jueves, 14 de junio de 2018

Las parábolas del Evangelio, por J. Bover (III de IX)


NOCIÓN ANALÍTICA DE LA PARÁBOLA. -

Antes de ensayar una definición sintética de la parábola conviene analizar sus elementos constitutivos. En la parábola se distinguen fácilmente tres elementos: a) la imagen parabólica; b) la sentencia o verdad significada; c) el contacto (conexión, correspondencia, analogía o proporción) entre la imagen y la sentencia. Estos tres elementos corresponden a los tres respectivos de la comparación: la imagen es el término, la sentencia es el sujeto, el contacto entre ambos es el medio o punto de comparación.

a) Imagen parabólica. - A diferencia del simple término de comparación, la imagen parabólica aparece revestida de estas propiedades: es una narración, más o menos desarrollada, de apariencia histórica; pero no es propiamente histórica (aunque no raras veces tiene fundamento histórico, como la parábola de las Minas), sino fingida o poética[1]; es además verosímil y humana, por cuanto en ella actúan y hablan los hombres, no los animales, como en la fábula.

b) Sentencia significada. - Es una verdad moral: en lo cual conviene hasta cierto punto con la fábula; de la cual, empero, se distingue radicalmente, por cuanto la verdad parabólica es de orden más elevado, es decir, religioso y espiritual, o, más concreto, es el Reino de Dios bajo alguno de sus múltiples y variados aspectos.

c) Contacto entre la imagen y la sentencia. - Es éste el punto más delicado y discutido de la parábola. Comencemos por lo cierto, para precisar mejor el grave problema. Es claro que en la imagen parabólica existe un núcleo primordial (equivalente a la comparación básica latente en la parábola) que se completa con rasgos que le dan la forma de historia. De ahí el problema: ¿todos estos rasgos complementarios son de un mismo género, o bien hay que distinguir unos rasgos propiamente integrantes de otros puramente ornamentales? En otros términos: además del núcleo, que es evidentemente significativo, ¿existen otros elementos en la parábola igualmente significativos, o bien todos, fuera del núcleo, están desprovistos de significación? O bien, ¿el contacto existente entre la imagen y la sentencia se limita a sólo el núcleo o se extiende también a otros elementos?


A priori no hay razones decisivas ni en pro ni en contra de esta extensión: es posible que los elementos añadidos al núcleo para desenvolverlo en forma de historia sean puramente ornamentales, y es posible también que sean partes integrantes, a las cuales se extienda el valor significativo o trascendencia doctrinal del núcleo. Esta segunda posibilidad, que algunos han negado, parece evidente, en el sentido de que la imposibilidad contraria ni se ha probado ni puede probarse. ¿En virtud de qué principio psicológico, lógico o literario, el autor de la parábola, al revestir de forma histórica la comparación nuclear, ha debido limitarse necesariamente a elementos no significativos, sin poder echar mano de rasgos coherentes con el núcleo y que refuercen o extiendan su significación? ¿Quién es el Boileau que imponga como ley del género parabólico la abstención absoluta de todo rasgo significativo? Si los rasgos adicionales están en consonancia con el núcleo, ¿no es más bien posible y aun verosímil que la afinidad en la imagen lleve consigo la correspondiente capacidad significativa propia del núcleo? ¿Y al proclamar esa imposibilidad se ha procedido por principios literarios o más bien por prejuicios doctrinales, que permitan negar la autenticidad de las parábolas evangélicas, y dejen las manos libres para tratarlas, o maltratarlas, a su talante? Manteniéndonos, por tanto, como debemos mantenernos, en el terreno puramente literario, hay que concluir que es posible —sólo decimos posible por ahora- la existencia de algunos rasgos parabólicos que no sean puramente ornamentales, es decir, que sean integrantes y verdaderamente significativos. Puesta esta posibilidad, los hechos han de decidir si en las parábolas evangélicas se dan o no, semejantes rasgos integrantes y significativos.

Existen dos parábolas, cuya explicación ha dado el mismo Maestro. El, por tanto, nos dirá si da valor significativo a sólo el núcleo o también a otros rasgos adicionales. Son las parábolas del Sembrador y de la Cizaña.

