8. Sé tus obras: he aquí que
he puesto delante de ti una puerta abierta, que nadie puede cerrar, porque
tienes poco poder y has guardado mi palabra y no has negado mi Nombre.
Notas
Lingüísticas:
Como notan los comentadores δέδωκα (he
puesto) significa literalmente “(te) he dado”. Mismo giro en el
versículo siguiente.
Θύραν ἠνεῳγμένην (puerta abierta): cfr. IV,
1.
Zerwick: “θύρα:
puerta = ocasión de propagar la fe, I Cor. XVI, 9”.
Comentario:
Puerta abierta: los
comentadores coinciden en ver en esta figura paulina “facilidades procuradas al
apostolado” (Allo), “expansión misional” (Bover), etc. y citan
los siguientes pasajes:
Hechos XIV, 27:
“Llegados reunieron la Iglesia y refirieron todas las cosas que Dios había hecho
con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”.
I
Cor XVI, 8-9: “Me quedaré en Éfeso hasta
Pentecostés, porque se me ha abierto una puerta grande y eficaz, y los
adversarios son muchos”.
II Cor II,
12-13: “Llegado a Tróade para predicar el Evangelio de Cristo, y
habiéndoseme abierto una puerta en el Señor, no hallé reposo para mi
espíritu, por no haber encontrado a Tito, mi hermano…”.
Col. IV, 2-4:
“Perseverad en la oración, velando en ella y en la acción de gracias, orando al
mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra una puerta para la
palabra, a fin de anunciar el misterio de Cristo…”.
Caballero-Sánchez: “San
Papías (…) es el mejor
testigo para decirnos qué clase de estudios sagrados y qué clase de esperanzas
proféticas en torno a Cristo y a su Iglesia, saturaban el alma de los
santos del Asia. Y Papías nos atestigua que se trataba de interpretar
la Escritura a la luz del Evangelio del reino milenario de Cristo, y que la
expectación ardiente de los santos se enfocaba sobre la próxima bajada a la
tierra de la nueva Jerusalén para inaugurar desde ella el reino del Señor.
Explicar ese Evangelio es mantener esa esperanza…”.
La puerta abierta que se le da a esta Iglesia coincide
con la predicación del Evangelio del Reino en todo el mundo como lo anunciara
Nuestro Señor.
Mateo XXIV
14. Y esta Buena Nueva del Reino
será proclamada en el mundo entero, en testimonio a todas las naciones. Entonces
vendrá el fin.
Marcos
XIII
10. Y es necesario primero que a
todas las naciones sea proclamada la Buena Nueva.
Este suceso no puede en modo alguno ser pasado
para nosotros sino que habrá que esperar la venida de Enoc y Elías y la conversión de muchos judíos para
que pueda predicarse el Evangelio a todas las naciones[1]. Esta segunda opinión parece ser la verdadera y tiene a su favor las
siguientes razones:
1) Por un lado Nuestro Señor responde
a las preguntas dirigidas en el Monte de los Olivos desarrollando la Septuagésima Semana sin hablar una sóla
palabra de lo que sucede antes délla.
2) Esta prédica parece ser la que está profetizada en la sexta Iglesia del
Apocalipsis cuando se habla de la “puerta abierta” (III, 8 y VI, 10).
3) La similitud entre las palabras de Nuestro Señor y las del Apocalipsis[2]:
Mateo
X
17. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los sanedrines y os azotarán en sus sinagogas,
18. y por causa de Mí seréis llevados
ante gobernadores y reyes, en testimonio para ellos y para las naciones.
Marcos
XI
9.
Tened cuidado por vosotros mismos;
porque os entregarán a los sanedrines, y seréis flagelados en las sinagogas y
compareceréis ante gobernadores y reyes, a causa de
Mí, para dar testimonio ante ellos.
Apoc.
III
8. He aquí que he puesto delante de ti una puerta abierta,
que nadie puede cerrar, porque tienes poco poder y has
guardado mi palabra y no has negado mi Nombre.
Apoc
VI
9. Y cuando abrió el quinto sello,
vi bajo el altar las almas de los que fueron muertos a
causa de la causa de “la Palabra de Dios” y
a causa de “el testimonio que tenían”.
Lo primero que debe tenerse presente es que “las almas de los que
fueron muertos a causa de "la Palabra de Dios" y a causa de "el
testimonio que tenían" indica un grupo
específico de personas que no es sino el mismo que se encuentra luego en XX,
4:
“Y vi tronos; y
sentáronse en ellos, y les fue dado juzgar, y (vi) a las almas de los que
habían sido degollados a causa del testimonio de Jesús y a
causa del Verbo de Dios…”.
Este grupo, es
decir el encargado de predicar a todas las naciones el Evangelio durante la
apertura de los cinco primeros sellos, es el que se encuentra en III, 8 y que
corresponde a la Iglesia de Filadelfia en la cual hay dos clases de personas
bien diferenciadas según los dos títulos de Nuestro Señor:
1) El Santo, el
Verdadero: está relacionado
con los Mártires del quinto Sello, y no es casualidad que ellos invoquen a Jesucristo
con este título en VI, 10: “¿Hasta
cuándo, oh Señor, el Santo y Verdadero, tardas en juzgar y vengar
nuestra sangre de los que habitan sobre la tierra?”. Es por eso que a este grupo se le da una puerta abierta que nadie
puede cerrar, la cual puerta es símbolo del apostolado (I Cor XVI, 9; II Cor
II, 12; Col. IV, 3).
2) El que tiene la
llave de David, el que abre y nadie cerrará, el que cierra y nadie abre: la llave de David
dice relación al Trono de David
caído por tierra pero restaurado provisoriamente como lo indica Is XXII, 22
ss, de quien está tomado esta cita.
