viernes, 25 de marzo de 2022

Instrucción sobre el Talmud, por P. Drach, Rabino converso (VI de XIV)

 SERIE DE TANAÍTAS 

Simeón el Justo transmitió la tradición a 

24. Antígono de Soco, que floreció unos trescientos años antes de la encarnación de Nuestro Señor. 

Antígono entregó la tradición a 

25. José, hijo de Joazar, de la ciudad de Sereda y a José, hijo de Juan, de Jerusalén. 

Aquí comienzan las parejas, זוגות, como dicen los rabinos, es decir, dos tradicionistas asociados, duunviros, de los cuales el primero nombrado era nâci, jefe del Sanedrín, doctor supremo, ocupando el lugar de Moisés; y el segundo, primer doctor, אב בית דין, asesor del anterior. Debemos excluir a Simeón, hijo de Hillel, del que hablaremos. Aunque nombrado segundo, era nâci, por su calidad de Rabán que incluía el de nâciat (especie de nâci). En este sentido, la pareja del trigésimo eslabón siguiente estaba formada por dos doctores que eran simultáneamente jefes del Sanedrín. 

Estos dos José entregaron la tradición a 

26. Josué, hijo de Perahia, y Nittai de Arbel. Estos a 

27. Judá, hijo de Tabbai, y a Simeón, hijo de Shatahh. Estos a 

28. Semaías y Abtalión, ambos prosélitos de la justicia, es decir, conversos a la religión revelada, así como ambos descendientes de Senaquerib, rey de Asiria, cuyo ejército había sido milagrosamente destruido ante Jerusalén, que estaba sitiando (IV Rey. XIX, 22). 

Estos entregaron la tradición a 

29. Hillel y Shamai, dos famosos antagonistas teológicos. Sus discípulos, que se adhirieron a las rencillas de los maestros, llegaron a menudo a las manos, por falta de razones lógicas, con tal ferocidad que quedaron hombres muertos en la plaza. Estos dos doctores enseñaron en la época de Augusto y Herodes, unos cuarenta años antes de Cristo. 

"Shamai e Hillel, dice San Jerónimo, surgieron en Judea mucho antes que naciera el Señor” (in Is. VIII). 

Hillel, apodado el Viejo y también el Babilónico, porque nació en Babilonia, descendía, por parte de su madre, de la familia real de David[1].

Estos transmitieron la tradición a:

30. Rabán Yohanan (Juan), hijo de Zaccai, y a Rabán Simeón, hijo de Hillel, el antagonista de Shammai, del que acabamos de hablar.

Generalmente se cree que este último es el Simeón que tuvo la dicha de sostener al niño divino en sus brazos en el templo de Jerusalén (Lc. II, 25 ss.) y que, en esta ocasión, se llenó de santa alegría y entonó el dulce himno Nunc dimittis, que la Iglesia repite en completas. Es a esta circunstancia a la que debemos atribuir la mala voluntad de los fariseos hacia este rabino, al que su doctrina, así como su nacimiento y su alto rango en la sinagoga, atraían gran consideración en toda Judea. El Talmud, tratado Abot, y el libro Halihhut-Olam[2] הליכותעולם, que tratan ex professo de los padres de la tradición, hacen silencio sobre nuestro Rabán Simeón. Preferían quitar un anillo de la cadena tradicional antes que nombrar al ilustre nâci, que había dado testimonio público en el lugar santo de aquel que es la consolación de Israel (Lc. ubi supra). En los libros de los otros rabinos, que sólo hablan de los descendientes de Hillel con la mayor reverencia y registran con religioso cuidado el menor de sus dichos, el nombre de Rabán Simeón se registra simplemente, sin acompañarlo de algunas citas de sus enseñanzas, como hacen con respecto a los otros padres. Para no interrumpir la continuación de la tradición, o para dar la posteridad de Hillel, nombran fríamente, y como con pesar, a Rabán Simeón, y se apresuran a pasar a su sucesor. 

LOS TÍTULOS DE LOS DOCTORES JUDÍOS 

Aquí vemos por primera vez, hacia el nacimiento del cristianismo, títulos como rabán, rabino, etc., acompañando los nombres de los doctores de la sinagoga. 

"Antes de esta generación, dicen los rabinos, los doctores eran tan excelentes que su mero nombre propio estaba por encima de todos los títulos”. 

Sin embargo, rabán es el más distinguido[3]. Los títulos que siguen a éste son rabi y ribi, dados a los padres de la tierra santa; rab, rabana, raboné, raboni, abba, mar[4], todos nombres caldeos o babilónicos, dados a los padres de Babilonia. 

Los escribas y fariseos de la época de Nuestro Señor eran singularmente aficionados, esa es la palabra, a estos diversos títulos. 

“Quieren tener los primeros puestos en los banquetes y en las sinagogas, ser saludados en las plazas públicas, y que los hombres los llamen: Rabí” (Mt. XXIII, 6-7). 

Sólo hubo siete doctores que llevaron el alto título de rabán, todos ellos con la dignidad de nâci: nombraremos a los otros seis, continuando la cadena de la tradición. Son, por así decirlo, siete sabios de la sinagoga, como Grecia tuvo los suyos. 

