Nota del
blog: La eximia figura del Cardenal Billot apenas si necesita presentación
o recomendación. Baste con decir que es generalmente considerado el más grande
teólogo del siglo XX. Sin embargo, en lo que atañe al presente trabajo, debemos
afirmar desde ahora nuestras diferencias, sobre todo en lo que respecta a las
dos últimas Iglesias. Tal vez, con el paso del tiempo daremos a conocer nuestra
visión no sólo de las 7 Iglesias sino también del Apocalipsis en su conjunto y
de todo lo relacionado con estos temas.
A pesar
de lo dicho, creo que es una opinión que no se debe ignorar y, hasta donde sabemos,
no ha sido traducido al español.
Tener en
cuenta a la hora de juzgar este ensayo, la fecha en que fue publicado y todo lo
que ha sucedido desde entonces.
El Cardenal Billot |
COMENTARIO A LAS SIETE IGLESIAS DEL APOCALIPSIS
AUTOR: Cardenal Louis Billot.
Tractatus De Ecclesia Christi, T. II, epílogo, ed. 5, año 1927.
La primera parte del Apocalipsis versa sobre las siete Iglesias del Asia, a
las cuales le fue ordenado a Juan escribir
a fin de transmitirles las exhortaciones de la salud[1].
Estas siete Iglesias parecerían corresponder a siete edades de la Iglesia
Universal desde la Ascensión del Señor hasta su segunda venida.
El fundamento de la conjetura también lo dan los nombres mismos de las Iglesias
en cuanto cada una de las edades está perfectamente acomodada por orden.
La primera es la Iglesia de Éfeso (II,
1-7). Ἐφέσῳ significa, en griego, ímpetu o
principio de salir y tender a un fin. Esto se aplica a la Edad Apostólica ya que después de recibir al Espíritu Santo que
vino con ímpetu vehemente, los Apóstoles partieron y predicaron por todas
partes, con la ayuda de Dios y confirmando su enseñanza con milagros; pero a la
misma edad también le cabe la epístola conmonitoria que alude a los pseudo-apóstoles
que S. Pablo menciona
con frecuencia y a la secta de los Nicolaítas que, surgida de uno de los
primeros siete diáconos, fue el origen de la gnosis impura[2].
La segunda es la Iglesia de Esmirna (II,
8-11). Σμύρνῃ es lo mismo que mirra y hace referencia a la edad en la
cual, a causa de la acerbidad de las persecuciones y de las
grandes amarguras de las tribulaciones, se cumplía aquello profetizado
sobre la Iglesia: “mis manos destilaron mirra y mis dedos están llenos
de mirra probadísima” (Cant. V, 5). De donde al ángel de la Iglesia de Esmirna
específicamente le dice el Espíritu: “conozco tu tribulación y tu pobreza…
no temas lo que vas a padecer. He aquí que el diablo va a meter a alguno de vosotros
en la cárcel para que seáis probados y tendréis una tribulación de diez días”,
que claramente significan las diez
persecuciones generales.
La tercera es la Iglesia de Pérgamo (II,
12-17). Περγάμῳ es una ciudad
famosa en la literatura profana de donde tiene su origen y nombre el pergamino.
Así pues, cuando se escucha “pergamino”, inmediatamente viene a la mente
la escritura de libros y de controversias que se dirimen con la pluma. La Iglesia de
Pérgamo es, pues la tercera edad que fue la de los Santos Padres y Doctores, cuando,
cesando las cruentas persecuciones con Constantino, he aquí que desde la sede
de Satanás fueron enviadas grandes herejías: la de los Arrianos, Maniqueos,
Pelagianos, Nestorianos, etc. y, por otra parte, Dios suscitó, a fin de defender
la verdad, a aquellos grandes hombres dignos de eterna memoria, Atanasio, Basilio, Nacianceno, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, los dos Cirilos y otros
muchos que con sus escritos ilustraron en gran manera la fe Católica. Con
razón, pues, la tercera edad, está significada por Pérgamo. Con razón la advertencia que se dirige al
ángel de esta Iglesia se dirige a ella ya que, aunque es alabado por su constancia
en la fe, sin embargo todavía está sujeto a grandes peligros, en cuanto habita
donde está la sede de Satanás y está rodeado por todas partes de las doctrinas
de los herejes[3].
