miércoles, 11 de septiembre de 2019

La Neomenia Mesiánica en el Prólogo del cuarto Evangelio, por B. Pascual (IX de X)


3. Esa exultación no faltó de seguro en el pueblo de Israel, que a la natural alegría que en el espíritu humano produce siempre la visión de la luz, juntaba, sin mezcla de supersticiones, alegrías de un orden superior y todavía más legítimas, estando la neomenia consagrada, según hemos visto, como alegre fiesta religiosa por mandato del Señor. La neomenia resultaba así un verdadero "hillulim" (Cfr. Lev. XIX, 24; Juec. IX, 27) con sus danzas y ritos sacro-populares que quedaron largo tiempo entre los ritos sinagogales; pues que, como escribe I. Abrahams (New Moon. D. B. H. v. 111, p. 522b):

"Algunas de las ceremonias son claramente muy antiguas, especialmente las danzas, que hasta muy reciente era realizadas en las comunidades judías en las calles públicas”.

Uniendo, pues, esos múltiples y variados datos tocantes a los dos hemistiquios, y atendiendo a que cuando Cristo pronunció tales palabras hablaba del testimonio que de él dio San Juan, no será exégesis de fantasía el apuntar este versículo como probabilísimo paralelo de los versos 7-9 del prólogo, que tantas imágenes y conceptos del cuerpo del evangelio recapitula; y decir que Nuestro Señor aludiría entonces a las luminarias con que se testimoniaba la neomenia y a la popular demostración de júbilo que por un momento (πρὸς ὥραν. Cfr. Doughty "una hora") suscitaban; imagen cabal de lo que habían hecho los judíos con la predicación del Precursor. San Juan no era la luz verdadera, pero sí la luminaria que daba testimonio de ella, ardiente y resplandeciente como un fuego anunciador de los montes, como las antorchas de las azoteas, con que dice Bartenora parecían arder las villas judías, y a cuyo resplandor danzaban y se regocijaban los hijos de Israel momentáneamente.

a) ἀνατολὴ ἐξ ὕψους (oriente desde lo alto)
b) ἐπιφᾶναι τοῖς ἐν σκότει καὶ σκιᾷ θανάτου καθημένοις, τοῦ κατευθῦναι τοὺς πόδας ἡμῶν εἰς ὁδὸν εἰρήνης (para iluminar a los que en tinieblas y en sombra de muerte yacen, y dirigir nuestros pies por el camino de la paz).

Si las observaciones que vamos a hacer fueren suficientemente fundadas, este pasaje nos acercaría quizás al origen de la comparación que venimos estudiando. Ella habría nacido junto a la cuna del Precursor, y en boca de un personaje litúrgico, el sacerdote Zacarías y se habría propagado más tarde entre los discípulos del Bautista.


La expresión ἀνατολὴ ἐξ ὕψους tiene en sí algo de enigmático y ¿no podría ser ella una referencia comparativa a la neomenia, esto es, a la primera aparición de aquella viva y sacra luz lunar, que para comodidad solían utilizar las caravanas orientales y que, según prosigue el símil en el versículo siguiente, iluminará los pasos de los redimidos que ya retornan? En medio de las soluciones imprecisas y extrañas, séanos lícito indicar esa, como verosimilitud probable y además bien congruente ya con las ideas resueltamente afirmadas en el cuerpo de este trabajo, ya también con las que dominan dentro del "Benedictus".

Porque ante todo se ha de marcar el propio relieve de algo que no es accidental y que no parece ser bien reconocido en los comentarios de esa perícopa lucana. El "Benedictus" es paralelo a Isaías y sobre todo a la segunda parte. El anciano sacerdote de Ain-Karem, que durante los meses de expectación y de mudez debió hacer objeto preferente de sus estudiosas meditaciones el libro del gran profeta, supo después resumir con nobilísima simplicidad dentro de los siete dísticos de su cántico las líneas principales del esquema isaiano de la redención babilónica y de la redención mesiánica; esquema que se repite principalmente en la segunda parte del libro y que, a su vez, está calcado sobre el de la historia pentatéuquica de la salida de Egipto, también con su anuncio previo de liberación, con su dirección personal de Jahwe, con su travesía maravillosa por un desierto; pero desierto con aguas abundantes y que se convierte en vergel al paso de la caravana mesiánica de los redimidos, que avanzan hacia Sión por caminos rectos y llanos y seguros, "en que el Señor cambia delante de ellos las tinieblas en luz y no les hieren los rayos del sol ni el ardor de las arenas caldeadas". Escribimos ahora sólo un prenotando y no hemos de entretenernos con fáciles citas de detalles paralelos; atiéndase a los diez capítulos XL-XLIX y al espíritu de toda la segunda parte, que es argumento de más valor para los que saben del profeta.

