34. Esperamos que el lector esté de acuerdo con nosotros en que el Libro de lo Justo, incluso en su estado actual, truncado y lleno de intercalaciones posteriores, merecía ser traducido. Arroja luz sobre un gran número de pasajes del Pentateuco que aún no han sido explicados de manera satisfactoria. Coloca en su justo lugar interesantes tradiciones dispersas en otros monumentos de la antigua Sinagoga.
35. Hemos realizado
nuestra traducción teniendo delante tres ediciones diferentes del texto
original. Sólo comparándolos hemos podido rectificar los numerosos errores
tipográficos que abundan en ellas. La versión hebreo-germánica, a la que nos
referiremos en las notas como a la versión judaica, también nos ayudó a
encontrar las lecciones desfiguradas por la negligencia de los correctores
judíos. La ausencia de vocales (sabemos que todos los libros rabínicos carecen
de ellas) presentaba otra dificultad, la de traducir los nombres propios
extranjeros, sobre todo porque los antiguos rabinos, en su ignorancia de los
nombres históricos de cualquier nación que no fuera la suya, no representaban
con precisión las consonantes. Sólo gracias a la investigación hemos podido
recuperar estos nombres.
36. El prefacio que
encabeza el Libro de lo Justo por parte del primer editor nos cuenta
cómo se encontró este libro. Es un cuento hecho por placer. Demos algunos
extractos.
«El presente libro, llamado Libro de lo Justo, ha sido encontrado
y está ahora en nuestras manos. Cuando la ciudad santa de Jerusalén fue
devastada por Tito, todos los oficiales militares se apresuraron a saquearla.
Uno de los generales, llamado Sidro, al llegar a una casa grande y espaciosa,
entró en ella y se apoderó de todo lo que había. A punto de retirarse, vio un
muro que, en su sagacidad, sospechó que debía esconder tesoros. Inmediatamente
lo derribó y encontró ante sí una tonelada de libros. Contenía el Pentateuco,
los Profetas y los Hagiógrafos, historias de los reyes del pueblo israelita y
de los reyes de otras naciones, así como muchos otros libros relativos a
Israel. También había un depósito para los libros de la Mischna, puestos en
orden[1], y muchos pergaminos.
Además, había todo tipo de alimentos y mucho vino. Para su sorpresa, vio a un
anciano sentado estudiando los libros. Le dijo al anciano: “¿Cómo es que estás
aquí sin ninguna alma cerca?”. El anciano respondió: “Hace muchos años que sé
que Jerusalén debía ser destruida por segunda vez, así que construí esta casa y
me hice un refugio secreto, donde he traído libros para mis estudios y
provisiones para mantenerme. Tal vez, pensé, salvaría mi vida de esta manera”.
Ahora bien, Dios quiso que el anciano inspirara sentimientos de benevolencia y
piedad al general, que lo retiró de aquel lugar, junto con sus libros, dándole
grandes testimonios de consideración. Se hizo acompañar de ciudad en ciudad y
de país en país hasta Sevilla. Cuando el general reconoció que el anciano era
muy versado en todas las ciencias, lo mantuvo cerca suyo, le mostró todo tipo
de respeto y se hizo su discípulo. Se construyeron una casa muy alta fuera de
la ciudad, donde colocaron todos los libros ya mencionados. Y esta casa sigue
existiendo al día de hoy en Sevilla. Cuando los reyes de Edom[2] nos obligaron, por permisión
de Dios, a emigrar de país en país en medio de una gran miseria, este libro,
llamado Generación de Adán, junto con otros muchos de la casa de
Sevilla, fue a parar a nuestras manos en nuestra ciudad de Nápoles, que está
bajo el dominio del rey de España (¡su gloria sea exaltada!). Habiendo
observado que estos libros tratan de diversas ciencias, nos hemos formado de
buena gana el proyecto de reproducirlos mediante la impresión.
El presente libro es superior en excelencia a todos los demás. Han llegado hasta nosotros doce ejemplares, los hemos examinado y hemos comprobado que son tan coherentes que ninguno de ellos tiene una letra de más o de menos que los demás. Y está escrito que este libro es el llamado[3] Libro de lo Justo. Parece que se llama así porque todo se relaciona en ella según el orden de los acontecimientos sin ninguna intervención. Este es su título principal; pero el público se ha acostumbrado a llamarlo Libro de la Generación de Adán».
37. El autor del Prefacio dice entonces que los griegos, los romanos y algunos países de los reyes de Edom todavía poseían nuestro libro traducido a sus lenguas en su época. Incluso da los títulos de estas traducciones, no en griego, ni en latín, ni en la lengua de ningún país de Edom, sino en el mal español de los judíos del sur, y tan mal figurados en letras hebreas, que desde los grandes eruditos de los siglos XVI y XVII hasta nuestros días, nunca se ha conseguido reconocer todas las palabras. También nos dice que Ptolomeo, a instigación de los judíos traidores a su nación, hizo pedir la Biblia de los hebreos en Jerusalén. Para no entregar el volumen sagrado a un infiel, le enviaron el Libro de lo Justo. Pero como los mismos traidores le advirtieron que no era el verdadero libro de la ley, el rey se enojó mucho y obligó a los judíos a enviárselo. No queriendo que lo engañaran de nuevo, hizo que le trajeran al mismo tiempo setenta ancianos, y los hizo encerrar por separado en setenta casas, con órdenes a cada uno de ellos de que le escribieran el libro de la ley. El Espíritu Santo, הקדשי רוח, vino a posarse sobre ellos, y sus setenta ejemplares coincidieron perfectamente. El rey se alegró mucho de esto, y colmó de honores a los ancianos y a todos los judíos, y envió regalos a Jerusalén. Tras la muerte de Ptolomeo, los judíos retiraron el Libro de la Ley de su biblioteca, pero dejaron el Libro de lo Justo para instrucción de los reyes venideros. Podían aprender de él las maravillas que Dios había realizado, que no hay otro Dios sino él, y que había elegido a Israel de entre todos los pueblos.
«Y he aquí –continúa el Prefacio– que encontraréis en este libro algunos relatos sobre los reyes de Aram, Kitim y África de aquellos tiempos, aunque a primera vista estos detalles parecen estar fuera del ámbito de este libro. Pero su intención es mostrar la diferencia entre las guerras de las demás naciones, cuyo resultado depende de las circunstancias ordinarias, y las de los judíos, en las que Dios obra sus maravillas siempre que Israel ponga su confianza en él».
37. A pesar de la afirmación del autor del Prefacio, es un hecho que el Libro
de lo Justo nunca ha sido traducido al griego, al latín ni a ninguna otra
lengua moderna; sólo existe una especie de paráfrasis en hebreo-alemán, la
jerga de los judíos del rito alemán, los más numerosos de Europa.
[2] En términos rabínicos, Edom es el nombre genérico de los cristianos, así como Ismael lo es de los mahometanos.
[3] En la Biblia,
sin duda.