domingo, 22 de septiembre de 2013

La restauración de Israel en los Profetas. VI de VI

C) Conclusión: destino providencial de la milagrosa pervivencia de Israel en la historia.

De todo lo expuesto se sigue que la pervivencia de Israel en la historia, con las características reseñadas, pertenece a la categoría de hechos colectivos providenciales.
Israel ha sido reservado por Dios, en medio del torbellino de la historia, para cumplir un destino providencial en la Economía de la salvación.

Debiendo ellos —escribe Bossuet— volver un día a este Mesías que ellos han despreciado, y siendo así que el Dios de Abrahán no ha agotado aún sus misericordias sobre la raza, aunque infiel, de este patriarca, ha encontrada un medio del cual no hay un solo ejemplo en el mundo, para conservar a los judíos fuera de su país y sumidos en sus propias ruinas más tiempo aún que los pueblos que los vencieron. Hoy no vemos ningún resto de los antiguos asirios, ni de los antiguos medos ni de los antiguos persas, ni de los antiguos griegos, ni aun de los antiguos romanos. Se ha perdido su  huella, y se han confundido con los demás pueblos. Los judíos, que fueron siempre la presa de aquellas naciones antiguas tan célebres en la historia, les han sobrevivido, y Dios, al conservarlos, nos pone en la espera de los que quiere hacer aún de las desgraciadas reliquias de un pueblo tan favorecido”[1].


3. La historia post-cristiana de Israel y su estado actual coinciden con  las viejas profecías sobre la Dispersión y el Retorno del pueblo escogido.

El estudio que hemos hecho sobre el sentido de las profecías nos ha abierto, por lo menos, la vehemente sospecha de que en ellos se promete para Israel una gran Diáspora y un gran Retorno, que rebasan por completo las realizaciones históricas de la época precristiana del pueblo hebreo.
Por otra parte, no nos satisfacen las explicaciones exclusivamente simbolistas que lo refieren todo a un Israel espiritual, sin referencia alguna a un Israel racial.
Con el estudio solo de las profecías, no podemos tener una solución satisfactoria: solamente se nos presenta un enigma, incapaz de resolverse por sí propio.
Pero para eso tenemos los dos subsidios arriba indicados: San Pablo y la historia.
San Pablo nos habla de un destino histórico del Israel racial, que será milagrosamente conservado por Dios hasta que reingrese en la nueva Alianza mesiánica y cumpla una misión apostólica en el seno mismo de la Iglesia.
La historia, por otra parte, nos ofrece el gran milagro de la pervivencia de Israel en medio de todos los pueblos, inconfundido, odiado y perseguido, y suspirando constantemente por su reinstalación en el terruño mezquino de un pobre y oscuro rincón del Asia.
Esta permanencia del pueblo israelita, su incomprensible odiosidad y su psicosis milenaria por la vuelta a Palestina, revisten los caracteres de un milagro moral de la historia.
Pues bien, si el pueblo de Israel sigue siendo objeto de la Providencia divina, dentro de los planes de la Economía de la Salud, ¿Por qué no suponer que aquella plenitud desbordante de las viejas profecías bíblicas se agote en la historia post-cristiana de Israel y en su futuro inmediato?
O sea: que es sumamente razonable suponer que las profecías se refieren a un futuro mesiánico de Israel; y que este futuro no se agotó en su época precristiana, sino que sigue aún desarrollándose según un viejo plan divino.
Por consiguiente, podemos establecer un perfecto paralelismo entre las profecías y la historia.
En las profecías se anuncia un estado de dispersión del pueblo de Israel, que no se puede referir plenamente a las dispersiones pre-cristianas. En la historia se da el hecho insólito de una dispersión bimilenaria de un pueblo inasimilable a las naciones que lo reciben.
En las profecías se anuncia un estado de desprecio y de opresión, de tan magnos alcances, que no bastan para explicarlo los hechos de la historia bíblica de la cautividad.
En la historia se da el caso, asimismo misterioso e incomprensible, de un perpetuo antisemitismo, inspirado en los más diversos e inverosímiles motivos.
En las profecías se anuncia una cesación de esta dispersión, un retorno al hogar palestinense, y con ello una grandeza de orden temporal-mesiánico, de ninguna manera un imperialismo político.
¿Qué hecho corresponderá en la historia a esta promesa de las profecías?
Ya San Pablo nos descorre un poco el velo del misterio. Israel quedará reservado en la historia, en primer lugar, para ser bautizado, para ser “reinjertado en el viejo tronco del olivo patriarcal” (Rom. XI, 24)[2].
Pero, además, para producir un ascenso de pleamar en la vida de la Iglesia, “un retornar de muerte a vida”.
Israel se convertirá en pleno y su entrada en la Iglesia no significará el simple alistamiento de una nación más en los ficheros milenarios de la Iglesia.
Será como una nueva época en la historia de la Iglesia. Israel entonces agotará todo el contenido de las profecías sobre su carácter mesiánico[3].
En una palabra: en las profecías se promete para Israel una grandeza de orden temporal que, según todo lo expuesto, tendrá las siguientes características:

1) Se trata de una grandeza mesiánica: Israel será bautizado, y al mismo tiempo será el gran instrumento social de la Iglesia en una nueva etapa de su catolicidad.

