VIII
LA ENCICLICA HUMANI
GENERIS
La encíclica, una de las declaraciones
doctrinales más importantes del siglo XX, fue promulgada el 12 de Agosto de
1950. En esta carta Pío XII enumeró y reprobó algunos errores
específicos en el campo teológico. Denunció algunas malas interpretaciones
fundamentales sobre el magisterium de la Iglesia y sobre la autoridad de las
Sagradas Escrituras. Luego enumeró algunas falsas doctrinas que describió como
"fruto mortífero" de estos otros errores. Entre estos "frutos
mortíferos" mencionó el siguiente:
"Algunos no se creen
obligados por la doctrina hace pocos años expuesta en nuestra Carta Encíclica y apoyada en las
fuentes de la revelación según la cual el Cuerpo Místico de Cristo y la Iglesia
Católica Romana son una sola y misma cosa. Algunos reducen a una fórmula vana
la necesidad de pertenecer a la Iglesia verdadera para alcanzar la salvación
eterna".
[1]
En este pasaje Pío XII pone el dedo en la
causa y natura de las deficientes explicaciones sobre la necesidad de la
Iglesia para la salvación, dadas en algunos escritos católicos populares en el
curso de las décadas pasadas. En última instancia los hombres se equivocaron
sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación porque no tuvieron en cuenta
el primordial hecho de que la sociedad visible que conocemos como Iglesia Católica
es en realidad el Cuerpo Místico de Jesucristo, el vero y sobrenatural reino de
Dios sobre la tierra, y así la única comunidad dentro de la cual los hombres
pueden adquirir la unión salvífica con Dios en Cristo. Y de la misma manera, en
último análisis, los errores comunes entre algunos escritores Católicos
populares en el campo de la sagrada teología fueron hechos al tratar de mostrar
cómo podemos aceptar la fórmula "fuera de la Iglesia no hay
salvación" y, al mismo tiempo, explicarla de forma tal de vaciarla de todo
significado real.
Estos errores, a su vez, habían surgido de
una falsa actitud hacia los documentos del magisterium eclesiástico. En su conjunto, eran
"frutos mortíferos" de una tendencia a ignorar las claras enseñanzas
de los Soberanos Pontífices, enseñanza en el curso de sus actividades
doctrinales ordinarias.
Es importante notar que la encíclica Humani generis fue escrita cerca de un
año después que la carta del Santo Oficio al Arzobispo Cushing. En la Suprema haec sacra el Santo Oficio había
explicado lo que la Iglesia siempre había entendido y enseñado sobre el dogma
de que no hay salvación fuera de la Iglesia. Había acentuado particularmente el
hecho de que es posible que alguien esté "dentro" de la Iglesia de
tal forma de obtener la salvación eterna incluso cuando solamente tiene un
deseo implícito de entrar a la Iglesia. Así, había reprochado aquellos
individuos que habían intentado explicar el dogma de una manera demasiado
estrecha.
La Humani generis, por otra parte, repudia la enseñanza de
aquellos que habían interpretado el dogma en un sentido demasiado amplio. Se
lamente que algunas personas "reducen la necesidad de pertenecer a la
verdadera Iglesia para obtener la salvación eterna a una fórmula vacía". La terminología usada
en esta reprimenda es muy significativa. Sucede que esta es una sección de la
doctrina sagrada de la cual es cierto decir que aquellos que intentan debilitar
u obscurecer su significado tienden a reducirlo a una fórmula vacía.
La afirmación católica de la verdad que no
hay salvación fuera de la vera Iglesia es y siempre ha sido un punto sobre el
cual se han centrado con particular intensidad los ataques de los enemigos de
la Iglesia. La declaración de que la Iglesia Católica es una sociedad religiosa
muy aceptable, o incluso que es, por lejos, la mejor organización religiosa,
nunca hubiera incitado animosidad especial alguna contra la Iglesia. De hecho,
esta clase de afirmaciones siempre han sido hechas y todavía lo son, por medio
de sociedades religiosas diferentes a la Iglesia Católica. Lo que siempre
enfureció y todavía enfurece a los enemigos de la Iglesia es la insistencia
Católica sobre la verdad de que la Iglesia Católica es en realidad el Cuerpo
Místico de Jesucristo, el único reino sobrenatural verdadero de Dios sobre la
tierra, en único cuerpo social dentro del cual los hombres deben encontrar el
contacto salvífico con Dios a través de Nuestro Señor.
