lunes, 6 de agosto de 2018

Las parábolas del Evangelio, por J. Bover (IX de IX)


B) Razón del hecho.

La razón que se da del hecho consignado es un proverbio popular, que reaparece varias veces en el Evangelio (Mt. XXV, 29; Mc. IV, 25; Lc. VIII, 18; XIX, 26); proverbio que sugiere varios problemas, no fáciles de resolver.

Primer problema: ¿Pronunció el Maestro este proverbio en el momento lógico que le asigna San Mateo? Porque San Marcos y San Lucas lo retrasan algo: lo ponen, no después de la parábola del Sembrador, sino después de su explicación (Mc. IV, 25 = Lc. VIII, 18), y, por cierto, dirigido, a lo que parece, a los mismos discípulos, respecto de los cuales no es una sentencia judicial, sino más bien una caritativa advertencia; y el mismo sentido benévolo ha de tener, si se lo supone dirigido a las turbas. En otras palabras, si el Maestro pronunció el proverbio en el momento señalado por San Marcos y San Lucas, ya no se puede considerar como razón o motivación del hecho anteriormente consignado; es decir, que no explica la finalidad de las parábolas y, por tanto, aun cuando signifique justicia o castigo, no puede aducirse come prueba de que la finalidad de las parábolas sea precisamente castigar a los judíos por su culpa. Pero, en definitiva, ¿cuándo el Maestro pronunció el proverbio? Que lo pronunciase en el momento señalado por San Marcos y San Lucas no parece pueda negarse. Así lo persuade no sólo la coincidencia de ambos evangelistas, sino principalmente la manera como lo introducen. Dice San Lucas, con quien sustancialmente coincide San Marcos: "Mirad, pues, cómo oís. Porque al que tuviere, se le dará, y al que no tuviere, aun lo que parece tener le será quitado". La advertencia que lo precede lo desliga completamente del contexto que le señala San Mateo: Y esto supuesto, ya no es muy probable que el Maestro repitiese dos veces casi a continuación el mismo proverbio. Supondremos, con todo, que lo dijo también en el lugar asignado por San Mateo, para dar lugar a los otros problemas sugeridos por el proverbio.


Segundo problema: ¿Cuál es el sentido del proverbio? Hay que reconocer que es bastante oscuro. En su forma cruda, que es la ordinaria, y tomado a la letra, encierra una contradicción. ¿Al que no tiene, cómo puede quitársele lo que tiene? Evidentemente, en un sentido "tiene" y en otro "no tiene". ¿Y cuál es este diferente sentido? ¿Será el indicado por San Lucas, al mitigar la crudeza del proverbio, cuando dice "aun lo que parece (o se cree) tener"? Pero las apariencias propiamente no se quitan. Lo que sólo en apariencia se tiene, sólo en apariencia puede quitarse. ¿Significará que al que tiene poco se le quitará ese poco, o que al que no tiene lo que debía tener se le quita otra cosa que tiene? Acaso el uso que del mismo proverbio hace el Maestro en las parábolas de las minas (Lc. XIX, 6) o de los talentos (Mt. XXV, 29) nos dé la clave del enigma. En estas parábolas lo que "no tiene" el siervo malo y haragán es el producto o ganancia que él debiera haber adquirido con el capital (la mina o el talento) que se la había confiado, y lo que "tiene" (o parece tener), y luego se le quita, es el mismo capital. Así entendido el proverbio, como parece haberlo entendido el divino Maestro, ya no ofrece la menor contradicción. Y aplicado al orden moral o espiritual, lo que el hombre "tiene" son los dones recibidos de Dios; y lo que el hombre malo "no tiene" son las buenas obras que con su libre cooperación debiera haber hecho. Y aplicado a los judíos, lo que tenían, o sea el capital que Dios les había entregado, eran las gracias de predilección con que Dios les había favorecido: y lo que no tenían, eran las obras de justicia, que como réditos o productos del capital debían haber ofrecido o presentado a Dios, y que ellos no hicieron.