2) El bautizo de Israel supone el levantamiento del castigo colectivo del desprecio de las naciones: cesará el antisemitismo e Israel volverá a ser considerado en el consorcio de las naciones.

3) Por un viejo designio de Dios, Palestina es el marco providencial en donde el pueblo de Israel, reintegrado en su unidad nacional, podrá desarrollar su grandeza de orden temporal-mesiánico, que consistirá en ser el gran pueblo misionero, difusor de la catolicidad de la Iglesia en todas las latitudes del mundo.


IV. CONCLUSIÓN

En las profecías del Antiguo Testamento se anuncia una grandeza temporal como un futuro venturoso para el pueblo de Israel. Esta grandeza está esencialmente vinculada a la idea mesiánica. Nunca se trata de una ventaja temporal, ni de un imperialismo político.
El cumplimiento de estas profecías no se agota en la historia hebrea precristiana, ni tampoco basta con darles una interpretación exclusivamente espiritual, ya que siempre se refieren al Israel racial y a su reinstalación en la Tierra de Canaán.
Estudiando estas profecías a la luz de San Pablo y de la historia, hemos concluido que en ellas se promete una condición temporal para el pueblo de Israel, que volverá a ser reinsertado en el verdadero mesianismo, volverá a la tierra de sus padres, no para mejorar materialmente, sino para cumplir el viejo designio de Dios de ser el gran pueblo misionero, el gran instrumento social en la difusión del mesianismo en una última y esplendorosa etapa de la Iglesia.

Israel es comparado en la Sagrada Escritura a una paloma (Cant. II, 10.14; VI, 8[4]; Os. XI, 14). Pues bien, ya como la paloma que envió Noé fuera del arca, no encontrando dónde reposar su pie, quiere volver a nido. Ya se va cumpliendo la profecía de Oseas:

Acudirán presurosos como pájaro desde Egipto cual paloma desde el país de Asiria, y haréles habitar en sus casas, dice Yahvéh”. (Os. XI, 11).

Todo está encuadrado dentro de un plan maravilloso de la Providencia divina: tantos años y siglos de dispersión, durante los cuales Israel se ha asimilado todas las culturas y las idiosincrasias de todos los pueblos de la tierra, han hecho de este pueblo privilegiado un instrumento aptísimo para dilatar los ámbitos de la catolicidad de la Iglesia. La Paloma de Israel, al volver jadeante a su nido, lleva en sus alas plateadas el polvillo de oro de todas las civilizaciones del globo (Ps. LXVII, 14). Y al caer sobre sus alas el agua regeneradora del bautismo, quedarán cristianizadas todas las culturas de la humanidad.

Los judíos —termino con León Bloyson los padres del comercio como fueron los padres de este Hijo del Hombre, que es su más pura Sangre y que por un decreto divino ellos deberían comprar y vender un cierto día... Cuando ellos se conviertan, como está anunciado, su poder comercial se convertirá también. En lugar de vender caro lo que les haya costado poco, darán a manos llenas lo que les habrá costado toda su fortuna. Sus treinta dineros, empapados en la Sangre del Salvador, se convertirán en treinta siglos de humildad y  de esperanza, y esto será inimaginablemente bello”[5].



[1] Discours, 2º parte, cap. 20.

[2] Nota del Blog: todo este tema es bastante complejo. ¿Entra Israel en la Iglesia Católica? ¿Va a estar la Iglesia Católica en la tierra durante el Milenio? ¿Se identifica el Olivo con la Iglesia?, etc. Preguntas todas que solamente queremos plantear sin detenernos a contestarlas.

[3] Nota del Blog: notemos que esta grandeza de Israel se dará después de la conversión de los judíos, pero he aquí que los judíos no se convierten en su totalidad sino con la Parusía como consta por Zacarías XII, 9 ss: “… pondrán sus ojos en Mí, a quien traspasaron” y se complementa con lo que dice Nuestro Señor: “Por eso os digo, ya no me volveréis a ver, hasta que digáis: “Bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt. XXIII, 39).
De todo lo cual se sigue, lógicamente, digan otros lo que quieran, que la Parusía o segunda Venida de Nuestro Señor no coincide con el fin del mundo y por lo tanto hemos de esperar un tiempo en el cual el Nombre de Dios sea santificado en la tierra, en el cual venga el Reino de Dios a la tierra, y en el cual se haga la voluntad de Dios en la tierra de la misma forma que se hace en el cielo. Y a esto llamamos Milenio.

[4] Nota del Blog: Es bueno ver que el autor identifica a la Esposa del Cantar con Israel. Es la vera exégesis. Es la de Lacunza, Straubinger y Caballero Sánchez.

[5] La Sang du Pauvre, p. 187.