De aquí que algunos escritores Católicos,
en su ansiedad por presentar a la Iglesia de la manera más favorable posible a
los no-Católicos, han tendido a suavizar o incluso a suprimir esta parte de la
doctrina Católica. Comprenden que el mismo corazón o centro del dogma de que la
Iglesia Católica es realmente el único reino sobrenatural de Dios sobre la
tierra se encuentra en la enseñanza de que no hay salvación fuera de la Iglesia
Católica. La mayoría de ellos tienen el suficiente conocimiento histórico para
saber que, durante el período de las primeras controversias entre los
escritores Católicos y protestantes, el tema de la necesidad de la Iglesia para
la salvación apenas si alguna vez fue discutido. Reconocían que tanto los
Católicos como los protestantes sostenían que la vera Iglesia era necesaria
para la salvación eterna. La cuestión teológica fundamental que dividía a estos
autores de los siglos XV y XVI era ésta: ¿dónde está exactamente la vera
Iglesia de Jesucristo, el único reino sobrenatural de Dios sobre la tierra?
Básicamente la posición protestante era que
la verdadera Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, se encuentra en este mundo
entre los justificados o predestinados, y que solamente Dios conoce exactamente
quiénes son estos individuos. Los heresiarcas de la Reforma afirmaban que esta
verdadera Iglesia, el cuerpo social fuera del cual nadie puede salvarse, es
algo invisible para los hombres en este mundo.
Contra los escritores que defendían esta
opinión, los controversalistas describieron y defendieron la verdad divinamente
revelada que la vera Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo es, por
misericordiosa institución de Dios, una sociedad organizada y por lo tanto
visible, la comunidad religiosa dentro de la cual el Obispo de Roma gobierna
como el sucesor de San Pedro y como Vicario de Cristo. Su victoriosa tesis de
que la Iglesia católica es la vera Iglesia de Cristo, el reino sobrenatural de
Dios sobre la tierra, llevaba consigo el dogma que esta sociedad organizada y
visible es la unidad social fuera de la cual absolutamente nadie puede obtener
la salvación eterna. Para ellos, como para sus adversarios protestantes, toda
negación o debilitamiento de la doctrina de que no hay salvación fuera de la
Iglesia Católica hubiera significado una negación o debilitamiento de la
afirmación que la Iglesia Católica es el Cuerpo Místico de Cristo, la vera
Iglesia de las promesas divinas.
Durante la última década del siglo XIX
apareció entre algunos escritores Católicos la tendencia y el deseo de hacer a
la Iglesia Católica más aceptable a los no-Católicos e incluso de hacerla
aparecer más respetables a los más formados de entre los no-miembros de la
Iglesia. En línea con este deseo, algunos de ellos adoptaron una actitud
rápidamente criticada por León XIII en su carta Testem
benevolentiae. El Papa repudiaba aquellos que "pretenden, en efecto, que es oportuno para
atraer las voluntades de los discordes, omitir ciertos puntos de doctrina, como
si fueran de menor importancia, o mitigarlos de manera que no conserven el
mismo sentido que constantemente mantuvo la Iglesia"[2].
Esta actitud se manifestó más fuertemente con respecto al dogma de la
necesidad de la Iglesia para la salvación eterna, el punto de la doctrina
contra el cual los oponentes de la Iglesia tendían a reaccionar con más
violencia. Así hubo algunos autores Católicos que hicieron afirmaciones de la
posición Católica en las cuales el dogma de la necesidad de la Iglesia para la
salvación fue simplemente ignorado. Otros, sin embargo, escribieron y enseñaron
de tal forma que debilitaron esta doctrina y la explicaron de una manera
incompatible con los pronunciamientos del magisterium eclesiástico. Éstos eran los que reducían la necesidad de la Iglesia
para la salvación a una fórmula simplemente vana.
Por supuesto que tenían que usar la fórmula y generalmente empleaban la
expresión latina "Extra ecclesiam nulla salus" o su traducción. Puesto que difícilmente haya otro dogma tan
constantemente afirmado por el magisterium de la Iglesia, ningún
escritor Católico podía evitar el hecho de que la verdad expresada sucintamente
en la fórmula forma parte integral de la doctrina Católica. La mayoría de
los que escribieron imperfectamente sobre esta materia, por lo menos fueron lo
suficientemente lógicos de no querer negar alguna afirmación que había sido
enseñada explícitamente y en forma autorizada por medio de los maestros
oficiales de la Iglesia. De aquí que adoptaron el recurso de sostener la
fórmula y luego explicarla de forma tal de hacerle decir exactamente lo
contrario a lo que dice. Para ellos la expresión "Extra ecclesiam nulla
salus" se volvió una fórmula meramente
vacía o vana, puesto que la presentaron como queriendo decir, en efecto, de que
realmente hay salvación fuera de la Iglesia.
[1] Dz 2319: “Quidam censent se non devinciri doctrina paucis ante annis in Encyclicis
Nostris Litteris exposita, ac fontibus revelationis innixa, quae quidem docet
corpus Christi mysticum et Ecclesiam Catholicam Romanam unum idemque esse.
Aliqui necessitatem pertinendi ad veram Ecclesiam, ut sempiterna attingatur
salus, ad vanam formulam reducunt.”