jueves, 30 de mayo de 2019

Algunas Notas a Apocalipsis VII, 4-8


4. Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de toda tribu de (los) hijos de Israel:

Comentario:

San Juan no ve la signación porque tiene lugar en la tierra.

Straubinger: “Aparecen aquí, primera y última, respectivamente, como abrazando a las demás tribus, las de Judá y Benjamín, que antes formaban juntas el Reino meridional de Judá, y que en la visión de Ezequiel ocupan la parte central de la Tierra Santa abrazando entre ambas la porción del príncipe (cf. Ez. XLVIII, 22)”.

Van Rixtel (cap. XVI): “Estos 144.000 de las doce tribus de Israel serán los que constituirán aquella mujer que tiene en su cabeza una corona de doce estrellas y la luna debajo de sus pies (Apoc. XII, 1): que huyó al desierto donde tenía un lugar preparado por Dios, para que la sustentase allí mil doscientos sesenta días (Apoc. XII, 6) a fin de que allí la sustentase durante un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo (los tres años y medio del reinado del Anticristo) lejos de la presencia de la serpiente (Apoc. XII, 4)”.

¿Tendrá esto algo que ver con lo que se lee en Daniel XII, 1?:

“En aquel tiempo se alzará Miguel, el gran Príncipe y defensor de los hijos de tu pueblo; y vendrá tiempo de angustia cual nunca ha habido desde que existen naciones hasta ese tiempo. En ese tiempo será librado tu pueblo, todo aquel que se hallare inscrito en el libro”.

Es decir, los que están inscritos en el libro ¿corresponden a los 144.000 sellados?

Allo: "Creemos por nuestra parte que es mejor distinguir estos 144.000 de la "turba" del v. 9, ya que esta es "innumerable", dice el autor, y estos son numerados; Juan ha hecho resaltar la oposición".

Smith (citado por Garland): "El mejor análisis del sello es que protege contra los desastres que los cuatro vientos traerán sobre la tierra. El contexto de VII, 1-3 es en preparación para los juicios del séptimo sello que incluye las siete trompetas. Así, pues, el sello debe referirse a estos juicios. La orden "no dañes" implica que una vez terminado el sellado, van a venir los juicios que siguen en el programa (e.e. los del cap. VIII)".


5-8. de la tribu de Judá doce mil sellados, de la tribu de Rubén doce mil, de la tribu de Gad doce mil, de la tribu de Aser doce mil, de la tribu de Neftalí doce mil, de la tribu de Manasés doce mil, de la tribu de Simeón doce mil, de la tribu de Leví doce mil, de la tribu de Isacar doce mil, de la tribu de Zabulón doce mil, de la tribu de José doce mil, de la tribu de Benjamín doce mil sellados.

lunes, 27 de mayo de 2019

Un texto capital de San Hipólito


Un texto capital de San Hipólito

Introducción. -

El texto que presentamos a continuación está tomado del primer comentario completo cristiano que existe a uno de los Libros Sagrados[1]; nos referimos al que San Hipólito hizo del profeta Daniel, del cual ya habíamos dado en su momento la reseña de parte, nada más y nada menos, de Ramos García (ver AQUI).

El texto data de comienzos del siglo III (202-204) y es de los primeros comentarios bíblicos del santo que luego había de explicar los Salmos, el Hexamerón, el Génesis, las Bendiciones de Jacob y de Moisés, el Éxodo, el Eclesiástico, el Cantar de los Cantares, el comienzo de Isaías, algunos pasajes de Ezequiel, Zacarías y el Evangelio de San Mateo.

El libro merece la pena ser leído en su totalidad pues tiene cosas interesantísimas y no sólo la que traemos en esta ocasión; sirva como ejemplo la interpretación típica de la historia de la casta Susana, imagen de la Iglesia, perseguida por los dos viejos judíos, representantes de Israel y los gentiles; Joaquín, su Esposo, es Jesús; el baño es el Bautismo, etc. etc.

