viernes, 25 de agosto de 2017

El que ha de Volver, por M. Chasles. Apéndice IV, Cristo Rey y Hombre en el Arte (II de II)

   Nota del Blog: Terminamos aquí, después de mucho andar, el libro de M. Chasles.

   Sabemos que la Editorial Vórtice del amigo Alejandro Bilyk ya está trabajando en la publicación de este hermoso e importante libro, y esperamos que podamos tener novedades al respecto en un futuro no muy lejano.

***

3. EL QUE HA DE VOLVER

Las escenas del juicio final en el arte, se apoyaron principalmente sobre dos fuentes de inspiración, según si se consideraba la glorificación de Cristo como Rey en majestad, o bien como Juez que muestra sus llagas para confusión de los impíos.

Las reproducciones más antiguas se inspiraban en el primer tema; a partir del siglo XIII se prefirió el segundo con el objeto de atemorizar a las masas con el pensamiento de la vuelta del Señor.

El último libro de la Biblia con sus páginas misteriosas, con las escenas trágicas que vio Juan en Patmos fué muy popular en Francia en el siglo XI. Se leía, se comentaba el Apocalipsis en los monasterios y los artistas formados a menudo por los monjes nos han dejado una serie de frescos célebres. Los de San Savian son notables. Iluminaron manuscritos y esculpieron altares para enseñar al pueblo algunas de las grandes visiones de San Juan. El pórtico de Moissac pertenece a esta admirable serie apocalíptica.

E. Male ha creído poder establecer que estas fachadas del sur de Francia encontraron su inspiración en los manuscritos, inspirados a su vez en un comentario del siglo VII del abad Beatus, de la abadía benedictina de Liébana en España[1].

Los artistas de Moissac y de Arles otorgaron la corona real a Jesús y lo representaron en plena gloria. Pero, bien pronto en Chartres, en Mans, en Burgos, aunque guardaron la inspiración apocalíptica, EL CRISTO DEJA DE SER CORONADO. Por fin en el siglo XIII aparece el nuevo tema: Jesucristo muestra sus llagas como lo hacía sobre la Cruz y los ángeles a su alrededor llevan "los signos del Hijo del Hombre".


En los temas iconográficos considerados anteriormente, el arte olvida al Rey, para no pensar sino en la humanidad, en el pequeño Niño, en las llagas del divino crucificado. Aquí pasa igual cosa; sin embargo, el tema, a pesar de su evolución, conserva su insigne grandeza y todo su alcance teológico. La escena trágica del día del Señor ha guardado su majestad impresionante.

El arte bizantino había concebido la escena del Juicio Final con ciertas particularidades iconográficas que ya hemos señalado.

Jesús vuelve sobre las nubes sentado sobre un arco-iris: muestra también sus llagas. A sus pies está un trono magníficamente adornado y vacío; hay un libro colocado sobre él, probablemente el del Juicio Final, dos serafines y dos ángeles lo custodian. Detrás del trono están colocadas una lanza, una cruz, la esponja y a los pies del trono en actitud suplicante hay dos ancianos: Adán y Eva.

El trono ha permanecido vacío desde el Paraíso: el Salvador del hombre va a venir a ocupar el trono como nuevo Adán. Esta magnífica concepción teológica está admirablemente conservada en Torcello.

Esta idea de la "preparación del trono" o hétimasia se encuentra también independiente de la representación del Juicio Final; así podemos ver en Ravena en el Bautisterio de los Arrianos o en un hermoso bajorrelieve de la colección de Béarn[2]. Tras el trono vacío que espera a su dueño están colocados igualmente los instrumentos de la Pasión de Cristo, porque por este camino ha llegado a la gloria.

"¿No era necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?" (Lc. XXIV, 26).

Esta transformación que los tres temas tratados ha sufrido en la iconografía y que es familiar a los artistas y al pueblo, no puede haberse producido en un conjunto tan perfecto sin que causas profundas hayan determinado un cambio evidente del espíritu entre los siglos XI y XIII.

La Iglesia primitiva debió luchar contra la herejía concerniente a la divinidad del Mesías; para refutarlas se mostró a Cristo en su poder como Rey, aún en la humillación del Gólgota.

Pero más tarde la sensibilidad toma un giro curioso en nuestro mundo medioeval. Los artistas buscaron el modo de conmover los corazones, multiplicando los episodios para ayudar, según creían, a la meditación[3]; en realidad "desviaban" el espíritu arrancándolo de la luminosa y sencilla consideración dogmática. El arte se puso al servicio de esta sensibilidad exagerada y después del siglo XIII las representaciones del Evangelio perdieron su verdadero sentido religioso. Ya en el siglo XII un clérigo protestaba contra las primeras estatuas esculpidas en los pórticos de las catedrales, llamándolas "ídolos".

Otra causa de la decadencia del arte cristiano fué el deseo del artista de adquirir renombre. Su personalidad lo hizo buscar la originalidad; quiso liberarse de los cánones iconográficos para crear, abandonar lo tradicional para hacer algo nuevo, concebir una "obra maestra", ¡una obra maestra personal!

Por fin el arte cristiano no estuvo sólo destinado a la Iglesia y monasterios. Los reyes, los señores, los burgueses ricos deseaban tener ellos también sus cuadros, sus estatuas, sus iluminadores y desde entonces el espíritu naturalista invadió rápidamente las escenas hieráticas de otros tiempos; alteró muchas veces la pureza de las líneas y puso el sello de su sensibilidad sobre cada tema iconográfico.


***

¿No sería tiempo de volver en el arte al gran concepto de Cristo Rey?

Rey en los brazos de su Madre y no un "pequeñín".

Rey sobre la cruz y no "un despojo humano".

Rey en los juicios por venir.

"¡VENGA TU REINO!"




[1] E. MALE. L'art religieux du XII s. en France. París. Colín, ch. I p 4 y ss.

[2] Reproducción en los "Monuments Piot", t. IX (Leroux) y en el "Manuel d'Art byzantin de Ch. DIEHL (Laurens).

[3]  SAN BUENAVENTURA. "Les Méditations de la vie du Christ”. París, de Girod, 1914. La atribución a San Buenaventura no puede ser aceptada.