Así, pues, en orden a esta segunda parte, decimos que el "Benedictus" es el Isaías en resumen. La situación espiritual que supone es idéntica. El pueblo está cautivo en tierra enemiga (vv. 71.74.79: Cfr. Sal. CVI, 14; Is. XLII, 7), Jahwe en persona va a redimirlo (vv. 68.76.78) y restituirlo a su tierra donde le honrará en su santuario (es la versión más exacta de la frase técnica, la cual se dice a veces, de todos los habitantes en Sión. Cfr. Feldmann, Isaias, t. 1, p. 283). Para adelantar la noticia de la liberación (v. 77) y preparar así los caminos de Jahwe liberador "que dirá a los cautivos: salid; y a los que están en las tinieblas: venid a la luz" (Is. XLIX, 9), precede un heraldo. Los últimos versos, que son los que más nos interesan, contienen, paralelamente a los de Isaías, la expresión de esta noticia anticipada, como si dijera a los cautivos: a) ha aparecido en el firmamento la luz nueva, la neomenia, el principio de aquella iluminación; b) a cuya claridad los redimidos emprenderán el retorno, derechamente, por los caminos de la paz (Cfr. Is. LV, 12, donde hay la hermosa descripción de ese tránsito por el desierto).

Insistiremos en la prueba especial de cada una de las dos partes señaladas.

a) 1. Nótese, respecto de la primera, que el ἀνατολὴ ἐξ ὕψους es expresión difícil que determinó en la exégesis divergencias y violencias; porque, en verdad, suponer aquí, con alusión a Zac. III, 8; VI, 18, la imagen del árbol que tiene sus raíces en el cielo, es una inversión más violenta que la del "delphinum sylvis appingere et fluctibus aprum". Ha de sostenerse, pues, el sentido astral; pero entonces queda como dificultad la partícula ἐξ textualmente bien ligada al ἀνατολὴ. Y tal unión y su consiguiente sentido desvirtúan muchos comentaristas con referencias al iluminar de lo alto, o al visitar de lo alto, y no, cual dice la letra, al nacer el astro de lo alto; porque también les repugna la comparación de lo insólito, como sería un nacimiento del sol desde lo alto del firmamento.

2. La metáfora, en cambio, es muy sencilla y natural y de cosa ordinaria y sagrada, si se la refiere a la neomenia. La luna efectivamente en la neomenia y en los días de su primera fase, que es cuando más atraía las miradas y el interés religioso del observador israelita, da la impresión de un nacer y bajar de lo alto; "¿cuán alta la has visto?” es la fórmula del interrogatorio de los testigos de la neomenia en el R. H. (2, 6a). No siendo la luna ordinariamente visible sino después de veinticuatro horas de su conjunción con el sol, los testigos habían de haberla divisado al menos entre doce y veinticuatro grados sobre la línea del horizonte; altura que no correspondería al ὑψίστοις (en las alturas) de II, 14, pero que basta bien para la propiedad de la frase que examinamos.

¿Cuántas veces el piadoso sacerdote Zacarías había fijado sus ojos en el ocaso esperando el momento litúrgico, interesantísimo, del nacer de lo alto el astro sagrado? Esa noble característica de la neomenia, impresa en su retina por intensa y repetida observación, es la que debió consignar en su cántico con la frase rápida y bella que la Vulgata traduce exactamente: "oriens ex alto". Y a la verdad, al buscar comparación para la luz fausta y sagrada de los días mesiánicos, ¿qué otra había de acudir a la mente de un personaje litúrgico, cual era Zacarías, sino aquella luz principio de todas las solemnidades litúrgicas y objeto de las exultaciones populares de Israel?