histórico hay, sin embargo, otras muchas que sobrepasan el estrecho marco de aquel período de la historia de Israel y apuntan a una repatriación completa y definitiva, porque abarcan a todas las tribus de Israel y no solamente a las dos tribus de Judá y Benjamín que volvieron del destierro.

Abriendo el Libro Sagrado hallamos ya en el Deuteronomio (XXX, 1-6), una hermosa profecía de Moisés, relativa al retorno de Israel. Moisés profetiza a los Israelitas no solamente el destierro sino también, para el caso de arrepentirse ellos de la apostasía, el regreso a su patria y a la vez la circuncisión del corazón, de modo que esta profecía encierra ambos aspectos, el nacional y el religioso, que al parecer siempre están entre-lazados en el pueblo judío. Dice Moisés:

“Cuando te sobrevengan todas estas cosas, la bendición y la maldición que hoy te he expuesto, si las tomas a pecho en medio de las naciones a las que Yahvé, tu Dios, te haya desterrado, y te vuelves hacía Yahvé, tu Dios, y escuchas su voz conforme a cuanto hoy te ordeno, tú y tus hijos, con todo tu corazón y toda tu alma, Yahvé, Dios tuyo, cambiará tu destino, se compadecerá de ti y volverá a juntarte de en medio de todos los pueblos, entre los cuales te habrá dispersado. Aunque estuviesen tus proscriptos en el extremo de los cielos, de allí te juntará Yahvé, tu Dios, y de allí te recogerá, te conducirá a la tierra que tus padres poseyeron, y la poseerás, y Él te favorecerá y te multiplicará más que a tus padres. Yahvé, tu Dios, circuncidará tu corazón y el corazón de tu prole para que ames a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón y toda tu alma por amor de tu vida”.

Sobre el destino del pueblo judío no hay vaticinio más claro que éste, que le profetizara su profeta más grande. Nadie dirá que ya se haya cumplido del todo. Sobre el sentido de la circuncisión del corazón véase Jer. XXXII, 39; Ez. XI, 19; Hech. VII, 51.

El Profeta Isaías nos ha dejado el siguiente cuadro:


En aquel día
el Señor extenderá nuevamente su mano,
para rescatar los restos de su pueblo
que aún quedaren,
de Asiria, de Egipto, de Patros,
de Etiopía, de Elam, de Sinear,
de Hamat, y de las islas del mar.
Alzará una bandera entre los gentiles,
y reunirá los desterrados de Israel,
y congregará a los dispersos de Judá
de los cuatro puntos de la tierra.

           (Is. XI, 11-12)

Según San Jerónimo, anuncia aquí Dios por boca del profeta, la vuelta definitiva de Israel a la tierra de promisión. Dios, después de haber extendido su mano sobre los convertidos a su fe, la extenderá por segunda vez sobre los Hebreos al fin de los tiempos para que también ellos la abracen.

El Doctor Máximo no se ha equivocado, pues en los versículos que siguen, se refiere el profeta claramente a todas las tribus de Israel, no solamente a las dos que volvieron del cautiverio de Babilonia.

El Profeta Jeremías consuela a su pueblo varias veces, vaticinándole un glorioso retorno. Citamos solamente dos vaticinios.

Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas,
de todos los países donde las he dispersado,
y las haré volver a sus prados,
y crecerán y se multiplicarán.
Les suscitaré pastores que las apacienten;
no temerán más, ni tendrán que temblar;
y no faltará ninguna de ellas.

(Jer. XXIII, 3-4)

“He aquí que vendrán días, dice Yahvé, en que trocaré el cautiverio de me pueblo, Israel y Judá, dice Yahvé, y los haré regresar al país que di a sus padres y lo poseerán... En aquel día, dice Yahvé de los ejércitos, quebraré el jugo del enemigo sobre tu cerviz y romperé tus coyundas. No lo sojuzgarán más los extranjeros; pues servirá a Yahvé su Dios y a David su rey, que Yo le suscitaré” (Jer. XXX, 3-9).

También estos vaticinios están muy lejos de haberse cumplido después de la vuelta del cautiverio de Babilonia, ya que no volvieron los hijos de ambos reinos (Israel y Judá), y mucho menos se rompieron las coyundas que los extranjeros habían puesto sobre su cerviz. El padre Páramo, S. J., comenta este último pasaje de Jeremías con las siguientes palabras:

El Profeta parece que habla principalmente de la libertad completa en que será puesto el pueblo de Israel cuando todo entero reconocerá al Mesías y entrará en la Iglesia por la fe, porque tan sólo una pequeña parte de la Nación fue la que se convirtió en tiempos del Mesías. Tal vez por esto se añade en el ver. 24 que las cosas que aquí se dicen serán entendidas al fin de los tiempos”.

El Padre Páramo se dirige en esta nota contra aquellos que quieren aplicar a los Cristianos las profecías que hablan del porvenir de Israel. No es viable suponer que todas las promesas hechas a Israel en el pasaje citado y semejantes, puedan aplicarse a la Iglesia que formamos los gentiles, puesto que ésta surgió con bendiciones propias y de un orden superior, y como Cuerpo Místico de Cristo, cuyo misterio, dicen los Apóstoles, estuvo escondido por los siglos (Ef. III, 9; Col. I, 26; Rom. XVI, 25; I Ped. I, 20).

