LIBRO DE LO JUSTO - LIBRO DE YASCHAR
Yaschar (Sepher Haiyaschar) o Libro de lo justo
Traducido por primera vez del texto hebreo rabínico, con notas y
precedido de un ensayo sobre este libro,
Por el Caballero Paul L. B. Drach
Nota
del Blog: Damos a continuación la introducción que nuestro Drach hizo a la
traducción de un apócrifo judío citado por dos veces en la Biblia. Creemos que
es de mucha utilidad para entender algunas cuestiones relativas a la composición
de los libros canónicos. El libro de lo justo presenta, además, muchos
agregados que no están en la Biblia y que, como dice Drach, están como
faltando.
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Tomado del Dictionnaire
des apocryphes, vol. II, col. 1069-1310, de Jacques-Paul Migne, 1858.
PRÓLOGO
1. El
libro, cuya primera traducción ofrecemos al público, se conoce generalmente con
el título de Yaschar, הישר ספר, es decir, Libro de lo justo;
pero él mismo se titula en la primera línea del texto: Libro de la
Generación de Adán, אדם
תולדת ספר. Este
título, tomado de Gén. I, 1, también puede traducirse: Libro de la Historia
del Hombre. Un autor antiguo lo cita bajo otro título: הימים דברי, Crónica o Anales,
y הארוך הימים דברי, Crónica larga, Anales largos[1].
La explicación de estos diversos títulos se encontrará en lo que tendremos que
decir más adelante sobre el propio libro.
2. El título Yaschar, que aparece dos veces en el texto original del Antiguo Testamento (Jos. X, 13 y II Sam. I, 18), ya atrajo la atención de los Doctores de la Sinagoga y Padres de la Iglesia, y hasta hoy ha seguido siendo objeto de investigación y meditación de los estudiosos que se ocupan de las cuestiones bíblicas. La mayoría de ellos, dominados por ideas preconcebidas, como ocurre con demasiada frecuencia, en lugar de buscar la luz en los documentos antiguos, y penetrar hasta el fondo de la cuestión, se han dejado llevar por la imaginación, esa loca de la casa, como la caracterizó Santa Teresa. El Yaschar, un auténtico Proteo, adopta todo tipo de formas bajo sus plumas. Algunos lo convierten en una colección de odas heroicas en honor a los fuertes o a un solo fuerte de Israel. Abre los libros de los demás, y te parecerá unas veces una elegía fúnebre, έπικήδειον, otras, una colección de himnos sagrados; y luego, cambiando la fantasmagoría, es un ritual que regula los deberes religiosos y las ceremonias del culto. No acabaríamos aquí si quisiéramos mostrar al lector todas las metamorfosis que ha sufrido el pobre Yaschar.
3. Son sobre todo
los exegetas alemanes los que dan rienda suelta a su imaginación cuando se les
pregunta qué era este libro. Porque ninguna hipótesis, por muy extraña que sea,
les detiene, siempre que impacte por su extrañeza, y, sobre todo, que anule las
creencias admitidas por todas las generaciones desde la más alta antigüedad. Un
doctor inglés, ministro de la palabra de Dios, se ha vuelto un
apasionado discípulo de estos racionalistas temerarios para aprender de ellos
el modo de demoler pieza por pieza, por medio de paradojas, todo el edificio de
las Sagradas Escrituras. Los maneja con una audacia y utopías que demuestran lo
mucho que se ha beneficiado de las lecciones de sus maestros. Y, para
convertirse él mismo en maestro, ha creado su propia obra maestra.
Encontró el Yaschar, no enterrado bajo un montón de manuscritos
polvorientos en alguna biblioteca inexplorada, sino en el Pentateuco, que,
según el ministro anglicano y sus Gamalieles germanos, no llegó a existir hasta
la época de Josías, rey de Judá, es decir, más de ochocientos años después de
Moisés. Así es como sucedió: Helcías, el Sumo Sacerdote de la época, fusionó
las leyes del legislador del Horeb precisamente con nuestro Yaschar. Tal
es el origen asignado al Pentateuco por la sagacidad de las autoridades
racionalistas del otro lado del Rin. Se trataba, pues, de la simple operación
de sacar al Yaschar de esta amalgama. Esto es lo que ha hecho
valientemente el ministro anglicano en un libro publicado en Berlín con el
título: Yashr fragmenta archetypa carminum Hebraicorum. El P. Cruice,
superior de la École des Hautes Etudes Ecclésiastiques, ha hecho
justicia a esta excéntrica obra, así como a los excesos y quimeras de la
exégesis racionalista alemana en general, en un ingenioso artículo escrito con
el talento y erudición que distinguen a este eclesiástico, una de las más
bellas glorias del clero francés[2].
