viernes, 8 de noviembre de 2013

Castellani y el Apocalipsis, II. La llave de David (I de II)


La llave de David

Vamos a comenzar la sección con un caso que, creemos, tiene importantes consecuencias.
Al comentar uno de los dos títulos de Jesucristo en la sexta Iglesia, la de Filadelfia, nos parece que Castellani comete un serio error.
Por ahora dejaremos de lado el análisis de las épocas a las cuales se refieren cada una de ellas y nos centraremos sólo en un aspecto de la sexta.

El texto en cuestión es el siguiente[1]:

Esto es lo que dice el que es Santo
El que es veraz
El que tiene la llave de David
El que abre y nadie cierra
El que cierra y nadie abre.

Estas son las palabras de Nuestro Señor. Castellani trae este escueto comentario (énfasis nuestros; pag. 65):

Jesucristo invoca aquí no solamente su conocimiento y veracidad profetal (“la llave de David”) sino también su poder discriminatorio: las llaves de Pedro han vuelto a sus manos”.


Bien. Algunos podrán sacar de aquí, hoy en día, argumentos para ciertas posturas, pero es preciso saber que el texto está hablando de una cosa muy diversa a los sucesores de Pedro[2].
En primer lugar, y esto es clave (valga el juego de palabras) para entender el texto en cuestión, hay que tener en mente que estamos ante unas de las tantas citas  del Antiguo Testamento que se encuentran, passim, en el Apocalipsis. En este caso está tomada del cap. XXII de Isaías, vers. 15-25:

“Así dice el Señor, Yahvé de los Ejércitos: ve a ver a ese ministro, a Sobná, prefecto del palacio, (y le dirás): “¿Qué haces tú aquí? ¿Y quién eres tú en este lugar? Ya que te labras aquí un sepulcro. Te haces un sepulcro en lugar alto, tallando para ti una morada en la roca. He aquí que Yahvé te arrojará con golpe viril, y te hará rodar con violencia. Te enrollará como ovillo, te (lanzará) cual pelota en plaza espaciosa. Allí morirás y allí quedarán tus gloriosas carrozas, oh vergüenza de la casa de tu Señor. Yo te expulsaré de tu puesto, te arrancaré de tu lugar”.
Y en aquel día llamaré a mi siervo Eliaquím, hijo de Helcías; le vestiré con tu túnica, y le ceñiré con tu cinturón; pondré tu poder en su mano, y él será como padre de los habitantes de Jerusalén y de la casa de Judá. Pondré sobre tu hombro la llave de la casa de David; abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá. Le colocaré como clavo hincado en lugar firme, y será como trono de gloria para la casa de su padre. De él colgará toda la gloria de la casa de su padre, los hijos y los nietos, todos los vasos pequeños, desde la copa hasta toda clase de jarros”.
“En aquel día, oráculo de Yahvé de los ejércitos, cederá el clavo hincado en lugar firme, será quebrado y caerá; y la carga que había sobre él será destruida, pues Yahvé lo ha dicho”.

Sabido es que el Apocalipsis es una verdadera clave de las profecías del Antiguo Testamento, como lo señala Lacunza, así que lo menos que se podría esperar de un exégeta es una referencia a este pasaje para que el lector esté sobre aviso. Pero no hay en Castellani ni referencia, ni mucho menos una cita del texto de Isaías y el lector es dejado a las buenas de Dios.
Ahora ya sabemos que lo que hace Nuestro Señor es citar a Isaías, con lo cual tenemos fijado el tiempo en el cual sucede lo anunciado por el Profeta hebreo y se impone la necesidad de indagar el sentido que estas palabras han tenido en su pluma.
Notemos, antes que nada, que se dice de Eliaquím que “será como padre de los habitantes de Jerusalén y de la casa de Judá”, con lo cual ya vemos de entrada que la Iglesia no está ni nombrada ni figurada en modo alguno ¿a qué vienen pues, las llaves de Pedro? ¿O es que vamos a caer en la mala exégesis, propia de los alegoristas, que identifica al Israel y Judá de los Profetas con la Iglesia?[3]
Además tengamos en cuenta que el sacerdocio tampoco puede haber sido aludido ya que se habla de la casa de Judá y no de la de Leví, que era la tribu sacerdotal en el Antiguo Testamento.
Todo parece indicar, pues, que el texto de Isaías está hablando de otra cosa ¿Qué es, pues, la llave de David?
Para responder a esta pregunta, a Castellani le hubiera bastado con releer el Fenómeno IX de Lacunza: “El Tabernáculo de David” y allí se hubiera dado cuenta que la llave de David dice relación al Trono Real de la casa de David, trono prometido in aeternum a uno de sus descendientes: el Mesías.
Es curioso, o por lo menos debería serlo para varios, que Castellani rechace por completo todo un capítulo de Lacunza (casi cien páginas en la edición de Manuel Belgrano), sin ni siquiera intentar un justificación de su postura o una crítica de la de Lacunza.
Si bien es cierto que Lacunza no cita Isaías XXII en su Fenómeno IX (como así tampoco en el resto de su obra, si no nos fallan nuestras notas), sin embargo es claro por todo el contexto que la llave de David corresponde al “Tabernáculo” del Rey Profeta.
Citemos aquí y allá a Lacunza:

“Y es así verdad, que el golpe que dio contra la tierra el tabernáculo, o el solio de David, fue tan terrible por la violencia con que cayó, que desde Nabucodonosor hasta el día presente, no se ha podido levantar, y ni hay apariencia, ni esperanza alguna de que pueda levantarse jamás” (pag. 238).

