martes, 10 de septiembre de 2013

El Discurso Parusíaco VII: Respuesta de Jesucristo, II.

Continuemos con la(s) profecía(s) de Nuestro Señor.
Primero veamos, como de costumbre, los textos:

Mateo XXIV

6 Oiréis hablar de guerras y rumores de guerras. ¡Mirad que no os turbéis! Esto, en efecto, debe suceder, pero no es todavía el fin.
7 Porque se levantará nación contra nación, reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambres y pestes y terremotos.
8 Todo esto es (sólo) el comienzo de los dolores (de parto)”.

Marco XIII

7 Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os turbéis. Esto debe suceder, pero no es todavía el fin.
8 Porque se levantará nación contra nación, reino contra reino. Habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambres. Esto es (sólo) el comienzo de los dolores (de parto).”

Lucas XXI

9 Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterroricéis; esto debe suceder primero, pero no es enseguida el fin."
10 Entonces les dijo: "nación se levantará contra nación, reino contra reino.
11 Habrá grandes terremotos y en diversos lugares hambres y pestes; habrá también prodigios aterradores y grandes señales del cielo.

Continúan las diferencias entre los evangelistas.
La primera es que donde Mc indica que ha de haber “rumores de guerra” Lc habla de “revoluciones”; tal vez los términos sean sinónimos o por lo menos puedan tomarse como tal; la segunda es también menor y se refiere a los “grandes” terremotos en Lc; la tercera es que Mt y Mc hablan de turbación mientras Lc trae un verbo más fuerte: “aterroricéis”; en cuarto lugar Mt y Mc dicen que las guerras deben suceder, mientras que Lc agrega “esto debe suceder primero” y es interesante notar que el verbo usado en Lc (a diferencia de Mt y Mc, como ya lo dijimos) es “suceder”, que es como si dijera: “me preguntáis cuándo debe suceder la destrucción del Templo, pues bien: esto debe suceder antes”; dejando de lado estas pequeñas diferencias, creemos que la quinta es decisiva: Mt y Mc traen la metáfora de los dolores mientras que Lc habla de “prodigios aterradores y grandes señales en el cielo”. La exégesis de Lc ya la hemos dado AQUI, con lo cual es preciso ocuparnos de los dolores.


No es extraña a los judíos la imagen de los dolores de parto, de hecho es usada en tres sentidos diferentes[1]:

a) Para significar el miedo de los enemigos de Dios en los últimos tiempos: Sal. XLVII (XLVIII), 7;  Is. XIII, 8; Jer. IV, 31; Ez. XXX, 16.

b) Como amenaza a Israel de la Cautividad a Babilonia: Jer. XIII, 21.

c) Relativo a Israel en los últimos tiempos previo a su conversión: Jer. VI, 24; Miq. IV, 9-10. ¿Oseas XIII, 13?

Ahora bien, ¿qué hay del Nuevo Testamento?
El texto principal sobre los dolores de parto en el NT tal vez sea el capítulo XII del Apocalipsis. Es digna de atención y muy pertinente la extensa nota al versículo 1 que trae el docto Obispo alemán Mons. Straubinger:

“La mujer de las doce estrellas aparece en el cielo como una señal, es decir una realidad prodigiosa y misteriosa… Esta personificación de la comunidad teocrática era como tradicional (Os. 2, 19-20; Jer. 3, 6-10; Ez. 16, 8) y la imagen de Sión en trance de alumbramiento no era desconocida del judaísmo (Is. 66, 8). La maternidad mesiánica afirmada aquí (vv. 2 y 5) lo es también en IV Esdras 9, 43 ss.; 10, 44 ss)” (Pirot). Sobre su frecuente aplicación a la Iglesia, dice Sales que en tal caso “la palabra Iglesia debe ser tomada en su sentido más lato, de modo que comprenda ya sea el Antiguo, ya el Nuevo Testamento”. Algunos restringen este simbolismo a Israel que se salva según el capítulo anterior (11, 1.13.19; cf. 7, 2 ss y nota), considerando que las doce estrellas son las doce tribus, según Gen. 37, 9. Gelin dice a este respecto que “en cuanto refugiada en el desierto (v. 6 y 14-16) la mujer no puede ser sino la mujer judeo-cristiana”, pero no precisa si es la que se convierte al principio de nuestra era (cf. Rom. 9, 27; Gal 6, 16) o al fin de ella (Rom. 11, 25 ss.). Cfr. Miq. 5, 3 ss. En cuanto a la Iglesia en el sentido de Cuerpo Místico de Cristo, ¿cómo explicar que ella diese a luz al que es su Cabeza (Col. 1, 18), cuando, a la inversa, se dice nacida del costado del nuevo Adán (Jn. 19, 34; Rom. 5, 14) como Eva del antiguo (Gen. 3, 20)? Ni siquiera  podría decirse de ella como se dice de Israel, que convirtiéndose a Cristo podría darlo a luz “espiritualmente” como antes lo dio a luz según la carne (Rom. 9, 5), pues la Iglesia es Cuerpo de Cristo precisamente por la fe con que está unida a El. Por otra parte, el misterio es más complejo aún si consideramos que empieza como una señal en el cielo[2] (v. 1), o sea fuera del espacio y también del tiempo (lo cual parece brindar amplio horizonte a la interpretación), mas luego vemos que el dragón, que también estaba en el cielo (vv. 3 y 7), es precipitado a la tierra (vv. 9, 10 y 12) y sin embargo aún persigue a la Mujer (v. 13) y ella huye al desierto (v. 14), dándose así a entender que también ella estaba entonces en la tierra, y aún que el parto había sido ya aquí, pues que el Hijo es arrebatado, hacia Dios (v. 5) y ella había huido al desierto ya en v. 6. La Liturgia y muchos escritores patrísticos emplean este pasaje en relación con la Santísima Virgen, pero es sólo en sentido acomodaticio, pues “la mención de los dolores de parto se opone a que se vea aquí una referencia a la Virgen María”, la cual dio a luz sin detrimento de su virginidad. Puede recordarse también la misteriosa profecía del Protoevangelio (Gen. III, 15 s.), donde se muestra ya el conflicto de este capítulo entre ambas descendencias (cf. Mat III, 7; XIII, 38; VIII, 44; Miq. V, 3; Rom. XVI, 20; Col II, 15; Hebr. II, 14) y se anuncian dolores de parto como aquí (v. 2; Gen. III, 16), lo cual parecería extender el símbolo de esta mujer a toda la humanidad redimida por Cristo, concepto que algunos aplican también a las Bodas de XIX, 6 ss., que interpretan en sentido lato considerando derribado el muro de separación con Israel (Ef. II, 14)”.

