miércoles, 27 de julio de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Segunda Parte: Reinará (VI de X)

VI

HERIRA LAS CABEZAS EN TODA LA TIERRA

Sal. CX, 6

Los reinos de la tierra, simbolizados por la estatua en sus diversas partes, serán aniquilados cuando aparezca el reino de Jesucristo. Dos salmos mesiánicos (II y CX) nos anuncian cómo se efectuará la destrucción de los reyes en el día de la cólera de Dios y del Cordero.

Relacionaremos con estos salmos algunos textos que nos permitirán entrever la hora tan particularmente trágica en la cual haya derribado "todo principado y toda potestad y toda virtud. Porque es necesario que EL REINE" (I Cor. XV, 24).

La realeza que en sí misma es la mayor participación del poder de Dios, que delega en un hombre una parte de su autoridad soberana, ha llegado a ser, por la caída de Adán, la carga más temible que existe. Debemos considerar este vocablo de "realeza" como aplicable a toda fuerza gubernamental, aún más, a toda paternidad; esto era lo que hacía pronunciar a Jesús estas graves palabras cuando subía el Gólgota y pensaba en el fin de los tiempos: "Vienen días, en que se dirá: ¡Felices las estériles!" (Lc. XXIII, 29). Dichosos serán entonces los que hayan vivido como pequeñuelos, lejos de las grandezas terrenales, la cólera no caerá sobre ellos.

Pero oigamos en el Salmo II a los reyes de la tierra alzados contra Dios: "Se han levantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes contra Yahvé y contra su Ungido. “ROMPAMOS (dicen) SUS COYUNDAS, Y ARROJEMOS LEJOS DE NOSOTROS SUS ATADURAS".

¡Es el grito de los orgullosos de la tierra que quieren sacudirse del yugo de la autoridad de Dios y de su Cristo! En los últimos días esta sorda rebelión tomará la magnitud de una coacción. Pero… "El que habita en los cielos ríe, el Señor se burla de ellos”.

Esta sonrisa de Dios; esta burla divina es la primera respuesta ¡y cuán temible ya!


Pero después de esta risa irónica Dios va a manifestar su fuerza: "Les hablará en su ira, y en su indignación los aterrará" y a esta rebelión de los reyes opondrá el establecimiento definitivo de su "rey". "SOY YO QUIEN HE CONSTITUIDO A MI REY SOBRE SIÓN, MI SANTO MONTE… “TÚ ERES MI HIJO, YO MISMO TE HE ENGENDRADO EN ESTE DÍA. 8PÍDEME Y TE DARÉ EN HERENCIA LAS NACIONES, Y EN POSESIÓN TUYA LOS CONFINES DE LA TIERRA, CON CETRO DE HIERRO LOS GOBERNARÁS, LOS HARÁS PEDAZOS COMO A UN VASO DE ALFARERO[1].

Jesús va a quebrantar, por lo tanto, la resistencia de los insumisos, de los rebeldes, con vara de hierro. Este mismo atributo lo caracteriza en el Apocalipsis (XIX, 15); empuñará también la espada y pisará el lagar del vino del furor y de la ira del Dios todo-poderoso.

Simbólicamente, sin duda, se dice que Jehová traspasará a sus enemigos con la espada, que los herirá con la vara, que los pisará como la uva en el lagar, o los desmenuzará como vaso de alfarero. Esta última imagen es muy oriental. Recuerdo haber visto, en las puertas de Jerusalén, comerciantes que vendían esas vasijas de barro que sirven para traer agua del manantial. Mientras llegan los compradores, las vasijas se colocan en montones, unas sobre otras. Imaginemos que alguno se ponga a saltar sobre tan frágiles recipientes; en pocos instantes quedaría destruída la fortuna del alfarero.

¡De igual modo los poderosos, los hombres políticos de todos los tiempos, los que poseen la autoridad religiosa, si hubieren sido infieles a su misión, serán desmenuzados en su orgullo, como vasijas de barro!

La misma escena se halla descrita en el salmo CX.

