viernes, 6 de marzo de 2015

La Profecía de las 70 Semanas de Daniel y los Destinos del Pueblo Judío, por Caballero Sánchez. Capítulo XVII (III de V)

B) Pero hay otra prueba positiva contra la opinión de la Crítica.

Es la afirmación misma de Jesucristo. De Jesucristo interpretando a Daniel.
En el Discurso escatológico sobre la ruina de Jerusalén y el fin, no del mundo «ut sic» sino del mundo malo, sujeto al Maligno, siglo Presente, dice el Señor: "Será pregonado este Evangelio del reino por toda la tierra habitada en testimonio a todas las gentes, y entonces vendrá el fin. Cuando pes, viereis la abominación de la desolación, la dicha por Daniel el profeta, dominando en el lugar santo (quien lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes..., porque habrá entonces Tribulación grande, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá..." (Mat., XXIV, 14.16-21).
En San Lucas leemos otro detalle[1] del Discurso, la guerra destructora: Cuando viereis Jerusalén cercada por ejércitos, entended que se aproxima su desolación...» (XXI, 20). Una alusión cronológica nos ha sido también transmitida por San Lucas: todas esas cosa, guerra destructora, desolación, horrenda, Tribulación máxima, durarán «hasta que se cumplan los tiempos de las naciones... ». Y para después de esa era de las naciones anuncia también el Señor la plenitud de los bienes mesiánicos, pues nos dice: "Cuando esas cosas comiencen a verificarse, erguíos y alzad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención… conoced que está cerca el reino de Dios". (Luc. XXI, 24, 28-31).
Hay, por consiguiente, en el Discurso escatológico del Señor una reproducción substancial de la visión daniélica de la 70° semana. Los comentadores no quieren verla. Con infinita paciencia y creyéndose más capacitados  que los mismos evangelistas para comprender los oráculos de Jesús, introducen sus tijeras en los textos y separan las cosas allí mezcladas y trabadas: los sucesos y señales de la ruina de Jerusalén a fin de adaptarlas a la guerra de Tito; los sucesos y señales del fin del mundo, relegadas a un porvenir indefinidamente lejano.
Dos errores substanciales han obligado a los comentaristas a abrazar esas opiniones.


Han imaginado, primero, que Jesús lloró la suerte de la Jerusalén y de los Judíos infieles al Evangelio, arruinados por los Romanos al terminarse la generación aquella que oyó al Señor; cuando llora la suerte de sus discípulos (ciudad, Templo, Pueblo), aborrecidos por las naciones antimesiánicas a causa de su nombre, cuando la generación rebelde al anuncio del reino haya llegado al paroxismo de la oposición que coincide con sus postrimerías...[2]

Han imaginado, segundo, que el Señor profetiza la futura ruina del mundo y juicio universal que pone término a la vida del hombre sobre la tierra, con la perturbación de los elementos cósmicos, sol, luna, estrellas, mar, etc, cuando tan sólo anuncia el término de la era de las naciones antimesiánicas que constituyen el «mundo éste» «siglo presente» de donde tiene que ser barrida la iniquidad para que comience la nueva Era de Jerusalén con el reino del Emmanuel. Anuncio hecho bajo colores e imágenes apocalípticas, cuyo sentido real los Profetas ayudan a comprender.
Quitadas de delante de los ojos esas dos imaginaciones, veríamos con claridad la identidad de los sucesos anunciados por el Señor con los que anuncian los demás profetas de Israel; Daniel en particular.

Después de estas consideraciones generales, veamos cómo entiende la Crítica esa cita de Daniel, tan explícitamente traída por el Señor en su Discurso escatológico: "cuando viereis la abominación de la desolación, la dicha por Daniel el profeta, erigida en el lugar santo (quien lee, entienda)...".

Problema delicado. El horizonte de Daniel, enseña la Crítica, no va más allá de Antíoco. ¿Cómo pudo, pues, el Señor citar a Daniel como testigo de un acontecimiento que sólo se realizará cuando venga el fin y la gran Tribulación del pueblo judío en tiempo de los Romanos...?

