1. Y vi un ángel descendiendo del cielo, teniendo la llave del abismo y una cadena grande sobre su mano.
Concordancias:
Ἀγγελον (ángel): cfr. Mt. XI, 10; Mc. I, 2; Lc. VII, 27 (San Juan Bautista); Lc. VII, 24; IX, 52 (mensajeros); Sant. II, 25 (dos mensajeros de Josué); Apoc. I, 1; V, 2; VII, 2; VIII, 3-5.13; X, 1.5.8-10; XIV, 6.8-9.15.18; XVIII, 1.21; XIX, 17; XXII, 16 (San Gabriel); VIII, 2.6.8.10.12; IX, 1.13-14; X, 7; XI, 15 (7 Arcángeles que tocan las siete trompetas); I, 20; II, 1.8.12.18; III, 1.7.14 (Jerarquía); III, 5; V, 11; VII, 1.2.11; XIV, 10 (ángeles); IX, 11 (ángel del abismo); IX, 14-15 (ángeles malos de la sexta Trompeta); XII, 7 (ángeles de San Miguel); XII, 7.9 (ángeles de Satanás); XIV, 17.19 (un ángel con la hoz afilada); XV, 1.6-8; XVI, 1; XVII, 1.7; XXI, 9; XXII, 8 (ángeles de las siete Copas); XVI, 5 (ángel de las aguas); XXI, 12 (12 Apóstoles); XXII, 6 (¿Cristo?).
Καταβαίνοντα (descendiendo): cfr. Apoc. III, 12 (Jerusalén celeste); X, 1 (San Gabriel); XII, 12 (Diablo); XIII, 13 (fuego); XVI, 21 (Granizo); XVIII, 1 (san Gabriel); XX, 9 (fuego); XXI, 2.10 (Jerusalén Celeste).
οὐρανοῦ (cielo): cfr. Mt. V, 34; XXIII, 21-22; Hech. VII, 49; Apoc. III, 12; IV, 2; V, 3.13; VIII, 1; X, 1.4-6.8; XI, 12-13.15.19; XII, 1.3.7-8.10.12; XIII, 6; XIV, 2.13.17; XV, 1.5; XVI, 11.21; XVIII, 1.4-5.20; XIX, 1.14; XX, 9.11; XXI, 2.10.
Κλεῖν (llave): cfr. Mt. XVI, 19 (Reino de los Cielos); Lc. XI, 52 (conocimiento); Apoc. I, 18 (muerte y el hades); III, 7 (David); IX, 1 (Abismo).
Ἀβύσσου (abismo): cfr. Lc. VIII, 31; Rom. X, 7; Apoc. IX, 1-2.11; XI, 7; XVII, 8; XX, 3.
Ἅλυσιν (cadena): Hápax en el Apocalipsis.
χεῖρα (mano): cfr. Apoc. I, 16; VI, 5; VII, 9; VIII, 4; X, 2.8.10; XIII, 16; XIV, 9.14; XVII, 4; XIX, 2; XX, 4.
Comentario:
Straubinger: “Para apoderarse del Dragón (v. 2) el ángel desciende del cielo a la tierra, pues antes Satanás había sido precipitado del cielo a ella (XII, 9-12). Este ángel parecería ser el Arcángel San Miguel, que es el vencedor de Satanás (cf. XII, 7 y nota), y a quien la liturgia de su fiesta considera como el ángel mencionado en I, 1 (cf. Epístola del 8 de mayo y 29 de septiembre). León XIII lo expresa así en su Exorcismo contra Satanás y los ángeles rebeldes al citar este pasaje cuando pide a San Miguel que sujete “al Dragón, aquella antigua serpiente que es el diablo y Satanás” para precipitarlo encadenado en los abismos de modo que no pueda seducir más a las naciones. El mismo Pontífice prescribió la oración después de la misa en que se hace igual pedido a Miguel, “Príncipe de la milicia celestial” para que reduzca a “Satanás y los otros espíritus malignos que vagan por el mundo”. Ver I Ped. V, 8 que se recita en el oficio de Completas. Cfr. II Cor. II, 11; Ef. VI, 12”.
Gelin: “La imagería del encadenamiento de Satán en el abismo (v. 1-3) se encuentra ya en Is. XXIV, 22…”.
Eyzaguirre: “Precisamente por esta oración (la de León XIII) pedimos lo que San Juan anuncia que Dios hará en la segunda venida de Jesús, y esta oración es una condenación clarísima de aquella opinión que, contra toda regla hermenéutica, interrumpe los sucesos que venía anunciando el Apocalipsis, para retrotraerla a la primera venida, a la ligación del diablo aquí anunciada”.
Caballero Sánchez: “Aunque el texto es tan claro y tan fuerte, los "sabios" no admiten una verdadera ligadura ni un verdadero encarcelamiento del Dragón. Se empeñan, con todos los medios posibles, en derribar la roca inquebrantable de la divina Palabra.