San Hipólito fue, como él mismo lo dice en otra de sus obras, y no es un dato menor, discípulo de San Ireneo, de quien seguramente aprendió parte de la escatología bíblica, como el Milenio y es digno de notar que además trae, como su maestro, la no muy conocida anécdota sobre Judas y el Milenio.

Sin más, pasemos al texto y digamos al final dos palabras:


***

Libro IV, cap. 50.

viernes, 24 de mayo de 2019

Algunas Notas a Apocalipsis VII, 2-3


2. Y vi otro ángel subiendo del oriente del sol, teniendo (el) sello del Dios vivo y clamó con voz grande a los cuatro ángeles, a quienes se les dio dañar la tierra y el mar

Notas Lingüísticas:

Ἀπὸ ἀνατολῆς ἡλίου (del oriente del sol): cfr. Mt. II, 1; Apoc. XVI, 12. (¿Persia?).

Zerwick: "σφραγῖδα (sello): no debe exigirse la falta del artículo. Cfr. Graecitas 182".

Allo: "La supresión del artículo antes de ἀνατολῆς (oriente), σφραγῖδα (que según la analogía debe traducirse "el sello" más bien que "un sello"), y más abajo, antes de υἱῶν (de los hijos, v. 4) y siempre antes de φυλῆς (tribu), sería para algunos filólogos un rastro de "estado construído" semítico".


Comentario:

Allo: “El “Oriente”: punto de partida de las manifestaciones divinas, cfr. Is. XLI, 2; Ez. XLIII, 2; Lc. I, 78 (Oriens ex alto)”.

También se puede agregar Mt. XXI, 1 ss y paralelos.

Wikenhauser: “… a este sello de Dios se contrapone la marca que los adoradores de la bestia llevan en la frente y en la mano derecha”.

Gelin: "El sello (σφραγῖδα) es traído del oriente como signo de buen presagio (Ez. XLIII, 2); indica la protección divina y más profundamente la pertenencia a Dios y al Cordero (cfr. IX, 4; XIV, 1; XXII, 4); esta doble idea (propiedad y preservación) se encuentra resaltada, pero sin la imaginería, en el discurso de Jesús después de la Cena (Jn. XVII, 6.9 s)".

Lo mismo podría decirse de los sellados del cap. XIV.


3. diciendo: “No dañéis la tierra, ni el mar, ni los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes”.

Comentario:

martes, 21 de mayo de 2019

El Cielo, la Tierra y el Mar en el Apocalipsis (XIV de XIV)


4) Finalmente, nos están quedando dos casos que presentan una cierta dificultad:

I) Apoc. XX, 13: “Y dio el mar los muertos, los (que están) en él y la Muerte y el Hades dieron los muertos, los (que están) en ellos y fueron juzgados cada uno según sus obras”.

Puesto que estamos en el juicio final, bien puede ser que el mar tenga aquí un significado diferente del que venimos hablando; sin embargo, estas son las razones a favor de seguir manteniendo la identidad del mar con el Éufrates:

La Muerte y el Hades (la primera muerte y, además, el último enemigo en ser vencido) dan sus muertos. Estos son todos los condenados que van a resucitar para ser enviados, en cuerpo y alma, al lago de fuego y azufre.

Pregunta: ¿será que, así como el Abismo ha de ser, durante el Milenio, una prisión para Satanás (Apoc. XX, 1-3), Babilonia lo será para los demonios (¿Apoc. XVIII, 2?) y el mar (el Éufrates) lo será para algunas almas particulares?

Si es así, ¿quiénes son? ¿Serán los “habitantes de la tierra”, es decir los que adoraron a la Bestia con culto de latría y que morirán tras la destrucción de Babilonia, o se trata más bien los que lucharon contra el Verbo en la batalla del Harmagedón?

