3. Bienaventurado
el que lee y los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas
escritas en ella, porque el tiempo está cerca.
Terminando con nuestro estudio sobre los tres
primeros versículos del primer capítulo del Apocalipsis, versículos íntimamente
ligados entre sí y que forman un todo homogéneo, pasemos, pues, a decir algunas
cosas sobre el último versículo.
I) Bienaventurado
Como es sabido, estamos aquí ante el primero
de los siete “macarismos” del Apocalipsis. Para un somero estudio de los mismos
nos remitimos a lo dicho en otra oportunidad AQUI.
El resto del versículo indicará dos cosas
sobre estos bienaventurados: quiénes y por qué son bienaventurados.
II) el que lee y los que
oyen las palabras de la profecía
y guardan las cosas escritas en ella.
En cuanto al texto, lo único que hay que notar
es que en general todas las traducciones coinciden con la que acabamos de dar,
excepto aquellos que siguen a la Vulgata y que traducen (mal) todo en singular:
“Bienaventurado el que lee y el que oye
las palabras de la profecía y guarda las cosas escrita en ella”.
Para empezar digamos que la división aquí es
doble y no triple, vale decir, se trata de dos grupos de personas y no tres
(lee, oye, guarda) puesto que los que oyen y guardan son un mismo grupo como
puede verse por la construcción griega que no trae el artículo determinado
“los” para los que guardan, como sí lo hace en los otros dos casos.
Habiendo hecho esta aclaración pasemos al
análisis de los grupos:
1) El
que lee:
En general los autores notan algo interesante
sobre esta persona o clase de personas al decir que cumple un oficio, y
no lo aplica a cualquiera que toma el libro del Apocalipsis y comienza a
leerlo, como creen ingenuamente algunos protestantes, por la sencilla razón que
el texto hubiera seguido hablando en singular y no en plural, o hubiera colocado
todo en plural.
Veamos:
Zerwick: “ἀναγινώσκων: el que lee, singular. Aquel
que preside la lectura en la Iglesia”.
Allo: “La distinción
que hace entre el ἀναγινώσκων (el
que lee) y los ἀκούοντες, la
comunidad que escuchará, muestra que está destinado, al igual que las
epístolas de Pablo, a la lectura pública en la asamblea de culto”.
Wikenhauser: “Al
título sigue la bendición pronunciada sobre aquel que lee el libro en la
asamblea litúrgica y sobre todos cuantos los escuchan…”.
Fillion: “Qui legit: El verbo ἀναγινώσκων marca la lectura pública,
oficial, de la santa Escritura en las asambleas religiosas de los primeros
cristianos”.
Para
saber a quién corresponde este oficio de lector, debemos analizar antes el otro
grupo.
2) los
que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas escritas en ella.
Sobre “los que escuchan” es importante recordar lo que se dice en XXII,
16 ss:
“Yo Jesús envié a mi ángel a daros testimonio destas cosas sobre
las Iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella
esplendorosa y matutina. Y es Espíritu y la novia dicen: “Ven”. Diga también
quien oye: “Ven”. Y el que tenga sed venga; y el que quiera tome gratis del
agua de la vida. Yo advierto a todo el que oye las palabras de la profecía
deste libro: Si alguien añade a estas cosas, le añadirá Dios las plagas
escritas en este libro; y si alguien quita de las palabras del libro desta
profecía, le quitará Dios su parte del árbol de la vida y de la Ciudad Santa,
que están descritos en este libro”.
Según este bellísimo y consolador pasaje no todos los que escuchen
las palabras desta profecía han de guardarlas, y aquí tenemos otra razón
para no separar en tres los grupos deste versículo (el que lee, y oyen y
guardan).
Sobre el significado del castigo y unas interesantes consecuencias del
mismo hablaremos en otra ocasión, por ahora retengamos nada más que quienes
oyen han de suspirar por la Segunda Venida.
En cuanto a los que guardan las cosas escritas en ella, ya hemos
hablado en el artículo citado sobre las bienaventuranzas y lo hemos aplicado a
los Mártires del quinto Sello.
Recordemos nada más las palabras de la última bienaventuranza:
XXII, 7: “Y mirad que vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las palabras
de la profecía deste libro. Yo, Juan, soy el que he oído y visto
estas cosas. Y cuando las oí y vi, caí ante los pies del ángel que me las
mostraba, para postrarme ante él. Más él me dijo: “Guárdate de hacerlo,
porque yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas, y de los que
guardan las palabras de este libro. Póstrate ante Dios”.
