domingo, 25 de septiembre de 2022

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Segunda Parte, Las Congregaciones alrededor de Cristo (IV de IV)

 e) La Vendimia para las Naciones 

Las naciones coaligadas marcharán, pues, a Jerusalén, tomarán la ciudad, pero en medio de la angustia general, el Eterno –Cristo– aparecerá sobre el caballo blanco y combatirá a las naciones. 

“Se llama Fiel y Veraz, juzga y pelea con justicia” (Apoc. XIX, 11). 

La mera aparición de Cristo y sus ejércitos celestiales provocará un espantoso pánico en los que están coaligados con el Anticristo: 

“Agarrará cada cual la mano del otro,

Y alzará la mano contra su prójimo”. 

La Palabra de Dios será realmente el verdadero árbitro (Jn. XII, 48; Heb. IV, 12). Los que hayan menospreciado las profecías serán juzgados por ellas. El esplendor de su cumplimiento los enceguecerá, y es por eso que “sus ojos se corromperán en sus cuencas”; la Palabra de Dios, que debían proclamar, destruirá “sus lenguas que se les pudrirán en la boca” (Zac. XIV, 12). 

Es por eso que Cristo se les aparece con una espada aguda, la Palabra cortante y penetrante de la verdad y la justicia. Va a gobernar a las naciones “con vara de hierro” y llevará a cabo una terrible “vendimia”. 

“Él es quien pisa el lagar del vino de la furiosa ira de Dios el Todopoderoso” (Apoc. XIX, 15). 

La vendimia está puesta en relación a la siega, tanto en el Apocalipsis como en Joel, la siega para Israel, la vendimia para las Naciones: 

“Echa tu hoz afilada y vendimia los racimos de la vid de la tierra, porque sus uvas están maduras”. Y arrojó el ángel su hoz sobre la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó (la vendimia) en el lagar grande de la ira de Dios. 

El lagar fue pisado fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre que llegó hasta los frenos de los caballos, por espacio de mil seiscientos estadios” (Apoc. XIV, 18-20). 

Este mar de sangre humana, después de la sangre de los sacrificios de animales, es la culminación del pequeño hilo sangrante que sale del cuerpo de Abel y que se amplificó a través de los siglos, a tal punto que ahora fluye como agua… estas aguas en medio de las cuales se yergue la Cruz sangrante. 

En esto terminará la humanidad. Ya está al borde del lagar desbordante de la cólera de Dios. La locura de los preparativos de guerra prueba que los tiempos están cercanos y que todavía van a derramarse torrentes de sangre. 

f) El tumulto entre las Naciones 

Los profetas, con un vigor muy oriental, nos transmitieron la visión de los combates del Eterno –de Cristo– y de los ejércitos celestiales. 

David había visto esta congregación para la batalla suprema: 

“Tu pueblo está lleno de ardor, cuando congregues tu ejército. Son jóvenes guerreros, numerosos como el rocío que brota, por gotas, en el seno de la aurora. Llevan vestidos sacros”. 

Y he aquí que, al momento del combate, Dios mismo deja el trono y se coloca a la diestra del Ungido, a fin de destrozar junto con él a los reyes en el día de su cólera. 

“Juzgará las naciones, amontonará cadáveres, aplastará la cabeza de un gran país”. 

Entonces el rey vencedor toma un corto descanso para beber del agua del torrente durante el camino y levantar la cabeza (Sal. CIX). 

El combate ha terminado. Cristo va a ser reconocido Rey. 

El Salmo II es el que nos dice cómo se burla el Señor de las naciones que le han declarado la guerra y cómo va a consagrar a su Ungido, su Cristo. 

“¿Por qué se amotinan las gentes,

Y las naciones traman vanos proyectos?

Se han levantado los reyes de la tierra,

Y a una se confabulan los príncipes

Contra Jehová y contra su Ungido”. 

Dicen: 

“Rompamos sus coyundas,

Y arrojemos lejos de nosotros sus ataduras”.

El que habita en los cielos ríe,

El Señor se burla de ellos.

