miércoles, 18 de enero de 2017

Las 7 Iglesias del Apocalipsis, por Ramos García (I de III)

II Parte - III Parte 

Nota del Blog: Presentamos en esta oportunidad un extracto del trabajo de Ramos García intitulado “Un principio Hermenéutico del Doctor Máximo” y publicado, póstumamente, en la XVII Semana Bíblica Española, 1958, pag. 201-220.

En este trabajo el Autor analiza un principio de San Jerónimo que trae en su comentario a Mt. XXIV y luego lo aplica a los Evangelios Sinópticos y al Apocalipsis, para terminar con un Excursus sobre el llamado sensus plenior de las Escrituras.

Para decirlo un tanto diplomáticamente, no es ésto lo mejor que hemos leído del gran exégeta español pero sin embargo nos parecen oportunas y muy interesantes sus observaciones sobre las 7 Iglesias del Apocalipsis por las razones que expondremos más abajo.

El que desee leer el trabajo completo puede verlo AQUI (pag. 223 del PDF).

Todas las notas son nuestras.


SU TRASCENDENCIA PUESTA DE RELIEVE
EN LAS CARTAS APOCALIPTICAS

Invitaciones del Divino Maestro, semejantes a las que hemos estudiado en los Sinópticos, pero más precisas y apremiantes todavía, recurren al final de cada una de las cartas Apocalípticas. A tenor, pues, del principio hermenéutico formulado por San Jerónimo, también aquí, bajo la corteza de la letra, que es el acta de visita del Señor a cada una de las siete iglesias del Asia proconsular, Efeso, Esmirna, Pérgamo, Sardis, Filadelfia y Laodicea, habrá que admitir un sentido más hondo que el histórico[1], y luego tratar de averiguarlo con la ayuda del Señor que a ello nos invita.

El tenor de la invitación es como sigue: Qui habet aurem, audiat quid Spiritus dicat ecclesiis, y se repite hasta siete veces (Ap. II, 7.11.17.29; III, 6.13.22), esto es, al final de cada carta.

Lo que ante todo importa conocer es, a qué extremo se refiere la invitación, si a toda la carta en general, o tal vez sólo a alguna de sus partes.

Para lo cual hay que distinguir en las cartas Apocalípticas cuatro puntos: a) el encabezamiento; b) el cuerpo de la misma; c) la invitación, y d) el galardón reservado al que venciere.

En el encabezamiento se presenta el Señor dirigiendo su palabra de alabanza o vituperio al prelado de cada iglesia, ostentando títulos diferentes a tenor del contenido de la carta. La invitación va delante de la promesa del galardón en las tres primeras, y detrás de él, esto es, al final de todo, en las restantes, sin que aparezca a primera vista la razón de esa diferencia.

Una cosa se advierte desde luego y es que el premio prometido, en las tres primeras cartas, no es otro que la vida eterna, bajo sendas figuras diferentes, que son el árbol de la vida (Ap. II, 7; cf. XXII, 14), la exención de la muerte segunda[2] (Ap. II, 11; cf. XX, 6.14), y el manjar del maná escondido, con la etiqueta personal para alcanzarlo (Ap. II, 17; cf. XXI, 6 s.; XXII, 17). En las restantes cartas el premio prometido tiene todos los visos de céntuplo evangélico, o participación en la potestad de Cristo (cf. Ap. II, 26 s.; III, 12.21 con Mt. XIX, 28 s. y par.)[3].


Conclusión perentoria: Si la llamada de atención, lo mismo aquí que en los siete pasos evangélicos se ha de referir a todo el texto superior, en las cuatro últimas cartas, por el hecho de ir al final, la llamada afectará al texto íntegro de cada una. En cambio en las tres primeras, con la inversión de la promesa y la llamada, ésta, afectando al resto de la carta, no afectaría a la promesa, y eso con mucha razón, pues "ni ojo vio ni oreja oyó, ni corazón humano pudo barruntar, lo que Dios tiene preparado para los que le aman" (I Cor. II, 9; cf. Is. LXIV, 4). En verdad sería ocioso el exhortar a entender lo que es de todo punto inasequible[4].

Dejando, pues, aparte el galardón prometido al vencedor en las tres primeras cartas, investigaremos ya el sentido oculto en la parte del texto a que afecta el toque de atención en cada una de ellas.

Hay quienes, contentos con investigar la primitiva historia de las siete iglesias, desdeñan el sentido místico, u oculto, que en cada una de ellas se presagia, y que a nosotros nos parece insoslayable en virtud del principio hermenéutico que venimos ilustrando.

El toque de atención, repetido hasta siete veces, es más expresivo que nunca: Qui habet aurem, audiat quid Spiritus dicat ecclesiis. Es decir que sobre la letra de la historia aletea el soplo del espíritu, o sentido espiritual, referente, no ya a tal iglesia particular, sino a las iglesias todas. Conclusión la más obvia y transparente: cada una de las siete iglesias del Asia proconsular presagiaría un momento distinto de la Iglesia universal.

 Tengo a la vista una recentísima obra (Visiones del Apocalipsis, por Athón Bileam[5]), que en vez de momentos históricos, pretende ver dimensiones geográficas de la misma Iglesia universal, y así, para Efeso sería Francia; Esmirna, España; Pérgamo, Italia; Tiatira, Inglaterra; Sardis, Bizancio; Filadelfia, Hispanoamérica y Laodicea, Austria. A la verdad, no nos parece poco ni mucho ese reparto de papeles en relación demasiado artificial con lo que de cada iglesia se escribe en el Apocalipsis.

El inconveniente mayor de ese reparo está en que tanto la iglesia presagiada como la presagiante es una iglesia particular, y así la llamada de atención, hecha al final de cada carta, no miraría ya a la Iglesia universal, contra la evidencia de la letra. Esa universalidad sólo se salva mirando en cada iglesia apocalíptica a la única Iglesia de Cristo en diferentes momentos de su historia[6].





[1] Comienzan nuestras diferencias: la sola posibilidad de pensar que las 7 cartas hayan sido dirigidas realmente a esas 7 comunidades nos parece contraria a la exégesis de este sublime libro.

[2] El texto no dice eso. Apoc. II, 11 reza:

“El que venciere no será dañado por la muerte, la segunda”.

[3] No nos convence esta distinción. Creemos que todos los premios dicen referencia directa al Milenio. En la primera Iglesia, por ejemplo, vemos que Dios da de comer al hombre del fruto del árbol de la vida que antes le había vedado, expulsándolo del Paraíso “para que no viva para siempre”.

[4] Muy forzado y de hecho nos parece contrario al Texto. Lo que en las tres primeras cartas le dice al final a cada Iglesia es justamente lo del premio y no lo que se lee en el cuerpo de las cartas (II, 7.11; III, 17):

“El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: Al que venciere le daré a comer del leño de la vida que está en el Paraíso de Dios (…) no será dañado por la muerte, la segunda (…) le daré del maná del escondido, y le daré una piedrita blanca, y en la piedrita un nombre nuevo escrito que nadie sabe sino el que recibe”.

[5] Que no es otro más que Caballero Sánchez.

[6] La crítica nos parece acertada.