Todo
esto se confirma sin más por medio de un texto capital para nuestro propósito y
que es directamente pasado por alto por los exégetas, o simplemente
interpretado en cualquier sentido excepto el obvio y natural.
Apoc.
III, 21: “El que venciere, le daré
sentarse conmigo en mi trono, como Yo también vencí y me senté con mi
Padre en su trono”.
Y tal
vez ya empezamos a ver las cosas de otra manera.
Existen
dos tronos (distingue thronos et concordabis prophetias): el trono
de gracia sobre el cual se ha sentado Jesús tras la Ascensión, y el trono
de gloria sobre el cual se sentará y hará sentar a los que tengan parte en
la primera Resurrección. El primero es un trono sacerdotal; el segundo, un
trono real[1].
De
este trono, su trono, nos hablan a
menudo las Escrituras.
Mt.
XVI, 27: “Porque el Hijo del hombre
ha de venir, en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces
dará a cada uno según sus obras”.
Mc.
VIII, 38: “Porque quien se avergonzare
de Mí y de mis palabras delante de esta raza adúltera y pecadora, el Hijo del
hombre también se avergonzará de él cuando vuelva en la gloria de su Padre,
escoltado por los santos ángeles”.
Lc.
IX, 26: “Quien haya tenido vergüenza
de Mí y de mis palabras, el Hijo del hombre tendrá vergüenza de él, cuando
venga en su gloria, y en la del Padre y de los santos ángeles”.
Mt.
XIX, 28: “En verdad os digo, vosotros
que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se
siente sobre su trono glorioso, os sentaréis, vosotros también, sobre doce
tronos, y juzgaréis a las doce tribus de Israel”.
Mc.
X, 37-40: “Concédenos sentarnos, el
uno a tu derecha, el otro a tu izquierda, en tu gloria.” Pero Jesús
les dijo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber, o
recibir el bautismo que Yo he de recibir?” Le contestaron: “Podemos.” Entonces,
Jesús les dijo: “El cáliz que Yo he de beber, lo beberéis; y el bautismo que Yo
he de recibir, lo recibiréis. Mas en cuanto a sentarse a mi derecha o a mi
izquierda, no es mío darlo sino a aquellos para quienes está preparado”.
Mt.
XX, 21-23: “Él le preguntó: “¿Qué
deseas?” Ella le contestó: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten, el
uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu reino.” Mas Jesús repuso
diciendo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz, que Yo he de beber?”
Le dijeron: “Podemos”. Él les dijo: “Mi cáliz, sí, lo beberéis; pero el
sentaros a mi derecha o a mi izquierda, no es cosa mía el darlo, sino para
quienes estuviere preparado por mi Padre”.
Mt.
XXIV, 30: “Y entonces aparecerá la
señal del Hijo del Hombre en el cielo, y entonces harán luto todas las tribus
de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo
con poder y gloria mucha”.
Ver
Mc. XIII, 26; Lc. XXI, 27.
Mt.
XXV, 31-32: “Pero cuando venga el Hijo
de Hombre en su gloria y todos los ángeles con Él, entonces se sentará
sobre su trono de gloria, y se congregarán delante de Él todas las
naciones…”.
Lc.
IX, 30-32: “Y he aquí a dos hombres
hablando con Él: eran Moisés y Elías, los cuales, apareciendo en gloria,
hablaban del éxodo suyo que Él iba a verificar en Jerusalén. Pedro y sus
compañeros estaban agobiados de sueño, más habiéndose despertado, vieron su
gloria y a los dos hombres que estaban a su lado”.
Jn.
I, 14: “Y el Verbo se hizo carne, y
puso su morada entre nosotros —y nosotros vimos su gloria, gloria como del
Unigénito del Padre— lleno de gracia y de verdad”.
II
Tes. I, 5-10: “Esta es una señal del justo
juicio de Dios, para que seáis hechos dignos del reino de Dios por el cual,
padecéis, si es que Dios encuentra justo dar en retorno tribulación a los que
os atribulan, y a vosotros, los atribulados, descanso, juntamente con nosotros,
en la revelación del Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder en
llamas de fuego, tomando venganza en los que no conocen a Dios y en los que no
obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán la
pena de la eterna perdición, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de
su fuerza, cuando Él venga en aquel día a ser glorificado en sus santos y
ofrecerse a la admiración de todos los que creyeron, porque nuestro testimonio
ante vosotros fue creído”.
II
Tes. II, 13-14: “Os ha escogido Dios
como primicias para salvación, mediante santificación de espíritu y crédito a
la verdad; a ésta os llamó por medio de nuestro Evangelio, para alcanzar la
gloria de nuestro Señor Jesucristo”.
Tito
II, 11-14: “Porque se ha manifestado la
gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos ha instruido para que
renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos sobria, justa y piadosamente
en este siglo actual, aguardando la bienaventurada esperanza y aparición de
la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo”[2].
I
Ped. IV, 12-13: “Carísimos, no os
sorprendáis, como si os sucediera cosa extraordinaria, del fuego que arde entre
vosotros para prueba vuestra; antes bien alegraos, en cuanto sois participantes
de los padecimientos de Cristo, para que también en la aparición de su
gloria saltéis de gozo”.
I
Ped. V, 1-4: “Exhorto, por lo tanto, a los
presbíteros que están entre vosotros, yo, (su) copresbítero y testigo de los
padecimientos de Cristo, como también partícipe de la futura gloria que va a
ser revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, velando no
como forzados sino de buen grado, según Dios; ni por sórdido interés sino
gustosamente; ni menos como quienes quieren ejercer dominio sobre la herencia
(de Dios), sino haciéndoos modelo de la grey. Entonces, cuando se manifieste
el Príncipe de los pastores, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria”.
