domingo, 24 de junio de 2012

Comentario a las siete Iglesias, por el Cardenal L. Billot


Nota del blog: La eximia figura del Cardenal Billot apenas si necesita presentación o recomendación. Baste con decir que es generalmente considerado el más grande teólogo del siglo XX. Sin embargo, en lo que atañe al presente trabajo, debemos afirmar desde ahora nuestras diferencias, sobre todo en lo que respecta a las dos últimas Iglesias. Tal vez, con el paso del tiempo daremos a conocer nuestra visión no sólo de las 7 Iglesias sino también del Apocalipsis en su conjunto y de todo lo relacionado con estos temas. 

A pesar de lo dicho, creo que es una opinión que no se debe ignorar y, hasta donde sabemos, no ha sido traducido al español.

Tener en cuenta a la hora de juzgar este ensayo, la fecha en que fue publicado y todo lo que ha sucedido desde entonces.



El Cardenal Billot

COMENTARIO A LAS SIETE IGLESIAS DEL APOCALIPSIS

AUTORCardenal Louis Billot.

Tractatus De Ecclesia Christi, T. II, epílogo, ed. 5, año 1927.
  
La primera parte del Apocalipsis versa sobre las siete Iglesias del Asia, a las cuales le fue ordenado a Juan escribir a fin de transmitirles las exhortaciones de la salud[1]. Estas siete Iglesias parecerían corresponder a siete edades de la Iglesia Universal desde la Ascensión del Señor hasta su segunda venida. El fundamento de la conjetura también lo dan los nombres mismos de las Iglesias en cuanto cada una de las edades está perfectamente acomodada por orden.

La primera es la Iglesia de Éfeso (II, 1-7)Ἐφέσῳ significa, en griego, ímpetu o principio de salir y tender a un fin. Esto se aplica a la Edad Apostólica ya que después de recibir al Espíritu Santo que vino con ímpetu vehemente, los Apóstoles partieron y predicaron por todas partes, con la ayuda de Dios y confirmando su enseñanza con milagros; pero a la misma edad también le cabe la epístola conmonitoria que alude a los pseudo-apóstoles que S. Pablo menciona con frecuencia y a la secta de los Nicolaítas que, surgida de uno de los primeros siete diáconos, fue el origen de la gnosis impura[2].


La segunda es la Iglesia de Esmirna (II, 8-11)Σμύρνῃ es lo mismo que mirra y hace referencia a la edad en la cual, a causa de la acerbidad de las persecuciones y de las grandes amarguras de las tribulaciones, se cumplía aquello profetizado sobre la Iglesia: “mis manos destilaron mirra y mis dedos están llenos de mirra probadísima” (Cant. V, 5). De donde al ángel de la Iglesia de Esmirna específicamente le dice el Espíritu: “conozco tu tribulación y tu pobreza… no temas lo que vas a padecer. He aquí que el diablo va a meter a alguno de vosotros en la cárcel para que seáis probados y tendréis una tribulación de diez días”, que claramente significan las diez persecuciones generales.

La tercera es la Iglesia de Pérgamo (II, 12-17). Περγάμῳ es una ciudad famosa en la literatura profana de donde tiene su origen y nombre el pergamino. Así pues, cuando se escucha “pergamino”, inmediatamente viene a la mente la escritura de libros y de controversias que se dirimen con la pluma. La Iglesia de Pérgamo es, pues la tercera edad que fue la de los Santos Padres y Doctores, cuando, cesando las cruentas persecuciones con Constantino, he aquí que desde la sede de Satanás fueron enviadas grandes herejías: la de los Arrianos, Maniqueos, Pelagianos, Nestorianos, etc. y, por otra parte, Dios suscitó, a fin de defender la verdad, a aquellos grandes hombres dignos de eterna memoria, AtanasioBasilioNaciancenoAmbrosioJerónimoAgustín,       los dos Cirilos y otros muchos que con sus escritos ilustraron en gran manera la fe Católica. Con razón, pues, la tercera edad, está significada por Pérgamo. Con razón la advertencia que se dirige al ángel de esta Iglesia se dirige a ella ya que, aunque es alabado por su constancia en la fe, sin embargo todavía está sujeto a grandes peligros, en cuanto habita donde está la sede de Satanás y está rodeado por todas partes de las doctrinas de los herejes[3].

