sábado, 29 de marzo de 2025

Algunas notas a Apocalipsis XXI, 2

 2. Y la ciudad, la santa Jerusalén nueva, vi descendiendo del cielo desde de Dios, preparada como esposa adornada para su esposo. 

Concordancias: 

Τὴν πόλιν τὴν ἁγίαν Ἱερουσαλὴμ καινὴν (la ciudad, la santa, Jerusalén nueva): cfr. Mt. V, 14; Gál. IV, 26; Heb. XI, 10.16; XII, 22; XIII, 14; Apoc. III, 12; XX, 9; XXI, 10.14-16.18-19.21.23; XXII, 14.19. Ver Gál. IV, 25; Apoc. XI, 2.8.13; XIV, 20; XX, 9 (Jerusalén Terrena); Apoc. XVI, 19; XVII, 18; XVIII, 10.16.18-19.21 (Babilonia).

 Καταβαίνουσαν (descendiendo): cfr. Apoc. X, 1 (San Gabriel); XII, 12 (Diablo); XIII, 13 (fuego); XVI, 21 (granizo); XVIII, 1 (San Gabriel); XX, 1 (San Miguel); XX, 9 (fuego); III, 12; XXI, 10 (Jerusalén Celeste).

 Ἐκ τοῦ οὐρανοῦ ἀπὸ τοῦ Θεοῦ (del cielo desde Dios): cfr. Apoc. III, 12; XXI, 10.

 Ἡτοιμασμένην (preparada): término usado muy a menudo para significar la misma realidad expresada aquí: la preparación de la Iglesia para con su Esposo. Cfr. Mt. III, 3; XX, 23; XXII, 4; XXV, 34.41; XXVI, 17.19; Mc. I, 3; X, 40; XIV, 12.15.16; Lc. I, 17.76; II, 31; III, 4; XII, 47; XXII, 8.9.12.13 Jn. XIV, 2 s.; Heb. XI, 16; Apoc. XIXI, 7. Ver Apoc. VIII, 6; IX, 7.15; XII, 6; XVI, 12.

 Νύμφην (esposa): cfr. Jn. III, 29; Apoc. XXI, 9; XXII, 17. Ver Apoc. XVIII, 23.

 Κεκοσμημένην (adornada): cfr. Mt. XXV, 7; Apoc. XXI, 19. Ver Mt. XII, 44; Lc. XI, 25; XXI, 5; I Tim. II, 9-10; I Ped. III, 5.

 Ἀνδρὶ (esposo): Hápax en el Apocalipsis. cfr. Mt. VII, 24.

  

Notas Lingüísticas:

 Allo: “ἐκ… ἀπὸ (del… de parte): ἐκ indica el origen, ἀπὸ, el autor (Bousset)”.

  

Comentario:

martes, 25 de marzo de 2025

Algunas notas a Apocalipsis XXI, 1

 Capítulo XXI


1. Y vi cielo nuevo y tierra nueva; en efecto, el primer cielo y la primera tierra se fueron y el mar no es ya.

 

Concordancias: 

Οὐρανὸν καινὸν καὶ γῆν καινήν (un cielo nuevo y una tierra nueva): cfr. II Ped. III, 13.

 Ἀπῆλθαν (se fueron): cfr. Apoc. X, 1.9; XI, 14; XII, 17; XVI, 1; XVIII, 14; XXI, 4.

 Θάλασσα (mar): cfr. Apoc. VII, 1-3; VIII, 8-9; X, 2.5.8; XII, 12.17; XIII, 1; XVI, 3; XVIII, 21; XX, 13 (?). Ver Apoc. IV, 6; V, 13; X, 6 XIV, 7; XV, 2; XVIII, 17.19; XX, 8.

  

Comentario:

 El mar ¿es el Éufrates o se debe entender literalmente? Parece que es literalmente ya que se nombra junto a “el cielo y la tierra”. Si esto es así entonces podría explicarse por la unión de los continentes, tal como sucedió antes del diluvio o por un cambio accidental.

 Straubinger: “Habían pasado en XX, 11, sin duda junto con el mar, como aquí vemos. No se dice que esto sucediese mediante el fuego de XX, 9, sino que "huyeron" ante la faz de Dios (XX, 11). También se habla de fuego en I Cor. III, 13 y en II Pedro III, 12 (cf. notas), pero rodeado de circunstancias que no es fácil combinar con las que aquí vemos. Por ello parece que hemos de ser muy parcos en imaginar soluciones, que pueden ser caprichosas, en estos misterios que ignoramos (cf. XX, 11 y nota). Aquí, como observa Gelin, aparece a la vista de los elegidos "un cuadro nuevo y definitivo", por lo cual parecería tratarse ya de lo que San Pablo nos hace vislumbrar en I Cor. XV, 24.28”.