Wikenhauser
comenta: “Al título sigue la bendición
pronunciada sobre aquel que lee el libro en la asamblea litúrgica y sobre todos
cuantos los escuchan, es decir, sobre todos aquellos que acogen con fidelidad
cuanto en él está escrito y lo ponen por obra (Ap. XXII, 7. cfr. Lc. XI, 28[1])…
El libro recibe ahora expresamente el nombre de profecía, quedando así al mismo
nivel que los escritos proféticos del AT. Al igual que estos, es un libro sagrado, inspirado por Dios, razón por
la cual en su parte final amenaza con graves castigos a quienquiera que se
atreva a falsearlo (XXII, 18-19). La frase con que termina señala la
razón de la exhortación contenida en la promesa de bendición: la hora en que la
profecía se cumplirá está cerca; pronto vendrá el Señor para el juicio (XXII,
7.12.20). Por eso el vidente, en contraste con Dan. VIII, 26 y XII, 4 recibe la
prohibición de sellar las profecías del libro, es decir, de mantenerlas en
secreto (XXII, 10)”.
Ahora sí ya estamos en condiciones de hablar de “el
que lee”. Según nuestro parecer, si el término ἀναγινώσκων marca
la lectura pública cultual y está en singular, todo parece indicar, pues,
que a nadie le cabe mejor este término que al mismo Elías el cual será el
encargado de des-significar (cfr. v. 1) el contenido de la Profecía. Los
Mártires del Anticristo no son nombrados aquí por la sencilla razón de
que esta bienaventuranza va dirigida a los tiempos de la predicación del gran
Profeta Elías.
La alusión al culto parece coincidir con la reedificación
del Templo de Salomón llevada a cabo por el mismo Elías y en el cual tendrá lugar el sacrificio de la Misa
junto, tal vez, con los sacrificios judíos[2].
III) porque el tiempo está cerca
He aquí la razón de la bienaventuranza: la cercanía
de “el tiempo”, es decir de la Segunda Venida de Nuestro
Señor, y lo que vale para esta bienaventuranza se aplica también sin dudas a
las otras seis.
Sobre este tema ya hemos hablado antes y allí nos
remitimos una vez más. Cfr. AQUI.
Como conclusión deste versículo nos parecen muy
atinadas las palabras de Caballero Sánchez:
“Una sola palabra resume la importancia del
Apocalipsis: "Bienaventurado" el que lo aprovecha espiritualmente.
Toda "bienaventuranza" profética tiene
conexión con la "vida eterna", hasta el punto de que en lenguaje
vulgar las dos expresiones se han hecho sinónimas.
Sin
embargo, tanto las "bienaventuranzas" del Evangelio como las del
Apocalipsis encierran algo más que un seguro de "vida eterna". Aquí,
por ejemplo, si se es bienaventurado es "porque el tiempo está
cerca…". Ahora bien; si ese "tiempo" articulado no representa la
Parusía, sino la serie indefinida de los siglos cristianos, el "porque"
que lo introduce no tiene sentido, es una tontería. Pero no es así. Dicho
"tiempo" es el que el Padre puso en su poder; es el de la
"manifestación de Jesucristo" que trae consigo el "galardón de
los hijos del reino". Todas las recompensas, mencionadas al fin de cada
carta a las Iglesias son aspectos diversos de ese "macarismo”: participación
asegurada en el "reino" futuro de Cristo glorioso, "reino"
que no se identifica del todo con lo que entendemos de ordinario por "vida
eterna".
Pero, ¿de qué modo hay que acoger el libro para que
sea una garantía de "bienaventuranza"?
“Leerlo”, aunque fuera para cumplir el oficio
litúrgico de lector en las asambleas de los fieles; "oírlo", aún en
esas mismas circunstancias, de nada serviría, si no se guardan y aguardan
las cosas en él escritas. El Verbo de Dios es semilla hecha para ser
acogida en la buena tierra de un corazón puro y óptimo que "oye y entiende
la palabra” y "la retiene y lleva fruto en paciencia". En
tratándose de la profecía del Advenimiento del Señor, "guardarla" no
quiere decir solamente respetar su letra, sino asimilársela en el espíritu y
tener toda el alma tendida hacia su realización. Esta es la gracia que describe
San Pablo a Tito (II, 11-13): "gracia del Dios salvador, manifiesta a
todos los hombres, que nos enseña a rechazar la impiedad y las concupiscencias
mundanas y a vivir juiciosa, justa y santamente, aguardando la bienaventurada
esperanza y manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro
Jesucristo...". Así había vivido S. Pablo, y por eso al término de esa
vida, está seguro de su "corona": "me está reservada la corona
de la justicia que me retribuirá el Señor en aquel día (de su manifestación y
reino), el justo Juez: y no sólo a mí sino a todos los que amen su
advenimiento". (II Tim. IV,8).
No
todos los creyentes son "guardadores de la fe" al modo de S. Pablo.
No todos, por lo tanto, aún cuando sean
al fin llamados a la "vida eterna", merecerán el galardón del
"reino" en el Día del Señor”.
¡Ven Señor Jesús!
Vale!