Lo que sí parece estar claro en XX, 12-13 es que hay tres clases de “muertos”.

a) Los que están de pie ante el trono. Estos serían salvos[1].

b) Los que da el Mar.

c) Los que da la Muerte y el Hades.

Estos dos últimos grupos parecen contar solamente con condenados.

sábado, 18 de mayo de 2019

Algunas Notas a Apocalipsis VII, 1


Capítulo VII

1. Después de esto vi cuatro ángeles que estaban de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, teniendo los cuatro vientos de la tierra para que no sople viento sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre árbol alguno.

Concordancias:

ἀνέμους (vientos): cfr. Mt. VII, 27 (Babilonia); VIII, 26-27; XXIV, 31; Mc. IV, 37.39.41; XIII, 27; Lc. VIII, 23-25; Apoc. VI, 13.

πνέῃ (soplen): cfr. Mt. VII, 27 (Babilonia).


Notas Lingüísticas:

Zerwick: "κρατοῦντας (teniendo): tener potestad sobre algo".


Comentario:

Duda: ¿Los 4 ángeles son buenos o malos? ¿Hay que distinguir los cuatro ángeles de los 4 vientos? ¿Los 4 vientos son ángeles? ¿Los primeros serían buenos y los segundos malos?

Se responde aquí a la pregunta de VI, 17 y se narra lo que sucede mientras son muertos el resto de los mártires de los cuales se habló en VI, 11.

La tierra es aquí Babilonia y el Mar, el Éufrates.

Notar que en IX, 14 (6ª Trompeta) hay 4 ángeles atados junto al Éufrates.

Sobre la locución "cuatro ángulos de la tierra", ver XX, 8.

Allo (Int.): “… todo el capítulo VII se relaciona con el sexto sello, al igual que VI, 12-17. Es la segunda parte del cuadro: la seguridad y el triunfo de los justos se opone al pánico de los enemigos del Cordero. Es la respuesta al grito desesperado de aquellos “¿quién podrá estar en pie?”.

Bossuet: "Para que no soplen sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol: Estas palabras son muy importantes para entender el capítulo siguiente, con el cual tienen una relación manifiesta, como se verá".

Alápide: "Así como Dios (Ex. XII, 7) cuando estaba por castigar por medio del ángel a los primogénitos de los Egipcios, ordenó antes marcar las casas de los hebreos, a fin de que el ángel pasara de largo y no los lastimara y lo mismo en Ezequiel  IX, 4, Dios antes de castigar a Jerusalén y a los judíos culpables, ordenó que antes fueran signados los santos, a fin de que no fueran castigados junto con los culpables, de la misma manera se ordenará signar a los santos en el fin del mundo a fin de no ser incluidos en las plagas comunes a todo el orbe. De aquí que en IX, 4 se diga: "Y se les dijo que no dañasen la hierba de la tierra, ni nada verde, ni ningún árbol, sino a los hombres, los que no tienen el sello, el de Dios, en las frentes”.

Parecería según esto que los 144.000 signados (o parte de ellos al menos) van a estar en Babilonia.

Lepin: “Estas visiones forman una suerte de entreacto. Responden a la pregunta de VI, 17: “¿Quién, pues, permanecerá de pie?”. Los cristianos fieles serán perdonados”.

miércoles, 15 de mayo de 2019

El Cielo, la Tierra y el Mar en el Apocalipsis (XIII de XIV)


3) Llegamos, por fin, al más importante de todos y nos parece que ayudará también a ubicar la tierra.

La clave para entender el mar creemos que está en un pasaje paralelo de Jeremías, donde sucede exactamente lo mismo que en el Apocalipsis[1].

