b) Añadíamos, como segunda parte, que esa luz de la
luna, y no la del sol, es la supuesta en el símil del último verso, para
iluminación de la caravana mesiánica de los redimidos. Bastarán para
fundamentarlo las siguientes consideraciones de filología, de antiguas
costumbres, de textos bíblicos y de actuales costumbres orientales.
1. El nombre hebreo de la luna en su etimología
parece que depende de la raíz "viajar, caminar" (Gesen. Wört., p. 316 y 64), indicando
probablemente que es el astro de las caravanas, las cuales encontraban, en las
grandes vías, ciudades de su nombre y sus lugares sagrados y sus templos (Ur,
Harran, Jerichó, Sinaí, etc.); porque la antigüedad semita e idólatra, fuera de
Israel, la tuvo por el dios de los caminos y de los caminantes, o sea,
según las mismas palabras del himno de Ur, principal ciudad de su culto:
"El dios Nannaar (que significa
"luminar", nombre poético de la luna) es el que abre la marcha, el
ágil cuyas rodillas no se cansan, el preparador de los caminos a los otros
dioses sus hermanos" (Cfr. H. Gressman: Altorient. Texte etc., t. I, páginas 80-81).
Esa
preponderancia de la luna, desviada supersticiosamente en tantos pueblos, vino
de la suavidad y comodidad de su luz intensa que contrasta con el ardor y con
los peligros del sol de oriente, los cuales inspiraron a Jesús Sirach aquella
descripción (Eccli. XLIII, 2-5), en que la luz solar semeja una luz enemiga.
Véase sino la traducción que del original hebreo nos da Knabenbauer (Com. in
Eccum. -Appendix LXI):
"Sol producit in ortu suo calorem - quam
veneranda opera Jahweh!
Si meridie fulget ebullire facit orbem - ante
ardorem ejus quis sustinebit?
Caminus accensus calefaciens fusionem - missus
sol exurit montes
Lingua lucis consumit habitatam terram - et ab
igne ejus comburitur oculus"[1].
¡Temerosas
palabras las de toda esta estrofa de fuego! A ella se opone la otra dedicada
seguidamente a la luna, y que termina con un dulce verso de sola luz y
esplendor: "faciens lucere firmamentum ex splendore suo" (que hace
lucir el firmamento con su esplendor).
Por este motivo, pues, solían
las caravanas orientales comenzar su viaje al caer del día, y viajaban también
durante las noches, siendo entonces la
benigna luz de la luna la "Nocturna lux viantibus” (luz nocturna de los viajeros), la que "viantibus iter
demonstrat latronum prodit insidias” (muestra
el camino a los viajeros y proyecta las insidias de los ladrones), como
dice San Ambrosio en su comentario al Hexameron (c. 9).
2. Particularmente instructivo es, a este propósito,
el conocido pasaje de la acción simbólica de Ezequiel (XII, 1-16),
maravillosamente profética del destierro. Ezequiel recibe orden del Señor de
preparar en lo que resta del día un equipaje, en la forma del de los emigrantes
al destierro: abrirá luego brecha en un muro y, cargadas sus espaldas con el
equipaje (al igual de los cautivos de los relieves asirios, Cfr. Layard.
Monuments of Ninive. Ser. II tab. 18, 19, 26, etc.), "a la caída de la
tarde", "a la hora de las transmigraciones de los deportados" "saldrá
hacia la obscuridad"... A vista de todos ejecutó Ezequiel la acción
profética, riquísima en detalles objetivos, y la explicó diciéndoles:
"Yo soy vuestro emblema; así como he hecho, así
se os hará: seréis llevados al destierro y a la cautividad vosotros y el
príncipe que está en medio de vosotros".
La profecía se cumplió al pie
de la letra: era de noche cuando salieron de Jerusalén Sedecías y sus valientes
hombres de guerra (IV Reg. XXV); en la hora de las transmigraciones según
costumbre debieron salir las caravanas de los prisioneros a través de los muros
derruidos de Jerusalén vencida; también en la hora de las transmigraciones
debió ponerse en marcha la animosa expedición de retorno, organizada por
Esdras, desde las riberas del Ahava, el día 12 del primer mes (I Esd. VIII, 31),
es decir, a buena luna de Nisán; y en las imágenes de la perspectiva mesiánica
del esquema de Isaías y de Zacarías, natural es se suponga que será según esta
costumbre el retorno de la caravana de los redimidos, "ante los cuales el
Señor cambiará los montes en llanos y las tinieblas en luz y no les herirán los
rayos del sol ni el ardor del desierto". Otra luz más suave les iluminará. ¿No es aún hoy día la luz de la luna la que, para
evitar los rayos del sol y el ardor de los aires y arenas del desierto,
prefieren las caravanas orientales?
3. A falta de personal observación, hemos consultado a
quienes han podido hacerla, y nos dicen que todavía en esto subsisten
costumbres antiguas y que es muy ordinario preferir las caravanas comerciales
la noche al día, sobre todo en los tiempos y en las regiones de más calor.
Y no era en estación calurosa, ni en caravana comercial, cuando Loti, llegado,
"usque ad introitum Gazae" (Iud. VI, 4), en los confines meridionales
de Palestina, daba por acabado su viaje a través del desierto de Sinaí,
escribiendo, con fecha de 25 de marzo de 1894, la última efeméride de la
despedida y regreso de los beduinos que le habían acompañado. Traslademos aquí
los párrafos finales, porque son ellos de una página refulgente con luz de la luna
de Nisán:
“Es hacia medianoche, cuando la luna esté alta,
que nuestros Beduinos deben ponerse en marcha hacia Petra, llevando con ellos
el oficial y los dos soldados turcos que nos habían acompañado. Al crepúsculo,
reúnen sus camellos y los atan; luego encienden grandes fogatas, para cocinar
el festín de despedida. Y nos despedimos amigablemente. Con los jeques
Hasan y Aït nos abrasamos e intercambiamos presentes. La noche era muy
obscura y en medio de todas esas fogatas nos encontrábamos en una suerte de
caos tenebroso donde no se distinguía nada. Pero he aquí la hora en que la luna sale.
