miércoles, 11 de diciembre de 2024

La pronunciación del Tetragrámaton, por P. Drach (I de VI)

La pronunciación del Tetragrámaton,

por P. Drach

 

 Nota del Blog: Las siguientes páginas están tomadas del libro del Rabino converso P. Drach, De l`Harmonie entre l'Église et la Synagogue, (1844) tomo 1, pp. 469-498 (nota 11).

En la edición española (disponible AQUÍ) se encuentra en las pp. 417-443.

 

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 El estudio más interesante e importante que debe hacerse del nombre Jehová, el que realmente merece la más seria atención del hebraísta cristiano, es desde el punto de vista de la importancia teosófica que parece haber tenido en la antigua sinagoga. Esta última depositó en ella, como nos enorgullecemos de haber mostrado mediante los monumentos más auténticos del pueblo de Dios, las verdades fundamentales de la doctrina mesiánica, también conocida como la fe evangélica. Estas verdades, esta fe, están contenidas en estas admirables palabras de quien es en sí mismo el camino, la verdad y la vida. “Y la vida eterna es: que te conozcan a Ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo Enviado tuyo” (Jn. XVII, 3). Conocer, es decir, amar, a Jesucristo, es efectivamente el resumen de la única ciencia necesaria, el unum necessarium (Lc. X, 42). Un Mesías Salvador, Reparador, Reconciliador, una Persona divina engendrada del primer Principio divino, y hecha hombre por la operación de otra Persona divina, ésta procedente de las dos primeras: generación y procesión eternas: nacimiento temporal. Esto es lo que descubren las investigaciones profundas y juiciosas en la enseñanza de la antigua sinagoga. Esta es la vida, la salvación de los Justos del Antiguo Testamento.

Pero no nos equivoquemos, la sinagoga no encontraba estas dos grandes verdades, la Trinidad y la Encarnación, en el análisis gramatical, y menos aún en la apreciación sutil de las letras y puntos del nombre inefable. Estas sublimes percepciones le llegaban de una fuente más pura, de la revelación: las tenía de la mano de una tradición que se remontaba al día en que el paraíso terrenal resonaba con la primera promesa de un Reparador, revelación que se repetía con cada nueva promesa del Mesías. Es por ello que decíamos al principio de esta nota que la sinagoga depositaba en el nombre Jehová la doctrina mesiánica. Sólo que, al enseñar estas grandes verdades, les dio como apoyo los caracteres materiales, las letras del nombre inefable, a fin de fijarlas mejor en la memoria de los que debían ser instruidos. Los Padres de la sinagoga, además, observaban generalmente el mismo método, que llamaban simple apoyo, con respecto a todas las tradiciones que constituían el cuerpo de la ley oral. Como prueba de ello, citamos un pasaje de la Introducción que Isaac Abuhab, rabino español del siglo XV, puso al frente de su Menorat-Hammaor, uno de los libros más populares y estimados entre los judíos.

Después de indicar el origen de la tradición, y de explicar su modo de transmisión, añade: "Y los antiguos, aunque conocían por tradición el modo de observar las prescripciones y ordenanzas de la ley escrita, se esforzaban por probar estas explicaciones orales, bien sea por la letra del texto, bien por uno de los trece razonamientos, o bien diciendo: El texto es un simple apoyo”. Maimónides, libro Moreh-Nebuhhim, parte III, cap. LIV, da la siguiente gradación al estudio de la ley sagrada: 1. adquirir un verdadero conocimiento de la misma por tradición; 2. establecer su certeza por pruebas de uso; 3. aplicarla a la práctica.

Hemos dicho que CONOCER a Dios es AMAR a Dios. Este es, en efecto, en muchos casos, el significado del verbo hebreo ידע, que significa no sólo conocer, sino también amar[1]. Es en este sentido que el profeta dice: “Así dice el Señor: “No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el poderoso de su poder, no se gloríe el rico de sus riquezas. El que se gloría gloríese en esto: en tener inteligencia y conocerme a Mí, que Yo soy el Señor, que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra; porque estas son las cosas en que me complazco, dice el Señor” (Jer. IX, 23). Si se tratara del simple conocimiento de Dios, el mayor enemigo de Dios y de los hombres, la antigua serpiente de San Juan (Apoc. XII, 9) y de los rabinos[2], conoce a Dios más perfectamente que los mayores santos de la tierra.

Estas son, nos parece, las grandes lecciones que deben resultar de los estudios concienzudos del tetragrámaton. ¿Qué importa, por lo demás, cómo se pronunciaba en el pasado? ¿Cómo debería pronunciarse ahora? ¿Le conviene al filólogo cristiano perder su tiempo, consumirse en la investigación, para saber si debe leerse Yehova o Adonai?

Esta cuestión ociosa e inútil es, sin embargo, la que ha ocupado casi exclusivamente a los hebraístas heréticos que han escrito libros enteros sobre el tetragrámaton: Buxtorf, Drusio, Fuller, Leusden, L. Cappelle, Gataker, y tantos otros que nos abstenemos de nombrar, porque la lista sería demasiado larga.

Estos señores no se contentaron con alegar lo que creían eran buenas razones, sino que llegaron a los insultos. Así, Drusio, que se declaraba partidario de Adonai, se enfadó mucho y llamó impíos y Jehovistas a los hebraístas que no seguían su ejemplo. Estos últimos, que no habrían querido tocar a su Adonai con la punta de los dedos, levantaron el bigote ante el erudito holandés y le llamaron nada menos que extraño Adonista.

Como esta cuestión dividió a los estudiosos de los siglos XVII y XVIII en dos bandos enemigos, diremos en esta nota lo que nos parece que es la verdad en este aspecto.



[1] R. Salomón Yarhi dice, en su comentario a Gén. XVIII, 19, que el verbo conocer, de este versículo, significa amar, al igual que en los siguientes lugares: Rut II, 1; III, 2; Éx. XXXII, 17. Además, dice, amar y conocer son, en cierto modo, la misma cosa, pues cuando uno ama a alguien se acerca a él y lo conoce íntimamente. Mendelssohn, tanto en su exposición hebrea del texto como en su versión alemana, siguió esta explicación del gramático de Troyes en Champaña.

[2] Ver nuestro Ensayo sobre la invocación de los santos en la sinagoga.