 Straubinger: “Cielo nuevo y tierra nueva se anuncian también en Is. LXV, 17 ss. como en LXVI, 22 (cf. notas); pero allí aún se habla de algún muerto, y de edificar casas y de otros elementos, que aquí no se conciben[1] y que Fillion atribuye a "la edad de oro mesiánica" y Le Hir llama retorno a la inocencia primitiva (cf. Is. XI, 6 ss; Ez. XXXIV, 25; Zac. XIV, 9 ss.; Mat. XIX, 28; Hech. III, 21; Rom. VIII, 19 ss.; etc.)”.

viernes, 21 de marzo de 2025

Introducción a Jesucristo, el verdadero Isaac, por el P. Louis-Hilaire Caron (III de III)

 II. Pero no basta que la figura, para ser demostrativa, tenga un indudable parecido con el objeto que representa; es necesario, además, que ese parecido sólo haya tenido a Dios como autor. Porque si fuera efecto del azar o de la impostura, es obvio que no demostraría nada.

Ahora bien, es muy fácil averiguar si el parecido entre el objeto figurativo y el objeto figurado es efecto de la casualidad u obra de la impostura.

Porque, en primer lugar, «el sentido común distingue fácilmente –dice el P. Felicité de Lamennais[1]– lo que puede ser efecto fortuito, de lo que debe atribuirse a una causa determinada, sin la cual, no pudiendo ni siquiera sospechar la existencia del orden, no tendríamos idea de él»[2].

«El azar –dice el orador romano– nunca imita perfectamente a la verdad, nunca se asemeja perfectamente a ella en todos los aspectos»[3].

«Si uno tuviera ante sus ojos –dice Fenelón–, un hermoso cuadro que representara, por ejemplo, el paso del Mar Rojo por Moisés, a cuya voz las aguas se dividieron y se levantaron como dos muros para permitir a los israelitas pasar a pie seco a través del abismo, vería, por un lado, esa innumerable multitud de personas llenas de confianza y alegría, levantando las manos al cielo, y del otro, se vería al Faraón con los egipcios, llenos de confusión y miedo al ver las olas que se reunirían para tragarlos.

»En verdad, ¿dónde estaría el hombre que se atreviera a decir que una sirvienta, chapuceando en la tela con una escoba, haría que los colores se dispusieran por sí mismos para formar ese vívido colorido, esas actitudes tan variadas, esos gestos faciales tan apasionados, ese bello orden de figuras en tan gran número sin confusión, esa disposición admirable de drapeados, esas distribuciones de luz, esas degradaciones de colores, esa perspectiva exacta, y, en fin, todo lo que el genio más sublime de un pintor puede representar?[4]».

lunes, 17 de marzo de 2025

Introducción a Jesucristo, el verdadero Isaac, por el P. Louis-Hilaire Caron (II de III)

 II. Ahora bien, puesto que el Antiguo Testamento contiene los grandes e inefables misterios del reino de Dios, ocultos bajo una prodigiosa variedad de símbolos y enigmas, ¿no sería estudiarlo como judío, y no como cristiano, no levantar el velo con el que está cubierto y contentarse con una superficie rica en verdades y preciosidades, pero que oculta, dice el sabio Rollin[1], otras riquezas de un precio infinitamente más estimable? No buscar nada más allá de la letra sería, pues, renunciar a las mayores ventajas de este libro divino; ignorar lo que es su alma, y privar a nuestra santa religión de la más bella, sensible y convincente de todas sus pruebas, las que resultan de la milagrosa analogía de los hechos contenidos en los dos Testamentos. ¿Está Nuestro Señor en todas partes en estos libros sagrados para no ser visto allí? ¿quién puede creerlo? Y si está ahí para nuestra instrucción, como no podemos dudar razonablemente, ¿no es de suma importancia tratar de descubrir las maravillas inefables que el espíritu de Dios ha ocultado bajo el velo sagrado de la letra, escudriñar esa mina fértil de tesoros celestiales, excavar esos manantiales inagotables de agua viva, que los enemigos del verdadero Isaac se esfuerzan por llenar con tierra (Gén. XXVI, 15-18), es decir, con interpretaciones carnales?

Este es el plan que nos hemos formado, y a cuya realización dedicaremos todos los momentos de ocio que las múltiples funciones del santo ministerio puedan dejarnos.