A priori deben empeñarse en ello, porque tiene que "cesar la fábula
de los mil años".
Para conseguir la supresión del Milenio sabático, los "sabios"
decretan que el encarcelamiento del Dragón no debe situarse cronológicamente
después de la derrota de las Bestias, porque eso sería tener una visión
horizontal de los hechos que deben ser vistos verticalmente. En efecto, deciden
los "sabios", la estructura del Apocalipsis es vertical: en la base
están las realidades históricas de la lucha entre la Roma pagana y la Santa
Iglesia, luchas continuadas y repetidas a través de todos los siglos futuros;
en la cúspide, entrando al plano sobrenatural, están situadas las realidades
trascendentes de la guerra entre los espíritus, razón última de la historia
visible. Luego, describir la prisión del Dragón es "recapitular" todo
el drama apocalíptico, exponiendo la causa primera de la derrota final de los
adversarios históricos de la Iglesia de Dios.
No importa que en esa cúspide haya aparecido antes el Dragón enteramente
libre y peleando contra Miguel. Tampoco importa que, como instigador de las
batallas "bestiales" contra la Iglesia visible, se haya desatado sin
freno en su ira total. Esa entera libertad y ese desenfreno airado, dicen los
“sabios", no obstan para que los inteligentes entiendan, mirando en lo profundo,
cómo en verdad, desde antes, había sido ya encarcelado Satán por mil años, esto
es, para siempre... pues, la futura invasión de Gog y Magog será una reedición,
con colorido ezequeliano, de los símbolos "bestiales".
Por lo tanto, añaden
nuestros "sabios", las realidades expresadas por las imágenes: llave,
cadena, sello, indican solamente los límites y trabas impuestos por Dios, que cohíben,
inhiben o esterilizan la maléfica acción de Satán sobre los hombres. De modo que, desde el primer advenimiento de
Cristo hasta la consumación de los siglos, Satanás está encarcelado... es
decir, tiene una actividad relativamente trabada y su seducción es menos
peligrosa que antes de la era cristiana, debiendo recuperar su libertad al fin
del mundo, en los breves días de Gog y de Magog, última encarnación de la
Bestia "Anticristo".
Los "sabios"
encuentran la razón decisiva de su tesis en toda la sección apocalíptica que va
del capítulo XII al XIX…”.
Fillion: “In manu sua: el griego dice: sobre su mano. Ver V, 1 y nota. Las extremidades de la cadena pendían de los dos costados”.
Berry: “Las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses prueban claramente que el Anticristo debe ser un individuo, y nuestro estudio del Apocalipsis muestra que todavía no ha aparecido en el mundo. Pero prácticamente todos los intérpretes que aceptan estas conclusiones, toman el reino del Anticristo como un preludio del juicio final y del fin del mundo. Luego, contrariamente al sentido natural de las Escrituras, colocan el reino universal de Cristo antes del tiempo del Anticristo. Esto, a su vez, hace del encadenamiento del Dragón, un difícil problema. Algunos lo refieren a los tiempos de la muerte del Salvador o a Pentecostés. Otros fijan la fecha en la conversión de Constantino, el reino de Carlomagno, la caída del imperio occidental, o la toma de Constantinopla por los turcos, todas fechas arbitrarias como se ve por la gran divergencia.
Una atenta lectura del Apocalipsis muestra claramente que el Anticristo
aparecerá muchos siglos antes del juicio final y del fin del mundo. De hecho,
su reino será el último intento de Satanás por prevenir el reino universal de
Cristo en este mundo. Desde Pentecostés, la Iglesia ha estado involucrada en
una guerra perpetua. El judaísmo fue su primer enemigo; luego
siguieron el Arrianismo, el Mahometismo, el cisma griego, la reforma y las
sociedades secretas que promovieron el ateísmo y el racionalismo. Hoy en día
está luchando contra el indiferentismo y contra un recrudecimiento del
paganismo. El reino del Anticristo va a ser el conflicto final en esta lucha
prolongada contra el poder de las tinieblas.
Después de la derrota del Anticristo las naciones gentiles retornarán a
la Iglesia y los judíos van a entrar en su redil. Entonces se cumplirán las palabras
de Cristo: “Habrá un solo rebaño y un solo pastor”.
Desafortunadamente el pecado y el mal no habrán desaparecido completamente, los
buenos y los malos estarán mezclados en la Iglesia, aunque los buenos
predominarán. Después de muchos siglos, simbolizados por mil años, la fe va a
disminuir y la caridad se enfriará debido a la larga paz y seguridad que habrá
gozado la Iglesia. Luego Satanás,
desencadenado por un poco de tiempo, va a seducir a muchas naciones (Gog y
Magog) para hacerle la guerra a la Iglesia y perseguir a los fieles. Estas
naciones apóstatas van a ser inmediatamente reprimidas con un diluvio de fuego
y la Iglesia va a salir de nuevo triunfante. El juicio general y el fin del
mundo van a estar entonces cerca. Los hombres vivirán expectantes hasta que
Nuestro Señor aparezca en las nubes con la rapidez de un rayo (Mt. XXIV, 27).
