lunes, 16 de octubre de 2017

El Buen Samaritano, por Jean Daniélou (II de III)

¿Podemos ir más lejos y relacionarlo con el mismo Nuevo Testamento? La manera en que se presenta la parábola en Lucas es muy bizarra y nunca ha recibido una solución satisfactoria. En efecto, hay una falta de correspondencia entre la parábola y la pregunta que la introduce. El escriba demanda a Cristo: ¿Quién es mi prójimo? Y Cristo responde cómo hay que amar al prójimo. Además, la discusión que precede la parábola se encuentra en Marcos y en Mateo disociada de esta y en un contexto que parece mejor, el de una discusión en el Templo[1].

Parece, pues, que el texto de Lucas presenta un arreglo secundario que reúne dos perícopas distintas y que no ensamblan con exactitud. Por una parte, tenemos una discusión sobre el mandamiento más grande, común a los tres sinópticos, modificada por Lucas por razones redaccionales y que encuentra su lugar normal en el Templo, después de la entrada de Jerusalén (Mt. XXII, 34-40; Mc. XII, 28-34) y por la otra, está la parábola del Buen Samaritano, que se sitúa perfectamente en el cuadro que le da Lucas, es decir, durante el viaje que conducía a Cristo desde Galilea a Jerusalén pasando por Jericó. (Ver Lagrange, Saint Luc, p. 313[2], citado por Quiévreux, loc. cit., p .78).

Así se explica perfectamente la dificultad que presenta el texto. La parábola del Buen Samaritano no ha sido dada como ilustración a una discusión sobre la naturaleza del prójimo. Pero entonces viene la pregunta de saber cuál es su verdadera interpretación. Pero, desde que el vínculo con la discusión se ha roto, ya no hay ninguna razón para no interpretar la parábola en la misma línea que los demás y de no ver allí una revelación secreta del plan de salvación, en la cual Cristo se describe a sí mismo en términos velados. El sentido obvio de la parábola es, en efecto, ser el símbolo del amor gratuito de Cristo por el hombre caído y de presentar este amor como ejemplo a los hombres.  Ilustra admirablemente I Jn. III, 16:

En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; así nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”.

Ya no estamos en presencia de un ejemplo banal de solidaridad humana sino del amor cristiano en su más pura esencia.


Además, el estudio positivo de esta parábola confirma esta interpretación. Dos puntos han sido presentados por Hoskyns (loc. cit. p. 277). En primer lugar, si descartamos la discusión sobre el mandamiento como viniendo de otro contexto, el pasaje que precede inmediatamente nuestra parábola es este: “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mantenido estas cosas escondidas a los sabios ya los prudentes, y las has revelado (ἀπεκάλυψας) a los pequeños” (Lc. X, 21 s.). Parece evidente que nos da positivamente la dirección en la cual debemos interpretarla: es una revelación (ἀπεκάλυψις) del secreto del reino que los prudentes ignoran y que los humildes comprenden. Esto corresponde exactamente a la definición de la parábola según Hermaniuck. Sería extraño que precisamente en este caso nos encontráramos en presencia de una parábola que no sea revelación misteriosa de un secreto, sino simple apólogo moral accesible a todos.

Además, la parábola debe ser interpretada por analogía con las otras parábolas. Una analogía del conjunto nos orienta ya en el sentido de los secretos del reino. Pero hay más. Como lo remarca Hoskyns, nuestra parábola presenta una correspondencia sorprendente con otra: la del Buen Pastor:

“Todo el contexto (background) de la parábola del Buen Pastor, escribe Hoskyns, se parece a la del Buen Samaritano, donde el amor de Dios por el hombre, víctima de los ladrones, no se manifiesta por los líderes del judaísmo (el sacerdote y el levita), sino por el buen Samaritano” (p. 377).

Esta analogía trata sobre el detalle mismo. Hoskyns ha detectado que en las dos parábolas se trata de ladrones, designados por la misma palabra griega λῃσταί (p. 377). El cotejo es hecho igualmente por Rengsdorf[3], el cual reconoce que este detalle es al menos alegórico y vé en él una alusión a los zelotes; pero otras analogías son notables. En ambos casos los que precedieron a Cristo son presentados como habiendo sido indiferentes a la miseria del hombre. En Juan son “los mercenarios” (Jn. X, 12), “venidos antes de mí” (X, 7), que, viendo venir al lobo, abandonan las ovejas para salvarse” (Jn. X, 12). De la misma manera, para Lucas el sacerdote y el levita, que preceden al Buen Samaritano, se alejan sin atender al pobre hombre (Lc. X, 31-32). Se remarcará también que en ambos casos se trata de despojar (ἐκδύσαντες, Lc. X, 30; κλέψῃ, Jn. X, 10), luego de golpear (πληγὰς ἐπιθέντες, Lc. X, 30; θύσῃ, Jn. X, 10), luego de matar (ἡμιθανῆ, Lc. X, 30; ἀπολέσῃ, Jn. X, 10).