Tercer problema: ¿Qué conexión tiene el proverbio con el hecho precedente? Suponiendo como más probable este sentido del proverbio y admitiendo como posible que el Maestro lo hubiera pronunciado en el momento lógico señalado por San Mateo, queda aún por esclarecer el problema principal: ¿En qué sentido este proverbio explica el hecho de haber sido negado a los judíos el conocimiento de los misterios del Reino de Dios? El sentido más obvio y natural parece ser éste: con las profecías mesiánicas Dios había comunicado a los judíos un conocimiento tal del Reino de Dios, que ellos, si con mediana diligencia hubieran beneficiado este capital, hubieran logrado con él un conocimiento más preciso de este Reino y aun de sus más recónditos misterios; conocimiento éste que hubiera sido un nuevo don de Dios; más ellos, incircuncisos de oídos y de corazón, obsesionados con la ilusión de un mesianismo terreno y nacionalista, tuvieron baldío e improductivo el conocimiento que del Reino se les había dado, y no llegaron, como debían al conocimiento de sus misterios, que, en realidad, es lo mismo que decir que Dios les había negado este ulterior conocimiento. Y esta negativa de parte de Dios es verdaderamente obra de justicia. ¿Se sigue de aquí que el apelar al velo de las parábolas es de parte del Maestro acto de justicia que castiga? Tal vez esta consecuencia no sea ya tan clara como pudiera parecer.
Prescindamos de que no es seguro, ni mucho menos, que este proverbio se dijera precisamente como respuesta a la pregunta de los discípulos sobre la motivación de las parábolas; prescindamos también de que el sentido del proverbio es algo oscuro: queda siempre que el acto de justicia o el castigo impuesto a los judíos es anterior al empleo de las parábolas y aun a la venida del Mesías. Pero, además y principalmente, ¿este castigo de Dios era definitivo e irrevocable? Los hechos muestran lo contrario. Dios había negado a los judíos por el medio normal o connatural el conocimiento más perfecto del Reino; mas, a pesar de ello, persistía en comunicárselo; de lo contrario, o no hubiera mandado al Mesías, o éste no se hubiera dirigido a los judíos. Y a ellos se dirigió, y les anunció el Reino de Dios, y les hubiera también revelado sus misterios, a pesar de su indignidad, si hubieran estado dispuestos, intelectual y moralmente, a recibir fructuosamente y sin peligro esta revelación. Por consiguiente, el apelar en estas circunstancias al género parabólico no era de su parte un acto de justicia o un castigo. Si con las parábolas no les daba la plena luz, era esto efecto de su indisposición, no castigo; y el no callar en absoluto, el comunicarles la escasa luz de que eran capaces, era efecto de su misericordia. Y en este sentido la motivación de las parábolas hay que buscarla en la misericordia, si bien el objeto formal y preciso de esta misericordia no eran propiamente los elementos diferenciales o específicos de la parábola, sino la luz que por ella podía comunicárseles: En conclusión, hay que decir que la motivación de las parábolas no hay que buscarla formal y directamente en la justicia, superada por la misericordia, ni tampoco en esta misma misericordia, que actúa previamente y en sentido más general, sino en la prudencia del Maestro; es decir, en la pedagogía, que, presupuesta la indisposición de los oyentes, emplea los medios más conducentes en orden al fin misericordioso que se ha propuesto. Tal parece la apreciación más justa de la finalidad de las parábolas.

C) Consecuencia. Corno consecuencia del hecho, explicado y motivado por el proverbio, añade el Maestro: "Por esto les hablo en parábolas". Gramaticalmente, la expresión "por esto" tanto puede ser consecutiva respecto de lo que precede, como proléptica respecto de la siguiente partícula causal: "por esto..., porque...". Mas como la razón introducida por esta partícula causal es, en realidad, la misma expresada antes por el proverbio, en definitiva, el sentido resulta el mismo. Acabamos de ver cuál sea el sentido que resulta de lo que precede; veamos si coincide el que resulta de lo que sigue.

