miércoles, 27 de octubre de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, El Libertador (I de III)

   Nota del Blog: La sección dedicada al Patriarca José ya fue publicada con anterioridad. Ver AQUI y AQUI. 

*** 

6. El Libertador 

Las bendiciones y las pruebas, unidas en manojos alrededor de los Patriarcas, los habían formado en el conocimiento del Eterno. A pesar de sus imperfecciones, habían conservado la promesa mesiánica en toda su pureza, y muchos de ellos habían escrito una página en el “rollo” de los sufrimientos y de las glorias del Mesías. 

Jacob permaneció con sus hijos en Egipto, en la tierra de Gosen, con excelentes pastos e irrigación fecunda, y esta región, al mismo tiempo, los protegía de los egipcios. Fue allí que, sintiendo cerca el fin de sus días, Jacob profetizó sobre sus hijos. 

Reuníos y oíd, hijos de Jacob, escuchad a Israel, vuestro padre” (Gén. XLIX, 2). 

Varias de estas profecías son misteriosas. Dos de ellas sobre todo retendrán nuestra atención, pues se oponen y se colocan ante las dos descendencias como una enfrente de la otra. 

Jacob compara a Dan, su hijo, con la serpiente, la formidable víbora con cuernos que muerde el talón del caballo junto al camino para que caiga hacia atrás su jinete. Entonces, como asustado por esta terrible visión sobre Dan, que es comparado con la serpiente –la Serpiente antigua, sin dudas– Jacob deja escapar un grito, un llamado: 

Espero tu salvación [o “tu Jesús”, puesto que la palabra tiene la misma consonancia en hebreo], Yahvé” (Gén. XLIX, 17-18). 

Jacob se une desde ya a Simeón, que alzará al “niño Jesús” en sus brazos y podrá decir: 

Han visto mis ojos tu salvación [tu Jesús]” (Lc. II, 30). 

La profecía sobre Dan ha sido muy señalada por los Padres de la Iglesia; los cuales, viendo a esta tribu suprimida en la lista del libro del Apocalipsis (VII, 5-8), pensaban que de ella saldría el Anticristo. 

El suspiro y el grito de Jacob llamando a Cristo y oponiéndolo a la visión de la serpiente, parecería suponerlo. 

Pero sobre Judá reposarán las más magníficas promesas. Todas se relacionan con Cristo; sacan a luz su carácter real, simbolizado por el León y el “bastón de mando”. 

“Cachorro de león es Judá;

–¡cómo te levantas, hijo mío, de la presa!

Se encorva, echándose como un león...

No se apartará de Judá el cetro,

ni el báculo de entre sus pies, hasta que venga Schiloh[1]:

¡a Él obedecerán las naciones!

Él ata a la vid su pollino,

y a la cepa el pollino de su asna,

lava en vino sus vestidos,

y en sangre de uvas su manto.

Sus ojos brillan por el vino,

y sus dientes son blancos por la leche”

Gén. XLIX, 9-12 

La última frase: “Y sus dientes son blancos por la leche” designa a aquel que vendrá como un pequeño niño, que Isaías anunciará así: 

“Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado” (Is. IX, 6). 

Es a Él a quien los ángeles revelarán a los pastores, bajos los rasgos del Salvador envuelto en pañales y recostado en un pesebre, el fruto muy precioso de la descendencia de la mujer (Lc. II, 12). 

Pero la parte principal de esta notable profecía se relaciona esencialmente con la Segunda Venida del Mesías. 

Juan, en Patmos, “llevado en espíritu al día del Señor”, tendrá la revelación de Cristo, “León de Judá”. Y esta “matanza” vista por Jacob es la de los juicios cuyas impresionantes fases han descrito los profetas: 

¿Quién es éste que viene de Edom,

de Bosra con vestidos teñidos (de sangre)?

¡Tan gallardo en su vestir...

“¿Por qué está rojo tu vestido y tus ropas como las de lagarero?”.

“Los he pisado en mi ira,

y los he hollado en mi furor;

su sangre salpicó mis ropas...

y el año de mis redimidos había llegado”.

Is. LXIII, 1-4 

Ese carácter sangriento y terrorífico del “tiempo de la ira” se encuentra en numerosos pasajes proféticos, en los Salmos y sobre todo en el Apocalipsis. Cristo, apareciendo sobre el caballo blanco, lleva “un manto empapado de sangre” (Apoc. XIX, 13), que tantos siglos antes ha visto Jacob[2]. 

Son esos juicios que el “León de Judá” ejecutará al momento de la Segunda Venida –en la primera apareció con la dulzura del Cordero, el “Cordero de Dios”–, juicios anunciados bajo las imágenes bíblicas de la matanza, del lagar, de las vestimentas teñidas en sangre, como así también de la espada afilada y de la vara de hierro. 

Jacob predijo también la entrada en Jerusalén sobre “el pollino de su asna”, ese emocionante día en donde la realeza de Cristo fue, sin embargo, muy efímera. 

Pero el anuncio importante es el que se relaciona con el cetro y con el “bastón de mando”. 

El poder real no se apartará de Judá hasta que venga el “Schiloh”, el que detenta el cetro. Cristo no quiso hacer uso de sus derechos en su Primera Venida. Es preciso, pues, esperar algo distinto al rey ultrajado con la corona de espinas, con el manto escarlata, con el cetro de escarnio. Es preciso esperar a aquel a quien los “pueblos obedecerán”. 

Esta profecía de Jacob se une a la que Balaam enunciará algunos siglos más tarde: 

Una estrella sale de Jacob, y de Israel surge un cetro” (Núm. XXIV, 15-19). 

¡Una estrella saldrá de Jacob! La luz se alzará sobre el mundo: estrella de los magos, para descubrir al “Rey de los judíos”, en la Primera Venida de Cristo (Mt. II, 1-11); estrella brillante de la mañana, en la Segunda (Apoc. XXII, 16). 

Finalmente, “no se apartará de Judá el cetro”. 

Estamos en el punto culminante de la visión profética de Jacob; nos asegura que la fuerza del León divino golpeará a la víbora con cuernos, que el poder de Cristo quebrantará un día, con un cetro de hierro (Sal. II, 9), las fuerzas impías erigidas contra Él.


 [1] Es decir: aquel a quien pertenece [el cetro]

[2] Ver cap. “Las congregaciones alrededor de Cristo”.