La resurrección de Lázaro. Doré. |
XIII
JUNTO AL SEPULCRO DE LAZARO
Y Jesús
lloró.
(Juan, cap. XI, vers. 35).
Y
Jesús lloró.
Observad
la progresión de las lágrimas relatadas en el Evangelio.
La
hija de Jairo fué resucitada por Jesús en el momento en que
acababa de morir.
El
hijo de la viuda de Naín se encontraba ya a punto de ser sepultado. Era
arrancado a su madre; era llevado a la tierra. Estaba ya lejos de la vida y
avanzado en la muerte.
Pero Lázaro
estaba muy lejos de la vida; muy avanzado en la muerte. Estaba enterrado,
enterrado desde hacía cuatro días, y ya nadie esperaba. Se había esperado, pero
ya no se esperaba más, pues la muerte había realizado su obra, su obra maestra,
la descomposición.
Lázaro
olía mal. El Evangelio, tan sobrio y singularmente conciso, nos da este detalle
pavoroso que se volverá en un detalle tranquilizador.
Marta
advierte a Jesucristo que Lázaro ya huele mal.
No
es María quien hace esta observación; es Marta. No olvidemos que viene de Marta
y no de María Magdalena.
Era
Marta también quien acababa de decir, al hablar de su hermano: Sé que resucitará
en el último día.
Jesús
había pronunciado estas palabras: Tu hermano resucitará.
Y
ella había respondido: Sé que resucitará en el último día.
Marta
relegaba la resurrección de su hermano hasta el día de la resurrección general.
No sabía que la situación de Lázaro muerto no era la de todos los muertos. No
conocía el misterio particular; lo confundía con el misterio general. Sólo veía
la ley; no veía la excepción. ¡Ver la excepción! ¡Qué gloria! Marta no la tenía
aún. Y al cabo de un instante, cuando Jesucristo dice: — Sacad la piedra —,
Marta responde: — Señor, huele mal.
¡Cómo
insiste sobre la muerte y cómo la destaca!
Y Jesús
responde: ¿No os había dicho yo que si teníais fe, veríais la gloria de Dios?
¡La
gloria de Dios! Con estas palabras se refiere a la resurrección del muerto excepcional. Responde a Marta,
explica las palabras de un momento atrás: "Tu hermano resucitará"; no
entendía por esto sólo la resurrección general, sino la resurrección especial.
No admite que Lázaro sea tratado como los otros. Y al hablar de esta
diferencia, de esta particularidad, de esta excepción, nombra a la gloria de Dios.
"Sacad
esa piedra", dice Jesucristo antes de llamar a Lázaro. Podía sacarlo El
mismo con la fuerza de su misma voluntad, que iba a arrancar de la muerte la
presa que ésta ya poseía; pero deja a los hombres ese cuidado porque los
hombres son capaces de eso. Reserva para sí la resurrección del muerto, porque
sólo Él es capaz de eso.
Los
deja participar en su obra, en lo que está al alcance de sus brazos. San
Agustín señala esta atención, esta distribución. Los hombres, al sacar la piedra
de la tumba, contribuyen con su pequeña participación, a la resurrección que no
pueden operar. Pero Aquel que puede realizar lo posible y lo imposible, les
deja lo primero y se reserva lo segundo.
¡Pero
las lágrimas de Jesús han corrido! La resurrección no está lejos. AMEN.
En
las otras dos resurrecciones relatadas por el Evangelio, son los otros quienes
lloran. En la resurrección de Lázaro, es Jesús quien llora.
¿De
dónde venían esas lágrimas? ¿De qué profundidad, de qué abismo?
Él,
Jesús, lloraba.
Tenía
ante sí a Lázaro muerto. Lázaro, que era un hombre, y que al mismo tiempo
representaba al hombre[1].
Tenía
un muerto ante los ojos, y a la vez a la muerte.
Y ese
muerto era su amigo.
¡Qué
sentimientos debió de despertar la muerte!
¿Quién
puede saber cómo la contempló, en qué profundidades la sintió?
¿Quién
puede saber lo que era para Él esa palabra, y lo que era para Él aquello: la
muerte?
Frente
a esto, los hombres tienen un recurso: el olvido, el recurso de la ligereza, el
recurso del desafío, mil recursos que saben encontrar y el amor propio
contribuye con su enceguecimiento, y ese enceguecimiento se confunde con las
distracciones de la vida.
Pero
Jesús no tenía amor propio ni enceguecimiento, ni ligereza; veía a la muerte
tal cual es. La veía sin disfraz, la veía en su horrible desnudez: la veía como
la continuación y sombra del pecado; veía el pecado tal como es, y sabía lo que
iba a costarle.
Y
Jesús lloró.
Y
estas palabras constituyen un versículo entero. Todo un párrafo es consagrado a
sus lágrimas.
[1] Nota del Blog:
¿o a Israel...?