II
Ped. I, 17-18: “Pues Él recibió de
Dios Padre honor y gloria cuando de la Gloria majestuosísima le fue enviada
aquella voz: “Éste es mi Hijo amado en quien Yo me complazco”; y esta voz
enviada del cielo la oímos nosotros, estando con Él en el monte santo”.
Jud. I,
24: “A Aquel que es poderoso para
guardaros seguros y poneros frente a frente de su Gloria, inmaculados en
exultación…”.
Apoc.
XXI, 10-11: “Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me
mostró la ciudad, la santa Jerusalén, descendiendo del cielo desde Dios, teniendo
la Gloria de Dios; su luminar semejante a piedra preciosa, como piedra
jaspe cristalina”.
Apoc.
XXI, 23: “Y la ciudad necesidad no tiene de sol ni de luna
para que la alumbren; en efecto, la gloria de Dios la iluminó y su lámpara (es) el Cordero”.
En
conclusión: Si Jesús está sentado en un trono y se deberá sentar en otro,
entonces lo más lógico es pensar que al pasar de uno a otro deberá estar de pie y por otra parte
sabemos también que Nuestro Señor está sentado en el trono de Misericordia hasta que sus enemigos sean puestos como
escabel de sus pies.
Pero
he aquí que Jesús nos es presentado en el Apocalipsis, precisamente, de pie.
Apoc.
V, 6: “Y vi en medio del
trono y de los cuatro Vivientes y en medio de los Ancianos, un Cordero
estando de pie, como degollado, teniendo cuernos siete y ojos siete, que
son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. Y vino y recibió (el
libro) de la diestra del sentado sobre el trono”.
El
desarrollo de los cap. IV-V nos presenta a Dios Padre sentado en el trono y a
Jesús, de pie, recibiendo el libro sellado.
Si
el Cordero está de pie, quiere decir
que ya ha dejado el Trono de su Padre y que entonces tendrá lugar aquello de Sal.
II, 8:
“Pídeme y te daré las naciones por tu herencia y por
tu posesión los confines de la tierra”.
En
definitiva: cuando el Mesías, de pie, pida a su Padre las naciones por
herencia, entonces, y sólo entonces, recibirá el libro sellado del que nos
habla san Juan y, ya en posesión de su título, tendrá lugar el comienzo de el día del Señor (Apoc. I, 10).
Es
importante notar que Dios Padre es llamado a través de todo el Apocalipsis el sentado sobre el trono, casi como si
fuera su prerrogativa[3]: Apoc.
IV, 2-3.9-10; V, 1.7.13; VI, 16; VII, 10.15; XIX, 4; XX, 11; XXI, 5.
Algunos
de estos casos distinguen claramente el
Sentado en el trono del Cordero:
Apoc.
V, 13: “Y a toda creatura que (está) en el cielo y sobre la tierra y
bajo la tierra y sobre el mar, y a todas las cosas que hay en ellos, oí
diciendo: “Al sentado sobre el trono y al Cordero, la bendición y el
honor y la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”.
Apoc.
VI, 15-16: “Y los reyes de
la tierra y los magnates y los tribunos y los ricos y los fuertes y todo siervo
y libre se escondieron en las cuevas y en las peñas de los montes. Y dicen a
los montes y a las peñas: “Caed sobre nosotros y escondednos del rostro del
sentado sobre el trono y de la ira del Cordero…”.
Apoc.
VII, 10: “Y claman con voz
grande diciendo: “La salud a nuestro Dios, al sentado sobre el trono, y al
Cordero”.
En conclusión:
nuestra opinión es que lo profetizado en el Apocalipsis recién tendrá lugar
cuando Jesús se ponga de pie para
recibir el testamento de su Padre y que, mientras tanto, nada de lo que leemos
después del cap. IV ha tenido lugar aún, pues el Cordero sigue sentado a la
diestra del Padre.
[1] Lo mismo parecen reconocer los judíos. Jerónimo
de Santa Fe, el célebre judío converso que polemizó con los Rabinos en la Edad
Media en la famosa “Disputa de Tortosa” (sobre la cual tendremos que hablar en
otra oportunidad), dice lo siguiente:
“En Hagigá, 14 a, Daniel (VII, 9)
vió dos tronos en el cielo, uno para Dios y otro para David, es decir, para el
Mesías, cuyo nombre es David, según Eka Rabbá, 1,51 (a Lam. I, 16). Moisés
ha-Darshán en Gen. XVIII, 22 pone también al Mesías a la diestra de Dios…”.
Ver "Hieronimi
de Sancta Fide, Iudaei ad christianismum conversi, libri duo, quorum prior
fidem et religionem (Iudaeorum) impugnat, alter vero Talmud. Ad mandatum Domini Papae Benedicti XIII,
facta relatione anno Domini 1412, mense Augusto, in Hispania". Ed. Gesner, Zürich, 1552, cap. VIII.
[2] Notar los dos elementos claramente distinguidos:
con su primera Venida se manifestó la gracia
por medio de su Pasión, y con la segunda se manifestará la gloria. A cada uno de los elementos le corresponde un trono
diferente: trono sacerdotal al primero, trono real al segundo.
[3] Y, por el contrario, el Cordero no está nunca
sentado sino de pie: ver Apoc. III, 20 y XIV, 1.