En la parábola del Sembrador hay una comparación latente, que es como su núcleo, y puede expresarse en estos términos: "Como la semilla sembrada en diferentes terrenos, unos adversos, otros propicios, no en todos da fruto, así también la palabra de Dios oída por hombres, ya mal, ya bien dispuestos, no en todos fructifica". El núcleo de la imagen parabólica lo desarrolla el Maestro diciendo que una parte de la semilla cayó junto al camino, y no fructificó; otra cayó en peñascales, y tampoco dio fruto; otra cayó entre espinos, y tampoco fructificó; otra, en fin, cayó sobre tierra buena, y ésta dió fruto ya de 30, ya de 60, ya de 100 por 1. Sobre estos rasgos particulares surge el problema: ¿dejan completamente intacta la significación doctrinal del núcleo, o bien contribuyen específicamente a determinarla? En la hipótesis de la imposibilidad de elementos integrantes significativos habría que decir que la parábola entera no significa absolutamente nada más que la comparación nuclear; mas si se admite la posibilidad de rasgos no puramente ornamentales, hay que admitir que es posible que los rasgos adicionales del camino, de los peñascales o de los espinos precisen o amplíen la significación de la comparación básica. ¿Qué hizo el Maestro? ¿Atribuyó valor significativo a sólo el núcleo, o también al camino, a los peñascales y a los espinos? La respuesta nos la dan los tres Sinópticos (Mt. XIII, 18-23; = Mc. IV, 13-20; = Lc. VIII, 11-15). Según ellos, el Maestro no se limitó a decir que la palabra de Dios no fructificaba en muchos por su mala disposición, sino que señaló tres géneros de mala disposición, significados, precisamente, por el camino, por los peñascales y por los espinos. Luego, en la intención del divino Maestro, autor de la parábola, el valor significativo o el contacto entre la imagen y la sentencia no se encerraba exclusivamente en el núcleo, sino que se extendía también a otros rasgos adicionales. Existen, por tanto, en las parábolas elementos propiamente integrantes, distintos de los puramente ornamentales.

El mismo raciocinio puede hacerse respecto de la parábola de la Cizaña; pero no es menester insistir en lo evidente.

¿Cómo se ha pretendido enervar la fuerza de este argumento? De un modo muy expeditivo: negando que la explicación de la parábola sea del mismo Maestro y atribuyéndola a no sé qué discípulo tan imperito y torpe como osado. Pero, ¿la impericia y osadía estarán en ese anónimo discípulo o más bien en los críticos que niegan ex cathedra la autenticidad de la explicación? Es irritante esa inverosímil frescura con que ciertos críticos sajan y cortan en el texto evangélico todo lo que les conviene. Y porque sí. Sin más razón.


DEFINICIÓN DE LA PARÁBOLA. -

Como resultado de todo lo dicho se obtiene una noción suficientemente exacta de la parábola, cuya definición puede formularse en estos o semejantes términos: Es la parábola una comparación, que, desarrollándose en forma de narración histórica verosímilmente compuesta, expresa una verdad religiosa referente al Reino de Dios. O más brevemente: es una comparación dramáticamente desarrollada que declara el Reino de Dios. El latín, más ceñido y sintético, puede dar una definición más precisa: Est comparatio, quae, sub humanae historiae specie verisimiliter compositae seu fictae sese evolvens, religiosam veritatem ad Regnum Dei pertinentem exponit. O en menos palabras: Est comparatio dramatice explicata Regnum Dei declarans.





[1] No nos convence del todo esta descripción de las parábolas.

Ana Catalina Emmerich (¡y sí!) cuenta que cada vez que Nuestro Señor narraba una parábola veía al mismo tiempo la historia tal cual había sucedido. Esto nos hizo pensar, y andando el tiempo nos pareció mucho más probable que las parábolas sean historias verdaderas y no meras invenciones de Nuestro Señor, y creemos que esto tiene su fundamento escriturístico además del de algunos partidarios:

1) SSEE: Sabido es que uno de los dos sentidos bíblicos, el típico, se define como una persona, suceso o cosa que es imagen de otra futura. Ahora bien, cuando San Pablo describe en su epístola a los Hebreos el sacrificio de Isaac, dice:

Por la fe, Abrahán, al ser probado, ofreció a Isaac. El que había recibido las promesas ofrecía a su unigénito, respecto del cual se había dicho: “En Isaac será llamada tu descendencia”. Pensaba él que aun de entre los muertos podía Dios resucitarlo, de donde realmente lo recobró en parábola (ἐν παραβολῇ!).