CONTINUACIÓN DE LA CADENA TRADICIONAL 

Rabán Simeón entregó la tradición a 

31. Rabán Gamaliel, su hijo, llamado el Anciano. 

Fue a los pies de este rabán que el Rabí Saulo extrajo su profundo conocimiento de la ley mosaica, de la que, cuando se convirtió en apóstol del Evangelio con el nombre de Pablo, hizo un uso tan feliz, con la ayuda del Dador de los dones, en la predicación de Jesucristo crucificado, el único punto, como él dijo tan acertadamente, de todo su conocimiento (I Cor. II, 2). 

Gamaliel, entre cuyos discípulos se encontraban San Bernabé y el protomártir San Esteban, abrazó más tarde el cristianismo y lo practicó tan fielmente que la Iglesia lo incluye entre los santos. Está registrado en el Martirologio el 3 de agosto junto a su hijo Abibón. Era miembro de los fariseos, pero sin adoptar el fanatismo extravagante de los más exaltados, era muy apreciado en su nación. Así que San Pablo, para que los judíos le fueran favorables, se encargó de presentarse ante ellos como discípulo de este doctor tan estimado. 

“A los pies de Gamaliel, dice, instruido conforme a la verdad de la Ley de nuestros padres”[5]. 

Cuando el senado de Jerusalén deliberaba sobre cómo condenar a muerte a los apóstoles, Gamaliel impidió su condena declarando indirectamente que el establecimiento de la religión cristiana era obra de Dios (Hech. V, 34 ss.). Habló en esta circunstancia con tal prudencia y habilidad que, lejos de azuzar a la asamblea contra él, atrajo a sus colegas a su opinión. Algunos de los Padres de la Iglesia, como Clemente, Beda y otros, sostienen que ya entonces era cristiano y que según el consejo de los apóstoles no lo profesó públicamente, para favorecer más fácilmente a la Iglesia naciente. En el siglo III, San Sebastián se comportó de la misma manera con el emperador Diocleciano, con quien tenía gran crédito. En cualquier caso, se convirtió antes que San Pablo, según San Juan Crisóstomo, en la Homilía IV sobre los Hechos. 

San Gamaliel enterró a San Esteban en su propia casa, que estaba cerca de Jerusalén, y ordenó que él mismo fuera colocado en la tumba del glorioso protomártir. El relato del sacerdote Luciano, recogido en el Martirologio, los Bolandistas y otras obras hagiográficas, da cuenta de la visión milagrosa en la que San Gamaliel le descubrió, en el año 415, el lugar donde se encontraban sus reliquias y las de San Esteban. 

Rabán Gamaliel transmitió la tradición a 

32. Rabán Simeón II, su hijo. Este a 

33. Rabí Judá, su hijo, apodado el Santo, el Nâci, o simplemente el Rabí por excelencia. A este último no se le llama rabán; la gran veneración de la que gozaba, dicen los rabinos, lo ponía muy por encima de ese título. 

Los tanaítas que acabamos de enumerar también estaban asistidos cada uno por un bet-din, consistorio, sínodo. 

Rabí Judá debía su influencia en la sinagoga tanto a su opulencia y crédito ante el emperador Antonino como a su gran erudición y a la austeridad de su vida. Nació en el año 120 d.C. en Tsipporé, una ciudad fortificada de Galilea, al pie del Carmelo, cerca de Caná y Nazaret, estratégicamente importante, según Josefo, que habla de ella a menudo en sus Antigüedades, en su Guerra de los Judíos y en su Vida. Esta ciudad sigue siendo designada por los autores antiguos con los siguientes nombres: Sepphôris (Josefo), Sephôris, Semphoris, Sephorum, Diocesarea, Autocratoris. Según Hegesipo, esta ciudad fue también el lugar de nacimiento de las dos hermanas Santa Ana y Hermana, una la madre de la Santísima Virgen, la otra, de Santa Isabel.


 [1] Otro rabino Hillel, noveno descendiente de Hillel el Viejo, autor del calendario judío, recibió el bautismo en su lecho de muerte, hacia el año 320, de manos del obispo de Tiberíades. Hizo llamar a este prelado por su confidente José, que más tarde también se convirtió. Despidió a los testigos judíos, diciendo que necesitaba estar a solas con este médico, para que le administrara un remedio con el agua que había traído. Todos estos detalles fueron dados por José a San Epifanio, él mismo judío converso, quien los insertó en su libro Contra las herejías, vol. II de sus obras, p. 127, n. 4, de la edición de París, 1622. 

[2] Este libro fue traducido al latín por el emperador Constantino, bajo el título: Clavis talmudica. 

[3] Ver Maimónides, prefacio a su Comentario a la Misná; Crónica de David Gans, año 3500. 

[4] Es decir, señor, nuestro señor, señores, mi señor, padre, señor. 

[5] Nunca se insistirá demasiado ni tan a menudo en estas palabras secundum veritatem, que prueban que la doctrina pura de la antigua sinagoga era la de la verdadera religión.