Nota
del Blog: Después de haber publicado los estudios de Mons. Fenton:
El
Acto del Cuerpo Místico y El
Carácter Bautismal y la pertenencia a la Iglesia nos pareció una buena idea
agregar, por vía de complemento, algunas notas aclarativas.
De hecho, sólo deben ser
enumerados entre los miembros
de la Iglesia aquellos que han
sido bautizados…
Con estas palabras el Papa Pío XII definió, contra la opinión de algunos autores, la
necesidad del sacramento del bautismo para ser miembro de hecho de la Iglesia.
Ahora bien, la cuestión que se plantea es ¿qué nos da el bautismo de forma tal
que nos haga miembros de la Iglesia? En otras palabras, sabiendo que el
sacramento del bautismo es el único medio para ser miembros de la Iglesia,
debemos considerar cuál es la causa
eficiente que incorpora a los hombres a la Iglesia.
S. Tomás enseña que los efectos del sacramento del Bautismo
son dos:
a) Infusión de la
Gracia (participación de la naturaleza divina).
b) Carácter
sacramental (participación del Sacerdocio
de Nuestro Señor).
El Ángel de las escuelas enseña:
“El carácter, propiamente hablando es una señal (signaculum) con la que se marca una cosa
en cuanto está ordenada a un fin determinado, así, por ejemplo, se marca el
dinero para el uso de los consumidores y los soldados son señalados con la
marca que los habilita para la milicia. Ahora bien, el fiel está destinado (deputatur) a dos cosas: ante todo y
principalmente a la fruición de la gloria y para este fin es señalado con la
marca de la gracia según aquello de Ez. IX, 4 “Marca la frente de los hombres
que gimen y se lamentan” y del Apoc. VII, 3: “No hagáis daño a la tierra ni al
mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de Dios en sus
frentes”.
En segundo lugar, el fiel es destinado a recibir o dar a otros, las cosas pertenecientes
al culto de Dios, y este, propiamente hablando, es el fin del carácter sacramental”. III, q. 63, 3.
“Los fieles de Cristo están destinados al premio de
la gloria por venir, por medio del sello de la divina predestinación. Pero
también están destinados a los actos pertinentes a la Iglesia que existe ahora
por medio de un sello espiritual impreso sobre ellos que se llama carácter”. III, 63; q. 1 ad 1.[1]