sábado, 9 de marzo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Dedicatoria y Capítulo I


A RAISSA MARITAIN

Dedico estas páginas
escritas para la gloria católica
del Dios
de
Abrahán,
de
Isaac
y de
Jacob.

De Profundis

Desde el fondo del abismo, Jesús clama a su Padre, y ese clamor despierta en las entrañas más íntimas de los precipicios —infinitamente por debajo de lo que pueden concebir los Ángeles, indeciblemente más allá de todos los presentimientos y de todos los misterios de la Muerte— el muy apagado, el muy lejano, el muy débil gemido de la Paloma del Paráclito, que repite como un eco el terrible De Profundis.
Y todos los balidos del Cordero vibran así en la horrenda fosa, sin que sea posible imaginar un solo gemido exhalado por el Hijo del Hombre que no repercuta idénticamente en los imposibles exilios donde se acurruca el Consolador...



I

Salus ex Judaeis est. La Salvación viene de los Judíos[1].
He perdido algunas horas preciosas de mi vida leyendo, como tantos otros infortunados, las elucubraciones antijudías del señor Drumont,[2] y no recuerdo que éste mencione estas palabras simples y formidables de Nuestro Señor Jesucristo, citadas por San Juan en el capítulo IV de su Evangelio.
Si ese copioso periodista se dignó alguna vez informarse en los textos sagrados, y si está en condiciones de demostrar, para confusión mía, que tan importante precepto se halla citado en algunos de los voluminosos libelos con que abruma periódicamente a los pueblos Cristianos, habrá que decir que semejante homenaje al Libro santo es tan maravillosamente áfono, oscuro, rápido y discreto, que resulta casi imposible advertirlo y completamente imposible sentirse impresionado.
Algún valor tiene, sin embargo, ese testimonio del Hijo de Dios.
Sé que su alcance ha sido terriblemente amenguado por San Agustín en su pobre exégesis de las "dos murallas", según es fácil comprobar en el décimo quinto tratado del comentario famoso de este venerable Doctor. Pero se estaba entonces en el siglo V. El repudio de Israel había comenzado a raíz de la tremenda catástrofe de Jerusalén, y la especie humana, conquistada ya a medias por los sucesores de San Pedro, había cerrado irremisiblemente su corazón, que se hallaba endurecido para siempre contra la execrada descendencia de los verdugos de Cristo.[3]
La horrenda llaga de las primeras persecuciones fue, al fin, cicatrizándose y las grandes siembras de sangre de los Mártires estaban realizadas.
La pedagogía de lo Sobrenatural quedó a cargo de los teólogos, de los exégetas, de los filósofos desengañados, y la embarazosa afirmación de Aquel a quien se llamó el Hijo del Trueno fue eludida respetuosamente, sin peligro de escándalo, ni siquiera de simple sorpresa.
Esa afirmación persiste, sin embargo. Persiste, a pesar de todo, en su fuerza misteriosa, semejante a una sombría gema, de brillo turbador, que la temeraria despreocupación de los ecónomos y los censores de la Fe hace más inestimable.



[1] Salus Ex Judaeis, quia Salus A Judaeis. Respuesta a un doctorcillo que discutió mi traducción.

[2] Édouard Drumont (1844-1917), periodista francés y uno de los jefes del partido antisemita. Fundador de la Libre Parole y autor de La France Juive, obra a la que alude Bloy. (N. del T.)

[3] Nota del Blog: ¿Quién no vé aquí un argumento similar al esgrimido por Lacunza para justificar la exégesis errada de los Santos Padres posteriores a San Agustín cuando aplicaron a la Iglesia las profecías referentes al Milenio y a Israel?