miércoles, 30 de agosto de 2017

El Katéjon, II Tes. II, 6-7 (XIII de XV)

A continuación, el mismo Knabenbauer, consciente tal vez de la debilidad de su argumento, afirma:

“Aunque este o aquel lector pueda tal vez considerar que esta interpretación no necesita ser desechada a primera vista, un gran obstáculo (para su aceptación) radica en la manera misma de hablar que debe esperarse en este pasaje II, 1-10”.

Y luego desarrolla su pensamiento:

Cuando se habla del Señor se dice adviento, presente está el día del Señor, manifestación de su Parusía (vv. 1-2.8); en cambio del Anticristo se dice: revelare el hombre de iniquidad v. 3, y entonces se revelará el inicuo, v. 8. Si ahora leemos en el v. 6 para que él se revele, según el modo de hablar, el que se revele en el v. 6 no puede referirse más que a aquel de quien se afirma en el v. 3 y 8 que se revelará. En esta parte, del Señor se dice parusía, el día está presente, etc., y no que se revelará; y no sirve recurrir a I, 7, donde se habla de la revelación del Señor, pues II, 6 debe explicarse por su contexto y esto nuevo de que se trata en el capítulo II se debe explicar por el modo de hablar que trae este lugar, que claramente uno es de Nuestro Señor y otro del Anticristo”.

Es muy difícil entender esta objeción cuando en realidad no sólo no pone dificultad alguna seria, sino que, muy por el contrario, mirada de cerca, no hace más que confirmarla.

Tenemos aquí la dificultad y la respuesta a una posible objeción.

Es curioso que la objeción del autor ignore por completo toda la estructura de este capítulo donde San Pablo no hace más que poner en antagonismo a Cristo con el Anticristo, como hemos visto más arriba.

Citemos de nuevo la mayoría de los textos:


Buzy:

“El adversario, ὁ ἀντικείμενος, participio regularmente empleado como substantivo, (Lc. XIII, 17; Fil. I, 28; I Tim. V, 14) es, con el sustantivo el anticristo, que San Juan será el primero en usar (I Jn. II, 18.22; IV, 3; II Jn. 7), el calificativo más expresivo para designar el rol de aquel que viene a oponerse a Cristo, prodigios contra prodigios, parusía contra parusía, muchedumbre de engañados contra grupo de fieles”.

Buzy:

“Otra constatación de dos en uno: lo anulará por la manifestación de su parusía, el cual se confunde con el soplo de su boca; lo anulará, καταργήσει (35 veces en San Pablo), como el sol pone en fuga las tinieblas, como dice el Crisóstomo. Parusía contra parusía, es la verdadera, la resplandeciente, τῇ ἐπιφανείᾳ, que la supera sobre la falsamente prestigiosa”.

Rigaux:

Al oponer la revelación de Cristo a la del impío, (San Pablo) opone tácitamente la fuerza, los signos y los prodigios de Cristo a los del impío; pone en antítesis la verdad de Cristo y la mentira, la seducción y el mal del impío”.

Rouiller:

“Después del origen y los actos de propaganda mentirosa he aquí los “hijos de perdición” (el v. 3 es así desarrollado). Se diría que San Pablo endurece con gusto el paralelismo de las dos “vías” y que no puede describir a los que se pierden más que en forma negativa, como siendo aquellos que no acogieron la verdad.

Rouiller:

Después de este sombrío tablero – Satán, sus discípulos, su triste fin- S. Pablo vuelve con júbilo a los creyentes de Tesalónica bajo forma de acción de gracias y exhortación. Todos los temas de los vv. 1-3a se reencuentran pero enriquecidos. A la perdición se le opone la salvación; a la injusticia responde la santidad, obra del Espíritu de Dios; a la falta de amor a la verdad corresponde la fe en la verdad”.

Padovani:

El nexo de este versículo y del que sigue con los precedentes es la oposición que Pablo establece entre aquellos que han de perecer, que serán seducidos por el Anticristo (en cuanto no creyeron a la verdad, sino que consintieron en la iniquidad), y los neófitos tesalonicenses, que (si estuvieran vivos al tiempo del Anticristo) serán conservados inmunes de esa seducción (en cuanto fueron elegidos y llamados a la salvación y a la santificación y a la verdad por Dios). Esta oposición se hace en forma de acción de gracias, al tratarse de los más grandes beneficios de Dios”.

Rigaux:

El Ἡμεῖς δὲ (v. 13, más nosotros) al comienzo de la perícopa, es enfática. Introduce un contraste entre la suerte de los incrédulos, de los impíos de los que había hablado en los vv. 8-12, y la elección de los Tesalonicenses. Pablo ha descrito la suerte desdichada de los unos. Ahora, bajo forma de una conclusión, va a agradecer a Dios por la suerte de los creyentes, los hermanos amados del Señor. Los bienes que tienen de Dios son importantes y numerosos: han sido llamados, objeto de un decreto divino y eterno, están destinados a la salvación, a la santificación y a la fe, a la acción del Espíritu y a la recepción de la verdad; en fin, este primer decreto divino ha tenido su eficacia en su llamado al evangelio que es el camino de la gloria”.

Si hay un contraste constante entre Cristo y los suyos por un lado y el Anticristo y los suyos por el otro, entonces la objeción se vuelve completamente ineficaz. Un solo ejemplo nos parece en este sentido paradigmático.

Cuando en el v. 9 se dice:

“cuya parusía es (…) con toda virtud y señales y prodigios…”.

Uno podría concluir que se habla de Nuestro Señor basado en dos fuertes razones:

a) Jamás el término Parusía es aplicado en sentido peyorativo en todo el N.T., e incluso en las cartas a los Tesalonicenses se dice siempre de Nuestro Señor: I Tes. II, 19; III, 13; IV, 15; V, 23; II Tes. II, 1.

b) En el v. 8 viene hablando justamente de la Parusía de Cristo y lo más lógico sería esperar que no haya cambio de sujeto sin avisar.

Pero es más que obvio con sólo leer el versículo completo que no se habla de Nuestro Señor sino del Anticristo:

9. cuya parusía es, según operación de Satanás, con toda virtud y señales y prodigios de mentira;


Con lo dicho hasta aquí queda respondida la respuesta a la posible objeción que da al final del texto, pero sin embargo no hay que dejar de observar que el corte que el autor pretende ver entre los capítulos I y II es muy relativo, y no sólo porque la división en capítulos y versículos es algo ajeno al Texto sacro, sino además porque no hay cambio de materia como insinúa el autor, pues en toda la parte final del primer capítulo no hace más que hablar de la Parusía de Nuestro Señor.