A la
Iglesia de Pérgamo sucede en cuarto lugar
la de Tiatira (II; 18-29). Θυατείροις o Θυατείροι significa
esplendor del triunfo y la pompa solemne, de Θυας, voz que antiguamente designaba
todo aquello que pertenecía a las fiestas celebradas en honor a Baco y
luego se usó para significar todo tipo de solemnidad o de triunfo. La
Iglesia de Tiatira es pues, la cuarta edad iniciada con Carlo Magno con la fundación del Sacro Imperio Romano, cuya
numeración debía ser medida con un número milenario (desde el 800 al 1800). En
efecto, la institución del Sacro Imperio Romano concretó la subordinación de la
ciudad temporal a la espiritual y fue como la corona de la organización social
del reino de Nuestro Señor Jesucristo, del que Isaías había
profetizado: “álzate y resplandece, oh Jerusalén, porque viene tu lumbrera y
la gloria del Señor brilla sobre ti… los gentiles vendrán hacia tu luz, y reyes
a ver el resplandor de tu nacimiento… mamarás la leche de los gentiles, pechos
de reyes te alimentarán; y conocerás que Yo, el Señor, soy tu Salvador y que el
fuerte de Jacob es tu Salvador” (LX 1,3,16). Aquí está la solemnidad,
el esplendor del triunfo, y al cual también se le aplican las demás cosas que
pertenecen a esta época[4].
Aunque tampoco faltan algunas cosas puestas por el maligno ya que el misterio
de iniquidad siempre está obrando y mientras se trate de la vida presente, el
triunfo no se da sino en la medida en que conviene a la
Iglesia todavía militante sobre la tierra; de aquí que bajo la figura
de Jezabel son
preanunciados los cismas y herejías que también en
esta edad han de desolar la Ciudad de Dios, como por ejemplo el cisma
de los Griegos en el siglo XI, la herejía de los Albigenses en el siglo XIII y,
principalmente, la impiedad de los Protestantes
en el siglo XVI, a partir de la cual comienza
a declinar, sobre todo, el orden del imperio cristiano y a preparar poco a poco
la era de la Revolución.
Ahora, pues, al terminar Tiatira le sucede la quinta Iglesia
que está en Sardes (III, 1-6). Σάρδεσιν es
aquella célebre ciudad de Lidia en la cual reinó Cresos y trae
a la mente la abundancia de oro y plata, el afecto inmerso en las
riquezas de este siglo, el lujo y una cierta prosperidad material. Razón por la
cual las cosas que corresponden al tiempo de esta Iglesia parecen estar en
decadencia. Por todas partes la apostasía, por todas partes la defección y
mientras la mayoría se aparta de la religión hay pocos que conservan la fe
en Cristo. “Pocos, dice, nombres hay en Sardes, que no han manchado sus vestidos” y
luego: “¡tienes nombre de vivo y estás muerto!”. Nombre de vivo, nombre de ciencia, nombre
de libertad, nombre de civilización, nombre de progreso, y estás muerto,
sentado en las tinieblas y en las sombras de la muerte por haber rechazado la
luz de vida que es Cristo Nuestro Señor. Por lo cual al ángel
de esta Iglesia se le dice: “estad alerta y consolida lo restante que está
por morir” y a él se le
encomienda en gran manera que invariablemente permanezca en aquello que fue
entregado por los Santos Apóstoles, que de ninguna manera se aleje de aquella
enseñanza que nos transmitieron los Padres: “recuerda pues, tal
como recibiste y oíste y guárdalo y arrepiéntete”. Estas cosas son las
que pertenecen a la quinta edad, pero un poco más alegres son las que siguen.
