VII. – EL MODERNISMO
Cuando el ilustre teólogo, en el Tratado de las Virtudes infusas, llega al objeto de la fe, se enfrenta al error del modernismo y, sin querer entrar en una refutación científica, hecha en otro lugar sobre "lo absurdo de este error, su incurable falta de lógica y sus conceptos contradictorios", se contenta con dar de paso una idea simbólica de su "monstruosidad". Para ello pide a San Juan, el profeta de Patmos, que le preste sus inspirados oráculos. Se remite al capítulo IX del Apocalipsis, donde ve "abierto el pozo del abismo, que obscurecen el sol y el aire. Y del humo salió un ejército de langostas que se extendió sobre la tierra; y se les dio el mismo poder que a los escorpiones de la tierra. Y se les ordenó no dañar la hierba de la tierra, ni ninguna cosa verde, ni ningún árbol, sino sólo a aquellos hombres que no tuvieran el sello de Dios en sus frentes. Estos tipos de langostas eran como caballos preparados para la batalla; tenían en sus cabezas como coronas que parecían de oro; sus rostros eran como rostros de hombres. Sus cabellos eran como los de una mujer, y sus dientes como los de un león. Sus colas eran como colas de escorpiones con aguijones. Su jefe era el ángel del abismo, cuyo nombre era "el Exterminador", es decir, el espíritu maligno, homicida desde el principio, la antigua serpiente".
"En
esta visión, continúa el teólogo, los comentadores han visto la descripción
profética de las grandes herejías como el arrianismo y el protestantismo. El
error del modernismo está representado a su vez por el humo que sale del pozo
del abismo, por las langostas que brotan del seno de este humo y por la forma
extraordinaria de estas langostas.
En su
humo, el pozo del abismo vomita el agnosticismo, principio fundamental del
modernismo y de todos los errores que lo acompañan. El humo produce
naturalmente dos efectos: intercepta la luz, obscureciendo los objetos
externos; luego irrita los ojos, obscureciendo la propia vista e impidiendo ver
lo que de otro modo sería visible. La obscura doctrina modernista produce en los
espíritus los efectos del humo en el mundo material. Obscurece el sol de las
inteligencias, que es Dios, y con él todas las cosas divinas. Sobre todo, obscurece
la visión de los inventores y partidarios de esta doctrina.
Las langostas son un tipo de insecto que no puede volar como los pájaros, ni avanzar por el suelo como los animales terrestres. Es un animal barrigón, dice Belarmino en alguna parte; casi todo el cuerpo de las langostas es, de hecho, barrigón, y, como están privados de pies capaces de sostenerlas, no les es posible caminar por el suelo. También son incapaces de volar porque nada más estar en el aire el peso del vientre les tira hacia abajo. Prácticamente sólo pueden saltar aquí y allá, a la derecha y a la izquierda, en una marcha desordenada. Las herejías son las langostas de la visión apocalíptica. La característica de todas las herejías es tener opiniones incoherentes y pasar de una a otra, sin enlace lógico, a saltos, como las langostas. Y este es el caso del modernismo".
En este capítulo damos una visión de conjunto del modernismo, basada en los escritos del cardenal Billot, y se concluye con una breve reseña de la refutación de este error en sus tratados teológicos (De Virtutibus infusis. De objecto fidei, pp. 264 a 272).
§ 1. Vista de conjunto del modernismo según los escritos del cardenal Billot
Lo que se ha llamado "Americanismo"
está relacionado con el liberalismo y fue el precursor, en Francia, del
modernismo y del sillonismo; doctrina del liberalismo, de la libertad
individual, tiende a ser una religión de acción social democrática y de
indiferencia dogmática, una religión de la felicidad terrenal. El Americanismo
predicaba el desarrollo de las virtudes "naturales", el predominio de
las virtudes activas sobre las pasivas. En Francia, fue muy bien
acogida por los "demócratas cristianos", partidarios de una evolución
religiosa y política de la Iglesia. La carta de León XIII Testem benevolentiæ, fechada el 22 de enero de 1899 al cardenal
Gibbons, veló por la integridad de la fe frente a este error emergente. Pero
sus máximas y su espíritu han seguido siendo la base de los errores religiosos
y sociales que la Encíclica Pascendi y
la carta de Pío X sobre Le Sillon han condenado. El Americanismo se
presentaba como una forma superior de catolicismo, adaptada a la época actual.
El Modernismo es propiamente
el error, o más bien el conjunto de errores que va desde el agnosticismo,
pasando por el inmanentismo, el pragmatismo y el dogmatismo moral, hasta el
socavamiento y la ruina de la fe. El tipo completo ha dado lugar a variedades y
tendencias: el semi-modernismo, los modernizantes, el espíritu modernista, caracterizado
por el desprecio a la tradición y la tendencia a disminuir la influencia del
elemento sobrenatural.
