B) Los
comentarios de los Santos Padres.
Los Padres contemporáneos e inmediatamente posteriores
aluden con frecuencia al intento fracasado de Juliano. Así San Gregorio Nacianceno,
San Ambrosio[1] y
sobre todo con notable insistencia San Juan Crisóstomo. Es curiosa la intención
que a Juliano atribuye San Gregorio
Nacianceno:
«... ipsis nimirum
(judaeis) in patriam redire ac templum instaurare, patriorumque rituum vigorem
renovare, ex ipsorum scilicet libris et
arcanis fatale esse affirmans, ac benevolentiae specie commentum hoc
occultans»[2].
San Juan
Crisóstomo es, a nuestro entender, el que más parte ha tenido en el desarrollo
de la creencia que, partiendo del fracaso histórico de Juliano, considerado
como expresión de una decisión divina perpetua e ineludible, ha querido ver en
las profecías de Cristo sobre la ruina de Israel una voluntad absoluta de
impedir perpetuamente toda posible restauración. De un hecho que se cree providencial
e impide la restauración del Templo en el siglo IV, se pasa a ver en una
profecía de Cristo, que sólo hablaba de su destrucción, la voluntad absoluta
divina de no consentirlo jamás.
Triple espejismo:
- Se cree ver
en el fracaso de Juliano una decisión divina perpetua e irrevocable de no
consentir jamás restauración alguna.
- Se cree
hallar en este hecho la confirmación de unas palabras de Cristo que en realidad
nada decían sobre la duración de la ruina.
- Y se termina
por atribuir a Cristo la profecía de aquella decisión divina perpetua y
universal.
Las razones que nos mueven a considerar a San Juan
Crisóstomo como el principal alucinado por ese triple espejismo son las
siguientes:
En sus
comentarios expresos a las presuntas profecías de Cristo nunca dice que se
contenga en ellas la imposibilidad de toda futura restauración, como tampoco lo
dicen categóricamente en sus correspondientes comentarios los Padres
anteriores; lo cual demuestra que no arrancaba de ahí su convencimiento.
Por el contrario, como hemos visto más arriba,
comentando a Dan. IX, 26, insiste en el principio que luego repiten muchos
Padres posteriores de que, mientras los profetas señalan siempre fin a las
cautividades del A. T., Daniel no lo señaló a esta última. En su Oratio V Adversus Judaeos vuelve sobre
lo mismo. Intenta probar por los profetas que el Templo nunca será restituido.
La argumentación del Santo Doctor es débil. Viene a decir: A mí me basta haber
probado que fué destruido y en tanto tiempo no se ha vuelto a levantar; prueben
ellos que esté predicho que se haya de restaurar un día. Le podrían contestar:
Tú sólo pruebas la profecía y el hecho de la ruina, pero no que así deba permanecer
hasta el fin de los tiempos. Su prueba positiva es poco más o menos ésta: De
las tres cautividades judías anteriores (Egipto, Babilonia, Antíoco Epífanes) se
predijo por los profetas el hecho, el modo, el comienzo y la duración: De esta
última Daniel en su profecía de las Semanas no señala fin; sino que da entender
que no lo tendrá[3].
«Quid igitur—dice— vobis reliquum
est quod loquamini, cum reliquas captivitates praedicentes prophetae certum et
praedefinitum tempus exprimant: huic
nullum tempus praedefiniant, quin potius contrarium, videlicet captivitatetn
usque ad consummationem duraturam?»[4].
Lo mismo repite en la Oratio VI[5].
Por otra parte, su continuo recurso a los hechos y
concretamente al fracaso de Juliano nos induce a pensar que la base más fuerte
de sus convicciones es un argumento a
posteriori. En la misma Oratio V
había dicho:
«Cur, quaeso, huic praedictioni
fidem non adhibes? praesertim cum ex ipso tempore testimonium illius silentium
imponat impudentiae tuae? Quod si post excitium urbis non transissent nisi
decem anni aut viginti aut triginita aut quinquaginta: minime tamen decebat vel
tunc impudenter obsistere, etiamsi fuisset aliqua reluctandi occasio; jam vero si non quinquaginta tantum et
centum immo bis ac ter centum annorum multaque amplius praeterit post civitatem
captam nec interim ullum vestigium aut umbra apparuit ejus quam expectatis
mutationis; cur frustra nullaque de causa in impudentia perseveras?»[6].