Identificando así la parábola con la figura o tipo.

2) Autores: En la XI Semana Bíblica Italiana, el P. Vaccari presentó una ponencia titulada “De historica veritate in parabolis Christi” (La verdad histórica en las parábolas de Cristo). Lamentablemente no la hemos podido leer, pero sí tenemos una recensión del P. M. Zerwick en Verbum Domini 28 (1950), pag. 351-354.

Allí el reconocido exégeta pasa revista a tres ejemplos:

 a) La parábola del noble que fue a recibir el reino (Lc. XIX, 12) está calcada sobre la historia de Arquelao que fue a Roma tras la muerte de Herodes el Grande para que Augusto le aprobara el testamento de su padre, y tras él fue una delegación de 50 judíos para pedir que no se los sometiera a Arquelao sino a los sirios, pero Arquelao recibió el reino y al volver castigó a quienes habían rechazado su principado.

Ver Ricciotti, Historia de Israel, tomo 2, num. 365-366 donde en nota al pie cita explícitamente Lc. XIX, 12 ss.

Por su parte, Cadbury H. nota:

“La historia de Lucas de un hombre de noble familia que fue a obtener un reino y volver, y que fue seguido por una embajada de sus propios ciudadanos que intentaban prevenir su coronación, suena como un capítulo sacado de la historia de Herodes”. The making of Luke-Acts, London, 1958, pag. 241.

b) La parábola de los talentos (Mt. XXV, 14-23) y las minas (Lc. XIX, 13-19) está tomado del uso existente en Oriente en aquel entonces (y, cosa digna de notarse, ignorada en Roma y en Grecia) y plasmada en el código de Hammurabi:

§100 Si un negociante ha dado a otro dinero para comprar y vender y lo ha puesto en camino, éste hará fructificar el dinero que le ha sido confiado ... El agente tomará nota del interés del dinero que ha llevado consigo, y el día de cuentas, pagará al negociante.

§101 Si en el sitio donde ha ido, no ha realizado negocios, devolverá (no obstante) al negociante el dinero que llevó.

c) La parábola del banquete nupcial (Mt. XXII, 1-14), donde el mismo Zerwick trae a colación una experiencia personal donde pudo comprobar ciertas costumbres orientales narradas en esta parábola y que confirmaría la tesis de Vaccari.

Pero esto no es todo. Entre los Padres se encuentran partidarios de esta teoría, por lo menos aplicada a una parábola en particular: la del pobre Lázaro y el rico inmisericorde.

En la Catena Aurea, al comentar Lc. XVI, 19-21, Santo Tomás cita a San Ambrosio y San Cirilo:

El primero dice:

Esto parece más bien una historia que una parábola, porque se expresa el nombre…”.

Y el segundo:

Refiere la tradición de los judíos que había entonces en Jerusalén un tal Lázaro, sumamente afligido por la pobreza y por la enfermedad, de quien hace mención el Señor poniéndolo por ejemplo para mejor comprensión de su discurso”.

También pueden agregarse a esta opinión los nombres de San Ireneo y Tertuliano.

Por último, cabe agregar lo que dice Thibaut al hablar sobre la parábola del Propietario vigilante, tal como lo transcribimos AQUI.

Si esto es así, pues, lo que tienen de únicas y maravillosas las parábolas de Nuestro Señor es que son un tipo o imagen de otra cosa, o dicho de otra manera: así como el sentido típico presupone la existencia del sentido literal propio (ej. para que el sacrificio de Isaac sea imagen del de Nuestro Señor es necesario que la historia narrada en Génesis sea verídica), lo que hace Nuestro Señor con las parábolas es tomar hechos históricos (conocidos por sus oyentes, por lo general) y de esa manera profetizar en base al sentido típico.

Y si esta conclusión es verdadera, entonces la famosa discusión sobre si se da el sentido típico en el Nuevo Testamento parecería estar zanjada.