Raymond Chasles,
Israel y las Naciones
CJ Traducciones, 2024, pp. 320
A la luz de lo que está transcurriendo desde hace un par de años en el mundo, no se puede negar que este libro es de una gran actualidad. El autor, Raymond Chasles, fue el marido de una autora conocida de este blog: Magdalena Chasles.
El libro vio a luz por primera vez en 1945 y fue publicado por segunda vez
en 1969 por Magdalena, donde nos indica que el autor había fallecido en 1960
tras dar una conferencia, y que estaba trabajando en la actualización del
libro, habida cuenta del que seguramente es uno de los hechos más importantes
del siglo XX: la fundación del Estado de Israel.
El autor estudia, como su nombre lo indica, las relaciones y diferencias que
podemos ver a través de toda la Escritura (y de la misma historia) entre Israel
y las Naciones, y el gran misterio que encierra.
Si bien no siempre nos es posible seguir la exégesis del autor (por
ejemplo, en las 70 Semanas de Daniel), sin embargo, tiene algunas intuiciones
extremadamente interesantes, como cuando distingue el Evangelio del Reino
(predicado por Nuestro Señor y el Bautista, y que anunciaba la venida del Reino
de Dios) del Evangelio de la Salvación (relativo a su Pasión, Muerte y
Resurrección, y que comienza a predicar una vez que los judíos rechazan el
Evangelio del Reino), o en lo que atañe a una nueva revelación que tuvo San
Pablo, terminado el período apostólico (prórroga, por así decirlo, de la
predicación del Evangelio del Reino, que Nuestro Señor les obtuvo a los
judíos) donde revela el misterio escondido desde todas las edades: los gentiles
asociados a la Iglesia y formando un solo Cuerpo con Jesucristo.
Todo el libro respira una ocupación constante sobre las profecías bíblicas y los últimos tiempos, como cuando escribe:
“Frente al testimonio de la profecía bíblica se pueden adoptar cuatro posturas.
La primera es la de la negación, la del incrédulo
que rechaza sistemáticamente el misterio y lo invisible. Para él, la Biblia no
es más que una historia, cuya veracidad y autenticidad distan mucho de estar
probadas. Pero ¡cuántos de los que sostienen esta posición de «alta crítica»
han tenido que cambiar de opinión al examinarla más de cerca! Hemos tenido
muchas pruebas de ello por parte de hombres cuyos conocimientos y espíritu
científico no pueden discutirse.
La segunda es la de ciertos creyentes que no están completamente
libres de racionalismo. Piensan que se puede elegir entre los Libros
Sagrados. La Biblia, dicen, contiene la Palabra de Dios, pero no todas
sus partes son igualmente inspiradas. Esta es la postura de los «modernistas».
Adhiriéndose a interpretaciones muy populares hoy en ciertos círculos, hablan
de buen grado del «sentido poético» y del «sentido épico», que servirán para
dejar de lado el sentido literal y permitirles aludir a Josué parando el sol, a
la fuerza de Sansón, al episodio de Jonás y el «gran pez», manteniendo bastante
bien la compostura frente a los representantes de la escuela crítica.
La tercera postura es la de muchos cristianos que creen en la
inspiración de la Escritura, pero que tienen una marcada tendencia a
«espiritualizar» las profecías aún no cumplidas. Reconocen el
cumplimiento literal en el Evangelio de las profecías de la Primera Venida de
Cristo, pero no quieren admitir que ocurrirá lo mismo con las de su Segunda
Venida, que aún están por cumplirse. Además, tienen una tendencia
evidente a dejar «todas» las maldiciones pronunciadas por los Profetas a los
judíos, mientras que aplican todas las bendiciones al «Israel espiritual», que
se ha convertido en la Iglesia.
Qué error sería desviar de su verdadero significado las profecías
relativas al tiempo de la Tribulación, el Recogimiento y la Conversión de
Israel, el Retorno de Cristo y el Reino de Dios. ¿No es perder «la llave del
conocimiento» no entrar uno mismo e impedir que entren los demás? (Lc. XI, 52).
Además, y esto es muy importante, confirma en su error a los judíos que
se niegan a ver en Jesús de Nazaret al Mesías prometido.
Por último, la cuarta postura es la de los cristianos que
reciben toda la Biblia como Palabra de Dios, según su sentido literal, según el
hecho histórico, según el anuncio en su contexto y situado en su verdadera
dispensación. Es decir, en su tiempo preciso.
Evidentemente, siempre que el símbolo se manifieste, en comparaciones o
parábolas, debe ser recibido como tal; pero aparte de estos datos simbólicos,
cuyo carácter está siempre claramente indicado, quienes sostienen esta postura se
niegan rotundamente a «espiritualizar» las profecías que aún no se han cumplido.
Prefieren callar antes que interpretarlas «espiritualmente» y situarlas fuera
del tiempo para el que fueron anunciadas.