Desde los primeros años de la
enseñanza del P. Billot, el modernismo flotaba en un estado difuso en la
Iglesia, donde había invadido los campos de la filosofía, teología, exégesis,
derecho, sociología, ascética, extendiéndose a todas las formas de pensamiento
y acción católica, con su carácter internacional.
En el siglo XVI la unidad
católica se había roto con el grito de "Reforma". Los líderes del
movimiento modernista querían nada menos que "dedicarse a la gran obra de
renovar el catolicismo" (Barón Von Hugel). Su objetivo era refundar el
"catolicismo" (G. Tyrrel), "reformar el régimen intelectual del
catolicismo 'romano'" (A. Loisy), "renovar los valores
cristianos" (Buonaiuti). En realidad, se trataba de transformar el
catolicismo en un cristianismo no dogmático. El sistema parece haber
llegado directamente a Francia desde el otro lado del Rin, donde los doctores de
las iglesias protestantes liberales intentaban formularlo y adaptarlo. El
principio de esta desviación universal es el subjetivismo de Kant. Tras
plantear artificialmente el problema del conocimiento y buscar vanamente cómo pasa
el pensamiento de la subjetividad de su acción al ser, al objeto distinto de
él, admite que el ser es el pensamiento. De la razón, por lo tanto, procede el
orden de las cosas y de las ideas, en contraposición a la creación divina.
Lo que el positivismo había
hecho en filosofía, el modernismo lo hace en materia teológica.
Para Aristóteles, "ciencia" significa el conocimiento de las cosas a
través de los primeros principios y las primeras causas, y en la filosofía
aristotélica, el conocimiento científico es el que llega a la razón de ser, a
la esencia; de ahí que la metafísica sea la ciencia por excelencia, ya que
penetra hasta la profundidad íntima de los seres. Pero la ciencia moderna o el
positivismo han renunciado a conocer las esencias, las razones de ser. A partir
de entonces, la palabra "ciencia" se refiere únicamente al
conocimiento que se obtiene mediante la observación y la experiencia y que es
susceptible de ser definido experimentalmente.
El modernismo quiso hacer de
la teología una ciencia experimental como cualquier otra ciencia; a partir de
ahí, como la religión sólo existe en la medida en que es objeto de experiencia
y cae bajo la mirada de la conciencia, lo que constituye la religión es un
sentimiento misterioso incubado bajo el impulso de una necesidad.
La inteligencia, analizando
este sentimiento, lo expresa en fórmulas que constituyen el dogma. La Revelación
es la experiencia de la toma de conciencia de lo divino. La actividad o la vida
es la única realidad de los inmanentistas. De ahí las consecuencias. No puede
haber nada en el hombre que no sea del hombre. Por lo tanto, no existe la
Revelación. La razón humana es la medida de todo. Todo es reducible a nuestro
pensamiento. Todo es inteligible. Así que no más misterios, no más sobrenatural.
Por último, no existe una
verdad absoluta, inmutable y definitiva. El pensamiento avanza constantemente.
Por lo tanto, las definiciones dogmáticas y el argumento de la tradición se
derrumban. Sin embargo, permanece un supremo equívoco, ya que, exorcizando la
substancia de los dogmas, se mantienen sus fórmulas. Básicamente, la nueva
doctrina era un racionalismo librepensador que reducía los dogmas y hechos
sobrenaturales a la medida del pensamiento moderno. La
palabra "modernismo" es un nombre extrínseco a la realidad que
designa.
El P. Billot lo ve en primer lugar como una fase de la lucha entre la Iglesia y la Revolución. Observa que lo que antes se destacaba en el ataque al cristianismo era su aspecto más bien político y social, mientras que los modernistas atacan al cristianismo mismo, al cristianismo en su substancia, en su médula, en la base misma de su doctrina, ya que se afirma que la idea cristiana, tal como es, es irreductible al pensamiento moderno, lo que significa que el uno debe ceder ante el otro. El progreso ya no tolera que el Dios inmanente del mundo se oponga al Dios trascendente del Evangelio. No acepta otra moral que la que tiene su principio y fundamento en la voluntad del hombre.
“Pero aquí, continúa el teólogo, hay algo más novedoso y, por lo tanto, aún más característico”. Y muestra que la conspiración ya no viene de afuera, de los que luchan bajo la bandera del librepensamiento; viene de adentro, y es la más formidable conspiración de los hombres de Iglesia, de los sacerdotes, de los clérigos o de los llamados clérigos, que se han prometido retomar la empresa de los anticristos del exterior, pero con artilugios de distinto alcance. Aunque ya no son de los nuestros, han jurado estar siempre con nosotros… Y la conspiración avanza, vive, actúa, opera, mostrándose o escondiéndose según las circunstancias… Ahora bien, de esta entrada en escena de tan nuevos elementos debe resultar naturalmente otra novedad, que es por excelencia característica de la crisis que atravesamos. En efecto, viniendo de quienes, por estado, se presentan como los defensores y guardianes naturales de la doctrina y la fe cristianas, el complot no podía tener el objetivo declarado de destruirla… Sólo se trata de mantenerla, de salvarla, incluso a su pesar, de la ruina que la amenaza desde el advenimiento de los tiempos modernos; incluso más, de infundirle una savia de supervivencia que, esta vez, la haga viable durante siglos. ¿Cómo se puede hacer esto? Dándole una interpretación absolutamente nueva, enseñándonos que nuestra fe no es otra cosa que el sentimiento religioso que emanó originalmente de las profundidades de la conciencia o subconsciencia humana, y que evoluciona indefinidamente según los encuentros de la historia y el progreso de la humanidad" (Elogio del cardenal Pie, pp. 14, 15, passim).