Detrás nuestro, la ciudad, que ya no veíamos, comienza a indicarse en silueta
negra sobre un incendio informe, de color sangriento, que surgía en el
horizonte; luego el incendio se condensó en una masa de fuego rojo, cada vez
más redonda, en una bola que se eleva, que de repente se blanqueaba como la
brasa avivada súbitamente y que nos alumbra cada vez más. Es un disco de
fuego plateado, ahora, el que eleva resplandeciente y ligero, que derrama la
luz llena del cielo… Y sobre este fondo luminoso se alzan los alminares, las
palmeras dibujan sus finos penachos negros; todo lo que, por así decir, ya no
existía, se levanta de nuevo, mil veces más claro que durante el día,
transfigurado en gran maravilla oriental... mientras que enfrente, los
cementerios escalonados se aclaraban gradualmente de arriba abajo; un
resplandor tenue, un poco rosado, que ha nacido en las cimas de las tumbas,
continúa agrandándose y extendiéndose al descender, como una lenta mancha
avasalladora, que luego termina por zambullirse en el bajo fondo donde estamos:
pilas de nómades, personas y animales, alrededor del fuego que se extingue… ¡Y
entonces, se vé magníficamente bajo la bella luna resplandeciente! La luna está
alta. Es la hora que los beduinos
esperan para partir. - Y he ahí el muy silencioso desfile de sus dromedarios
que comienza, en los rayos de rosa plateada. Desde lo alto de sus grandes
bestias oscilantes, los jeques Hassan y Ait que pasan, nos envían un último
gesto amical; se vuelven hacia la espantosa tierra donde han nacido y donde les
gusta vivir, y su partida pone fin a nuestro sueño del desierto. - Mañana por
la mañana, al nacer el día, subiremos
a Jerusalén”.
Así
termina Pierre Loti su viaje y su obra Le
Désert. Hemos puesto en cursivo
varias palabras, porque con ellas vamos a terminar también nosotros toda esta
ya prolija disquisición.
Mañana, al nacer el
día... Esta es la hora del turista europeo; la otra es la hora solemne y
milenaria amada de las caravanas, la hora que aprovecharon las transmigraciones
antiguas. ¿Y por qué no ha de ser
también la hora del exégeta? ¿Por qué se han de interpretar sistemáticamente de
la luz solar todas las indeterminadas frases de grande iluminación que hay en
la Biblia? El sol de Oriente, dijo Sirach, tiene fuego que quema el ojo. La
luna de Oriente, consagrada en sus neomenias y más que en nuestras tierras
"fulgens radiis argentea
puris"
tiene
claridades intensas, litúrgicas, suavísimas; tan intensas que a su luz
parécenos pueden verse nuevos perfiles literarios en los pasajes
bíblico-orientales que hasta aquí hemos comentado.
Palma de Mallorca, 27 de diciembre,
festividad de San Juan, Apóstol y Evangelista,
del año del Señor 1926.
Nota
final del Blog: Impecable estudio
lleno de ideas sugestivas sobre el cual poco queda por decir. Una cosa, sin
embargo, queremos agregar y es llamar la atención sobre otro pasaje de san
Juan, íntimamente ligado con todo este estudio:
Jn. III, 25-30: “Y algunos discípulos de Juan tuvieron una
discusión con un judío a propósito de la purificación. Y fueron a Juan, y le
dijeron: “Rabí, Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien
tú diste testimonio, mira que también bautiza, y todo el mundo va a Él.”
Juan les respondió: “No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del
cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que yo he dicho: “No soy yo el
Mesías, sino que he sido enviado delante de Él”. El que tiene la esposa, es
el esposo. El amigo del esposo, que está a su lado y le oye, experimenta una
gran alegría con la voz del esposo. Esta alegría, que es la mía,
está, pues, cumplida. Es necesario que Él crezca y que yo disminuya”.
La mayor parte de los exégetas que hemos podido consultar interpretan
estas últimas palabras de la luz del sol, pero ¿por qué no ver aquí a la luna
que “crece y disminuye”? Sobre todo, si vemos que el contexto inmediato
anterior no hace más que hablar del testimonio
y de la alegría del mismo Bautista,
dos ideas íntimamente ligadas con la luna, como quedó demostrado, y a lo cual
podría agregarse el símil del matrimonio, pues parecería que la segunda parte
del mismo, es decir, la conducción de la esposa por parte del esposo a su casa
para celebrar el banquete, sucedía de noche, si tenemos en cuenta lo que se lee
en las parábolas del banquete nupcial (Mt. XXII, 1-14; ver el v. 13 “tinieblas exteriores”) y de las diez
vírgenes, ut patet (Mt. XXV, 1-13).
[1] La traducción de Straubinger a esos tres
versículos es como sigue:
“El sol, al salir, le anuncia con su presencia, ese admirable instrumento,
obra del Excelso.
Al medio día quema la tierra; — ¿quién puede resistir de cara el ardor de
sus rayos? —
Como quien mantiene la fragua encendida para las labores que piden fuego
muy ardiente.
El sol abrasa tres veces más los montes, vibrando rayos de fuego, con cuyo
resplandor deslumbra los ojos”.