La tercera lección y la más difícil de la Encíclica Quanto
conficiamur moerore sobre el tema de la necesidad de la Iglesia para la
salvación se encuentra en su enseñanza sobre la posibilidad de salvación
para aquellos que ignoran invenciblemente la vera religión. Lo que la
encíclica dice sobre este punto se encuentra en una oración larga y muy
complicada:
“Notoria cosa es a Nos y a
vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra
santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos,
esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a
Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la
operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que
manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres
de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que
nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria.”
Esta afirmación es tremendamente rica en
implicancias teológicas. Nunca va a poder entenderse bien si no es en contra de
los antecedentes y en el contexto de la teología Católica de la gracia y el
pecado. Desafortunadamente esta afirmación ha sido explicada a veces en una
forma inadecuada.
A fin de tener un análisis adecuado y
preciso desta doctrina, debemos ver claramente, antes que nada, a qué clase
de personas se refiere Pío IX en esta oración. Son personas descriptas
como obedeciendo cuidadosamente (sedulo) la ley natural. Están prestos a obedecer a Dios. Llevan una vida
honesta y recta. E ignoran invenciblemente la verdadera religión Católica.
Ahora bien, es perfectamente obvio que esta
descripción no se aplica a todos aquellos individuos que ignoran
invenciblemente la Iglesia y la fe Católicas. La ignorancia invencible no
es, en modo alguno, un sacramento que comunica bondad de vida a aquellos que la
padecen. El hecho de que un hombre sea invenciblemente ignorante de la vera
religión no le garantiza en modo alguno que va a observar celosamente la ley
natural, que va a estar pronto a obedecer a Dios y que va a llevar una vida
recta.