lunes, 21 de marzo de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, ¿No era preciso que Cristo sufriera? (II de IV)

   a) La entrada en Jerusalén 

“¡Hosanna al Hijo de David!”, exclaman los niños el día de los Ramos. La multitud exaltada corta las ramas de los árboles y cubre el camino con ellas: 

“Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor. En el cielo paz, y gloria en las alturas”. 

Los Fariseos quisieron oponerse a semejante manifestación: 

“Maestro, reprende a tus discípulos”. Mas Él respondió: “Os digo, si estas gentes se callan, las piedras se pondrán a gritar” (Lc. XIX, 37-40). 

Ahora bien, esta aclamación de los niños había sido anunciada por el Sal. VIII, que proclama la realeza de Adán[1]: 

Te has preparado la alabanza de la boca de los pequeños y de los lactantes,

para confundir a tus enemigos (Sal. VIII, 3). 

Zacarías también había profetizado sobre este tiempo en que “el rey” sería aclamado, pero no proclamado: 

¡Alégrate con alegría grande, hija de Sión!

¡Salta de júbilo, hija de Jerusalén!

He aquí que viene a ti tu rey;

Él es justo y trae salvación,

(viene) humilde, montado en un asno,

en un borrico, hijo de asna (Zac. IX, 9). 

Jesús montó este animal de paz, así como antaño David sobre su mula, como Salomón al momento de la unción real; el sentido es profundo. Pero más extraordinario aún es la continuación de la profecía que nos revela bruscamente que un día Cristo destruirá los carros de guerra, el caballo –animal de guerra– y que Él mismo aparecerá sobre un caballo, pues vendrá a la guerra antes de abolirla (Apoc. XIX, 11). 

Destruiré los carros de guerra de Efraím,

y los caballos de Jerusalén,

y será destrozado el arco de guerra;

pues Él anunciará la paz a las naciones;

su Reino se extenderá desde un mar a otro,

y desde el río hasta los términos de la tierra (Zac. IX, 10). 

Así, la misma visión profética se divide en dos tiempos. Del humilde rey sobre la asna nos conduce al dominador que, en su gloriosa venida, hará 

“Cesar las guerras hasta los confines del orbe, cómo quiebra el arco y hace trizas la lanza, y echa los escudos al fuego” (Sal. XLV, 10). 

Los Evangelistas, a su vez, nos narran los sucesos que giran alrededor de la Pasión con detalles minuciosos. Todos reconocen cómo Jesús usó el Sal. CXVII varias veces, para dirigir reproches a los fariseos y anunciarles bajo qué condición tendrá lugar el hosanna de Ramos: 

“Ya no me volveréis a ver, hasta que digáis: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»” (Mt. XXIII, 38-39; Sal. CXVII, 26). 

Y Jesús dice incluso, citando el mismo Salmo: 

¿No habéis leído nunca en las Escrituras:

“La piedra que desecharon los que edificaban,

ésa ha venido a ser cabeza de esquina;

el Señor es quien hizo esto,

y es un prodigio a nuestros ojos”.

Por eso os digo: el Reino de Dios os será quitado, y dado a gente que rinda sus frutos. Y quien cayere sobre esta piedra, se hará pedazos; y a aquel sobre quien ella cayere, lo hará polvo.

Los sumos sacerdotes y los fariseos, oyendo sus parábolas, comprendieron que de ellos hablaba. Y trataban de prenderlo, pero temían a las multitudes porque éstas lo tenían por profeta (Mt. XXI, 42-46; Sal. CXVII, 22-23).



 [1] Ver el capítulo “Adán rey”.