El Profeta Ezequiel repite la promesa divina de una gloriosa y definitiva restauración de Israel, especialmente en los capítulos XXXVI y XXXVII de su libro:

“Yo (Yahvé) os sacaré de entre los gentiles, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros agua limpia para que quedéis limpios, y os purificaré de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos; os daré un corazón nuevo, y pondré en vosotros un espíritu nuevo; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vuestros corazones y haré que sigáis mis mandamientos y observéis mis leyes, poniéndolas por obra. Y habitaréis en la tierra que Yo di a vuestros padres, y vosotros seréis el pueblo mío, y Yo seré vuestro Dios” (Ez. XXXVI, 24.28).

En el capítulo XXXVII de las profecías de Ezequiel dice Dios:

“He aquí que Yo sacaré a los hijos de Israel de entre las naciones a donde fueron; los recogeré de todas partes y los llevaré a su tierra. Y haré de ellos una sola nación en el país, en los montes de Israel; un sólo rey reinará sobre ellos, nunca jamás serán dos naciones ni se dividirán en dos reinos… Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos tendrán un solo pastor; observarán mis leyes y guardarán mis mandamientos y los cumplirán. Y habitarán en la tierra que Yo di a mi siervo Jacob, donde moraron vuestros padres; allí habitará por siempre (Ez. XXXVII, 21-25)

Nadie osará aplicar esta profecía únicamente a los regresados del cautiverio de Babilonia. Aquel retorno, a más de ser sumamente precario, como vemos en los libros de Esdras y Nehemías, no fue para siempre. La promesa del retorno definitivo y la mención del nuevo David (cfr. Jer. XXX, 9) dan a la profecía de Ezequiel un significado superior a cuanto sucedió en tiempos post-exílicos.

 De los Profetas Menores escuchemos primero la voz de Amós, cuya última profecía termina así:

“Yo los plantaré en su propio suelo; y no volverán a ser arrancados de su tierra, que Yo les he dado, dice Yahvé, tu Dios” (Am. IX, 15).

El profeta Miqueas expresa la misma idea cuando anuncia:

“En aquel día, dice Yahvé, recogeré a la que cojea, y congregaré a la desechada y a la que he afligido, y haré de la que cojea un resto, y de la arrojada una nación fuerte; y reinará sobre ellos Yahvé en el monte Sión, desde ahora y para siempre” (Miq. IV, 6-7).

El profeta habla en este capítulo no de una época cualquiera de la historia de Israel, sino de los tiempos del fin, como lo dice el primer versículo: Sucederá al fin de los días… De ahí que Fillion refiera este vaticinio a un nuevo Israel transfigurado, muy distinto del Israel que conocemos por la historia.

Si con todo, alguien creyera que estas profecías tuviesen por objeto solamente el regreso del destierro babilónico y la restauración de las dos tribus de Judá y Benjamín le aconsejamos leer las profecías de los profetas post-exílicos que, por supuesto no se refieren al pasado, sino necesariamente a un destierro futuro y a una vuelta definitiva.

Citamos a este respecto a Zacarías, quien dice en nombre de Dios:

“Volveos, ¡oh, cautivos!, a la fortaleza llenos de esperanza; hoy mismo prometo que te daré doblados bienes… En aquel día Yahvé, su Dios, los salvará, como ovejas del pueblo suyo, porque serán como piedras de una diadema, que brillarán sobre su tierra” (Zac. IX, 12.16).

Los llamaré con un silbido y los congregaré porque los habré rescatado, y se multiplicarán como antes se multiplicaron. Los he dispersado, sí, entre los pueblos, pero aún en (países) lejanos se acordarán de Mí, y vivirán juntamente con sus hijos, y volverán; los conduciré a la tierra de Galaad y al Líbano, pues no se hallará lugar para ellos” (Zac. X, 8-10).

“Así dice Yahvé de los ejércitos: En aquellos días diez hombres de todas las lenguas de las naciones se asirán de la falda (del manto) de un judío y dirán: Iremos con vosotros, porque hemos oído que con vosotros está Dios” (Zac. VIII, 23).

Las profecías de Zacarías que acabamos de citar, revisten especial importancia no sólo por la época post-exílica en que fueron pronunciadas, sino también por su semejanza con los vaticinios de los anteriores. No pueden, pues, limitarse a la repatriación de las dos tribus. Su último sentido es más bien de carácter escatológico.

Pasamos por alto los Salmos, que contienen muchas alusiones al regreso de los cautivos (por ej. CV, 47; CVI, 3; CXXIV, 3; CXXV, 1-2; CXLVII, 1). No obstante su referencia inmediata al regreso de Babilonia, dejan entrever un retorno de mucha mayor envergadura y terminan en general pintándonos una restauración de colores claramente mesiánicos.