A la Iglesia de Pérgamo sucede en cuarto lugar la de Tiatira (II; 18-29). Θυατείροις o Θυατείροι significa esplendor del triunfo y la pompa solemne, de Θυας, voz que antiguamente designaba todo aquello que pertenecía a las fiestas celebradas en honor a Baco y luego se usó para significar todo tipo de solemnidad o de triunfo. La Iglesia de Tiatira es pues, la cuarta edad iniciada con Carlo Magno con la fundación del Sacro Imperio Romano, cuya numeración debía ser medida con un número milenario (desde el 800 al 1800). En efecto, la institución del Sacro Imperio Romano concretó la subordinación de la ciudad temporal a la espiritual y fue como la corona de la organización social del reino de Nuestro Señor Jesucristo, del que Isaías había profetizado: “álzate y resplandece, oh Jerusalén, porque viene tu lumbrera y la gloria del Señor brilla sobre ti… los gentiles vendrán hacia tu luz, y reyes a ver el resplandor de tu nacimiento… mamarás la leche de los gentiles, pechos de reyes te alimentarán; y conocerás que Yo, el Señor, soy tu Salvador y que el fuerte de Jacob es tu Salvador” (LX 1,3,16). Aquí está la solemnidad, el esplendor del triunfo, y al cual también se le aplican las demás cosas que pertenecen a esta época[4]. Aunque tampoco faltan algunas cosas puestas por el maligno ya que el misterio de iniquidad siempre está obrando y mientras se trate de la vida presente, el triunfo no se da sino en la medida en que conviene a la Iglesia todavía militante sobre la tierra; de aquí que bajo la figura de Jezabel son preanunciados los cismas y herejías que también en esta edad han de desolar la Ciudad de Dios, como por ejemplo el cisma de los Griegos en el siglo XI, la herejía de los Albigenses en el siglo XIII y, principalmente, la impiedad de los Protestantes en el siglo XVI, a partir de la cual comienza a declinar, sobre todo, el orden del imperio cristiano y a preparar poco a poco la era de la Revolución.

 Ahora, pues, al terminar Tiatira le sucede la quinta Iglesia que está en Sardes (III, 1-6). Σάρδεσιν es aquella célebre ciudad de Lidia en la cual reinó Cresos y trae a la mente la abundancia de oro y plata, el afecto inmerso en las riquezas de este siglo, el lujo y una cierta prosperidad material. Razón por la cual las cosas que corresponden al tiempo de esta Iglesia parecen estar en decadencia. Por todas partes la apostasía, por todas partes la defección y mientras la mayoría se aparta de la religión hay pocos que conservan la fe en Cristo. “Pocos, dice, nombres hay en Sardes, que no han manchado sus vestidos” y luego: “¡tienes nombre de vivo y estás muerto!”. Nombre de vivo, nombre de ciencia, nombre de libertad, nombre de civilización, nombre de progreso, y estás muerto, sentado en las tinieblas y en las sombras de la muerte por haber rechazado la luz de vida que es Cristo Nuestro Señor. Por lo cual al ángel de esta Iglesia se le dice: “estad alerta y consolida lo restante que está por morir y a él se le encomienda en gran manera que invariablemente permanezca en aquello que fue entregado por los Santos Apóstoles, que de ninguna manera se aleje de aquella enseñanza que nos transmitieron los Padres“recuerda pues, tal como recibiste y oíste y guárdalo y arrepiéntete”. Estas cosas son las que pertenecen a la quinta edad, pero un poco más alegres son las que siguen.

En efecto, después de la Iglesia de Sardes, en sexto lugar está la de Filadelfia (III, 7-13). Y todo lo que se refiere a ella son buenos augurios, sobre todo debido al evento peculiar, insigne y completamente singular entre todos los hechos de la historia desde el inicio de nuestros días, a saber, la conversión total de los judíos y su entrada en la Iglesia de los gentiles, a fin de que de los dos pueblos que dividía al medio la pared del muro, se forme finalmente un pueblo sirviente de Cristo y de este modo Jacob se reconcilie con Esaú e Isaac con Ismael, lo cual anunciaba como futuro el Apóstol en Rom. XI, 25-32. De aquí que esta Iglesia sea llamada Filadelfia que significa “amor de hermanos” “reconciliación de hermanos”, “y al ángel de Filadelfia escribe… he aquí que te daré a los de la Sinagoga de Satanás, los que dicen ser judíos y no son, sino que mienten, he aquí que los haré venir y adorarán tus pies y sabrán que yo te he amado”. En aquel tiempo se cumplirá también lo mismo que predecía el Apóstol (Rom. XI 12): “y si la caída de ellos (de los judíos) ha venido a ser la riqueza del mundo, y su disminución la riqueza de los gentiles, ¿Cuánto más su plenitud? Si su perdición ha venido a ser la reconciliación del mundo, ¿Qué será su regreso sino como una resurrección de entre los muertos?”. Se espera, pues para aquel tiempo una cierta expansión maravillosa de la vida cristiana en todo el mundo, y una insigne victoria de Cristo y su Iglesia que detendrá la Revolución; digo detener mas bien que destruir ya que en ese lapso se fortificará con nuevas fuerzas y se preparará con mayor furor encendido bajo el amparo de su jefe Satanás a la suprema lucha, al supremo certamen con su antagonista Cristo. Por lo cual al final se amonesta al ángel de la iglesia de Filadelfia que la hora de la tentación “que vendrá sobre toda la tierra a tentar a sus habitantes” está próxima.

Por último resta la Iglesia de Laodicea (III; 14-22). Λαοδικείᾳ es lo mismo que lawn dikh, o sea “juicio de los pueblos”, con lo cual claramente se indica el tiempo de la consumación del siglo, cuando Cristo venga en las nubes del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos.