4. Leemos en el mismo artículo:
«Más allá del Rin, la imaginación lo domina todo, la historia, la filosofía, incluso la teología. Existe, bajo el cielo germánico, no sé qué poderoso encanto que lleva a vagos ensueños».
En efecto, quien no
conoce los libros publicados en Alemania no puede hacerse una idea de los
desvaríos, de los desenfrenos del espíritu del racionalismo en ese país. Y
estas desviaciones impías, fruto de la libre interpretación del sistema
protestante, se difunden bajo el pomposo título de hermenéutica y exégesis
bíblica. El mito juega un papel importante: las verdades más positivas, las
creencias más fundadas se convierten en mitos, en concepciones poéticas, en
vanas alegorías. Estos tristes excesos no dejan de aumentar. Strauss ha
mitificado la persona divina de Nuestro Señor Jesucristo. Se le podría mostrar,
siguiendo su ejemplo, que se puede hacer un mito más exacto de Napoleón I y su
familia que el que él hizo, pero, sin embargo, encontró una sucesión de
imitadores que siguieron sus pasos, hasta Feuerbach, del que se pensaba que
había llegado al límite extremo de las utopías ridículas, pero se vio
sobrepasado por otros. Sin embargo, la existencia de Jesucristo, atestiguada
por tantos monumentos y una tradición que se remonta sin interrupción a la
época de la vida terrestre del Verbo hecho carne, interfirió desagradablemente
en su manía de convertirlo en un ser fantástico, en un mesías imaginario. Pero
al final uno de estos cerebros X arregló el asunto de la siguiente manera, para
gran aplauso de los demás racionalistas: sí, Jesús existió; pero fue un hombre
nacido como cualquier otro, de un padre y una madre. Sólo Dios, asombrado o, si
se quiere, encantado por su virtud y ciencia excepcional, lo asoció a su
divinidad. Aconsejamos al ingenioso autor de este expediente que no solicite
una patente. Otros herejes le precedieron hace casi mil ochocientos años. Según
Cerinto, Jesús, nacido a la manera ordinaria de los hombres, había llegado a la
dignidad de Cristo por el progreso de su virtud[3].
Carpócrates enseñó que Jesucristo era por naturaleza lo que son todos los
hombres, pero se diferenciaba de ellos por la santidad de su vida, por su
sabiduría, virtud y justicia. Su alma, habiendo cumplido todos sus deberes, se
unió al Padre celestial[4]. Los ebionitas decían que
Jesús era un profeta de verdad, que se había convertido en Cristo, Hijo de Dios
por progresión y conjunción con Dios, efecto de su tendencia hacia Él[5].
5. Desde hace algún
tiempo, los enemigos de la religión se encargan de aclimatar en Francia las más
extrañas divagaciones de las delirantes imaginaciones de la Alemania racionalista;
y los que prostituyen con estas extravagancias exegéticas con un cierto
talento para escribir son, por desgracia, defendidos y alentados.
[2] Revue contemporaine, marzo de
1856. Un erudito de Burdeos, el Sr. Brunet, nos dice que hay un folleto en
inglés, impreso en un pequeño número, y no entregado al comercio: Bibliographical
notes on the book of Jasher, Londres, 1833. Once páginas in-8°. No hemos
podido encontrar este trabajo.
El Galignani`s Messenger, del 12 de noviembre de 1828, anuncia que se ha encontrado el libro de Yaschar. «Esta antigua obra, escribía, fue obtenida a gran costo por Alcazius, el hombre más ilustre de su tiempo, en Gazan, Persia, donde parece haberse conservado desde la época del regreso de los judíos del cautiverio babilónico, habiendo sido llevada por Ciro a su propio país». Dudamos que el hecho sea cierto, pues un libro de esta importancia no habría dejado de ser publicado.
[3] Epif. Adv. haer. Lib. I, p. 53, C, de la edición de Colonia.
[4] Id. p. 102 D y 103 A.
[5] Id. p. 142 C. El error de Berruyer, condenado por la Santa Sede bajo
Benedicto XIV y Clemente XIII, contiene algo del veneno de estas antiguas
herejías.