El cardenal explica expresamente en qué se convierten Dios, la Revelación, los dogmas y el propio Jesucristo en este sistema.
"Dios es por definición lo incognoscible, según la filosofía de Kant, que se ha convertido en toda la ley y en todo el Evangelio; si no existe, ¿cómo podría habernos hablado?... La palabra Revelación, sin embargo, se conservará, pero la Revelación no será más que la aparición en la conciencia viva de un cierto sentimiento nacido de la necesidad íntima de lo divino y provocado por la presencia de lo misterioso desconocido que se esconde detrás del mundo fenomenal, sentimiento que es completamente ciego y que será, sin embargo, toda la substancia de la religión, y bajo cuyo impulso se elaborarán, por inmanencia y experiencia vital, según los acontecimientos y contingencias de la historia, todos los dogmas inscritos o por inscribir en su credo. Estos dogmas no tendrán ningún valor objetivo, no serán más que ideas, puras creaciones de la fe para ser modificadas y transformadas. Así será necesario distinguir dos Cristos: el Cristo de la historia, el Cristo real, y luego el Cristo de la fe, el Cristo-idea, la Trinidad-idea. ¡Idea, la Encarnación! ¡Idea, la Redención! Idea, la vida eterna" (Elogio del cardenal Pie, pág. 27).
Tal es, en palabras del
propio cardenal, "el abismo del nihilismo abierto"; tal es "el
movimiento de la idea revolucionaria y de la conspiración anticristiana";
tal es "la época de tan extremo peligro para la fe, de tan audaz revuelta
contra Jesucristo" (Elogio del
cardenal Pie, pp. 16-18 passim).
Así le parecía la nueva herejía, o cloaca de todas las herejías.
Frente a este error
multiforme, el P. Billot tomó una posición clara y, armado con sus
conocimientos teológicos, fue el líder, el abanderado, la luz de esta gran
lucha doctrinal contra los Loisys, los Tyrrels y otros partidarios menos
famosos de la schola Modernistarum a la que se refiere la Encíclica Pascendi.
Siempre de guardia en las
murallas de la doctrina, se mostró como uno de esos "centinelas" de
Israel de los que habla el profeta Isaías: "Sobre tus muros, oh Jerusalén,
he puesto centinelas, que nunca callarán, ni de día ni de noche" (Is.
LXII, 6).
Mucho antes de la encíclica,
había sintetizado estos errores y desarrollado los argumentos introducidos en
este documento de la Santa Sede, con el que desenmascaró la falsedad de los
principios y los llevó hasta sus últimas consecuencias. Sus alumnos conocían la
refutación.
El ilustre teólogo fue el
liberador de la mente cristiana, luchando contra esos espíritus de los que
habla San Agustín que "se envuelven en las sombras de sus propias tinieblas".
Nada le detuvo, ni la orgullosa petulancia de sus declarados opositores, ni la
actitud ensordecedoramente hostil de quienes le acusaban de ser estrecho y duro
en su defensa del dogma.
Los que han afirmado que el
P. Billot atacó antiguas herejías e ignoró las disputas contemporáneas no han
abierto sus obras ni han seguido su trayectoria teológica. Sin duda, no hizo
teología histórico-crítica a la manera de Loisy y otros; no admitió la filosofía
o la teología neokantiana de tales o cuales autores. Menos aún practicaba la
teología positiva de un Turmel, pero no ignoraba estos errores, como es fácil
de ver.
Se ha escrito que fue
el inspirador, redactor o uno de los inspiradores y redactores del Decreto Lamentabili y de la Encíclica Pascendi.
Que tal o cual
consultor del Santo Oficio haya colaborado en la redacción de un documento
papal no es a veces temerario hacer la suposición; pero difícilmente sería
posible probarlo, estando estos misteriosos artesanos vinculados por un temible
secreto.
Sea cual sea el papel
que el P. Billot desempeñó en la elaboración de los documentos del magisterio
vivo, se puede decir que su enseñanza preparó las grandes decisiones de la
Iglesia contra el modernismo y que es fácil señalar en la encíclica Pascendi expresiones, fórmulas y pasajes
enteros de sus obras publicadas antes de la encíclica.