Comienza por anunciar la Ascensión de Jesús y su participación al trono de Dios: "Siéntate a mi diestra (dice el Eterno Padre), hasta que Yo haga de tus enemigos el escabel de tus pies". Jesús aguarda, actualmente, esta peana de sus pies: la ruina de sus enemigos. Luego, el Salmista, a su vez, habla de Cristo y dice "El cetro de tu poder lo entregará Yahvé (diciéndote): “Desde Sión (el monte santo: siempre la montaña que sale de la piedra) IMPERA EN MEDIO DE TUS ENEMIGOS”.

Enemigos que vencer evocan la idea de guerra y de encarnizados combates. Asistimos en efecto a la concentración de los ejércitos: "El pueblo fiel acude; son jóvenes guerreros, numerosos como el rocío que brota (por pequeñísimas gotas) del seno de la aurora. Llevan paramentos sagrados"[2].

Y he aquí que en el momento del combate Dios mismo deja su trono y va a colocarse al lado derecho de su Ungido, y a quebrantar con El a LOS REYES en el día de su cólera.

Hay en este salmo una aproximación sorprendente de los dos Advenimientos. Jesús se sienta sobre el trono a la diestra del Padre cuando ha acabado la obra del primer advenimiento; en el segundo es el Padre quien viene a colocarse a la diestra de su Hijo para sostenerlo en la última lucha: "El Señor está a su diestra".

El combate se empeña y muy pronto "todo está lleno de cadáveres. Herirá las cabezas en toda la tierra". El rey vencedor toma un corto plazo para beber del agua del torrente y levantar nuevamente la cabeza[3].

El combate ha terminado; el Cristo es reconocido como Rey.

Su cabeza levantada, vencedora, va a ser coronada.

Entonces es Isaías quien nos hace la descripción tremenda y magnífica de aquella hora: "¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra con vestidos teñidos (de sangre)? ¡Tan gallardo en su vestir, camina majestuosamente en la grandeza de su poder! “Soy Yo el que habla con justicia, el poderoso para salvar.” “¿Por qué está rojo tu vestido y tus ropas como las de lagarero?" “He pisado yo solo el lagar, sin que nadie de los pueblos me ayudase: los he pisado en mi ira, y los he hollado en mi furor; su sangre salpicó mis ropas, manchando todas mis vestiduras. Porque había fijado en mi corazón el día de la venganza, y el año de mis redimidos había llegado… Pisoteé a los pueblos en mi ira, y los embriagué con mi furor, derramando por tierra su sangre” (Is. LXIII, 1-6)[4].

¡Qué cuadro más espantoso, pero es profético! Recordemos que Jesús leyendo el rollo del profeta Isaías en la Sinagoga de Nazaret se paró ante estas palabras:

"Vengo a publicar un año de venganza de nuestro Dios" (Is. LXI, 2)[5].

El año de venganza ha llegado; está en su corazón y vemos su siniestro desenvolvimiento.

Todos los profetas hablaron en los mismos términos. Oigamos a Sofonías:

"Cerca está el día grande de Yahvé; próximo está y llega con suma velocidad. Es tan amarga la voz del día de Yahvé, que lanzarán gritos de angustia hasta los valientes. Día de ira es aquel día, día de angustia y aflicción, día de devastación y ruina, día de tinieblas y oscuridad, día de nubes y densas nieblas; día de trompeta y alarma contra las ciudades fuertes y las altas torres. Yo angustiaré a los hombres, de modo que andarán como ciegos, porque han pecado contra Yahvé; su sangre será derramada como polvo” (Sof. I, 14-17).

Isaías exclama: "Su tierra estará borracha de sangre, y su polvo será fertilizado con grasa. Porque es día de desquite para Yahvé, año de venganza por la causa de Sión" (Is. XXXIV, 7-8).

Y Ezequiel: "Comeréis carne de héroes y beberéis sangre de príncipes de la tierra… y beberéis sangre hasta la embriaguez…" (Ez. XXXIX, 18-19).

Esta crueldad oriental parece a primera vista bastante desconcertante; trataremos de explicarlo.