D) Nueva razón. "Porque viendo, no ven". Tenemos aquí otra vez la misma contradicción que antes notábamos en el proverbio. Los judíos a la vez "ven" y "no ven"; como antes "tenían" y no "tenían". En un sentido habrán de ver y en otro no ver; como antes en un sentido tenían y en otro no tenían. Y precisamente ven lo mismo que tienen, y no ven lo que no tienen. El ver (como el tener) es el capital que Dios les había confiado; el no ver (como el no tener) es la carencia de los frutos del capital, que Dios buscaba y ellos debían haber producido. Este capital era la revelación profética del Reino de Dios, respecto del cual es aún más propio y exacto el "ver" que el "tener". Los judíos con esta revelación algo veían; pero su mirada y su inteligencia se quedaba en la superficie, no pasaba de la corteza: no veían ni entendían lo que Dios quería viesen y entendiesen, que en realidad eran los misterios del Reino. Esta visión incompleta y mutilada era la razón por la cual el Maestro tuvo que hablarles en parábolas. Esto dice explícitamente el texto; pero, ¿esta razón determinaba el empleo de las parábolas por vía de justicia o de misericordia, o más bien por vía de prudencia o pedagogía? La pura justicia exigía más bien callar en absoluto; la pura misericordia se hubiera ejercido más eficazmente suprimiendo la indisposición; no resta, por tanto, sino la prudencia o pedagogía. Además, el "no ver" (mejor aún que el "no tener") expresa indisposición mental. A la pedagogía, por tanto, hay que acogerse para explicar adecuadamente la motivación de las parábolas.

E) Cumplimiento del texto de Isaías. La cita de Isaías no ofrece en San Mateo especial dificultad. La ofrecería si dijese (como parece decir San Marcos) "para que se cumpliese..."; pero no es esto lo que dice, sino simplemente: "Y se cumple…". Se expresa un hecho, no una finalidad. Y respecto del texto mismo de Isaías, baste notar: 1) que la finalidad que parece expresar es más bien un barniz de la consecuencia que realmente expresa; 2) que, si hay finalidad, ésta se ha de atribuir no a Dios, sino a los mismos judíos; 3) que aun respecto de los mismos judíos la expresión de semejante finalidad es una acerba ironía que no hay que tomar a la letra.

En conclusión, el texto de San Mateo no ofrece un argumento sólido para demostrar que la motivación de las parábolas haya que buscarla en la justicia de Dios; es decir, que su empleo no puede considerarse simplemente como un castigo. Y esto basta para nuestro propósito. La motivación pedagógica que hemos hallado en él la hallaremos más clara-mente en otros textos. Pero antes hay que examinar si el texto de San Marcos expresa finalidad justiciera en el uso de las parábolas.

DECLARACIÓN DE SAN MARCOS. Una vez explicado el texto de San Mateo, el de San Marcos (lo mismo que el de San Lucas) sólo puede ofrecer una dificultad seria: la finalidad justiciera que parece atribuir al empleo de las parábolas, cuando dice: "Todo les acaece en parábolas, para que, mirando, miren y no vean… no sea que se conviertan y se les perdone". Por de pronto, puede decirse de la cita del Evangelista lo que acabamos de decir del texto mismo profético por él citado: que su finalidad es aparente; que esa finalidad, si existe, ha de atribuirse a los mismos judíos; que esa finalidad se atribuye a los judíos irónicamente. Mas, prescindiendo de esto, que ya bastaba para resolver la dificultad, tomaremos otro camino para resolverla. Sobre el hecho de que el texto de San Marcos es más breve que el de San Mateo pueden hacerse dos hipótesis: una, casi cierta, que San Marcos abrevia las palabras del Maestro, fielmente reproducidas por San Mateo; otra, aunque poco menos que inverosímil, que San Mateo amplía y explica las palabras del Maestro, literalmente reproducidas por San Marcos. Ahora bien, en la primera hipótesis, la declaración abreviada de San Marcos debe entenderse y explicarse por la completa de San Mateo, con lo cual desaparece toda dificultad. Basta reparar, en la reproducción sinóptica antes presentada de ambos textos, para ver la correspondencia de las palabras de San Marcos con las de San Mateo. En la segunda hipótesis, tomada en cuenta simplemente para que no quede evasiva alguna posible, si San Mateo, amplía las palabras del Maestro para explicarlas y darles su verdadero sentido, este sentido es el que nosotros debemos atribuirles para entenderlas adecuadamente. Y si tienen este sentido que les da San Mateo, desaparece igualmente toda dificultad.

OTROS TEXTOS EVANGÉLICOS. Si de los textos citados de San Mateo y San Marcos no puede colegirse la finalidad justiciera (ni tampoco puramente misericordiosa) de las parábolas, como predominante y formal, pueden, en cambio, aducirse otros textos evangélicos en que se expresa claramente la motivación pedagógica. Tres solamente aduciremos.