En efecto, después de la Iglesia de Sardes, en sexto lugar
está la de Filadelfia (III, 7-13). Y todo lo que se refiere a ella son buenos augurios, sobre todo debido
al evento peculiar, insigne y completamente singular entre todos los hechos de
la historia desde el inicio de nuestros días, a saber, la conversión total de los judíos y
su entrada en la Iglesia de los gentiles, a fin de que de los dos
pueblos que dividía al medio la pared del muro, se forme finalmente un pueblo
sirviente de Cristo y
de este modo Jacob se
reconcilie con Esaú e Isaac con Ismael, lo cual anunciaba como futuro
el Apóstol en Rom. XI, 25-32. De aquí que esta Iglesia sea llamada Filadelfia que
significa “amor de hermanos” o “reconciliación de hermanos”, “y
al ángel de Filadelfia escribe… he aquí que te daré a los de la
Sinagoga de Satanás, los que dicen ser judíos y no son, sino que mienten,
he aquí que los haré venir y adorarán tus pies y sabrán que yo te he amado”. En
aquel tiempo se cumplirá también lo mismo que predecía el Apóstol (Rom. XI
12): “y si la caída de ellos (de los judíos) ha venido a ser la riqueza
del mundo, y su disminución la riqueza de los gentiles, ¿Cuánto más su plenitud?
Si su perdición ha venido a ser la reconciliación del mundo, ¿Qué será su
regreso sino como una resurrección de entre los muertos?”. Se
espera, pues para aquel tiempo una cierta expansión maravillosa de la vida
cristiana en todo el mundo, y una insigne victoria de Cristo y su Iglesia que detendrá la
Revolución; digo detener mas bien que destruir ya que en ese
lapso se fortificará con nuevas fuerzas y se preparará con mayor furor
encendido bajo el amparo de su jefe Satanás a la suprema lucha, al supremo certamen con su
antagonista Cristo. Por lo
cual al final se amonesta al ángel de la iglesia de Filadelfia que
la hora de la tentación “que vendrá sobre toda la tierra a tentar a sus
habitantes” está próxima.
Por último resta la Iglesia de Laodicea (III; 14-22). Λαοδικείᾳ es lo mismo que lawn dikh, o sea “juicio de los pueblos”, con
lo cual claramente se indica el tiempo
de la consumación del siglo, cuando Cristo venga en las nubes del
cielo a juzgar a los vivos y a los muertos.
Estas son, lector amigo, las cosas relacionadas con las siete Iglesias del
Apocalipsis o Edades de la Iglesia de Cristo, las cuales tal vez no
te parezcan improbables. De lo cual se
sigue que actualmente está corriendo la quinta edad; edad, digo, de defección,
de apostasía y liberalismo, media entre Tiatira y Filadelfia, entre el fin
del Sacro Imperio Romano y aquella renovación que el Apóstol no dudo en compararla
con la resurrección de los muertos (Rom. XI, 15). ¡Y ojalá que
nuestra interpretación no sea diferente de la realidad! Da una esperanza de una
futura restauración en medio de tantos y tan grandes males que sufrimos, y (si
se me permite la palabra) de una contra-revolución.
Sea lo que sea del valor exegético de la exposición propuesta y de su aplicación
a nuestro tiempo, por lo menos será licito aseverar fielmente lo siguiente: es
un hecho que, como un presagio, ya desde ahora aparece un mejor estado de la
realidad, en el sentido de que quienes tienen el principado en las ciencias, en
la política y en la economía día tras día, reconocen más y más cuán nefasta fue
la obra de la Revolución, cuán mortífero sea el fruto de la libertad: libertad
digo, liberal o libertina, libertad del
contrato social, libertad de los ideólogos del año 1789 que no dudaron en
proclamar que la única causa de los males públicos y de la
corrupción de los gobiernos es la ignorancia o desprecio de los derechos
del hombre de los cuales decían que el primero era la libertad
en compañía necesaria de la igualdad y fraternidad[5].