Apoc XVIII, 17-21: “Porque en una hora fue desierta tanta riqueza!”. Y todo piloto y todo el que a lugar navega y marineros y cuantos el mar trabajan, desde lejos, se pusieron de pie, y clamaban viendo el humo de su incendio, diciendo: “¿Quién semejante a la ciudad, la grande?”. Y arrojaron polvo sobre sus cabezas y clamaban, llorando y lamentándose, diciendo: “¡Ay, ay, la ciudad, la grande, en la cual se enriquecieron todos los que tienen las naves en el mar a causa de su opulencia, porque en una hora fue desierta!”. ¡Alégrate sobre ella, cielo y (¿esto es?) los santos y los apóstoles y los profetas, pues ha juzgado Dios vuestro juicio contra ella! Y alzó un ángel fuerte una piedra como un molino grande, y (la) arrojó al mar, diciendo: “Así con ímpetu será arrojada Babilonia, la gran ciudad y no será hallada ya”.

Jer. LI, 63-64: “Y después de leer este libro, atarás a él una piedra y lo arrojarás en medio del Éufrates; y dirás: “Así se sumergirá Babilonia, y no se recobrará del mal que voy a traer sobre ella. Así quedarán destruídos”.

Como se ve, la coincidencia es casi total y la diferencia más importante está en que donde San Juan dice mar, Jeremías había dicho Éufrates.

El resto de las citas será fácil ubicar y aplicar:

Apoc. VII, 1-3: “Después de esto vi cuatro ángeles que estaban de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, teniendo los cuatro vientos de la tierra para que no sople viento sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre árbol alguno. Y vi otro ángel subiendo del oriente del sol, teniendo (el) sello del Dios vivo y clamó con voz grande a los cuatro ángeles, a quienes se les dio dañar la tierra y el mar diciendo: “No dañéis la tierra, ni el mar, ni los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes”.

Apoc. VIII, 8-9: “Y el segundo ángel trompeteó y como un monte grande, en fuego ardiendo, fué arrojado al mar y se volvió la tercera parte del mar sangre. Y murió la tercera parte de las creaturas, de las que están en el mar, las que tienen almas y la tercera parte de las naves fue destruida”.

Apoc. X, 2-8: “Y teniendo en su mano un librito abierto; y puso su pie, el derecho, sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra; y clamó con voz grande, como león que ruge y cuando clamó hablaron los siete truenos sus voces. Y cuando hablaron los siete truenos, iba a escribir y oí una voz del cielo diciendo: “Sella lo que hablaron los siete truenos y no lo escribas”. Y el ángel que vi estando de pie sobre el mar y sobre la tierra, alzó su mano, la diestra, al cielo, y juró por el Viviente por los siglos de los siglos - que creó el cielo y lo que hay en él y la tierra y lo que hay en ella y el mar y lo que hay en él -: "Tiempo ya no habrá", sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando vaya a trompetear, también se consumó el misterio de Dios como evangelizó a sus siervos los profetas. Y la voz que oí del cielo, (la oí) de nuevo hablando conmigo y diciendo: “Ve, toma el libro, el abierto, (que está) en la mano del ángel, el que está de pie sobre el mar y sobre la tierra”.

domingo, 12 de mayo de 2019

La presencia de Nuestro Señor en la Iglesia Católica, por Mons. Fenton (IV de IV)


La inhabitación de Cristo en la Iglesia según su naturaleza humana

Según su sagrada naturaleza humana, Nuestro Señor reside verdadera, aunque invisiblemente, en la Iglesia Católica gobernando, instruyendo y santificando esta sociedad. Gobierna a los discípulos dentro de la Iglesia Católica invisible y directamente. Al mismo tiempo su enseñanza divina dentro de la Iglesia deja perfectamente en claro que los juicios y mandatos de los que gobiernan la Iglesia, los que mantienen su posición en razón del encargo que les dio, deben ser aceptados por los discípulos como sus juicios y mandatos. Esta presencia de Cristo en la Iglesia como su gobernante supremo, aunque invisible, es la garantía y la razón de la indefectibilidad de la Iglesia. Es manifiestamente imposible que la sociedad dentro de la cual Cristo gobierna hasta el fin del tiempo pueda jamás perder su identidad o carácter substancial que le dio.