Hasta aquí Straubinger y es curioso que no hiciera referencia a Jn. XVI, 21.

 “La Mujer, en el momento de dar a luz, tiene tristeza, porque su hora ha llegado; pero, cuando su hijo ha nacido, no se acuerda más de su dolor, por el gozo de que ha nacido un hombre al mundo.”

Y como observa Castellani, la exégesis desta parábola puede venir del hecho que a la mujer le nace un hombre y no un niño como sería lo lógico suponer.
Además en ningún momento dice el capítulo XII del Apocalipsis que lo que nace de la Mujer es un niño sino un “hijo varón”, todo lo cual concuerda con el bellísimo texto de Isaías, que en su cap. IX, 6 s dice:

“Porque un Niño nos ha nacido (primera Venida), un Hijo nos ha sido dado (segunda Venida), que lleva el imperio sobre sus hombros. Se llamará Maravilloso, Consejero, Dios poderoso, Padre de la eternidad, Príncipe de la Paz[3]. Se dilatará su imperio, y de su paz no habrá fin. (Sentaráse) sobre el trono de David y sobre su reino, para establecerlo y consolidarlo mediante el juicio y la justicia, desde ahora para siempre jamás. El celo de Yahvé de los ejércitos hará esto.”

 Puesto que el texto de Mc (y Mt) se refiere a un suceso posterior a la cautividad de Babilonia es fácil desechar la opción “b”, y con respecto a la opción “a” parecería muy improbable que los dolores de parto se refieran al miedo de los enemigos de Dios en la Parusía puesto que este suceso al que alude Nuestro Señor tiene lugar antes de la Abominación de la Desolación en el lugar Santo, es decir, antes del Anticristo y, consiguientemente, antes de la Parusía.
Parecería, pues, que no queda sino aplicar esta imagen al pueblo de Israel en su próxima conversión. De hecho esto parece ser lo que está profetizado en el último capítulo de Isaías, citado por Straubinger:

7. Antes de estar de parto ella ha dado a luz; antes que le sobreviniesen dolores a dado a luz a un hijo varón.
8. ¿Quién oyó jamás cosa tal? ¿Quién vio cosa semejante? ¿Un país se hace acaso en un día? ¿O nace una nación de una vez?
Antes de sentir los dolores Sión dio a luz a sus hijos.