El P. Lagrange  cree conciliar el sentimiento de la Crítica con el pensamiento de Jesucristo, diciendo que «la abominación de la desolación, dicha por Daniel», se cumplió per se y directamente en Antíoco, pero que tuvo además otra posterior realización, sobreañadida a la primera, acontecimiento futuro que sólo Jesucristo vió en el texto daniélico: «Jesucristo —escribe el P. Lagrange— anunció que la ruina del Templo sería la realización de la profecía de Daniel. Pero ¿qué entendía Él con eso? ¿Que la profecía no se había cumplido todavía o que debería cumplirse de nuevo y de una manera más perfecta que la vez primera? Imposible hacer caso omiso del texto de I Mac. I, 57, donde no es citado Daniel, pero sí aludido claramente por la expresión técnica «abominación de la desolación». Luego, los textos evangélicos significan sólo que el Templo será herido con una desolación tan horrible como aquélla y definitiva esta vez. Esa alusión a un término que se halla varias veces en Daniel y sin referencia a ningún pasaje determinado habría sido equívoca si Daniel no hubiese tenido en vista el mismo hecho, en todos los pasajes donde se halla la misma expresión» (Art. cit., p. 189)[3].

Esa argumentación implica el error ya apuntado de que todos los textos de Daniel relativos a los tiempos del fin no tienen nada de escatológico, por más que el profeta lo diga. Parece suponer también que sólo el Exégeta divino tiene el derecho de desenvolver un texto en un plano diverso del que la letra permite. Para todos los demás exégetas eso constituiría un abuso del texto. No para Jesús..., Maestro de toda Exégesis.

Nosotros creemos que cuando Daniel habla de sucesos, «escatológicos», no tenemos ningún derecho de quitarles ese carácter, y que cuando Jesús cita algún anuncio escatológico de Daniel, es fuerza que ese anunció esté directa y formalmente en Daniel y no sólo en la exégesis del Maestro.

Jesucristo pesaba las palabras sagradas con exactitud en la balanza de su Espíritu, la única proporcionada para medir el sentido puro de ellas, sin quitarles un punto ni añadirles una tilde. Y cuando Jesús afirma que Daniel profetizó para el tiempo del fin una abominación de la desolación, esa Desolación abominable escatológica debe estar pura y llanamente en algún texto de Daniel, sin perjuicio de que el mismo profeta hubiera hablado de alguna otra abominación no escatológica. Y precisamente como previniendo la actitud de la moderna Crítica, Jesucristo, al decirnos «cuando viereis la abominación... la dicha por Daniel», parece indicar que la apuntada en el libro de los Macabeos no es la que Daniel anunció; o, por si Daniel hubiera anunciado ésa también y nosotros estuviésemos en peligro de confundirla con la escatológica, el Señor prosigue: «quien lee, entienda». No dice: «entended mi palabra que da el sentido «extra» de aquella profecía», sino «quien lee (el texto de Daniel), entienda(lo)», que trae consigo luz suficiente. Ve Jesucristo nuestros pobres entendimientos inclinados a confundirlo todo, por las más fútiles apariencias, y nos da un aviso a los que leemos a Daniel, para que lo leamos con inteligencia, distinguiendo los pasajes diversos en que habla el profeta de la abominación de la desolación, a fin de que dejemos a un lado aquellos en que se trata en primer plano de Antíoco y nos fijemos en los lugares que se refieren «per se directe et formaliter» a la futura escatológica Abominación, que es la que Él cita.
«Quien lee, pues, a Daniel, entiéndalo», y a la luz de Daniel le será fácil entender también el Discurso escatológico del Señor: Guerra destructora de Israel cristiano, Tribulación máxima, Abominación ritual execrable, Consumación de la gente antimesiánica, Inauguración del reino de Emmanuel.




[1] Y una vez más volvemos a lo mismo: una mala exégesis en las LXX Semanas repercute por fuerza en el Discurso Parusíaco y en el Apocalipsis. En San Lucas, Nuestro Señor habla de la destrucción de Jerusalén por Tito, lo mismo que el v. 26 de la profecía de Daniel.

[2] Esto no resiste el menor análisis. No hay dudas que Jesús llora sobre la Jerusalén infiel que lo había de rechazar.

[3] Esto de Lagrange es un sinsentido absoluto.