Ahora bien, al igual que durante el período de su vida pública, la Iglesia habla al mundo con la voz de Cristo. Es Él quien enseña dentro de la Iglesia y el que, desde la Iglesia, enseña y llama a los hombres en el mundo. Además, Cristo, verdaderamente presente en la Iglesia, perfecciona y autentifica el mensaje divino que predica por medio de la Iglesia al sellar esa doctrina con motivos de credibilidad. El evangelio de San Marcos dice de los Apóstoles que:

“Fueron y predicaron por todas partes, asistiéndolos el Señor y confirmando la palabra con los milagros que la acompañaban”[1].

La presencia de Cristo enseñando en la Iglesia es la causa y la explicación de la infalibilidad de la Iglesia. Es obviamente imposible que una institución dentro de la cual Cristo ha de habitar hasta el fin del tiempo y desde la cual enseña, haga otra cosa que exponer con exactitud su enseñanza.

San Clemente de Roma en su epístola a los Corintios habla de Nuestro Señor viviendo en la Iglesia como “el sumo sacerdote de nuestras ofrendas”[2]. Sigue santificando en su naturaleza humana a la Iglesia al comunicarle la vida de la gracia por los canales de aquellos sacramentos que instituyó y que, en su naturaleza humana, sigue obrando como agente principal. Como Sumo Sacerdote para siempre, que ofrece el sacrificio de la Nueva Ley, efectúa y expresa la unidad de la sociedad que mantiene en existencia y sobre la cual preside.


Nuestro doble lazo de unión con Cristo

jueves, 9 de mayo de 2019

El Cielo, la Tierra y el Mar en el Apocalipsis (XII de XIV)


3) MAR

1) Apoc. IV, 6: “Y delante del trono como un mar de vidrio semejante a cristal; y en medio del trono y alrededor del trono, cuatro Vivientes llenos de ojos por delante y por detrás.

2) Apoc. V, 13: Y a toda creatura que (está) en el cielo y sobre la tierra y bajo la tierra y sobre el mar, y a todas las cosas que hay en ellos, oí diciendo: “Al sentado sobre el trono y al Cordero, la bendición y el honor y la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”.

3) Apoc. VII, 1-3: Después de esto vi cuatro ángeles que estaban de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, teniendo los cuatro vientos de la tierra para que no sople viento sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre árbol alguno. Y vi otro ángel subiendo del oriente del sol, teniendo (el) sello del Dios vivo y clamó con voz grande a los cuatro ángeles, a quienes se les dio dañar la tierra y el mar diciendo: “No dañéis la tierra, ni el mar, ni los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes”.

4) Apoc. VIII, 8-9: Y el segundo ángel trompeteó y como un monte grande, en fuego ardiendo, fué arrojado al mar y se volvió la tercera parte del mar sangre. Y murió la tercera parte de las creaturas, de las que están en el mar, las que tienen almas y la tercera parte de las naves fue destruida”.

5) Apoc. X, 2-8:Y teniendo en su mano un librito abierto; y puso su pie, el derecho, sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra; y clamó con voz grande, como león que ruge y cuando clamó hablaron los siete truenos sus voces. Y cuando hablaron los siete truenos, iba a escribir y oí una voz del cielo diciendo: “Sella lo que hablaron los siete truenos y no lo escribas”. Y el ángel que vi estando de pie sobre el mar y sobre la tierra, alzó su mano, la diestra, al cielo, y juró por el Viviente por los siglos de los siglos - que creó el cielo y lo que hay en él y la tierra y lo que hay en ella y el mar y lo que hay en él -: "Tiempo ya no habrá", sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando vaya a trompetear, también se consumó el misterio de Dios como evangelizó a sus siervos los profetas. Y la voz que oí del cielo, (la oí) de nuevo hablando conmigo y diciendo: “Ve, toma el libro, el abierto, (que está) en la mano del ángel, el que está de pie sobre el mar y sobre la tierra”.