El texto de San Marcas (IV, 33). Ya antes hemos aducido este texto; pero conviene recordarlo. Dice el intérprete de San Pedro: "Con muchas semejantes parábolas les hablaba, según que eran capaces de entender". La capacidad, por tanto, para entender las enseñanzas del Maestro, capacidad así intelectual como moral, era lo que él tenía en cuenta para acomodarse a la inteligencia de los oyentes, que es motivación pedagógica. Dosificaba el Maestro la luz de sus palabras, para que iluminase lo más posible, pero sin herir la vista enferma de los que le escuchaban. Y ya hemos podido apreciar anteriormente la maravillosa aptitud del género parabólico para graduar la luz que se desee dar a las palabras.

El texto de San Mateo (XIII, 51-52). Es la parábola del escriba amaestrado en el Reino de los cielos, que propone así el Maestro. Terminadas las parábolas, pregunta él a los discípulos: "¿Habéis entendido todas estas cosas? Dícenle: Sí. Él les dijo: Por esto todo escriba amaestrado en (o por) el Reino de los cielos es semejante a un hombre padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas". Habla el Maestro de las parábolas que acaba de proponer, y primero pregunta si las han entendido. A la contestación afirmativa de los discípulos, responde Él el uso que, supuesta la inteligencia, deben ellos hacer de las parábolas; han de ser como nuevos escribas plenamente amaestrados en el Reino de los cielos, no sólo, por tanto, en sus propiedades más superficiales, sino también en sus misterios; es decir, no sólo en lo que saben todos los judíos, que ya es cosa vieja, sino también en lo que nuevamente él les ha enseñado y para enseñarles el uso que de este caudal de conocimientos han de hacer, les trae la comparación de un próvido padre de familia que administra lo que tiene almacenado, echando mano de lo nuevo o de lo viejo, según convenga. Tales han de ser ellos en proponer sus enseñanzas, combinando lo antiguo con lo nuevo, según la conveniencia de sus oyentes, y particularmente lo que han entendido sobre los misterios del Reino de Dios. Notemos bien lo que les recomienda. ¿Justicia en negar sus enseñanzas a los que no son dignos? De ninguna manera. De otra suerte, ¿a quién hubieran podido anunciar los Apóstoles la buena nueva? Tampoco es precisamente bondad y misericordia lo que les recomienda. Lo que con el ejemplo del prudente padre de familia les enseña es la "economía", en el sentido etimológico de la palabra; es decir, prudencia, discreción, plan, pedagogía. Y a los discípulos no había de enseñarles el Maestro lo contrario de lo que él hacía. La "economía", por tanto, o la pedagogía era la verdadera motivación del uso que él había hecho de las parábolas del Reino de los cielos.

Texto de San Juan (XVI, 12). Dice el Maestro a los discípulos: "Todavía tengo muchas cosas que deciros, mas no las podéis soportar ahora". Interesa menos saber a qué cosas, que pudiera decir, y que no dice, se refiere el Maestro, aunque podemos sospechar fundadamente que se trata del misterio de la cruz; algo más nos interesa saber por qué los discípulos no pueden "soportar" o sobrellevar esas cosas, que no puede ser sino por incapacidad o falta de disposición intelectual y moral, en lo cual ciertamente los discípulos, después de tres años de preparación, no estaban exentos de toda culpabilidad; pero tampoco esto es lo principal. Lo importante es la actitud del Maestro que, en la comunicación de sus enseñanzas, en la graduación de la claridad con que las propone, no se rige y determina precisamente por la misericordia, ni menos por la justicia vindicativa, aun cuando puede intervenir alguna culpabilidad, sino más bien por la prudencia propia de un buen maestro, que acomoda sus enseñanzas a la capacidad actual de los discípulos. Pues bien, esta norma "económica" o pedagógica que aquí se adopta respecto de los discípulos es la misma que, según San Marcos, había el Maestro adoptado antes en la enseñanza parabólica sobre los misterios del Reino de Dios. Tal es, en definitiva, la motivación formal y predominante de las parábolas evangélicas referentes al Reino de Dios y sus misterios. Podrán tal vez intervenir otras finalidades secundarias o accesorias que determinen más bien actitudes previas; pero la actitud tomada respecto del empleo de las parábolas está motivada por principios y criterios de prudencia y pedagogía.