viernes, 18 de febrero de 2022

Instrucción sobre el Talmud, por P. Drach, Rabino converso (I de XIV)

 Instrucción sobre el Talmud 

Nota del Blog: Las siguientes páginas están tomadas del libro del Rabino converso P. Drach, “De l`Harmonie entre l'Église et la Synagogue”, (1844) tomo 1, pag. 121-181 (nota 28). 

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¿Qué es el Talmud? Si se hace esta pregunta a la numerosa muchedumbre de hebraístas del feliz siglo XIX, en la que se puede decir: ¿Quién no es hebraísta? con tanta razón como un cortesano dijo una vez a Luis XV, cuyo augusto hombro sobresalía un poco: Señor, ¿quién no es un poco jorobado? Desde nuestro admirable M. Quatremère, con su vasta y profunda erudición oriental, hasta el contrabandista hebreo que balbucea penosamente unas pobres líneas del texto del Antiguo Testamento con la ayuda de medios artificiales, como las versiones interlineales, los análisis ya hechos, etc.; si, decimos, les dirigís esta pregunta, os asombraréis de obtener respuestas tan diferentes entre sí, tan contradictorias. Es como si se tratara de una inscripción en jeroglífico egipcio o mexicano, en la que cada uno puede leer lo que le gusta y lo que más le conviene. Muchos os dirán que "es una colección en sesenta grandes volúmenes en folio (aunque sólo son doce), un receptáculo para los más absurdos ensueños, prejuicios de un fanatismo delirante, un grimorio, una especie de código de magia negra, etc. Cuidado, añadirán, con tocarlo siquiera”. Otros os representarán el Talmud como "una preciosa Enciclopedia, en la que se encuentra un curso completo de la filosofía, medicina y astronomía de los pueblos de la antigüedad y (lo que sería mucho más precioso) todas las verdades del catolicismo, tan exactamente formuladas como en la Suma de Santo Tomás". Aquéllos, que sólo pretenden disimular su incapacidad para leer el Talmud, falta muy perdonable, son como la fábula de la Zorra y las Uvas; éstos, que se han tomado la molestia de conocer algunas de las porciones menos desatinadas del Talmud, por medio de las versiones que existen, versiones que la mayoría de las veces son inexactas y a veces halagadoras, se han entusiasmado con la obra de los rabinos y se asemejan al hombre honesto de la plaza pública que, para verter su elixir, no rehúye ninguna exageración para defenderlo. 

Nosotros, que por oficio hemos enseñado durante mucho tiempo el Talmud y explicado su doctrina, después de haber seguido un curso especial del mismo, durante muchos años, bajo los más renombrados doctores israelitas de este siglo; nosotros que, por la gracia de lo alto, hemos abjurado de los falsos dogmas que predica, hablaremos de él con conocimiento e imparcialidad. Si por un lado le hemos dedicado nuestros mejores años, por el otro, ya no es nada para nosotros. Diremos lo que lo aconseja y lo que lo condena. 

Talmud, como escribe la academia, mejor Thalmud, תלמוד, de la raíz למד, aprender, enseñar, es un término hebreo-rabínico que significa doctrina, estudio. Designa más particularmente el gran cuerpo de la doctrina judía, sobre el que los más acreditados doctores de Israel han trabajado sucesivamente en diferentes épocas. Es el código completo, civil y religioso, de la sinagoga. Su objeto es explicar la ley de Moisés de acuerdo con el espíritu de la tradición verbal. Contiene las discusiones y disputas contradictorias entre quienes se han esforzado por estudiar esta ley y, a veces, las conclusiones y decisiones que se han derivado de ellas; de vez en cuando se permite hacer digresiones sobre la historia y la ciencia, de las que pueden beneficiarse los estudiosos, especialmente los arqueólogos. Si el lector juicioso del Talmud tiene a menudo motivos para angustiarse por las extrañas aberraciones en las que puede caer la mente humana, abandonada por la verdadera fe, si más de una vez las torpezas del cinismo rabínico obligan a la modestia a ocultar el rostro, si los fieles se rebelan ante las calumnias atroces e insensatas que el odio impío de los fariseos esparce sobre todos los objetos de su veneración religiosa, el teólogo cristiano recoge allí datos y tradiciones preciosas para la explicación de más de un texto obscuro del Nuevo Testamento y para convencer a nuestros adversarios religiosos tanto de la antigüedad como de la santidad del dogma católico, tan bien definido por el quod semper (lo que siempre) de San Vicente de Lerins.