domingo, 20 de noviembre de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Apéndice 2: El Nacimiento Virginal del Mesías y las dos Genealogías

 Apéndice 2: El Nacimiento Virginal del Mesías y las dos Genealogías

 El Mesías Rey debía pertenecer a la casa de David. Este gran anuncio fue hecho al mismo David por medio del profeta Natán (II Rey. VII, 16), confirmado con juramento (Sal. LXXXVIII, 3-4.35-37) y reafirmado a Israel por Jeremías cuando el pueblo cayó en idolatría (Jer. XXXIII, 14-26). 

“Nunca faltará a David un descendiente

Que se siente sobre el trono de la casa de Israel” (v. 17). 

Y este hombre será llamado “Jehová, justicia nuestra” (XXIII, 6). Jeremías habla, pues, de un rey futuro, descendiente de David, pero en términos tan elevados que no pueden convenir más que a aquel de quien Isaías dice que será el Emmanuel, es decir Dios con nosotros. 

“He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is. VII, 14; cf. Mt. I, 23). 

La duda, por otra parte, no es posible, pues el mismo profeta precisó que el niño será rey, sentado sobre el trono de David: 

“Porque un Niño nos ha nacido,

Un Hijo nos ha sido dado,

Que lleva el imperio sobre sus hombros...

Se dilatará su imperio, y de la paz no habrá fin.

(Se sentará) sobre el trono de David

Y sobre su reino... desde ahora para siempre jamás” (Is. IX, 6-7).

Este anuncio se vuelve perfectamente claro si se relaciona con las palabras del ángel Gabriel a María: 

“He aquí que vas a concebir en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado el Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su reinado no tendrá fin” (Lc. I, 30-33). 

Que el nacimiento de Jesús no fue según la ley natural, por el matrimonio de José y María, se ve por Mt. I, 18-25 y Lc. I, 35. La promesa de Gén. III, 15 debía cumplirse por “la descendencia de la mujer”. Ahora bien, la palabra “descendencia” (en hebreo zêra) es empleado siempre en las Escrituras –excepto aquí– cuando se habla del hombre o de un animal macho. 

La promesa no se podía realizar en María más que por una intervención sobrenatural: 

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá” (Lc. I, 35). 

En el Evangelio tenemos dos genealogías de Jesucristo. 

1. En Mateo, por José, remontando hasta Abraham: la genealogía del rey que desciende de David (I, 1-17). 

2. En Lucas por María, remontando hasta Adán, la genealogía del descendiente de David según la carne (Lc. III, 23-28). 

En una, José es hijo de Jacob (su padre natural), en la otra, es “hijo de Helí”, según la ley (desde el punto de vista legal), debido al matrimonio con la hija de Helí, María[1]. 

Era, por lo tanto, tenido “legalmente” como hijo de Helí y es así que Jesús era “legalmente” hijo de José. 

En Mateo se dice que “Jacob engendró a José”, en Lucas “José, hijo de Helí”, pero es preciso comprender esta mención según el uso judío. Saúl llamó a David “mi hijo” (I Rey. 24, 17), porque se había casado con su hija. 

José no puede llamarse “hijo de Helí” más que por su matrimonio con María, hija de Helí. 

¿Por qué, pues, dos genealogías diferentes, para remontar de Helí a David, uno por Natán y el otro por Salomón? 

Los hijos que nacieron a David después que fue coronado rey de Israel están enumerados en I Par. III, 5-9 y entre ellos, Natán y Salomón. 

Salomón fue el heredero al trono. Jesús no podía, pues, reinar “sentado sobre el trono de David” más que descendiendo por Salomón. Si no hubiera sido descendiente de David más que por Natán, hubiera sido privado del trono. Por el contrario, la descendencia legal por José era la línea real. 

Pero, por otra parte, no podía ser hijo de José, en el sentido natural del término. Y aquí tenemos una prueba de su nacimiento virginal, preparado por Dios desde hacía muchos siglos. 