6) Apoc. XII, 12: A causa de esto ¡alegráos cielos y (¿esto es?) los que en ellos tendéis los tabernáculos! ¡Ay de la tierra y del mar porque descendió el diablo (el Calumniador) a vosotros, teniendo furor grande, sabiendo que poco tiempo tiene!”.

lunes, 6 de mayo de 2019

La presencia de Nuestro Señor en la Iglesia Católica, por Mons. Fenton (III de IV)


La partida y la continua presencia de Nuestro Señor

Con la Ascensión al cielo nació un nuevo estado en la Iglesia de Jesucristo. Esa sociedad había sido reunida, organizada y conducida en la presencia visible y local de su divino Fundador. Ahora, con la Ascensión, esa presencia visible y local le fue quitada, para no ser restaurada a los discípulos de Cristo como sociedad completa hasta el día en que la Iglesia finalmente lo va a ver de nuevo y para siempre en su segunda Venida. El lugar que Cristo habita localmente es el cielo. Desde su Ascensión, como lo muestran tan bien las epístolas de San Pablo, la Iglesia sobre la tierra trabaja y lucha contra adversarios espirituales y terrenos a fin de gozar de la presencia visible de Cristo una vez más.

A fin de sostener la sociedad de sus discípulos durante el período en que sufre la pérdida de la presencia visible de su divino Fundador, le prometió y dio a la Iglesia la inhabitación del Espíritu de Verdad y de Amor[1]. Esta inhabitación de la Santísima Trinidad dentro de la Iglesia Católica, apropiada por Nuestro Señor al Espíritu Santo, da a la Iglesia el entendimiento y fortaleza requeridos para su misión de obrar como instrumento de Cristo en el llamado y auxilio a los hombres para que se salven y para derrotar los esfuerzos del mundo contra Dios. En razón de su divina naturaleza, Nuestro Señor continúa, aunque invisible, residiendo en la Iglesia, guiándola e instruyéndola, sosteniéndola y dándole fortaleza. Además, también en su naturaleza humana Nuestro Señor permanece en la Iglesia. Les dijo a sus discípulos que no lo iban a ver más[2], pero también les prometió que iba a estar con ellos hasta la consumación del mundo[3]. La promesa de su presencia continua, aunque invisible y el cumplimiento de esa promesa les fueron dados a los discípulos como Cristo los formó, organizados en una sociedad que es su Cuerpo Místico sobre la tierra.


La inhabitación de Cristo en la Iglesia según su naturaleza divina

viernes, 3 de mayo de 2019

El Cielo, la Tierra y el Mar en el Apocalipsis (XI de XIV)


Como siempre, nos están quedando algunos casos un tanto más difíciles por resolver:

a) Apoc. XI, 18: “Y las naciones se airaron y vino tu ira y el tiempo para que los muertos sean juzgados; y para dar la recompensa a tus siervos: los profetas y los santos; y a los que temen tu Nombre: los pequeños y los grandes; y para destruir a los que destruyen la tierra”.

Si la tierra es Babilonia, entonces los que la destruyen son los diez cuernos (XVII, 16-17), pero como este versículo habla de la ira de Nuestro Señor, el cual parece referirse a la batalla del Harmagedón, entonces la tierra tal vez se referiría a todo el orbe.

b) Apoc. XIV, 3: “Y cantan un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro Vivientes y de los Ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino los ciento cuarenta y cuatro mil, los comprados de la tierra…”.

Sobre este grupo de personas algo hemos hablado en otra oportunidad, sobre todo en el artículo sobre las 7 Bienaventuranzas (ver AQUI) y parece estar muy relacionado con lo que leemos en XV, 3 y V, 9-10, pues allí vemos también un cántico nuevo y se habla de los comprados por el Cordero:

“Y cantan un cántico nuevo diciendo: “Digno eres de recibir el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre (hombres) de toda tribu y lengua y pueblo y nación”.