La predicación destos mártires va a consistir
principalmente en el anuncio de la proximidad
de Reinado de Nuestro Señor Jesucristo, indicando que ya tuvo lugar en
el cielo la entrega de todas las cosas que Dios Padre le hizo al Hijo, como
heredero de la creación. Entrega que coincidió con el comienzo de la
Septuagésima Semana de Daniel, las cuales se habían interrumpido cuando
Israel rechazó al Mesías el Domingo de Ramos.
Lacunza, con su habitual lucidez, nos dice[3]:
“El
libro pues de que hablamos, me parece a mí, atendidas todas las circunstancias,
que no es otro, sino el mismo “testamento
nuevo y eterno de Dios”, en el cual sabemos de cierto que está llamado en
primer lugar y constituido heredero, rey, y Señor universal de todo, aquel
mismo unigénito de Dios “per quem omnia, et
propter quem omnia (Heb. II, 10)… quem constituit haeredem universorum,
per quem fecit, et saecula” (Cap. I)...” y después de
citar Rom. VIII, continúa: “Es certísimo que este Testamento Nuevo y
eterno de Dios, tan anunciado en las antiguas Escrituras, está ya hecho muchos
tiempos ha; está firmado irrevocablemente; está sellado y asegurado per duas res immobiles, quibus impossibile est
mentiri Deum (Heb. VI, 18), esto es, con la Palabra de Dios y con la Sangre
del Cordero[4], con la sangre del
Hombre-Dios: sanguinis novi
testamenti: así como el antiguo que era solamente ad
tempus, et quasi pedagogus in Christo, se selló y aseguró con la sangre de
animales (Heb. IX, 19). Más
aunque este testamento de Dios, nuevo y eterno está ciertamente hecho; aunque
está firmado y asegurado irrevocablemente, parece del mismo modo cierto e
indubitable, que todavía no se ha abierto, sino que está cerrado y sellado hasta
que llegue el tiempo de abrirse.
Lo que ahora llamamos Testamento Nuevo, esto es, las nuevas Escrituras
canónicas, auténticas, divinas, que se han hecho después del Mesías, no son,
propiamente hablando, el testamento mismo. Son solamente la noticia, el
anuncio, el convite general que se hace a todos los pueblos, tribus y lenguas,
para que concurran todos los que quisieren a la gran cena y procuren entrar en
parte del Testamento Nuevo y eterno de Dios[5], verificando cada uno en sí mismo aquellas
dos condiciones, que se piden a todos, y a cada uno en particular: esto es fe y justicia.
Estas nuevas escrituras se llaman con mayor propiedad evangelium regni, que es el nombre que dio el mismo Mesías a la misión y predicación de
los apóstoles: evangelio o anuncio, o buenas nuevas del reino, el cual reino es
todo lo que contiene el testamento mismo. No hay pues tazón alguna para
confundir la noticia de estar ya hecho el testamento de Dios, nuevo y eterno,
con el testamento mismo. La noticia es cierta y segura y sobre esta certidumbre
y seguridad se trabaja muchos siglos ha, en que todos la crean y se aprovechen
de ella. Mas el testamento mismo ninguno lo ha leído hasta ahora, y ninguno es
capaz de leerlo, ya porque ninguno es capaz de entender “quod oculus non vidit,
nec auris audivit, nec in cor hominis ascendit” (I Cor. II, 9), ya principalmente porque está todavía en manos de Dios
cerrado y sellado con siete sellos, hasta que lleguen los tiempos y momentos quae Pater posuit in
sua potestate, hasta que se ponga
el testamento en manos del Cordero; hasta que el cordero mismo rompa los
sellos; hasta que lo abra públicamente en el supremo y pleno concejo de Dios
mismo y con esto entre jurídicamente en la posesión actual de toda la herencia
con el fiat,
fiat, o con el
consentimiento, aclamación, deseo, júbilo y exultación unánime de todo el
universo…”.
En conclusión: la Sexta
Iglesia parece coincidir con la primera mitad de la Septuagésima Semana y en
ella tendría lugar la prédica de Elías, como así también los siete
sellos y las primeras cinco trompetas (la sexta coincide con la asunción de los
dos Testigos).
[1] No se afirma, bajo ningún concepto, ni siquiera
la mera posibilidad de una restauración de la Iglesia, tal como sueñan muchos a la espera del “Papa Angélico” y del “Rey
Santo” encargados de convertir a Europa y a medio mundo antes del Anticristo. Nada desto va a suceder. Nada. De
hecho en ningún lado se dice, ni siquiera se insinúa, la conversión sino
solo la predicación “en testimonio a todos los pueblos”. Lo que sí
creemos es que habrá una restauración precaria y limitada de Israel, tanto en el tiempo como en el espacio durante los tres años y medio
de Elías.
[2] Seguramente las visiones del Apoc. X, 1-11; XI, 11-14 y XIV,
6-7 están estrechamente relacionadas con todo esto.
[3] Fenómeno VIII, Párrafo VI, bajo el
subtítulo “Observaciones de este libro que abre el Cordero”.
[4] No es casual pues que este grupo
encargado de predicar el Evangelio del Reino a todo el mundo lleve el nombre de
“los degollados por la causa de la Palabra de Dios y por el testimonio que
mantuvieron”, Apoc III, 8; VI, 9 y XX, 4.
[5] Y este anuncio se volverá a hacer de
nuevo antes del Anticristo en testimonio para todos los pueblos para que
después, cuando aparezca el hombre de pecado, no puedan argüir ignorancia.