¡Bellísima profecía! El versículo 7 se refiere a la primera Venida del Mesías, como lo indica Lacunza, Fenómeno VIII, art. III, párrafo V, cuando dice: “Este parece que es según todas las contraseñas aquel prodigio grande e inaudito del que habla Isaías (LXVI, 7), de modo que la mujer de que hablamos[4] parió ciertamente a su Mesías muchos siglos ha; ¿más cómo? Antes de estar de parto ella ha dado a luz; lo dio a luz antes de parturirlo: lo parió sin dolor, antes de parirlo con dolor: es decir lo parió sin sentimiento, sin conocimiento, sin espíritu, sin fe, etc. Por eso aquel parto no le pudo ser de utilidad alguna, antes fue por esto mismo, lapis offensionis et petra scandali. “¿Por qué? Porque no (la buscó) por la fe, sino como por obras, y así tropezaron en la piedra de tropiezo como está escrito” (Rom IX, 32). Mas cuando Dios use con esta mujer de aquellas grandes misericordias que le tiene prometidas; cuando la llame “como mujer abandonada, como esposa rechazada desde la adolescencia”, cuando la recoja “con gran misericordia”, cuando la ilumine, cuando le abra los ojos y los oídos, cuando le envíe lengua erudita o maestros o ministros de la palabra, especialmente a Elías “que en efecto ha de venir y restaurarlo todo” (Mt. XVII, 11); entonces entrándole por los ojos la luz y por los oídos la fe de su Mesías, lo concebirá al punto en espíritu, es a saber, con conocimiento, con fe, con estimación, con un entrañable y ardentísimo amor y también con aquellas angustias y dolores por dentro y por fuera, que en aquel tiempo y circunstancias serán inevitables. Este parto espiritual de Sión, esta fe y confesión de fe, este reconocer y confesar públicamente y a todo riesgo que aquel mismo Jesús, a quien reprobó en otro tiempo, a quien pidió para la cruz, a quien siempre había detestado y aborrecido, etc. es su verdadero Mesías “la morada de la justicia, la esperanza de sus padres” (Jer. L, 7); esto parece que es lo que únicamente espera Dios para juntar aquel gran consejo y formar aquel majestuoso tribunal de que tanto se habla en los capítulos IV y V del mismo Apocalipsis, que son una manifiesta y vivísima alusión del capítulo VII de Daniel, como luego veremos…[5].

En cambio el versículo 8 trae a colación dos hechos:
El primero nos parece que es la fundación del Estado de Israel cuando dice: “¿Quién oyó jamás cosa tal? ¿Quién vio cosa semejante? ¿Un país se hace acaso en un día? ¿O nace una nación de una vez?”.
¡Sí, un país se hace en un día! ¡Una nación nace de una sola vez! El 14 de mayo de 1948, día de la finalización del mandato británico sobre la Palestina, fue fundado el pequeño estado de Israel contra la oposición interna y externa de muchos y para sorpresa de todos. Oposición de muchos países, oposición, incluso, de muchos judíos, amenazas de guerra (que se hicieron efectivas al día siguiente mismo) etc. Contra todos los pronósticos una nación se hizo en un día.
Por su parte el segundo hecho, todavía futuro para nosotros, es la conversión parcial de los judíos con la venida de Elías cuando el texto dice: “antes de sentir los dolores Sión dio a luz a sus hijos”, esto es: antes del “comienzo de los dolores[6](Mt XXIV, 8 y Mc XIII, 8), o sea antes de la apertura de los sellos “Sión dará a luz a sus hijos”, lo cual quiere decir que la conversión parcial de los judíos ocurrirá al comienzo de la septuagésima semana, como es obvio por el texto del profeta Daniel, y puesto que esto será obra del Profeta Elías entonces tenemos aquí otro argumento para afirmar que la prédica de los dos Testigos y el reinado del Anticristo no han de ser simultáneos sino que juntos sumarán siete años, es decir la septuagésima semana de Daniel[7].
Por último nótese aquí el plural a diferencia del vers. 7 donde habla en singular y se predice la primera venida del Mesías.

En conclusión: vemos una vez más que los dos discursos van por caminos diferentes. El de San Lucas nos lleva a los sucesos previos a la destrucción del Templo el año 70, mientras que San Mateo y San Marcos nos llevan a los últimos tiempos[8].

Vale!




[1] Tomamos estas citas bíblicas de Oñate que son meramente ejemplificativas.

[2] Nos parece que la frase “Y una gran señal fue vista en el cielo, etc.” (y lo mismo el v. 3) no quiere decir que la Mujer “aparece” en el cielo, sino que ese signo es visto “desde el cielo”. No hay dudas que el signo tiene lugar en la tierra, como consta por el v. 5 donde se dice que la Mujer da a luz en la tierra, que su Hijo es arrebatado al cielo, y que luego huye al desierto, etc. Nos parece que de otra forma es difícil explicar bien todas las imágenes.

[3] Es decir, todos estos nombres de Cristo corresponden a su reyecía durante el Milenio.

[4] Lacunza se refiere a la Mujer del capítulo XII del Apocalipsis.

[5] Sobre este último tema cfr. lo que dijimos AQUI (nota 5).

[6] El texto distingue bien los “comienzos de los dolores” de los “dolores de parto” de los que habla Apoc. XII. De hecho Joüon afirma que esta frase debe ser traducida “estas cosas son (tan sólo) el principio de los dolores”, es decir, no los dolores de parto mismo. Lo mismo afirma Zerwick.

[7] No debe confundirse la conversión parcial de los judíos que marca el comienzo de la Septuagésima semana de Daniel con la profesión pública de Israel en cuanto nación hacia el final de la primera mitad y que trae como consecuencia inmediata la aparición del Anticristo. Creemos que por acá puede venir la respuesta al famoso y tan controvertido κατέχον del que habla S. Pablo. Sobre este tema ver lo que ya publicamos AQUI y AQUI.

[8] Notemos AQUI lo que ya dijimos en relación al discurso Parusíaco y los primeros cinco sellos del Apocalipsis.