Ya en el Ensayo sobre las similitudes entre el Santo Patriarca José y Nuestro Señor Jesucristo[2], publicado en 1825, nos hemos esforzado por mostrar con qué claridad, precisión y exactitud el Hijo de Dios fue prefigurado por los más pequeños detalles de la historia del hijo de Jacob[3]. Dios se ha dignado bendecir este primer fruto de nuestros trabajos y hacerlo útil para su gloria, pues hemos tenido la satisfacción de saber, por parte del Sr. Drach, sabio rabino converso, que «este libro causa una profunda impresión en todos los israelitas que lo leen, y ha contribuido a la conversión de algunos de ellos»[4].

lunes, 3 de marzo de 2025

Introducción a Jesucristo, el verdadero Isaac, por el P. Louis-Hilaire Caron (I de III)

 Introducción a Jesucristo, el verdadero Isaac, o La divinidad del cristianismo demostrada por la historia del Santo Patriarca Isaac

Por el P. Louis-Hilaire Caron

 

Nota del Blog: Sobre el autor, ya habíamos publicado antes algunas cosas de otro de sus libros, las similitudes entre José, hijo de Jacob y Nuestro Señor. Ver ACÁ.

 

INTRODUCCIÓN

 

Siendo Nuestro Señor Jesucristo «el fin de todas las obras de Dios, dice el gran obispo de Meaux[1], todo lo que se ha hecho de extraordinario desde el principio del mundo no miraba más que a él. Todas las cosas sucedían a nuestros padres en figura (Gál. IV, 3; I Cor. X, 11), dice San Pablo. Para aclarar esta verdad[2] con la doctrina del santo Apóstol, expongamos primero este principio: todo lo que actúa por medio de la inteligencia se propone necesariamente un fin con el que relaciona sus acciones; y cuanto más perfecta es la causa, más exacta es la relación, y la razón de esto es evidente; pues si la causa es más excelente, se sigue que la operación está mejor ordenada. Ahora bien, es cierto que el orden consiste en la concordancia del fin con los medios, y de esta concordancia resulta esa rectitud que se llama orden.

»Asumida esta verdad, pasemos ahora a decir: la ley mosaica es obra de la inteligencia, y de inteligencia infinita, pues es una obra del espíritu de Dios. Por lo tanto, tiene un fin al que está destinada, y cuando conocemos este fin, no debemos dudar de que todas las partes de la ley están relacionadas con él. Ahora bien, el Apóstol Pablo nos asegura que Jesucristo es el fin de la ley (Rom. X, 4). Por esta razón los Patriarcas y Profetas suspiraban continuamente por su venida, porque Él era el fin de la ley y el tema principal de sus profecías. De esto se desprende que todas las ceremonias de la ley, todas sus solemnidades, todos sus sacrificios, se referían únicamente al Salvador, y que no hay página de las Escrituras en la que no lo veamos, si nuestros ojos están suficientemente afinados.

»Y ciertamente, puesto que a nuestro gran Dios le agradó revestirse de carne humana, era conveniente que, al igual que este misterio se había cumplido, celebráramos su grandeza con acción de gracias; así también, los que precedieron a su realización vivían en la expectativa de esa felicidad que iba a llegar a nuestra naturaleza. Es cierto que el Verbo eterno, al hacerse hombre, nació en un tiempo limitado, pues es consecuencia de la condición humana. La eternidad se combinó con el tiempo para que los que están sujetos al tiempo puedan aspirar a la eternidad. Pero, aunque la venida del Salvador fue detenida por un cierto tiempo por los designios de la divina Providencia, es necesario reconocer que el misterio del Verbo encarnado debía llenar y honrar todos los tiempos. Por eso era conveniente que, donde no estaba por la verdad de su presencia, lo estuviera, al menos de otra manera, por figuras muy excelentes. Por eso la ley de Moisés está llena de figuras maravillosas que nos representan al Salvador Jesús. Esto es lo que hizo decir a Tertuliano: ¡Qué antiguo es Jesús en la novedad de su Evangelio[3]! Lo que honramos es nuevo porque Jesucristo lo trajo a un nuevo día; lo que honramos es antiguo porque su figura se encuentra desde los primeros tiempos».

jueves, 27 de febrero de 2025

Algunas notas a Apocalipsis XX, 14-15

 14. Y la Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. Ésta, la muerte, la segunda, es el lago de fuego.

 Concordancias:

 Ὁ Θάνατος, καὶ ὁ Ἅιδης (la Muerte y el Hades): cfr. Apoc. I, 18; (¿IX, 6?); VI, 8; XX, 13. Ver Apoc. II, 11; XX, 6.14; XXI, 8 (segunda muerte – Lago fuego y azufre).