El establecimiento de la Iglesia sobre todas las naciones está
profetizado casi en cada página de la Sagrada Escritura (Sal. LXXI, 8-9; LXXXV,
9; Is. IX, 7; Dan. VII, 27; Zac. IX, 10).
Los Apóstoles fueron
enviados a predicar el Evangelio a todas las naciones y a todas las creaturas (Mt. XXVIII, 16) y San Pablo le aplica a ellos las palabras del salmista: “Por toda la
tierra se oye su sonido y sus acentos hasta los confines del orbe” (Rom. X, 18; Sal. XVII, 5). ¿Puede creerse que estas profecías se
cumplieron por la conversión de unos pocos miles de almas en varios países
paganos del mundo? ¿Podemos admitir que un mundo impregnado de paganismo y dividido
en cismas y herejías es el único resultado de la muerte de Cristo sobre la
Cruz? Tal admisión es necesaria si el cierre del abismo y la atadura de Satanás
fuera puesta al comienzo de la cristiandad, y los mil años del reino de Cristo,
antes de la derrota del Anticristo.
Las profecías citadas arriba y cien otras desparramadas por las
Escrituras prueban ciertamente que el reino de Cristo va a ser verdaderamente
universal. Después de que las naciones gentiles vuelvan a la fe, los judíos se
someterán también al yugo del Evangelio. San Pablo afirma este hecho muy claramente
en Rom. XI, 15.25-26 (cfr. Is. LIX, 20).
Estas profecías no se cumplirán antes del tiempo del Anticristo, ya que
el Apocalipsis muestra claramente que vendrá a un mundo acosado por paganismo,
apostasía, cisma y herejía (IX, 20-21). Los judíos que todavía no se hayan
convertido, lo aceptarán como Mesías y le ayudarán en su lucha contra la
Iglesia. Recién después de la derrota del Anticristo y el retorno de las
naciones gentiles a la fe, los judíos aceptarán a Cristo como a su verdadero Mesías.
Entonces comenzará el reino universal de Cristo sobre todos los pueblos y
tribus y lenguas.
Después de la destrucción de Roma en los días del Anticristo, no quedará
sino un montón de ruinas para siempre y un lugar frecuentado por animales
impuros; “la gran ciudad no será hallada más”. Este hecho unido a las muchas
profecías sobre la gloria futura de Jerusalén, justifica la creencia de que va
a ser la ciudad de los Papas y la capital de la cristiandad desde el tiempo del
Anticristo hasta la consumación del mundo. Creemos que esto no es contrario a
la enseñanza de la Iglesia. Muchos teólogos sostienen que el Papado está unido
al episcopado de Roma por divina institución; sin embargo, esto no puede ser un
artículo de fe porque no se encuentra ni en las Escrituras ni en la tradición.
Es de fe que el sucesor de San Pedro es la cabeza de la Iglesia, y en el orden
presente de las cosas es de fe también que el Obispo de Roma es el sucesor de
Pedro[1].
La transferencia del
Papado de Roma a Jerusalén puede ser hecha por un decreto de un concilio
general actuando con el Papa, o por una intervención directa de la divina
Providencia. Los profetas antiguos
profetizaron la gloria futura de Jerusalén cuando vuelva a ser la Ciudad Santa
y la capital espiritual del mundo de donde saldrán las aguas de la salvación
hacia todos los pueblos. Será también la capital de la nación judía reunida
alrededor de ella una vez más (Is. XII, 6; Zac. II, 10.12; VIII, 3.7.8.13; XIV,
7-11; Je. III, 17).
Estas y similares profecías hicieron surgir en el pecho judío un ansioso
deseo por el despertar glorioso de Israel. El pueblo buscaba el tan esperado
Mesías como un gran líder de la restauración. Los Apóstoles compartían esta
expectación de sus compatriotas. Cuando Nuestro Señor les dijo que el Espíritu
Santo iba a venir pronto sobre ellos, le dijeron: “¿Señor, es este el tiempo en
que restableces el reino para Israel?”. Cristo no les dijo que su expectación
era vana, sino que simplemente les dijo: “No os corresponde a vosotros conocer
tiempos y momentos que el Padre ha fijado con su propia autoridad” (Hech. I,
6-7). Les dijo, en efecto, que el Reino sería restaurado a Israel pero que no
les correspondía conocer el tiempo porque el Padre no lo ha revelado”.
[1] Ver, obvio, Fenton, The Local Church of
Rome (AQUI)
donde esta posición es prácticamente rechazada por todos los autores, e incluso
algunos como Billot, por ejemplo, creen que la contraria es definible fide divina. El autor podría haber
argumentado que el Obispo de Roma,
iba a estar en Jerusalén de igual modo que los Papas se mudaron a Aviñón
durante el Cisma de occidente y la tesis sería más fácil de defender.