lunes, 6 de mayo de 2019

La presencia de Nuestro Señor en la Iglesia Católica, por Mons. Fenton (III de IV)


La partida y la continua presencia de Nuestro Señor

Con la Ascensión al cielo nació un nuevo estado en la Iglesia de Jesucristo. Esa sociedad había sido reunida, organizada y conducida en la presencia visible y local de su divino Fundador. Ahora, con la Ascensión, esa presencia visible y local le fue quitada, para no ser restaurada a los discípulos de Cristo como sociedad completa hasta el día en que la Iglesia finalmente lo va a ver de nuevo y para siempre en su segunda Venida. El lugar que Cristo habita localmente es el cielo. Desde su Ascensión, como lo muestran tan bien las epístolas de San Pablo, la Iglesia sobre la tierra trabaja y lucha contra adversarios espirituales y terrenos a fin de gozar de la presencia visible de Cristo una vez más.

A fin de sostener la sociedad de sus discípulos durante el período en que sufre la pérdida de la presencia visible de su divino Fundador, le prometió y dio a la Iglesia la inhabitación del Espíritu de Verdad y de Amor[1]. Esta inhabitación de la Santísima Trinidad dentro de la Iglesia Católica, apropiada por Nuestro Señor al Espíritu Santo, da a la Iglesia el entendimiento y fortaleza requeridos para su misión de obrar como instrumento de Cristo en el llamado y auxilio a los hombres para que se salven y para derrotar los esfuerzos del mundo contra Dios. En razón de su divina naturaleza, Nuestro Señor continúa, aunque invisible, residiendo en la Iglesia, guiándola e instruyéndola, sosteniéndola y dándole fortaleza. Además, también en su naturaleza humana Nuestro Señor permanece en la Iglesia. Les dijo a sus discípulos que no lo iban a ver más[2], pero también les prometió que iba a estar con ellos hasta la consumación del mundo[3]. La promesa de su presencia continua, aunque invisible y el cumplimiento de esa promesa les fueron dados a los discípulos como Cristo los formó, organizados en una sociedad que es su Cuerpo Místico sobre la tierra.


La inhabitación de Cristo en la Iglesia según su naturaleza divina


En su divina naturaleza Cristo está en todas las cosas creadas según las tres maneras que Santo Tomás designa como esencia, presencia y poder[4]. Se puede decir que Dios está en todas las cosas en cuanto las mantiene en existencia, en cuanto están visibles antes Él y sujetas a su poder. De esta manera Nuestro Señor permanece en la Iglesia, sosteniéndola y preservándola por lo que es y lo que hizo, su verdadera Iglesia y la única arca de salvación sobre la tierra. La ve y está a disposición de las oraciones de los hombres. Dado que la verdadera oración es esencialmente la petición de cosas apropiadas a Dios[5] y puesto que una cosa es realmente apropiada solamente si es conforme con la salvación y la unión con Dios en el cielo, la obra divina de oír y responder las oraciones de la tierra es en sí mismo una manera de habitar en la Iglesia Católica.

Esto no quiere decir, por supuesto, que solamente son oídas y respondidas por Dios las oraciones de los verdaderos discípulos de Cristo y por lo tanto verdaderos miembros de la Iglesia Católica. Es perfectamente cierto que la oración de la Iglesia es siempre oída porque es, en última instancia, la oración del mismo Cristo. Pero toda verdadera oración tiene su eficacia de esta petición central a Dios, y toda oración verdadera es respondida en la medida en que concierne al bien esencial y central que se busca en la petición. Esta petición dominante es siempre para la gloria de Dios, se obtiene por la concesión de la vida eterna al hombre. Puesto que, en la providencia de Dios, la salvación eterna o adquisición de la vida eterna se obtiene solamente a través de la unión con Cristo por medio de la membrecía en la Iglesia Católica o a través del sincero deseo de esa unión, el otorgamiento de la petición de la oración por parte de Dios constituye una morada divina en la verdadera Iglesia, atrayendo a los hombres a esta sociedad y fortaleciéndolos en esta vida y en esta comunión.

Según esta divina presencia, por medio del poder de Dios, la Iglesia se mantiene segura de los ataques de sus enemigos y preservada contra la disolución que sería naturalmente la suerte de cualquier sociedad humana. La protección divina acordada a la Iglesia es en sí misma fácilmente visible a la humanidad. Como recipiente de esa protección contra las fuerzas que tienden naturalmente a derribar y transformar las organizaciones meramente humanas, la Iglesia es visible en el mundo como un milagro social, y así, según el Concilio Vaticano, está puesta como motivo de credibilidad verdadero y perpetuo y como un testigo real de su propio status como la portadora de la revelación divina[6].

Según Santo Tomás, hay uno, y solamente un modo típicamente sobrenatural e invisible de la habitación divina. Se trata de la presencia divina según la actividad de la gracia santificante[7], según la cual Dios habita realmente en esas creaturas a las que fortalece y vuelve competentes para vivir la vida divina de la Visión Beatífica. De esta manera Dios está presente al hombre, el cual está en posición de ver a Dios como Él es en sí mismo, más que simplemente reconocer el hecho de Su existencia al reconocer la verdad de que debe haber una Primera Causa de las cosas creadas. Aquel que vive la vida de la gracia en este mundo posee la caridad, y posee la vida a la cual pertenece la misma Visión Beatífica, aunque, por razón de su status como viator, no ejerce el acto de la Visión Beatífica. Cristo, en cuanto Dios, está presente en toda persona que tiene esta vida de la gracia. Es la clase de presencia de la que hablaba cuando dijo a los Apóstoles:

“Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada”[8].

Según este modo intrínsecamente sobrenatural de la presencia divina, Nuestro Señor vive dentro de la Iglesia, arrastrando a los hombres a ella y fortaleciéndolos en su comunión. Los que tienen la vida de la gracia deben ser o miembros de la Iglesia o intentar entrar en ella sincera, aunque tal vez implícitamente. Al habitar en las almas de aquellos que aman a Él y al Padre, Cristo vive realmente dentro de la sociedad visible que fundó y sobre la cual preside.

Además, existe todavía otra manera en la cual se puede decir verdaderamente que Nuestro Señor habita dentro de la Iglesia Católica según la divina morada en línea con la vida de la gracia santificante. La vida de la gracia y la caridad es más que un asunto meramente individual. Es algo que tiene una existencia y expresión corporativa. La vida social de la gracia dentro del mundo es esa caridad divina de la cual la única expresión autorizada y auténtica es el sacrificio Eucarístico. Aunque el sacrificio puede ser realizado por un sacerdote que no está en comunión con la verdadera Iglesia, sigue siendo propia y esencialmente el acto de la Iglesia, y la habitación de Cristo en la sociedad de sus discípulos es la fuente de la actividad litúrgica Eucarística, el sacrificio visible dentro de la Iglesia que es la expresión y manifestación del sacrificio invisible de oración y devoción y caridad entre los hijos de los hombres.



[1] Jn. XIV, 16.

[2] Jn. XVI, 10.

[3] Mt. XXVIII, 20.

[4] Cf. Sum. theol., I, q. 8, a. 3.

[5] Cf. San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, III, c. 24, y The Theology of Prayer de Fenton J.C., (Milwaukee: The Bruce Publishing Co., 1939), pp. 1 ss.

[6] Cf. DB 1794.

[7] Cf. Suma Teológica, 1, q. 43, a. 3.

[8] Jn. XIV, 23.