 Ἐβλήθησαν (fueron arrojados): cfr. Mt. III, 10; V, 25.29; VI, 30; VII, 19; XIII, 42.48.50; XVIII, 8-9.30; XXI, 21; Mc. IX, 42.45.47; XI, 23; Lc. III, 9; XII, 49.58; Jn. XV, 6; Apoc. XIV, 16.19; XVIII, 21; XIX, 20; XX, 3.10.15. Ver Apoc. II, 10; VI, 13; VIII, 5.7-8; XII, 9-10.13.

 Τὴν λίμνην (el lago): cfr. Lc. VIII, 33; Apoc. XIX, 20; XX, 10.15; XXI, 8.

 τοῦ πυρὸς (de fuego): cfr. Lc. IX, 54; XII, 49; XVII, 29; Hech. II, 19; Apoc. I, 14; II, 18; III, 18; IV, 5; VIII, 5.7-8; IX, 17-18; X, 1; XI, 5; XIII, 13; XIV, 10.18; XV, 2; XVI, 8; XVII, 16; XVIII, 8; XIX, 12.20; XX, 9-10.15; XXI, 8. Ver Apoc. IX, 17a.

  θάνατος δεύτερός (la muerte, la segunda): cfr. Apoc. II, 11; XX, 6; XXI, 8 (Lago de fuego y azufre). Ver Apoc. I, 18; (II, 23); VI, 8; (IX, 6); XX, 13-14 (Primera Muerte - Hades).

 

 Comentario:

 Straubinger: “Sólo aquí se ve que no habrá más muerte sobre la tierra. Por eso San Pablo dice que "la muerte será el último enemigo destruido" para que todas las cosas queden sujetas bajo los pies de Jesús (I Cor. XV, 26; Ef. I, 10) y Él pueda entregarlo todo al Padre (I Cor. XV, 24 y 28)”.

domingo, 23 de febrero de 2025

Algunas notas a Apocalipsis XX, 12-13

 12. Y vi los muertos, los grandes y los pequeños, estando de pie ante el trono y libros se abrieron; y otro libro se abrió, que es el de la vida y fueron juzgados los muertos de las cosas escritas en los libros, según sus obras.

 Concordancias:

 Νεκροὶ (muertos): cfr. Apoc. I, 5.18; II, 8; III, 1; XI, 18; XIV, 13; XVI, 3; XX, 5.13.

 τοὺς μεγάλους καὶ τοὺς μικρούς (los grandes y pequeños): cfr. Apoc. XI, 18; XIII, 16; XIX, 5.18.

 Ἑστῶτας ἐνώπιον τοῦ θρόνου (estando de pie ante el trono): cfr. Apoc. VII, 9.11. Ver Apoc. VIII, 2; XI, 4.

 βιβλίοις (libros): cfr. Apoc. V, 1-5.8-9. Ver Apoc. I, 11; VI, 14; X, 8; XIII, 8; XVII, 8; XXI, 27; XXII, 7.9-10.18-19.

 ἠνοίχθη (se abrió): cfr. Apoc. III, 7-8.20; IV, 1; V, 2-5.9; VI, 1.3.5.7.9.12; VIII, 1; IX, 2; X, 2.8; XI, 19; XII, 16; XIII, 6; XV, 5; XIX, 11.

 ζωῆς (vida): cfr. Fil. IV, 3; Apoc. III, 5; XIII, 8; XVII, 8; XX, 15; XXI, 27; Sal. XXXII, 33; LXVIII, 29; Dan. XII, 1.

 ἐκρίθησαν (fueran juzgados): cfr. Jn. IX, 39; XII, 48; II Tes. II, 12; Apoc. VI, 10; XVI, 5 (habitantes de la tierra); XI, 18; XX, 13 (vivos y muertos); XVIII, 8.20; XIX, 2 (Babilonia por muerte a mártires del Anticristo).11 (Anticristo - Juicio de las Naciones).

 γεγραμμένον (escrito): cfr. Apoc. I, 3.11.19; II, 1.8.12.17-18; III, 1.7.12.14; V, 1; X, 4; XIII, 8; XIV, 1.13; XVII, 5.8; XIX, 9.12.16; XX, 15; XXI, 5.27; XXII, 18-19.

 τὰ ἔργα αὐτῶν (sus obras): cfr. Mc. XIII, 34; Apoc. II, 2.5-6.19.22-23.26; III, 1.2, 8.15; IX, 20; XIV, 13; XV, 3; XVI, 11; XVIII, 6; XX, 13.

  

Comentario:

 Juicio de muertos: Inde venturus est iudicare vivos et mortuos.