Estas son, lector amigo, las cosas relacionadas con las siete Iglesias del Apocalipsis o Edades de la Iglesia de Cristo, las cuales tal vez no te parezcan improbables. De lo cual se sigue que actualmente está corriendo la quinta edad; edad, digo, de defección, de apostasía y liberalismo, media entre Tiatira y Filadelfia, entre el fin del Sacro Imperio Romano y aquella renovación que el Apóstol no dudo en compararla con la resurrección de los muertos (Rom. XI, 15). ¡Y ojalá que nuestra interpretación no sea diferente de la realidad! Da una esperanza de una futura restauración en medio de tantos y tan grandes males que sufrimos, y (si se me permite la palabra) de una contra-revolución.

Sea lo que sea del valor exegético de la exposición propuesta y de su aplicación a nuestro tiempo, por lo menos será licito aseverar fielmente lo siguiente: es un hecho que, como un presagio, ya desde ahora aparece un mejor estado de la realidad, en el sentido de que quienes tienen el principado en las ciencias, en la política y en la economía día tras día, reconocen más y más cuán nefasta fue la obra de la Revolución, cuán mortífero sea el fruto de la libertad: libertad digo, liberal o libertinalibertad del contrato social, libertad de los ideólogos del año 1789 que no dudaron en proclamar que la única causa de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos es la ignorancia o desprecio de los derechos del hombre de los cuales decían que el primero era la libertad en compañía necesaria de la igualdad y fraternidad[5]. ¡Oh ligereza! ¡Oh fatuidad!, ¡Oh insipiencia! En efecto, su libertad terminó en despotismo de los prepotentes sobre los débiles; la igualdad en una multitud siempre creciente de proletarios por un lado y una oligarquía de millonarios siempre más prevalecientes por el otro; la fraternidad, por último, terminó en un fermento de divisiones internas por todas partes y un odio inextinguible de clases contra clases. Tampoco están ocultas ya en nuestra época estas singulares cualidades.

Si bien hay muchos que todavía miran la superficie y no ven el carácter esencialmente satánico de la Revolución, sin embargo también hay otros que buscan un principio más profundo, y diligentemente comprenden que la cuestión religiosa está por debajo de las demás cosas que actualmente se agitan; que la plaga del liberalismo político y económico nació del liberalismo ateo y anticristiano del que arriba hablamos y finalmente, que el orden social de ninguna manera puede afirmarse y estabilizarse a menos que la Iglesia reasuma la dirección de las cuestiones sociales.

Ojalá que esta semilla madure con la ayuda divina, ojalá que los principios reconocidos teóricamente pasen a ser los fundamentos de la restauración; la cual deseamos con todo nuestro corazón, sabiendo que, bajo la actual legislación pagana en que vivimos, todavía puede haber individuos cristianos pero no una sociedad cristiana. De esta forma buscamos por completo el reino de Dios y su justicia, aunque no despreciamos las demás cosas que se dan por añadidura y nos parece que del influjo saludable de la Iglesia puede decirse lo que está escrito de la piedad: “para todo es útil, y tiene la promesa de la vida presente y de la futura”.






[1] Hay que advertir que el libro del Apocalipsis se divide en tres partes, según los tres oficios del ministerio profético; el primero es amonestar, corregir, instruir en justicia, el segundo predecir lo futuro y el tercero incitar al bien por medio de las promesas. En efecto estas tres se encuentran de alguna manera mezcladas por  todo el libro desde el inicio hasta el fin, pero la división se hace según el argumento principal de los diversos capítulos y esta triple división consta ya que en la primera parte están las admoniciones a las iglesias (Cap. II y III), en la segunda, después de abrirse el libro sellado con siete sellos, se predice el futuro (desde el cap. IV hasta el XX inclusive) y finalmente en la tercera parte la promesa de la felicidad del siglo venidero y su descripción en la imagen simbólica de la nueva ciudad Santa: Jerusalén (cap. XXI y XXII). Ahora solo hablaremos de las admoniciones a las Iglesias.

[2] Al ángel de la Iglesia de Éfeso escríbele: conozco tus obras, tus trabajos y tu paciencia  y que no puedes sufrir a los malos, y que has probado a los que se dicen apóstoles y no son y los has hallado mentirosos… esto empero tienes: que aborreces las obras de los Nicolaítas que yo también aborrezco, etc.”.

[3] “Al ángel de la Iglesia de Pérgamo escríbele: “Sé donde moras; allí donde está el trono de Satanás, y con todo retienes mi nombre y no has negado mi fe… etc.”.

[4] Al ángel de la Iglesia de Tiatira escríbele: “conozco tus obras y tu fe, tu caridad y tu ministerio y que tus obras postreras son más que las primeras, etc.”.

[5] “Los representantes del pueblo constituidos en asamblea nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne los derechos naturales, inalienables y sacros del hombre… Articulo 1: los hombres nacen y mueren libres e iguales en derecho, etc., etc.” (Declaración de los derechos del hombre de 1789).