Introducción a Jesucristo, el verdadero Isaac, o La divinidad del cristianismo demostrada por la historia del Santo Patriarca Isaac
Por el P. Louis-Hilaire Caron
Nota del
Blog: Sobre el autor, ya habíamos publicado antes algunas cosas de otro de sus
libros, las similitudes entre José, hijo de Jacob y Nuestro Señor. Ver ACÁ.
INTRODUCCIÓN
Siendo
Nuestro Señor Jesucristo «el fin de todas las obras de Dios, dice el gran
obispo de Meaux[1],
todo lo que se ha hecho de extraordinario desde el principio del mundo no
miraba más que a él. Todas las cosas sucedían a nuestros padres en
figura (Gál. IV, 3; I Cor. X, 11), dice San Pablo. Para aclarar esta verdad[2] con la doctrina del santo
Apóstol, expongamos primero este principio: todo lo que actúa por medio de la
inteligencia se propone necesariamente un fin con el que relaciona sus
acciones; y cuanto más perfecta es la causa, más exacta es la relación, y la
razón de esto es evidente; pues si la causa es más excelente, se sigue que la
operación está mejor ordenada. Ahora bien, es cierto que el orden consiste en
la concordancia del fin con los medios, y de esta concordancia resulta esa
rectitud que se llama orden.
»Asumida esta verdad,
pasemos ahora a decir: la ley mosaica es obra de la inteligencia, y de
inteligencia infinita, pues es una obra del espíritu de Dios. Por lo tanto, tiene
un fin al que está destinada, y cuando conocemos este fin, no debemos dudar de
que todas las partes de la ley están relacionadas con él. Ahora bien, el Apóstol
Pablo nos asegura que Jesucristo es el fin de la ley (Rom. X, 4). Por
esta razón los Patriarcas y Profetas suspiraban continuamente por su venida,
porque Él era el fin de la ley y el tema principal de sus profecías. De esto se
desprende que todas las ceremonias de la ley, todas sus solemnidades, todos sus
sacrificios, se referían únicamente al Salvador, y que no hay página de las
Escrituras en la que no lo veamos, si nuestros ojos están suficientemente
afinados.
»Y ciertamente, puesto que a nuestro gran Dios le agradó revestirse de carne humana, era conveniente que, al igual que este misterio se había cumplido, celebráramos su grandeza con acción de gracias; así también, los que precedieron a su realización vivían en la expectativa de esa felicidad que iba a llegar a nuestra naturaleza. Es cierto que el Verbo eterno, al hacerse hombre, nació en un tiempo limitado, pues es consecuencia de la condición humana. La eternidad se combinó con el tiempo para que los que están sujetos al tiempo puedan aspirar a la eternidad. Pero, aunque la venida del Salvador fue detenida por un cierto tiempo por los designios de la divina Providencia, es necesario reconocer que el misterio del Verbo encarnado debía llenar y honrar todos los tiempos. Por eso era conveniente que, donde no estaba por la verdad de su presencia, lo estuviera, al menos de otra manera, por figuras muy excelentes. Por eso la ley de Moisés está llena de figuras maravillosas que nos representan al Salvador Jesús. Esto es lo que hizo decir a Tertuliano: ¡Qué antiguo es Jesús en la novedad de su Evangelio[3]! Lo que honramos es nuevo porque Jesucristo lo trajo a un nuevo día; lo que honramos es antiguo porque su figura se encuentra desde los primeros tiempos».