Por una parte, un cierto número de expresiones en el texto nos orientan hacia una interpretación teológica. No indicaré más que dos. En el v. 33 encontramos el verbo ἐσπλαγχνίσθη, que la Vulgata tradujo misericordia motus est. Designa el amor misericordioso que el Samaritano prueba por el hombre herido. Pero el verbo σπλαγχνίζεσθαι, “moverse a misericordia” no se encuentra en el Nuevo Testamento más que para expresar el amor de Dios o de Cristo por los hombres (Mt. IX, 36; XIV, 14; Lc. VII, 13; XV, 20). Traduce el rahamim bíblico, que es propiamente la misericordia divina. Pero esto, como lo vio bien Clemente de Alejandría, que habla de las “entrañas” (σπλάγχνα) del Padre”, es el fondo mismo de la parábola, que es una revelación del ἀγάπη, del amor de Dios por el hombre.

La otra expresión remarcable es la de ἐπανέρχεσθαί en el v. 35. Designa el retorno del Samaritano, el cual no tiene ningún sentido si se trata simplemente de un apólogo moral, sino que corresponde, por el contrario, a uno de los secretos esenciales del Reino. Pero es remarcable que la palabra no se encuentra más que en un solo pasaje del N.T. fuera del nuestro (Lc. XIX, 15) y precisamente en una parábola donde designa la vuelta de Cristo al fin de los tiempos. Todo indica, pues, que el sentido aquí sea el mismo. Agregaría, pero con menos certeza, que otro detalle puede tener un sentido escatológico. Se dice que el Samaritano, al salir de la posada le da dos denarios al posadero[4]. Pero el denario corresponde al salario de un día, lo cual es lo mismo que decir que el Samaritano vuelve “al tercer día”, y se sabe que esta expresión designa en el Nuevo Testamento al de la Resurrección[5].

Podemos concluir de todo esto que la parábola formaba parte de un grupo, la cual se relacionan también las del Buen Pastor, del Hijo pródigo, de la Oveja perdida, de los Viñadores homicidas, y que presentan un resumen simbólico del designio del Ágape divino expresándose a través de las etapas de la historia de la salvación. Estas parábolas aparecen como destinadas a mostrar la impotencia de la Ley para salvar al hombre caído y para arrancarlo de las malas potestades – y a subrayar que es solamente Cristo (Buen Samaritano, Buen Pastor, Hijo del Dueño de la viña), que al fin de los tiempos opera esta salvación. Bien entendido, las tres parábolas ponen el acento sobre aspectos muy diferentes. Pero lo que nos interesa aquí es solamente su estructura de conjunto que realiza exactamente la definición dada por Hermaniuck de las parábolas.




[1] Ver François Quiévreux, Les paraboles, p. 77-79.

[2] Nota del Blog: El Autor dice “213”, pero parece una errata.

[3] Theol. Wört. Zur N.T., IV, p. 266.

[4] Los dos denarios se encuentran, relacionados con el aceite y el vino, en Apoc. VI, 6.

[5] Nota del Blog: Un par de cosas aquí.

En primer lugar, que el denario sea el salario diario lo vemos claro por la parábola de los obreros de la viña, donde a todos se les da la misma paga diaria de un denario. Esto lo notan los autores en general al comentar el pasaje del Apoc. citado en la nota previa.

En segundo lugar, no es del todo exacto decir que la expresión “al tercer día” se refiere exclusivamente a la resurrección, pues existen algunos otros casos:

a) Hech. XXVII, 19, que no parece tener nada que ver con todo este tema.

b) Lc. II, 46, donde el Niño es encontrado “al cabo de tres días”.

c) Jn. II, 1, las bodas de Caná son “al tercer día”.

Veamos: la resurrección “al tercer día” es una clara imagen de la (primera) resurrección de los justos al tercer día; las bodas de Caná “al tercer día” es una bella imagen de las Bodas del Cordero con la Iglesia, también al momento de la Parusía.

¿Y la pérdida del Niño en el Templo?

Comentando las palabras de la Virgen “¿Por qué nos has hecho esto?”, el Card. Schuster dice (El Evangelio de Nuestra Señora, Guadarrama, pag. 129):

“Los Santos Padres encuentran motivo para los tres días de ausencia del Señor, recordando que también, después de Su muerte, reapareció ante los suyos en la mañana del tercer día. El primer día es el de la Pasión; el segundo, el que recorre a través de los siglos la Iglesia militante; el tercero, por último, es el de la Parusía final.

A la pregunta materna responde de un modo más misterioso todavía; de forma que aquellas palabras son como la aparición matutina del sol, que sólo más tarde resplandecerá con todo su ígneo esplendor.

¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que esté en lo de mi Padre?

En efecto, ¿dónde puede estar el Hijo sino en la casa del Padre?”.

Y así vemos que la expresión “al tercer día” parecería tener una relación con la Parusía también en este caso.

Lo cual se infiere sin mayores problemas también en la Parábola, pues si el Buen Samaritano deja dos denarios al posadero, la conclusión es obvia: piensa volver “al tercer día”.