4. SANTIDAD DE SAN JOSÉ
Esposo de la Madre de Dios, Padre del Hijo de Dios, elevado al orden de la unión hipostática, San José alcanzó la eminente santidad que a tan soberanas prerrogativas correspondía. Y, como por estas prerrogativas, San José excede en dignidad a todos los santos, a excepción solamente de la Madre de Dios, así los aventaja incomparablemente a todos en gracia y santidad.
“Ley es general de todas las gracias singulares que a alguna criatura racional se comunican, escribe San Bernardino de Sena, que, cuando la divina gracia escoge a uno para alguna gracia singular o para algún sublime estado, le otorgue todos los carismas que a la tal persona así escogida y a su oficio le son necesarias y copiosamente la adornan. Lo cual principalmente se verificó en San José, Padre putativo de nuestro Señor Jesu-Cristo y verdadero Esposo de la Reina del mundo y Señora de los Ángeles…: oficio que San José cumplió con toda fidelidad” (Sermón I de San José).
Con razón, pues, escribía Su Santidad Benedicto XV:
“¡Con cuántas y cuán excelentes virtudes adornó San José la humildad de su condición y de su fortuna! Con aquellas ciertamente con que debía resplandecer el que era Esposo de Maria Inmaculada y que era tenido como Padre de Jesús Señor nuestro” (Motu proprio Bonum sane, 25 Jul. 1920).
Fácil cosa fuera acumular razones y testimonios que pusiesen de manifiesto la santidad encumbrada y singular del glorioso Patriarca. Pero basta lo dicho para demostrar una verdad tan evidente.
5. PATRONATO DE LA IGLESIA UNIVERSAL
Otra de las prerrogativas singulares que distinguen a San José y le hacen acreedor a una devoción cada día mayor del pueblo cristiano es el haber sido solemnemente constituído y declarado, único entre todos los santos, Patrono de la Iglesia universal. El acto de esta solemne declaración, verificado en Roma a 8 de diciembre de 1870, lo notificaba poco después a toda la Iglesia el mismo Pontífice Pío IX por estas palabras:
“En estos últimos tiempos… se ha acrecentado y progresado tanto la devoción de los fieles a San José, que de todas partes nos llegaban innumerables y fervidísimas preces…, para que en estos calamitosos tiempos… suplicásemos con mayor ahínco la misericordia de Dios por los méritos e intercesión de San José, declarándole Patrono de la Iglesia Católica. Nos, pues, movidos por estas preces, invocada la luz divina, creímos debíamos acceder a tantos y tan piadosos votos; y por peculiar Decreto de Nuestra sagrada Congregación de Ritos, que mandamos se publicase dentro de la Misa solemne en Nuestras Basílicas patriarcales de Letrán, de San Pedro y de Santa María la Mayor el día 8 de diciembre del pasado año 1870 consagrado a la Inmaculada Concepción de su Esposa, declaramos solemnemente al mismo bienaventurado Patriarca José Patrono de la Iglesia universal” (Inclytum Patriarcham, 7 Jul. 1871).
Este patrocinio universal no es una prerrogativa puramente extrínseca, libremente otorgada a San José por una disposición positiva de la Iglesia, sino que tiene raíces muy profundas en la altísima dignidad del glorioso Patriarca, o, mejor, en el misterio mismo de la Encarnación del Verbo. Profundamente como suele, expone el misterio de este patrocinio el inmortal Pontífice León XIII, cuando escribe:
“El que San José sea singularmente considerado como Patrono de la Iglesia, y el que su vez la Iglesia tanto se prometa de su tutela y Patrocinio, se funda en motivos y razones singulares, que son, el haber sido él Esposo de María y Padre, como se pensaba de Jesús… De esta doble dignidad nacían espontáneamente los deberes y oficios que a los padres de familia ha prescrito la misma naturaleza, de suerte que era él el custodio, procurador y defensor de la familia divina, cuyo jefe era… Ahora bien, la familia divina, que José, como con autoridad paterna gobernó, encerraba en sí los principios de la naciente Iglesia. La Virgen Santísima, como es Madre de Jesucristo, así también es Madre de todos los cristianos, como que los engendró en el monte Calvario entre los supremos tormentos del Redentor; y asimismo Jesu-Cristo es como primogénito de los cristianos, que, por título de adopción y en virtud de la redención, son sus hermanos. De lo dicho se colige el motivo por qué el santísimo Patriarca entienda que de una manera particular le está encomendada la muchedumbre de los cristianos, que componen la Iglesia, es a saber, esa familia innumerable y esparcida por todas las naciones, sobre la cual, como Esposo que es de María y Padre de Jesu-Cristo, tiene cierta autoridad paterna. Es, por tanto, muy justo y muy digno de San José, que como él en otro tiempo acostumbró defender santísimamente la familia de Nazaret en todos los acaecimientos de la vida, así ahora con su celeste patrocinio guarde y proteja la Iglesia de Cristo” (Encíclica Quamguam pluries, 15 agosto 1889).
En otros términos: como la
maternidad espiritual de María respecto de los cristianos no es sino como
cierto complemento y prolongación de su maternidad natural respecto de Jesús,
de semejante manera la paternidad que San José ejerció para con el Cristo
natural, se extiende proporcionalmente sobre el Cristo místico, esto es, sobre
el cuerpo místico de Jesucristo, que es la Iglesia. Con razón, pues, la
autoridad y vigilancia paterna, que San José desempeñó para con la sagrada
familia, núcleo primitivo de la Iglesia, se ha de extender igualmente sobre
toda la universal Iglesia, maravillosamente nacida y desarrollada de aquel
núcleo.