domingo, 3 de febrero de 2019

Notas a algunos estudios de Mons. Fenton sobre la membresía en la Iglesia (VII de IX)


Iglesia Sufriente

1) Recibe, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, esta hostia inmaculada, que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti, Dios mío, vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias; y por todos los circunstantes; y también por todos los fieles cristianos, vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos aproveche para la salvación y vida eterna. Amén[1].

2) “Acuérdate también, Señor, de tus siervos y siervas N. y N., que nos precedieron con la señal de la fe, y duermen el sueño de la paz. A éstos, Señor, y a todos los que descansan en Cristo, rogámoste les concedas el lugar de refrigerio, de luz y de paz. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén”[2].

3) Séate agradable, ¡oh Santa Trinidad!, el homenaje de tu siervo, y este sacrificio que yo, indigno, he ofrecido a los ojos de tu Majestad, te sea aceptable, y a mí y a todos aquellos por quienes lo he ofrecido sea, por tu piedad, propiciatorio. Por Cristo Nuestro Señor. Amén[3].

I) Concilio de Trento.

“Profeso igualmente que en la Misa se ofrece a Dios un sacrificio verdadero, propio y propiciatorio por los vivos y por los difuntos…”[4].


II) P. N. Gihr.


La práctica de ofrecer el santo sacrificio por los difuntos y de rezar por ellos data de los tiempos apostólicos y ha sido establecido por orden de los mismos apóstoles. La prueba la encontramos en las antiguas liturgias y en los escritos de los Padres. El Memento actual, pronunciado en voz baja, data sin dudas del siglo XI o XII, cuando desapareció la costumbre de leer públicamente los nombres de los difuntos por los que se va a rogar. El Memento litúrgico de los muertos se distingue del de los vivos por muchas razones. Una primera diferencia existe en cuanto a su lugar respectivo: uno antes y el otro después de la consagración. Habitualmente se da el siguiente motivo: siendo miembros de la Iglesia militante, los vivos pueden y deben unirse al sacerdote para ofrecer el sacrificio y, al mismo tiempo, ofrecerse a sí mismos; esto se da más convenientemente antes del acto de la inmolación, es decir, antes de la consagración. Esta circunstancia se encuentra incluso mencionada expresamente en el memento de los vivos (qui tibi offerunt). Por el contrario, los muertos ya no pueden concurrir a la oblación del sacrificio, sino solamente tener parte en los frutos que les aplicamos. Es mejor pues hacer memoria de ellos en presencia del Cordero divino inmolado sobre el altar…”[5].

“La intercesión de la Iglesia continúa y se expande. El descanso eterno merecido por la sangre expiatoria del Redentor, no debe aprovechar solo a éstos, ipsis, a aquellos por los cuales se ha hecho memoria, sino también a todos los que reposan en el Señor, omnibus in Christo quiescentibus. La Iglesia no olvida a ninguno de sus hijos; está llena de solicitud y ternura maternal por todos. Jamás cesa de rogar sobre todo por las almas del purgatorio, hasta que arriben al descanso eterno. Se encuentra también, en este Memento y en otras fórmulas litúrgicas, muy a menudo una oración especial por ciertos difuntos en particular, y por todos los difuntos en general.[6]


III) San Roberto Belarmino.[7]

Cap. VII: El Sacrificio de la Misa con justa causa se ofrece por los difuntos que están en el Purgatorio.

“El segundo argumento lo tomamos de la costumbre de la Iglesia Católica universal. Pues como escribe Epifanio en la doctrina abreviada y Agustín en su libro De cura pro mortuis, cap. 1 y en el sermón XXXIV, la Iglesia Universal ruega por los difuntos en el sacrificio de la Misa. Lo cual también se confirma por el testimonio de todas las liturgias: la de Santiago, Clemente, Basilio, Crisóstomo, Ambrosio, etc.…”.

Y luego in fine agrega:

“Y finalmente el mismo San Agustín, cada vez que trata deste tema, siempre distingue los santos, sobre todo los mártires, del resto de los fieles difuntos, y dice que ambos se conmemoran en el sacrificio del altar, pero a los Santos para que rueguen por nosotros, y a los otros en cambio para que recemos por ellos.”


IV) Santo Tomás.

III, q. 83.

Articulo 4: “¿Están debidamente establecidas las palabras que acompañan a este sacramento?  

In corpore: En quinto lugar, pide el  efecto de este  sacrificio y  sacramento: primero, para los mismos que lo toman, al decir: Humildemente te rogamos; segundo, para los muertos, que ya no lo pueden recibir, cuando dice: Acuérdate también, Señor, etc. y tercero, especialmente para los mismos sacerdotes que lo ofrecen, diciendo: También a nosotros, pecadores, etc.”


        
[1] Suscipe, sancte Pater, omnipotens aeterne Deus, hanc immaculatam Hostiam, quam ego indignus famulus tuus offero tibi Deo meo vivo, et vero, pro innumerabilibus peccatis et offensionibus et negligentiis meis, et pro omnibus circumstantibus, sed et pro omnibus fidelibus christianis vivis atque defunctis: ut mihi et illis proficiat ad salutem in vitam aeternam. Amen)”.

[2] Memento etiam, Domine, famulorum, famularumque tuarum N. et N. qui nos praecesserunt cum signo fidei, et dormiunt in somno pacis. Ipsis, Domine, et omnibus in Christo quiescentibus, locum refrigerii, lucis et pacis, ut indulgeas, deprecamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen”.

[3] Placeat tibi, sancta Trinitas, obsequium servitutis meae: et praesta; ut sacrificium, quod oculis tuae maiestatis indignus obtuli, tibi sit acceptabile, mihique et omnibus, pro quibus illud obtuli, sit, te miserante, propitiabile. Per Christum Dominum nostrum. Amen”.

[4] Dz. 997. Cfr. también 940 y 950.

[5] Pag. 338 y sig.

[6] Ver por ejemplo la Misa de Requiem, en la cual el introito, el tracto, el ofertorio y la comunión se refieren a todos los difuntos, aunque se celebra por un alma en particular. (Gihr). Pag. 342.

[7] Lib. II De Sacrificio Missae.