En efecto, José descendía de David por la línea real de Salomón, pero esta línea traía consigo un maldito, el rey Joaquín, o Jeconías (I Par. III, 16; Mt. I, 11-12), del cual había dicho Dios: 

“Como varón que no ha prosperado durante toda su vida, pues no logrará que un descendiente suyo se siente en el trono de David para reinar en Judá” (Jer. XXII, 30). 

Y por las razones dadas por el profeta (XXII, 13-19.24-30), pero sobre todo a causa de su padre, Joakim, que había desgarrado y arrojado al fuego de un bracero el libro de las profecías de Jeremías. Esta actitud con respecto a la Palabra de Dios había atraído sobre él un juicio terrible: 

Así dice Jehová respecto de Joakim, rey de Judá: No tendrá quién se siente sobre el trono de David… y castigaré su iniquidad no solamente en él, sino también en su descendencia” (Jer. XXXVI, 20-31). 

José no podía, pues, ser el padre natural de Jesús, pues ningún descendiente de Jeconías podía sentarse sobre el trono de David y “prosperar” allí. 

Para que se cumplan las palabras del ángel Gabriel a María era preciso que Jesús uniera la corona de David, que no podía tener más que descendiendo de él por Salomón, a la descendencia natural, que no podía ser por Salomón-Jeconías-José, y que lo fue por Natán-Helí-María. 

Era preciso, pues, que Jesús fuera hijo legal de José, sin que participara en su concepción y que se cumpliera la profecía de Isaías: 

“He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo”. 

Al momento del censo ordenado por Augusto “todos iban a hacerse empadronar, cada uno a su ciudad” (Lc. II, 3). 

José, al descender de David, debió ir a Belén y llevó a María con él, porque también descendía de David. 

Para que sean “empadronados” era preciso que hubiera documentos que probaran sin dudas su descendencia de David. Y hay razón para creer que Mateo y Lucas establecieron sus genealogías según estos documentos. 

Si Jesús no hubiera podido pretender descender de David y el derecho a la corona real, los judíos no hubieran dejado de denunciarlo como impostor el día en que entró en Jerusalén, aclamado como “Hijo de David” (Mt. XXI, 9-11). 

Es necesario remarcar que cualquiera podía verificar entonces semejante descendencia, por medio de las genealogías conservadas en el Templo de Jerusalén, pero después de su destrucción por Tito, el año 70, con todos los archivos, ya ningún judío puede probar que desciende de David. 

Sólo Jesús, nacido “rey de los judíos” (Mt. XXII), crucificado “rey de los judíos” (Jn. XIX, 19), podrá, en su Retorno, imponerse a Israel y a Judá reunidos, como rey y descendiente de David. 

 

a) Salomón –Línea real: Jeconías –José[2]

 

David se casó con Betsabee:                                                                                      Jesús

 

 b) Natán –Línea natural: María[3] 

 

El esquema de arriba muestra cómo Dios preparó e hizo necesario el nacimiento virginal de Jesús. 

José no podía ser su padre natural, dado que descendía de Jeconías, del cual ningún hijo debía sentarse sobre el trono de David y “prosperar” allí (Jer. XXII, 24-30). 

Pero, por otra parte, Jesús no tenía derecho al trono de David por María, que no pertenecía a la descendencia real. 

Debía tener derecho al trono, sin descendencia natural, por José. 

Debía tener la descendencia de David, según la carne, por María. 

El título real no había sido suprimido por el juicio divino que cayó sobre los descendientes de Jeconías.



 [1] Los evangelios apócrifos y algunas tradiciones orientales nos han conservado el nombre de Joaquín como padre de la Virgen María, pero San Lucas le da el nombre de Helí. “No hay contradicción. Helí o Eli es la abreviatura de Eliaquim, que es el equivalente de Joaquín” (P. Prat, Dictionnaire de la Bible de Vigouroux, vol. III, col. 169), solamente difiere el nombre divino: Jo, el eterno, o El, Dios. Es así que el hijo de Josías, Eliaquim, fue luego llamado Joaquín (IV Rey. 23, 34); en Judith, el Sumo Sacerdote es llamado a veces Joaquín, a veces Eliaquim

[2] Mt. I, 1-17. 

[3] Lc. III, 23-28.