A su tiempo les hablará en su ira,

Y en su indignación los aterrará:

“Pues bien, soy Yo quien he constituido a mi Rey

Sobre Sión, mi santo monte”. 

Entonces el Eterno dice a Cristo: 

“Tú eres mi Hijo...

Pídeme y te daré en herencia las naciones,

Y en posesión tuya los confines de la tierra,

Con cetro de hierro los gobernarás,

Los harás pedazos como a un vaso de alfarero” (Sal. II). 

La vara de hierro va a caer sobre las naciones, sobre las autoridades sometidas a Satanás y Cristo Rey va a pisar el lagar del vino de la furiosa ira de Dios el Todopoderoso. 

Isaías nos ha dado una descripción feroz y magnífica de este gesto simbólico. Recordemos la gran realidad del Mesías que derramó su sangre y que vuelve en su gloria con los vestidos teñidos en sangre. 

La sangre exige sangre en toda justicia. 

“¿Quién es éste que viene de Edom,

De Bosra con vestidos teñidos (de sangre)?

¡Tan gallardo en su vestir,

Camina majestuosamente

En la grandeza de su poder!

“Soy Yo (dice Cristo) el que habla con justicia,

El poderoso para salvar”.

Se le pregunta:

“¿Por qué está rojo tu vestido

Y tus ropas como las de lagarero?”.

Cristo responde:

“He pisado yo solo el lagar,

Sin que nadie de los pueblos me ayudase: 

Ahora ha llegado “el día de la venganza”, que había dejado en la sombra cuando leyó el rollo del Libro en la sinagoga de Nazaret[1]. 

“Los he pisado en mi ira,

Y los he hollado en mi furor;

Su sangre salpicó mis ropas,

Manchando todas mis vestiduras.

Porque había fijado en mi corazón el día de la venganza,

Y el año de mis redimidos había llegado...

Pisoteé a los pueblos en mi ira,

Y los embriagué con mi furor,

Derramando por tierra su sangre” (Is. LXIII, 1-6)[2]. 

El día de la justicia ha llegado; el tiempo de la paciencia de Dios para con las naciones ha llegado a su término, y la “cólera del Cordero” no tiene piedad. El “día de la venganza” se despliega con toda su fuerza. 

“La tierra estará borracha de sangre, y su polvo será fertilizado con grasa. Porque es día de venganza para Jehová, año de venganza por la causa de Sión” (Is. XXXIV, 7-8). 

Ezequiel dice igualmente –con una dureza de lenguaje muy oriental y que sería desconcertante si no encontráramos las mismas expresiones en el Apocalipsis– dirigiéndose a las aves de presa y a las bestias salvajes: 

“Comeréis carne de héroes y beberéis sangre de príncipes de la tierra… beberéis sangre hasta la embriaguez” (Ez. XXXIX, 18-19). 

Juan ve un ángel de pie sobre el sol e invita, él también, a la gran congregación a las aves que vuelan en medio del cielo: 

“Venid, congregaos para el gran festín de Dios, a comer carne de reyes, carne de jefes militares, carne de valientes, carne de caballos y de sus jinetes, y carne de todos, de libres y esclavos, de pequeños y grandes” (Apoc. XIX, 18). 

En medio de esta carnicería, la Bestia es cogida y junto con ella el Falso Profeta. El mundo sin Dios que dominaban se va a derrumbar. 

Los textos escriturísticos, marcados con un lirismo aterrador, están allí para decirnos cuál será el derrumbamiento, la ruina, la destrucción de toda dominación y realeza cuando se manifieste la única autoridad real de Cristo para la restauración de todas las cosas.



 [1] Ver el capítulo “Con el Rollo del Libro”. 

[2] La imaginería de la Edad Media interpretó este tema bajo la figura del “lagar místico”. Cristo ensangrentado es, Él mismo, triturado, en el lagar. Interpretación errónea: esos textos no se pueden relacionar con la primera Venida del Señor, sino con la segunda. ¡La liturgia romana aplica también este texto, el martes Santo, a la Pasión, pero describe, por el contrario, los pródromos de la victoria de Cristo, en toda justicia, sobre sus enemigos, y no la victoria de sus enemigos contra Él!