Esta es la posición de la tradición más sólida, como
recuerdan los Papas León XIII, Benedicto XV y Pío XII; es la posición de los
primeros Padres de la Iglesia, así como de San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino
y Bossuet.
Después de tantos años de estudios históricos aplicados a la Biblia, nos
vemos obligados a reconocer que sólo esta postura puede dar plena satisfacción,
tanto a la fe como a la razón y la lógica. Sólo ella nos abre el vasto campo de
las Escrituras...
Podemos asegurar a todos aquellos que al principio se
sienten «turbados» cuando se les explica el sentido original y literal de una
profecía, que si persisten en este modo de interpretación –el único
verdaderamente racional que da valor a las palabras–, pronto los textos
bíblicos se aclararán y el admirable orden del plan de Dios se les presentará
con un esplendor insospechado. La duda dará paso a la adoración y al amor.
Es una llamada a la fe, una llamada a romper con ciertas ideas
preconcebidas, pero también una llamada a saborear las alegrías insondables e
inagotables de «la palabra viva y permanente de Dios» (I Ped. I, 23), que
dirigimos a nuestros lectores, a todos nuestros amigos bíblicos».
Y en otra parte:
“¿No habremos emprendido un camino que conducirá inevitablemente a la
ruina del mundo, a la última guerra, al famoso Armagedón del que habla el
Apocalipsis y, desde hace algunas semanas, incluso nuestros escritores y
periodistas?
Pero este conflicto final no tendrá lugar sin la
participación directa de un pueblo: el pueblo de la Biblia.
Israel debe desempeñar un papel protagonista en los
tiempos de tribulación, que parece que pronto comenzarán. Pero no será la única
en cuestión: a su derecha, a su izquierda, a su alrededor están las NACIONES,
los pueblos, tantas veces enfrentados a él a lo largo de los siglos, que han
tratado de absorberlo sin conseguirlo, de aniquilarlo sin lograrlo, de
relegarlo a la obscuridad y al olvido, sin impedir jamás que resurgiera. El
misterio de los judíos, dispersos por el mundo, que desde hace cuarenta años intentan
reagruparse en Palestina y recuperar su autonomía nacional, es un enigma para
los que piensan, como lo es para los que, por espíritu de sistema, al amparo de
la política, económica o social, a veces los rechazan y a veces los ponen en
las nubes.
Pero hay más: Israel es un enigma en sí mismo. Muy a menudo, el israelita
ya no sabe si sigue siendo judío o ciudadano del país donde nació, creció y
ocupó su posición social. En Francia, muchos judíos sólo quieren ser franceses;
se desinteresan por completo del gran movimiento sionista de reunificación
nacional en la Tierra de Israel...
Creemos, sin embargo, y nos dejamos instruir por la Biblia, que el
judío, por la singularidad de su historia, va más allá del concepto de
«patria». Es del tamaño del mundo. En virtud de su verdadera vocación,
trasciende las fronteras, y por eso es el elemento tradicional y permanente de
toda Internacional, así como de toda comunidad de Estados.
Sin embargo, el judío, suponiendo que se ajuste al
tipo ideal que acabamos de describir, es decir, despojado de sus defectos –y
tiene muchos– y haciendo uso de sus grandes cualidades –y también tiene muchas,
no las menos importantes–, no podrá cumplir la misión a la que ha sido llamado
si antes no se «transforma» espiritualmente.
Ahora bien, sabemos por experiencia personal que, para
ser transformados, necesitamos la prueba y el sufrimiento, combinados con el
poder renovador del Espíritu de Dios. Ciertamente, Israel siempre ha conocido
el sufrimiento; ha sido su compañero a lo largo de los siglos. Pero la profecía
anuncia, en términos perfectamente claros y precisos, que debe pasar por el
crisol de la Tribulación, de la persecución del Anticristo, para lograr la
«conversión» nacional –no sólo religiosa, sino moral y social– a fin de ser, en
la edad venidera, el nuevo Israel de la paz, la justicia y la reconciliación”.
El libro trae como apéndice un macizo estudio del P. Dupont O.S.B. llamado “La salvación de los gentiles y la significación teológica del libro de los Hechos”, donde estudia con mucha precisión un tema muy debatido y difícil: la finalidad que tuvo San Lucas al escribir los Hechos de los Apóstoles y la razón de ser el abrupto final.
La
respuesta va en línea con lo que señalan grandes autores como Straubinger, que
básicamente afirman que los Hechos de los Apóstoles tiene como finalidad
presentar el período Apostólico, es decir, ese tiempo de gracia del que
hablamos más arriba, que Nuestro Señor le alcanzó a los judíos para que se arrepintieran
y creyeran en el Evangelio del Reino.
Este
libro en nada desmerece de los de su amada esposa Magdalena y uno casi que
siente en cada página que todos estos temas eran el objeto de las continuas
meditaciones y charlas entre ambos.
Quiera
Dios que este libro nos ayude a entender un poco más el abismo insondable de
las escrituras, como así también los tiempos que estamos viviendo.
Hemos
publicado un capítulo de este libro AQUI.
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