Pero transcribamos todavía una página del Apocalipsis, no menos terrible. ¡Y es del apóstol Juan! Esta página detalla los combates del Verbo de Dios:

"Y vestido con un vestido teñidos en sangre, y se llama su Nombre “LA PALABRA DE DIOS”. Y los ejércitos, los (que están) en el cielo, le seguían en caballos blancos, vestidos de lino fino blanco, puro. Y de su boca sale una espada aguda, para con ella herir a las naciones. Y Él las destruirá con cetro de hierro y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios, el Todopoderoso. Y tiene sobre el vestido y sobre su muslo un nombre escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Y vi un ángel estando de pie en el sol y clamó con voz grande, diciendo a todas las aves, las que vuelan por medio del cielo: “Venid, congregaos al banquete, el grande, de Dios, a comer carnes de reyes y carnes de quiliarcas y carnes de fuertes y carnes de caballos y de los sedentes sobre ellos, y carnes de todos: tanto libres y siervos y pequeños y grandes”. Y vi a la Bestia y a los reyes de la tierra y a sus ejércitos congregados, hacer la guerra contra el sedente sobre el caballo y contra su ejército” (Apoc.XIX, 13-19).

Aquí, hasta los pequeños y los esclavos son condenados: esto es, todos aquéllos que se han hecho "grandes" por su falta de sumisión.

Conservemos delante de nuestros ojos estas visiones de espanto, porque se realizarán para con los impíos, no lo dudemos. "YAHVÉ RUGE DESDE SIÓN" (Jl. III, 16).

El "rugido" del león de la tribu de Judá, de Jesús, el cordero inmolado, único capaz de abrir el libro del juicio y de romper sus sellos, ¿acaso no resonará hasta el fondo de nuestra alma para hacernos comprender la grandeza de aquel día?

Estos textos escriturarios acumulados nos dicen con expresiones orientales líricas y terroríficas, simbólicas quizás en la forma, cuál será el derrumbe, la destrucción, la ruina de toda realeza terrestre cuando suene la hora del establecimiento de la realeza de Cristo. Porque sus enemigos serán la peana de sus pies.

Estos textos — y tantos otros que hubiéramos podido citar — aunque muy penosos de leer, son, sin embargo, mensajeros de paz, que anuncian la buena nueva, que publican la salvación, porque se le dirá entonces a Sión: “Reina tu Dios” (Is. LII, 7).




[1] El Salmo II es citado a menudo en la Escritura. Así Hech. IV, 25.28; XIV, 33; Heb. I, 5; V, 5; Apoc. XII, 5; XIX, 15.

[2] Estos paramentos sagrados eran llevados también por los levitas en aquella famosa victoria sin combate alcanzada por Josafat (II Paral. XX, 19-27); Véase también: Ex. XXXI, 10.

[3] El Sal. CX es el primer salmo de las vísperas del Domingo. Ha sido citado a menudo: Mt. XXII, 44; Mc. XII, 36; Lc. XX, 42; Hech. II, 34; Heb. I, 13. Es el salmo que mejor nos revela los títulos de sacerdote y rey, que pertenecen a Jesús. También se nos dan a nosotros estos títulos (Apoc. V, 10).

[4] La Liturgia romana emplea este texto en la misa del Martes Santo. Toma en el sentido simbólico aquello de su vestido rojo en sangre, pero esta sangre no es la de Cristo, es la de sus enemigos. Este texto sólo es posible entenderlo colocado en su verdadero lugar, en el día de la cólera suprema de Dios, y relacionándole con el del Apocalipsis (XIX, 11.19). El arte medieval cometió el mismo error de interpretación, popularizando erradamente el tema del lagar.

Nota del Blog: Simplemente digamos que lo de la Liturgia no es un error sino una de las tantas libertades que suele tomarse la Iglesia al interpretar en sentido acomodaticio algunos textos. El error está, en todo caso, en aquellos que toman la acomodación por la realidad, es decir, en los que confunden el sentido acomodaticio con el literal.

[5] Ver capítula anterior: "En el rollo del libro donde está escrito de mí".