“Mas estas palabras “reino, tabernáculo, solio etc.”, hablando de la Iglesia presente son unas palabras no propias, sino visiblemente prestadas… ¿la Iglesia presente es en la realidad aquel mismo reino, tabernáculo o solio de David, que fue destruido enteramente por Nabucodonosor? ¿Que desde entonces hasta ahora está sepultado en el olvido?” (pag. 240 s.).

“Es pues Jesucristo como soberano pontífice y sumo Sacerdote la verdadera cabeza de la Iglesia; mas cabeza del todo invisible en sí misma y sólo visible en su vicario sucesor legítimo de San Pedro, que el mismo Señor dejó en su lugar con todas las llaves o con todas sus veces y autoridad…” (pag. 242).

“Del reino, pues, del tabernáculo, del solio del santo rey David, que cayó del todo y se redujo a polvo desde los principios del primer imperio[4], de este mismo anuncian los profetas de Dios, que algún día se levantará de nuevo en la persona del Mesías hijo de David secundum carnem[5]. Mas este reino, este tabernáculo, este trono, este solio (que de estos cuatro nombres usan los profetas) ¿era acaso algún reino puramente espiritual? ¿Era acaso el tabernáculo de la religión o el solio del sumo sacerdote? Cierto que no. El sumo sacerdocio pertenecía por institución divina a la tribu de Leví y familia de Aarón, no a la tribu de Judá, y Familia de David…” (pag. 244).

En suma, es ciertísimo, que ni el sacerdocio de Aarón, ni el de Melchisedech pertenecían a David; luego ni el uno ni el otro se pueden llamar el reino o el tabernáculo o el solio[6] de David; luego el sacerdocio eterno, que se puso en la persona de Cristo, y que ahora ejercita en la Iglesia presente, que llaman reino espiritual de Cristo, no puede ser el reino, el tabernáculo, o solio de David, que cayó y se disolvió enteramente más de dos mil años ha, no puede haberse verificado en un reino, tabernáculo o solio puramente espiritual, en que David no tuvo parte alguna; pues este tabernáculo o solio espiritual no es otra cosa en realidad que el sumo sacerdocio de Cristo” (pag. 246).

Basta recorrer las páginas que siguen a las que acabamos de citar para terminar de convencerse que los términos “llave de David” y “llaves del Reino de los cielos” son dos cosas diametralmente opuestas que generalmente identifican los alegoristas. Si Castellani se hubiera tomado la molestia de releer estas cien páginas seguramente hubiera cambiado de exégesis. Y si lo hizo y aún así mantuvo la identidad entre la llave de David y las de Pedro, entonces hubiera correspondido que diera las razones, puesto que Lacunza no es un autor más con el que se pueda diferir porque sí.

A la opinión de Lacunza se le puede agregar la de un reconocido exégeta español cuando, al comentar el pasaje de Isaías, dice:

Véase un caso semejantísimo en Isaías a propósito de Eliacím, que en un momento particularmente difícil recoge las llaves de la casa de David, y sostiene con honor sobre sus hombros la pública autoridad, donde a través de la gestión de este varón histórico columbra el profeta la ulterior gestión de un gran personaje por venir. En contraste con la caída del intruso Sobna, con quien habla, añade con seguridad y con mayor entonación: Et erit in die illa: vocabo servum meum Eliacim, filium Helciæ, et induam illum tunica tua, et cingulo tuo confortabo eum, et potestatem tuam dabo in manu ejus; et erit quasi pater habitantibus Jerusalem et domui Juda. Et dabo clavem domus David super humerum ejus; et aperiet, et non erit qui claudat; et claudet, et non erit  qui aperiat. Et figam illum paxillum in loco fideli, et erit in solium gloriæ domui patris ejus, etc. etc. (Is. XXII, 20-23: cf. Ap. III, 7).
Esa llave de la casa de David, como sabemos por el Apocalipsis (Ap. III, 7), está ahora en manos de Cristo, que la tiene por derecho de devolución, mientras dura la apostasía de Israel, de Él la recibirá algún día Eliacím, como expondremos oportunamente. Para mí que bajo las dos figuras históricas de Eliacím y Zorobabel se oculta un mismo gran personaje venidero, providencial, apoderado de la potestad davídica, y su restaurador afortunado, a quien llamaremos indistintamente el Eliacím o el Zorobabel escatológico; ni es ésta la única identificación en este punto. Efectivamente, a través del texto de Zacarías se advierte sin dificultad que ese Zorobabel escatológico es el vir oriens, en hebreo tsémah, que introduce aquí el profeta (Zac. III, 8), y que vuelve a presentar más adelante (Zac. VI, 12, s.), como a restaurador del templo y de la dignidad real de concierto con el sumo sacerdote. Tsémah significa germen, renuevo, retoño, vástago, pimpollo, como propio calificativo de ese magistrado excepcional. Ni es esto una invención de Zacarías; lo usan como tal antes que él: Is. IV, 2; Jer. XXIII, 5; Ez. XXIX, 21; al.; y de una serie de lugares paralelos que no podemos hacer más que indicar, es fácil concluir que el profético tsémah de Is., Jer. y Ez., es idéntico al David escatológico de Os. III, 5 (cf. Am. IX, 11; Jer. XXIII, 5; XXXIII, 15 ss); de Is. LV, 3; Ez. XXXIV, 23, ss.; XXXVII, 15 ss. (cf. Os. I, 11; Is. XI, 16; Jer. III, 15 ss.); y tenemos así otro nombre simbólico que añadir a los de Eliacím y Zorobabel.
Trátase en realidad de un gran monarca providencial y justiciero que Isaías divisa en lontananza (Is. XXXII, 1 ss.; XLI, 1 ss.: al.); de un gran Caudillo teocrático, el caput unum de Os. I, 11, bajo el cual se reunirán de nuevo, para formar un solo reino, los hijos de Judá e Israel, nunca antes reunidos desde el cisma (cf. Is. XI, 13; Jer. III, 15 ss.; Ez. XXXVII, 15 ss.); de un vir masculus, en fin, que se le muestra al propio Isaías al final de su profecía (Is. LXVI, 7), en relación con la reconstrucción de la ciudad y el templo y del desquite de Israel contra sus opresores (…) Como el histórico mayordomo recogió del suelo las llaves de la casa de David, así algún día el futuro Caudillo de Israel las recogerá con mayor gloria (Is. XXII, 20 ss), recibiéndolas de manos del mismo Cristo… que con ellas le transmitirá su realeza suprema, como con parecida figura simbólica transmitió a Pedro el supremo sacerdocio”.[7]

Summa summarum: confundir la llave de David (notar el singular) con las llaves de Pedro (plural), implica confundir el poder real con el sacerdotal; implica espiritualizar todas las profecías que anuncian una era de prosperidad, incluso material; implica confundir Israel con la Iglesia, implica confundir el Trono Sacerdotal sobre el cual sede ahora Nuestro Señor (Trono de Gracia y Misericordia: Heb. IV, 16; cfr. VII, 25; Apoc. III, 21) con el Trono Real sobre el cual se sentará junto con los Santos en el Milenio (Trono de Justicia: Lc. I, 32-33.68-75; Mt. XIX, 28; Apoc. III, 21; Salmos II y CIX, etc.[8]) implica, para decirlo todo de una buena vez, confundir en última instancia, la Jerusalén Terrestre con la Jerusalén Celeste durante el milenio[9].


Vale!



[1] Citamos siempre según el texto de Castellani.

[2] No nos vamos a detener a analizar la infundada afirmación de que la llave de David implica el “conocimiento y veracidad profetal” (?).

[3] No se nos escapa que en la nota de la pag. 76 Castellani comenta: “Identificar la Iglesia actual con la Casa de Jacob me parece lúdico. Los cristianos actuales no se acuerdan de Jacob a no ser para llamar jacoibos a los judíos”.
Pero esto lo único que prueba es que en teoría los distinguía, pero no siempre en la práctica.

[4] Lacunza se refiere a la visión de la estatua del cap. II de Daniel donde el primer imperio es el de Nabucodonosor.

[5] Esto no contradice en nada nuestra exégesis de la llave de David de la que habla el Apocalipsis ya que creemos que cuando venga Elías “y lo restaure todo”, además de la conversión de los judíos, se va a reconstruir el Templo e Israel va a volver a tener rey, por lo menos hasta que venga el Anticristo.
De hecho el mismo pasaje de Isaías que estamos analizando confirma lo que decimos, ya que después de decir de Eliaquím que “le colocaré como clavo hincado en lugar firme, agrega: “en aquel día, oráculo de Yahvé de los ejércitos, cederá el clavo hincado en lugar firme, será quebrado y caerá; y la carga que había sobre él será destruida, pues Yahvé lo ha dicho”, con lo cual parece indicarse su destrucción por manos de otra persona, que a todas luces sería el Anticristo.

[6] “o la llave”, agregamos nosotros.

[7] Ramos García, "La restauración de Israel". Estudios Bíblicos, 1949, pp. 109 y 121. Próximamente lo estaremos publicando.
La última parte es citada por Straubinger, in loco.

[8] Cfr. Ramos García, op. cit. pag. 78 ss.

[9] Esta confusión de Castellani de las dos “Jerusalén” se ve también en otras partes de su comentario, sobre las que volveremos más adelante.