Y más abajo:
«Porro quod
hactenus dicta vana non sint, age a rebus
etiam ipsis exhibeamus testimonium. Nam si Judaei numquem
tentassent aedificare Templum, dicere poterant: si voluissemus aggredi templi
instaurationem, omnino potuissemus et perfecissemus. Nunc autem, res
ipsa demonstrat, eos non semel aut bis, sed ter aggressos et repulsos esse,
non aliter quam fit in certaminibus Olympiacis, ut nulli dubium esse possit,
quin Ecclesiae sit corona victoriae».
Enumera a continuación los tres conatos:
1. En tiempos de Adriano:
«Conati sunt pristinam rempublicam
instaurare: haudquaquam inteligentes se contra Dei calculum bellum movere,
jubentis in perpetuum eam civitatem devastari…».
2. Bajo Constantino:
«Sub
Constantino eadem aggressi sunt. At ille, viso ipsorum conatu, amputatis illorum
auriculis, ac rebellionis signo impresso corpori illorum, per omnia loca
circumferebat illos ceu fugitiva mancipia aut verberones, corporibus mutilatis
conspicuos illos faciens omnibus, ac eos qui per omnes regiones erant sparsi
erudiens, ne in posterum eadem conarentur. Sed haec, inquient, prisca et absoleta.
Imo hoc potius notum est etiam iis qui inter vos sunt seniores».
3. El intento bajo Juliano.
«Quod vero jam dicturus sum, etiam
admodum juvenibus est clarum ac perspicuum. Non enim gestum est sub Adriano aut
Constantino, sed sub Imperatore qui fuit aetate nostra ante annos viginti».
Refiere lo que pasó y de la intención de Juliano dice:
«... simul et illud fore
sperabat insanus ille ac vecors, ut
Christi sententiam frustaretur quae non patitur templum illud instaurari»...
Y concluye:
«Etiamne adhuc dubitas, Judaee,
cum perspicias et ex Christi praedictione et ex prophetarum vaticiniis et ex ipsorum rerum demonstratione
testimonium contra te ferri?»[7].
Y en su Tratado Contra
judaicos et gentiles quod Christus sit Deus (cuya genuinidad debe ponerse
fuera de duda por la exacta coincidencia con el pensamiento de Crisóstomo en este
punto) vuelve sobre lo mismo:
«Cogita ergo quantae et hoc (Mt. XXIV, 2) sit virtutis. Etenim qui gentes et reges superabant, qui absque
sanguine plerumque vincebant, tropaeaque innumera nova et admirabilia
erigebant, hi templum suum usque ad hoc tempus aedificare non potuerunt»[8].
Y más abajo:
«Nunc autem plus quam quadringentessimus annus est, et nulla cogitatio, nulla
expectatio vel spes est illud ultra instaurandum fore»[9].
Pero, sobre
todo, confirma nuestra manera de ver la falta de vigor dialéctico con que el
Crisóstomo da el tercer paso -en el proceso que arriba dejamos indicado— para
atribuir a Cristo la profecía de la imposibilidad de toda restauración.
En su Tratado
Contra judaeos et gentiles… prueba la divinidad de Cristo por la persistencia
de la Iglesia a pesar de las persecuciones, y por la ruina actual del Templo a
pesar de los intentos de restauración:
«Videsne quomodo quae ille
aedificavit nemo destruxit, et quae ille destruxit nemo aedificavit?
Aedificavit Ecclesiam et nemo illa destruere possit; destruxit templum et memo ipsum
restaurare valet, idque tam diuturno tempore; quamvis illam destruere tentaverint, non potuere tamen; quamvis hoc
denuo excitare conati sint, id frustra moliti sunt.
