miércoles, 20 de marzo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo V


V

El año pasado, hallándome en Hamburgo, tuve la curiosidad, como el común de los viajeros, de ver el mercado de los Judíos.
Es difícil expresar la sorprende abyección de ese emporio de detritos enfitéuticos. Parecíame que todo lo que puede asquear de la vida era objeto de lucro para aquellos impuros mercaderes, cuyos pregones serviles me desgarraban, me asían, se pegaban físicamente a mí, produciéndome un malestar extraño, una especie de flagelación gelatinosa.
Y todos esos rostros de lucro y de servidumbre tenían el mismo sello espantable que expresa claramente el desprecio, la náusea divina, la irrevocable separación que los aparta del resto de los mortales y que los hace  tan profundamente idénticos, sea cual fuere el rincón del mundo donde estén.
Porque una extraña ley quiere que ese pueblo de anatematizados no haya podido asumir la reprobación colectiva con la cual se honra, sino al precio fabuloso del protagonismo eventual del individuo. La raza repudiada no ha logrado producir jamás ninguna especie de César.

He ahí por qué no doy crédito a la tradición, ingeniosa pero poco conocida, que asigna al pueblo romano antepasados hebreos y reemplaza a los compañeros de Eneas con una colonia de benjamitas, explicando la leyenda de la loba y los mellizos fundadores con la inescrutable predicción de Jacob en su lecho de muerte: Benjamin, Lupus rapax; mane comedet pradam et vespere dividet spolias. "Benjamín, lobo rapaz, por la mañana devorará la presa y por la tarde repartirá los despojos"[1].
Los inmundos ropavejeros de Hamburgo pertenecían realmente a esa homogénea familia de menecmos[2] avarientos al servicio de todos los sucios demonios de la identidad judaica, tal como se la ve pulular a lo largo del Danubio, en Polonia, en Rusia, en Alemania, en Holanda, hasta en Francia misma, y en el África septentrional, donde algunas veces los árabes hacen con ella una abominable masilla para frotar a los carneros sarnosos...
Pero cuando mi náusea sobrepasó toda conjetura y toda esperanza, fue, lo confieso, a la aparición de los Tres Viejos...


[1] Gen. XLIX, 27.
[2] Los Menecmos, comedia de Marco Accio Plauto (hacia 150-154 a. de C.), que versa sobre las confusiones y errores originados por dos mellizos. (N. del T.)