¡Oh ligereza! ¡Oh fatuidad!, ¡Oh insipiencia! En efecto, su libertad terminó
en despotismo de los prepotentes sobre los débiles; la igualdad en
una multitud siempre creciente de proletarios por un lado y una oligarquía de
millonarios siempre más prevalecientes por el otro; la fraternidad,
por último, terminó en un fermento de divisiones internas por todas partes y un
odio inextinguible de clases contra clases. Tampoco están ocultas ya en nuestra
época estas singulares cualidades.
Si bien hay
muchos que todavía miran la superficie y no ven el carácter esencialmente
satánico de la Revolución, sin embargo también hay otros que buscan un principio
más profundo, y diligentemente comprenden que la cuestión religiosa
está por debajo de las demás cosas que actualmente se agitan; que la plaga
del liberalismo político y económico nació del liberalismo ateo y anticristiano
del que arriba hablamos y finalmente, que el orden social de ninguna manera
puede afirmarse y estabilizarse a menos que la Iglesia reasuma la
dirección de las cuestiones sociales.
Ojalá que esta semilla madure con la ayuda divina, ojalá que los principios
reconocidos teóricamente pasen a ser los fundamentos de la restauración; la
cual deseamos con todo nuestro corazón, sabiendo que, bajo la actual legislación
pagana en que vivimos, todavía puede haber individuos cristianos pero no una
sociedad cristiana. De esta forma buscamos por completo el reino de Dios y su
justicia, aunque no despreciamos las demás cosas que se dan por añadidura y nos
parece que del influjo saludable de la Iglesia puede decirse lo que
está escrito de la piedad: “para todo es útil, y tiene la promesa de la vida
presente y de la futura”.
[1]
Hay que advertir
que el libro del Apocalipsis se divide
en tres partes, según los tres oficios del ministerio profético; el primero
es amonestar, corregir, instruir en justicia, el segundo predecir lo futuro y
el tercero incitar al bien por medio de las promesas. En efecto estas tres se
encuentran de alguna manera mezcladas por todo el libro desde el inicio
hasta el fin, pero la división se hace según el argumento principal de los
diversos capítulos y esta triple división consta ya que en la primera parte
están las admoniciones a las iglesias (Cap. II y III), en la segunda, después
de abrirse el libro sellado con siete sellos, se predice el futuro (desde el
cap. IV hasta el XX inclusive) y finalmente en la tercera parte la promesa de
la felicidad del siglo venidero y su descripción en la imagen simbólica de la
nueva ciudad Santa: Jerusalén (cap. XXI y XXII). Ahora solo hablaremos de las
admoniciones a las Iglesias.
[2] “Al ángel de la Iglesia de Éfeso escríbele: conozco tus obras, tus trabajos y tu
paciencia y que no puedes sufrir a los malos, y que has probado a los que
se dicen apóstoles y no son y los has hallado mentirosos… esto empero tienes:
que aborreces las obras de los Nicolaítas que yo también aborrezco, etc.”.
[3]
“Al ángel de la
Iglesia de Pérgamo escríbele: “Sé donde moras; allí
donde está el trono de Satanás, y con todo retienes mi nombre y no has negado
mi fe… etc.”.
[4]
Al ángel de la
Iglesia de Tiatira escríbele: “conozco tus obras y tu
fe, tu caridad y tu ministerio y que tus obras postreras son más que las
primeras, etc.”.
[5] “Los representantes del
pueblo constituidos en asamblea nacional, considerando que la ignorancia, el
olvido o desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de los
males públicos y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una
declaración solemne los derechos naturales, inalienables y sacros del hombre…
Articulo 1: los hombres nacen y mueren libres e iguales en derecho, etc., etc.”
(Declaración de los derechos del hombre de 1789).