Id vero permissum fuit ne
qui diceret, si id tentatum fuisset, fieri potuisse: ecce tentaverunt et non
potuerunt. Nam aetate nostra Imperator qui omens impietate superabat et
facultatem tunc dedit et cooperatus est. Opus incepere, ac ne vel minimum ultra
progredi potuere; sed ignis e fundamentis exsiliens omnes fugavit. Quod antea
voluerint, hoc indicium est, quod hactenus fundamenta nudata apparent, ut
videas ipsos quidem fodere coepisse, sed aedificare non potuisse, obsistente
Christi sententia»[10].
¿Cuál es esa Christi sententia? Por el contexto,
tanto próximo como remoto, está claro que para San Juan Crisóstomo se trata de
las palabras en que Cristo predice la ruina de Jerusalén (Lc. XIX, 44) o la
destrucción del Templo (Mt. XXIV, 2; Mc. XIII, 2; Lc. XXI, 6). Ahora bien, en
esas palabras, como hemos visto más arriba, se contiene el anuncio de la
destrucción pero nada se dice de su duración. Y nadie, al comentarlas ex professo,
ni el mismo San Juan Crisóstomo, se ha atrevido a afirmar que allí se profetice
la imposibilidad de toda ulterior restauración.
¿Qué pudo mover a San Juan Crisóstomo a ver en esas
palabras lo que en ellas no se contiene? ¿Qué imponderable pesó en su mente
para atribuirles mucho más de lo que quisieron decir? En nuestro humilde
sentir, que creemos autorizado por las citas aducidas, ese peso fué la historia de tres siglos de intentos fracasados por
parte de los judíos, la piadosa reflexión del pueblo fiel, que vió en cada uno
de ellos una nueva confirmación a lo largo del tiempo de la profecía de Cristo
hecha sin referencia de duración temporal, y un afán de apologética fácil y
popular que en el último texto aducido de San Juan Crisóstomo aparece bien
claro.
Las mismas razones pesaron, sin duda, en los pocos
autores anteriores al Crisóstomo que manifiestan su mismo convencimiento como,
por ejemplo, Hipólito.
La mayor firmeza
de convicción en San Juan Crisóstomo se ha de atribuir con toda seguridad al
fracaso del intento de Juliano.
[1] Epist.
40 ad Theodosium, núm. 12 (ML. 16, 1105).
[2] MG. 35, 667.
[3] Nota del Blog:
esta parece ser también la opinión de Lacunza.
Sin embargo, creemos que la respuesta no es muy difícil.
Repasemos la
estructura cuatripartita de las LXX
Semanas, siguiendo el texto de la Vulgata, que es el que parece argumentar a
favor de la no restauración ni de Israel ni del Templo:
“Ab exitu sermonis, ut iterum ædificetur
Jerusalem, usque ad christum ducem:
1) Siete Semanas: hebdomades
septem… et rursum ædificabitur platea, et muri in angustia temporum
2) Sesenta y dos Semanas: et
hebdomades sexaginta duæ erunt.
3) Intervalo: Et post hebdomades sexaginta
duas occidetur christus: et non erit ejus populus qui eum negaturus est. Et
civitatem et sanctuarium dissipabit populus cum duce venturo: et finis ejus vastitas,
et post finem belli statuta desolatio.
4) Una Semana: Confirmabit autem pactum
multis hebdomada una: et in dimidio hebdomadis deficiet hostia et sacrificium:
et erit in templo abominatio desolationis: et usque ad consummationem et finem
perseverabit desolatio.
Que traducido
literalmente dice:
“Confirmará el pacto con muchos por una semana; y en medio de la semana
cesará la hostia y el sacrificio; y estará en el templo la abominación de la desolación: y hasta la consumación y el fin perseverará la desolación”.
Las palabras en
negrita son las que han dado lugar a la opinión de que ni el Templo ni Israel
serán restaurados nunca (los que no
aceptan el Milenio) o hasta que comience
el Milenio (Lacunza).
¿Pero realmente
el texto dice o da a entender semejante cosa?
Las 70 Semanas
se dividen claramente en cuatro partes: 7 – 62 – Intervalo – 1.
El v. 27, que es el que está en discusión,
se divide en dos partes iguales, separadas por la Abominación de la desolación en el lugar Santo, por lo tanto, para
cuando comience la segunda mitad de la Septuagésima Semana, ya va a haber
Templo. Primer argumento a favor de la existencia del Templo de Salomón antes de la venida del Anticristo.
Pero hay más.
Nuestro Señor
nos guía admirablemente en la exégesis de esta dificilísima profecía cuando
habla de “la abominación de la desolación” como de un ser personal (ver lo que
dijimos AQUI).
Ahora bien, si “la abominación de la desolación” es el Anticristo, entonces ¿por
qué no pensar que la “desolación” que ha de durar “hasta la consumación y el
fin” se refiere a lo mismo?
Además, cuando
el texto dice “hasta la consumación y el fin” no se fuerza en absoluto el texto
si se lo interpreta de la última Semana, que en definitiva es de lo que está
hablando. En otras palabras, es como si el texto dijera “el Anticristo estará
en el Templo hasta la consumación y el fin de
la última semana”.
De hecho el
original hebreo corrobora nuestra interpretación cuando dice:
“Y confirmará el pacto con muchos por una semana y a la mitad de la
semana hará cesar el sacrificio y la oblación y estará sobre el ala la abominación de las desolaciones
(o “estará sobre el ala [= pináculo, a saber, del Templo] la abominación de la desolación) y hasta la eversión, la decretada,
que se decretará sobre la desolación)”.
Ese “ala” es el
pináculo del Templo al cual fue llevado Jesús por el Demonio según vemos en Mt. IV, 5 y Lc. IV, 9.
Tal vez, dicho
sea de paso, todo esto nos ayude a entender la bellísima parábola del Buen
Pastor en Jn. X…
[4] MG. 48, 899. Es notable que ponga toda la fuerza en el argumento negativo y sólo de
pasada afirme que Daniel predijo la perpetuidad de la ruina. ¿Se da cuenta el
Santo Doctor de que si la abominación era -como sostiene él- la estatua de
Adriano, no se podía decir que había de durar hasta el fin?
[5] MG. 48, 905.
[6] MG. 48, 888.
[7] MG. 48, 899 ss.
[8] MG. 48, 834s.
[9] MG. 48, 835.
[10] MG. 48, 835.
MG. 48, 835. En
todos estos testimonios se trata simplemente de la imposibilidad de restaurar
el Templo; pero para San Juan Crisóstomo
y para toda la antigüedad cristiana el Templo, la Ciudad y el Estado político
de Israel son una misma cosa. Véase lo que dice el Crisóstomo comentando las palabras de Cristo a la Samaritana en Juan IV, 21: «Ex his igitur rursum poterat demonstrari, post
haec neque sacrificia, neque sacerdotium, neque regem apud judaeos futurum
esse. Nam per urbis eversionem haec omnia potissimum simul probata sunt» (MG. 48, 904). En la Oratio IV había dicho: «Adde quod mirum est et incredibile: totus orbis terrarum conceditur Judaeis
ubi fas non est sacrificare; solam Jerosolymam illis adire non licet, in qua
sola licet immolare. Annon igitur vehementer etiam stolidis clarum perspicuumque
est quam ob causam ea civitas fuerit subversa? Nam sicut architectus, erectis
parietibus, jactis fundamentis, concamerata testudine, ipsaque concameratione
in unum lapidem in medio positum connexa, si eum tollat, totam aedificii
compagem solverit: similiter Deus cum eam civitatem fecerit quasi nodum totius
religionis judaicae, ac mox eam subverterit, nonne et universum ejus statum
dissolvit?» (MG. 48, 880s).